divendres, de març 30, 2012

[ es ] Suma y sigue: el ciclo de la huelga prepara el #12M15M

Versión en castellano del artículo escrito a cuatro manos con Carlos Delclós


De manera muy predecible, la mayoría de la cobertura de los medios neoliberales sobre las huelgas generales del 29M se centran en los daños a la propiedad privada y mobiliario urbano que protagonizaron las protestas de la tarde en Barcelona, cuando cientos de ciudadanos encapuchados prendieron fuego a varios bancos, la central de MoviStar, un Starbucks, El Corte Inglés y el Espai Cultural de Caja Madrid.  No es casual que los representantes conservadores de nuestras instituciones en erosión recurran desesperadamente a términos como instinto criminal para pintar las protestas como una forma de violencia.  Enfrentados por una situación en la cual la destrucción de propiedad gana legitimidad, y habiendo agotado el discurso del miedo y la amplificación de la escala de represión en las semanas previas a las movilizaciones, lo único que les queda para criminalizar a personajes protofascistas como Felip Puig es criminalizar ese instinto humano que valora la vida por encima de la propiedad.

Estos esfuerzos por dividir a la ciudadanía con un debate abstracto sobre la violencia chocan con la realidad de lo que ocurrió ayer en todo el estado español y lo que lleva ocurriendo aquí en los últimos meses.  Ciertamente hubo varios actos de violencia dirigida hacia las personas a lo largo de la jornada del jueves, pero ninguno protagonizado por los manifestantes.  En Torrelavega, un empresario atacó a una piquetera con un cuchillo.  En Euskadi, la Ertzaintza ha dejado a un chico de 19 años en la UCI en estado grave tras reducirle a porrazos y dispararle a bocajarro en la cabeza con una bala de goma.  En Barcelona, 20 personas fueron heridas por las balas de goma de los Mossos d’Esquadra, un joven ingresó en el Hospital del Mar con el bazo reventado y un hombre ha perdido un ojo.  Y a escala mayor, los bancos españoles y su gobierno cómplice echaron a 58.200 familias de sus casas en el 2011, sin apoyo y endeudadas con intereses.

El hecho (y lo que aterroriza a la elite española) es que las huelgas del jueves han sido un nuevo éxito de la política de movimiento. Que los ayuntamientos en manos de los conservadores hayan optado por encender la luz durante el día con el único objeto de intentar menguar las estadísticas que prueban la parálisis total del país es la mejor prueba. Manipulan de manera burda hasta las más elementales reglas de juego.
Pero si hemos dicho “huelgas” y no “huelga”, en singular, es porque, en realidad, esta huelga ha sido doble. Por una parte ha sido la huelga general convocada por los timoratos sindicatos españoles, siempre prudentes a la hora de convocar a la movilización social y que durante las últimas décadas han dejado la iniciativa a sucesivos gobiernos y partidos. Pero, por otra parte, también ha sido una huelga otra; una forma emergente de repertorio de acción colectiva que apenas ha comenzado a dar sus primeros pasos, pero que como hemos podido ver desde la anterior huelga del 29S madura a gran velocidad.

En efecto, la huelga general sindical está viendo emerger otro tipo de huelga: la huelga metropolitana del precariado, animada por redes de activistas que no han cesado de formarse, de agregarse, de recombinarse en los últimos meses. Este otro tipo de huelga ha desbordado el viejo repertorio de la parálisis del transporte, del paro fabril, del colapso de la producción provocado desde los centros de trabajo y  ha puesto de relieve otro repertorio concurrencial, innovador, dinamizador y capaz de proyectar sinérgicamente la política de movimiento más allá de sus formas tradicionales: centros universitarios ocupados desde el lunes para reforzar los bloqueos del transporte, huelgas de consumo, piquetes metropolitanos de jóvenes, migrantes, mujeres o gente mayor y el anonimato al estilo black bloc que facilitó esa destrucción de propiedad (incluyendo el pequeño robo de una sala de bingo).  La riqueza desplegada una vez más por esta multitud no conoce las limitaciones institucionales de la acción social concertada que en su día se instituyó con los Pactos de la Moncloa.

