Leo en El País la siguiente noticia: "Generación nimileurista". Cuando hace unos años la prensa progresista acuñó el término "mileurista" su intención ilocucionaria era clara: evitar que se hablase en los términos en que el MayDay y otras experiencias anteriores incluso ya estaban operando procesos de subjetivación antagonista, a saber, el discurso político de la precariedad (fue entonces y no antes que el significante "precario" cobró la fuerza expresiva de que hoy dispone). Por aquella época, la realidad del fracaso del sueño felipista se había estampado ya contra el durísimo muro de los efectos de las políticas neoliberales sobre las que se había forjado. Para quienes vivíamos en primera persona la fase aznariana de aceleración involucionista (así funciona la alternancia neoliberal: momentos de promesas-zanahoria socialistas combinados con las frustraciones-palo del Partido Popular).
Lo de el titular de hoy, sin embargo, no deja de ser sorprendente, al menos en parte, y más que nada por la sensación que transmite. En efecto, con tal enunciado se viene a dar una muestra de impotencia política más que otra cosa (¿tanto ha claudicado El País ante sus propios orígenes? ¿tan entregados están al proyecto neoliberal?). Ante la bancarrota total que agrieta las bases constitucionales del propio régimen (en vano apuntalado por la reforma constitucional del verano), los líderes de la opinión progresista impresa (sit tibi terra levis Público) apenas se les ha ocurrido nada mejor que intentar que el marco interpretativo del "mileurismo" continúe siendo el "marco interpretativo de referencia" (masterframe) de la sociedad. El problema es doble, habida cuenta de que el otro día reconocían nada menos que "el hundimiento de la clase media europea" (¡Ahí es nada!).
La cruda realidad de la vida cotidiana de millones se obstina en probar que la operación discursiva del "mileurismo" como ideología (como falsa consciencia de la precariedad y la pobreza) ha fracasado: el paro, la explotación, la corrupción, etc., desbordan la mentira de una promesa de modernidad que implementa desde hace tres décadas el proyecto común del PP y del PSOE. Ya no son los hijos de los otros, sino los propios quienes padecen los efectos de esa generación narcisista nacida con la democracia liberal; una generación a la que todo fue demasiado fácil y que por su propio egoismo sólo se quiere reconocer en el lujo de los suplementos dominicales, ese país de fantasía al que huyen cuando escapan de la pobreza en las calles.
Tal vez los hijos de la derecha todavía se crean a salvo. Pero sus padres operan hoy sobre su futuro la misma hipoteca de los socialistas: la única diferencia es que ahora les llega a ellos el turno en la hipoteca del futuro de la sociedad. Con ello no hacen otra cosa que agrandar las fisuras que resquebrajan el régimen y conferir con ello más y más sentido a la máxima condorcetiana: "a cada generación, su Constitución". El 15M fue la primera sacudida, todavía pacífica. El volcán toquevilliano, sin embargo, sigue calentándose a nuestros pies...
Lo de el titular de hoy, sin embargo, no deja de ser sorprendente, al menos en parte, y más que nada por la sensación que transmite. En efecto, con tal enunciado se viene a dar una muestra de impotencia política más que otra cosa (¿tanto ha claudicado El País ante sus propios orígenes? ¿tan entregados están al proyecto neoliberal?). Ante la bancarrota total que agrieta las bases constitucionales del propio régimen (en vano apuntalado por la reforma constitucional del verano), los líderes de la opinión progresista impresa (sit tibi terra levis Público) apenas se les ha ocurrido nada mejor que intentar que el marco interpretativo del "mileurismo" continúe siendo el "marco interpretativo de referencia" (masterframe) de la sociedad. El problema es doble, habida cuenta de que el otro día reconocían nada menos que "el hundimiento de la clase media europea" (¡Ahí es nada!).
La cruda realidad de la vida cotidiana de millones se obstina en probar que la operación discursiva del "mileurismo" como ideología (como falsa consciencia de la precariedad y la pobreza) ha fracasado: el paro, la explotación, la corrupción, etc., desbordan la mentira de una promesa de modernidad que implementa desde hace tres décadas el proyecto común del PP y del PSOE. Ya no son los hijos de los otros, sino los propios quienes padecen los efectos de esa generación narcisista nacida con la democracia liberal; una generación a la que todo fue demasiado fácil y que por su propio egoismo sólo se quiere reconocer en el lujo de los suplementos dominicales, ese país de fantasía al que huyen cuando escapan de la pobreza en las calles.
Tal vez los hijos de la derecha todavía se crean a salvo. Pero sus padres operan hoy sobre su futuro la misma hipoteca de los socialistas: la única diferencia es que ahora les llega a ellos el turno en la hipoteca del futuro de la sociedad. Con ello no hacen otra cosa que agrandar las fisuras que resquebrajan el régimen y conferir con ello más y más sentido a la máxima condorcetiana: "a cada generación, su Constitución". El 15M fue la primera sacudida, todavía pacífica. El volcán toquevilliano, sin embargo, sigue calentándose a nuestros pies...