El progreso del nuevo repertorio no es fácil, todavía no está institucionalizado y apenas alcanza a definir una estrategia común. Por si fuera poco, la izquierda tradicional, tras años de resistencialismo y posiciones defensivas, no pocas veces lo ha atacado de manera visceral, ideológica, carente de alternativas que ofrecer más allá de la hegemonía que ha mantenido sobre el trabajo representado en las negociaciones (cada vez más distante y menos representativo del trabajo real). No importa, la ola de movilizaciones prosigue con éxito un camino que deja ya una estela de éxitos: el 29F, el 17N, el 15O, el 15M, el 29S…
Esta ola es imparable. No al menos mientras el régimen político no cambie de rumbo. Nada apunta a que será así. Ya en verano el mando blindó el régimen contra cualquier posibilidad modificando la Constitución de 1978 para poner el pago del déficit por encima de los derechos de los ciudadanos por medio del pacto entre el partido socialista y el partido popular. A pesar de la persistente reivindicación del 15M para modificar la ley electoral, los grandes partidos, obscenos beneficiarios de esta lógica, están dispuestos a seguir manteniendo esta piedra angular del mando mientras sea posible.

A día de hoy, la única oposición de masas disponible al pueblo es en sus calles.  Sólo la movilización en la calle, la emergencia de nuevos actores, la disociación y el distanciamiento entre la constitución formal del gobierno y la constitución material de la sociedad, abren una posibilidad con futuro. La ruptura del régimen y la instauración de un régimen alternativo es cada día menos el deseo ideológico del revolucionario y más el imperativo de la situación cotidiana de la gente corriente. Quien quiera trabajo tendrá que organizarse en una cooperativa.  Quien quiera aprender tendrá que organizarse su propia universidad alternativa.  Quien quiera informarse tendrá que recurrir a los medios alternativos.  Y quien quiera obtener cultura tendrá que compartirla. Este es el régimen político del común que progresa a día de hoy en las calles y que veremos en las instituciones alternativas de mañana.

[ en ] General strike marks another step forward for indignados

The major success of Thursday’s general strike in Spain hails the maturation of the movement and the emergence of a new type of networked labor action. 

by Raimundo Viejo and Carlos Delclos for ROARMAG


Predictably, most of the neoliberal media’s coverage of the general strikes in Spain focuses on the targeted property damage that took place during the protests in Barcelona, where hundreds of masked citizens seriously damaged several major banks, a Starbucks and the Opus Dei-related, upper-class hypermarket El Corte Inglés. It is no mistake that conservative representatives of that country’s eroding institutions are resorting to desperate terms like “criminal instinct” in order to paint the protests as some form of violence. Faced with a situation in which property destruction is increasingly accepted as legitimate, and having exhausted their repertoire of fear-inducing discourse and repressive measures in the weeks prior to the mobilizations, the only thing left for a proto-fascist like Felip Puig (the Catalan Minister of the Interior) to criminalise is that human instinct which favours life over property.

These attempts to divide citizens through an abstract debate over “violence” clash with the reality of what took place all over Spain yesterday, and what’s been happening in that country in recent months. There were certainly a number of violent acts directed towards people on Thursday, but none of them were carried out by protestors. In Torrelavega, Cantabria, a shop owner attacked a picketer with a knife. In the Basque country, a 19 year old was left in the ICU with serious head injuries after the Ertzaintza (Basque national police) beat him down with clubs and fired a rubber bullet into his head from point-blank range. In Barcelona, 20 people were injured by rubber bullets, one 22 year old is in the hospital with a ruptured spleen and one man lost an eye. And on a broader scale, Spanish banks and their complicit government kicked 58.200 families out of their homes in 2011 alone, with no support and heavily indebted (since foreclosures in Spain do not pay off mortgage debts and, in fact, simply increase interest rates).

The fact of the matter, and what is so terrifying to Spain’s elite, is that Thursday’s strikes were another success for movement-based politics. The ruling Partido Popular proved this when the city governments in their control chose to turn the streetlights on during the day to offset the effects of the strikes on energy consumption (the indicator by which strikes tend to be measured in the media). They also demonstrated how clumsily they manipulate the basic rules of the game.
 
Yet, when we say “strikes” and not the singular “strike” it is because, in reality, this general strike contained two different types of strikes. On the one hand, it was a traditional general strike called for by the often timid mainstream labour unions, which are generally prudent to a fault when it comes to mobilizations and have, over the course of the last three decades, allowed successive governments and parties to take the lead in the bargaining process over labour rights. On the other hand, it also contained an emerging form in the repertoire of collective action which has only recently begun to take its first steps, but which, if we look back to the previous general strike of 29 September 2010, appears to be maturing remarkably fast. What we see is that the general union strike is giving birth to another kind of strike: the metropolitan strike, protagonised by the precariat and animated by networks of activists who are constantly learning, aggregating and experimenting with a variety of tactics.

The metropolitan strike goes beyond the old repertoire of transport paralysis, factory paralysis and the collapse of production from inside the workplace to reveal another innovative and dynamic repertoire that is capable of synergistically projecting movement-based politics beyond their traditional forms and achievements: strategically located universities had been occupied since Monday to strengthen transport blockades, a consumption strike which gave people who couldn’t strike a chance to participate, metropolitan picket lines made up of women, youth, immigrants or senior citizens, and black bloc-style anonymity facilitating targeted property destruction (including the a small-scale casino heist) all contributed to the success of 29M. Once again, the tactical richness of a multitude that ignores the institutional limitations of the concerted social action favoured by mainstream unions proved surprisingly effective (surprising, at least, to the ruling elite).

The evolution of this new repertoire is no easy task. It has yet to be institutionalized or clearly define a common strategy. And the traditional left, after years of focusing on resistance and defensive positions, has on many occasions viscerally and ideologically attacked these types of actions without offering any alternatives beyond those traditional forms of action and representation over which they maintain a certain hegemony. But this matters less and less, and the wave of mobilizations continues to leave a trail of successes in its wake: the 29F and 17N educational mobilizations, the 15O global day of action, the birth of the indignados movement on 15M and the general strike and Bank of Spain occupation of 29S are just some of these landmark moments of its still recent history.

This wave is unstoppable, at least as long as the political regime does not change course, which doesn’t seem likely. In fact, this past summer the Partido Socialista and Partido Popular agreed to shield the regime against all possibilities of change by modifying the Constitution of 1978 to include a balanced budget amendment that was not submitted to public debate or referendum. Despite the indignados’ persistent calls for a substantial modification of electoral law, the ruling parties, obscene beneficiaries of the status quo, are apparently willing to uphold this fundamental component of their dominance for as long as possible.

In effect, the only form of mass opposition available to people in Spain is in the streets. Through mobilization, dissociation and the emergence of new types of actors, distances are opening up between the formal constitution of the government and the material constitution of society to reveal new possibilities for the future. As each day passes, breaking with the current regime and establishing an alternative are less the ideological desires of revolutionaries and more an issue of necessity for the average person in light of the dire circumstances they face daily. Those who wish to work will have to do it through cooperatives. Those who wish to learn will have to organize their own alternative universities. Those who wish to inform themselves will have to look to the alternative media. And those who wish to have cultural goods will have to share them. This is the politics of the common that we saw in action in our streets today, and which we will see in the alternative institutions of tomorrow.

dijous, de març 29, 2012

[ es ] Suma y sigue

El ciclo de la huelga prepara el #12M15M


Las huelgas han sido un nuevo éxito de la política de movimiento. Que los ayuntamientos en manos de los conservadores hayan optado por encender la luz durante el día con el único objeto de intentar menguar las estadísticas que prueban la parálisis total del país es la mejor prueba. Manipulan de manera burda hasta las más elementales reglas de juego.

Pero si hemos dicho “huelgas” y no “huelga”, en singular, es porque, en realidad, esta huelga ha sido doble. Por una parte ha sido la huelga general convocada por los timoratos sindicatos españoles, siempre prudentes a la hora de convocar a la movilización social y que durante las últimas décadas han dejado la iniciativa a sucesivos gobiernos y partidos. Pero, por otra parte, también ha sido una huelga otra; una forma emergente de repertorio de acción colectiva que apenas ha comenzado a dar sus primeros pasos, pero que como hemos podido ver desde la anterior huelga del 29S madura a gran velocidad.

En efecto, la huelga general sindical está viendo emerger otro tipo de huelga: la huelga metropolitana del precariado, animada por redes de activistas que no han cesado de formarse, de agregarse, de recombinarse en los últimos meses. Este otro tipo de huelga ha desbordado el viejo repertorio de la parálisis del transporte, del paro fabril, del colapso de la producción provocado desde los centros de trabajo y ha puesto de relieve otro repertorio concurrencial, innovador, dinamizador y capaz de proyectar sinérgicamente la política de movimiento más allá de sus formas tradicionales: centros universitarios ocupados desde el lunes, huelgas de consumo, piquetes metropolitanos de jóvenes, migrantes, mujeres o gente mayor, la riqueza desplegada una vez más por esta multitud no conoce las limitaciones institucionales de la acción social concertada que en su día se instituyó con los Pactos de la Moncloa.

El progreso del nuevo repertorio no es fácil, todavía no está institucionalizado y apenas alcanza a definir una estrategia común. Por si fuera poco, la izquierda tradicional, tras años de resistencialismo y posiciones defensivas, no pocas veces lo ha atacado de manera visceral, ideológica, carente de alternativas que ofrecer más allá de la hegemonía que ha mantenido sobre el trabajo representado en las negociaciones (cada vez más distante y menos representativo del trabajo real). No importa, la ola de movilizaciones prosigue con éxito un camino que deja ya una estela de éxitos: el 29F, el 17N, el 15O, el 15M, el 29S...

Esta ola es imparable. No al menos mientras el régimen político no cambie de rumbo. Nada apunta a que será así. Ya en verano el mando blindó el régimen contra cualquier posibilidad modificando la Constitución de 1978 por medio del pacto entre el partido socialista y el partido popular. A pesar de la persistente reivindicación del 15M para modificar la ley electoral, los grandes partidos, obscenos beneficiarios de esta lógica, están dispuestos a seguir manteniendo esta piedra angular del mando mientras sea posible.

De hecho, sólo la movilización en la calle, la emergencia de nuevos actores, la disociación y el distanciamiento entre la constitución formal del gobierno y la constitución material de la sociedad, abren una posibilidad con futuro. La ruptura del régimen y la instauración de un régimen alternativo es cada día menos el deseo ideológico del revolucionario y más el imperativo de la situación cotidiana de la gente corriente. Quien quiera trabajo tendrá que organizarse en una cooperativa, quien quiera aprender tendrá que organizarse su propia universidad alternativa, quien quiera obtener cultura tendrá que compartirla. Este es el régimen político del común que progresa hoy en las calles.

dimarts, de març 20, 2012

[ es ] El 29M del 99%


Artículo escrito para el boletín informativo especial sobre el 29-M de IU-Don Benito (Extremadura). El boletín se puede descargar on-line.



La convocatoria de la huelga general del 29M está suscitando reacciones encontradas entre los trabajadores. Por una parte, esta huelga llega, como las anteriores, demasiado tarde. Su eficacia es puesta en cuestión incluso sabiéndose un éxito de participación y ello desgasta, tanto más si cabe, a los sindicatos que han convocado; a desgana, a destiempo y forzados por la presión social.

Por otra parte, el 29M de los sindicatos sólo reviste un interés parcial en el escenario del conjunto de luchas sociales en que estamos inmersos, a saber: la reforma laboral. En un país donde miles de familias son desahuciadas día a día, en el que se acomete la privatización de servicios públicos tan fundamentales como la sanidad o la educación o donde la corrupción del estamento político campa a sus anchas, convocar contra la reforma laboral se arriesga a ser una grave falsificación de la situación real que atravesamos.

Ciertamente, la convocatoria de huelga general puede prestarse a interpretaciones diferentes y debe ser interpretada, de hecho, de manera distinta si lo que se quiere es que realmente tenga un efecto a medio plazo sobre la inversión del equilibrio de fuerzas que hace posible la implementación del proyecto neoliberal. Para quien vive del trabajo precario, la reforma laboral apenas supone, en realidad, la formalización en ley de lo que ya es la relación de explotación cotidiana.

Con la que está cayendo, urge pensar e intervenir el 29M desbordando los cauces previstos, a la manera en que las acampadas superaron las previsiones de Democracia Real Ya tras la manifestación del 15M. Se trata de abrir un proceso participativo mucho más amplio, a la manera del 15M, en el que se cuestione a fondo el proyecto neoliberal, el modelo productivo, el funcionamiento de la democracia, etc. El 29M no es cuestión ya de una huelga general contra una reforma laboral: ha de ser una huelga política; una jornada de ruptura contra el régimen a favor de una democratización efectiva.

diumenge, de març 18, 2012

[ es ] Píldoras antagonistas, 3: que el miedo cambie de bando


De entre los múltiples lemas que se hicieron célebres a raíz del 15M, el que dice “hemos perdido el miedo” destaca en el contexto prehuelguístico actual. Otras proclamas coreadas por la multitud, a la manera del “no nos representan”, tal vez identifiquen más rápidamente la ruptura con el régimen liberal en que vivimos. “Hemos perdido el miedo”, sin embargo, destaca por sus implicaciones estratégicas.

Y es que el mando sobre la sociedad que hace posible el proyecto neoliberal se funda, precisamente, en el miedo. Más en el miedo que en la violencia, incluso. El miedo comporta algo primigenio que falta a la violencia. La violencia es una realidad política de segundo orden comparada con el miedo; su única finalidad es la de inspirar miedo.

Tener miedo es algo que nos acompaña desde siempre, es algo que está presente ya en el animal que somos. Sólo las instituciones del mando han conseguido con el paso de los siglos extirpárselo a los privilegiados inspirándoselo a los oprimidos. Es una ecuación que sigue operando hoy y sirve con gran éxito de resultados.




No es de sorprender, por tanto, que la afirmación “hemos perdido el miedo” preocupe más secretamente que el “no nos representan” (¿acaso quieren representarnos?). Con el miedo no pasa como con la representación. El representante puede prescindir de representar no ya a toda la sociedad, sino, simplemente, a una mayoría de la misma. Con que consiga representar a (y/o recabar el apoyo electoral de) una minoría suficiente ya puede nombrarse “representativo”.

Pero ¿representativo de qué? Al fin y al cabo, pocos de entre los gobiernos de las democracias liberales son socialmente mayoritarios. Tan sólo lo suelen ser electoralmente. Muchas veces ni eso. Y ello gracias a la paradoja de ser representantes de un cuerpo social (el llamado “pueblo”) cuya representación consiste precisamente en expulsar de la misma a una parte del todo que se dice representar.

El dispositivo de la representación política no se acaba aquí. De hecho, se perfecciona por medio de mecanismos más o menos sutiles con los que se tamizan las preferencias hasta producir un agregado conveniente al buen funcionamiento del mando. Tal ha sido y es la labor de la ley electoral y sus engranajes (y muy particularmente la ley de d'Hondt).

Pero si ya desde el análisis más somero se hace evidente el problema de la representación, la importancia decisiva de la cuestión del miedo resulta tanto más evidente tan pronto se atreve uno a plantearla. Henos aquí, precisamente, ante el problema mismo: atreverse a plantearla. Vencer el miedo a hablar es ya el primer problema teórico con el que nos confronta y desvela, por eso mismo, la relevancia del lugar de enunciación desde el que se formula la cuestión:

¿Quien puede hablar de miedo?

La respuesta es sencilla: quien atemoriza. El mando no cesa de hacerlo. El mando habla de terror, de terrorismo, de terroristas. Identifica al “enemigo” y hace a este responsable del miedo que insufla. Lo consigue con la paradójica ventaja de que, en su posición ilocucionaria desde el lugar que ocupa—, consigue a un tiempo y con sólo nombrar el miedo (el “terror”), hacer que este brote en quien desea que obedezca. Así funciona, desde siempre, el poder en su acepción funcionalista, el poder como dominación, el poder como ventaja en la acción que se deriva de la intimidación.

No hace falta gran imaginación para visualizar esto que decimos. Baste con evocar aquí el poder del consejo del padrino mafioso, el poder de la sugerencia indebida del jefe de recursos humanos al contratado temporal, el poder del denunciante potencial del sin papeles, el poder del amigo que te mete en un despacho y te advierte de la posición en que “otros” te ponen por tu propia osadía, por tu inconsciencia, por tu simple no recordar el miedo que deberías recordar. Miedo, siempre miedo.


La fenomenología del miedo es hoy tan compleja, extendida y eficaz como lo es la fragmentación del cuerpo social sometido al trabajo. Si queremos vivir en una sociedad sin miedo urge que el miedo cambie de bando. Es el primer paso: la confrontación antagonista que desplaza sobre las agencias de mando el riesgo, la percepción del daño inminente en caso de vulnerar los derechos sociales.

Pero no llega sólo con ello. Al tiempo que se consiga que el miedo cambie de bando debe cambiarse también la concepción de la política como dominación por una política como cooperación. De nada vale el movimiento más revolucionario si acaba en dictadura (en el miedo como paradigma de gobierno). 

Además de cambiar el miedo de bando, se ha de destruir la posibilidad del miedo. Es preciso que la liberación del miedo permita la producción de instituciones fundadas en la simbiosis, el federalismo y la cooperación. Sólo así, se podrá instaurar el régimen político del común de manera duradera.


divendres, de març 16, 2012

[ es ] Píldoras antagonistas, 2: transición a la cleptocracia



La democracia, nos recuerda Charles Tilly en Democracy, no es un estado de cosas inmutable. No es un régimen político que, una vez instaurado y formalizado en una Constitución, permanezca invariable a lo largo de las décadas. Incluso en los contados casos en que los regímenes democráticos superan las pocas décadas de vida (en general no suelen alcanzar el siglo), experimentan profundas transformaciones que resultan de la tensión entre dos fuerzas contrapuestas: la democratización y la desdemocratización. Nada hay más falso, por tanto, que considerar que en 1978 fue restaurada la democracia en el Reino de España y que, por consiguiente, nada hemos de temer en adelante. 

Aún es más: el riesgo de la involución desdemocratizadora no sólo es una posibilidad. Entre nosotros constituye un hecho innegable; una tendencia que, además, se está reforzando peligrosamente en los últimos tiempos. De continuar así, pronto no se podrán satisfacer ni los mínimos exigidos por las definiciones menos exigentes de democracia (aquellas que bajo la etiqueta de "minimalistas", apenas piden de un régimen democrático que sea otra cosa que un régimen con elecciones libres y competitivas bajo un Estado de derecho y poco más). 

La desdemocratización de la democracia ha estado presente entre nosotrxs desde 1978. Ataques como los GAL, la Ley Corcuera, los casos de corrupción (pasados y en curso), la ley de partidos, las torturas sistemáticas de las fuerzas policiales, así como un larguísimo etcétera de despropósitos del estamento que nos malgobierna demuestran una tensión permanente contra la voluntad social mayoritaria de vivir bajo un marco democrático. Nada de esto es extraño ni nuevo; y basta con leerse el prólogo de El príncipe, para observar como la tensión entre el cuerpo social y el poder soberano se encuentran, ya desde el comienzo de la modernidad, en el centro de la definición de lo político.

El progreso de la desdemocratización

Los últimos episodios de esta tensión antagonista que cuestiona, a la vez que configura (bien que en negativo) el diseño institucional del régimen, nos son muy familiares. Recientemente, por ejemplo, el juez ha decidido archivar las legítimas denuncias ciudadanas contra la abusiva y desdemocratizadora intervención policial de Plaça Catalunya que siguió a la acampada (democratizadora) del 15M. La orientación que se marca con ello es bien clara; el fiel de la balanza apunta claramente a favor de la desdemocratización. Y no es, ni mucho menos, la primera (ni a buen seguro la última) sentencia en este sentido.

Pero tampoco es menos desdemocratizador, por ejemplo, la manera en que reformó el verano pasado la Constitución para blindar las políticas económicas neoliberales. O la forma en que el Tribunal Constitucional recortó el Estatut de Catalunya, como si ejerciese de cuarta cámara y como si fuese su tarea inmiscuirse en las funciones del legislativo quebrando la más elemental separación de poderes. Los ejemplos, en fin, podrían multiplicarse de manera preocupante.

Así las cosas, ¿dónde se encuentra el límite de la desdemocratización? Si traspasamos la frontera de la democracia ¿hacia dónde vamos? ¿qué forma adoptará el régimen que seguirá a la democracia? ¿cuál será la constitución material sobre la que se funde? No son preguntas fáciles, ni de respuesta inmediata o breve. Pero una palabra parece apuntar aquí al nudo gordiano: cleptocracia.


El régimen por venir

La primera vez que recuerdo haber escuchado esta palabra fue en un debate en la televisión alemana en alusión a la Serbia de Milosevic. Entonces me pareció terrible. Sonaba realmente grave, con una expresividad inquietante y que me evocaba al cine de Kusturica, Paskalevic y otros cineastas que por entonces nos habían mostrado el vientre pestilente del Leviatán balcánico.

Con todo, lo que nunca pensé entonces es que este significante podría adquirir un significado propio, cruel y muy real en nuestro contexto político inmediato. Cierto es que, por aquel entonces ya conocíamos los casos de Filesa, Guerra, Roldán, Naseiro, etc., etc. Sin embargo, por aquel entonces, la corrupción solía ser la antesala de la derrota electoral, del fin de una carrera política o de alguna modalidad de penalización cualquiera.

Lo sorprendente de un tiempo a esta parte, es que parece que la corrupción es prerrequisito del éxito político: Millet, Camps y demás escándalos de los últimos tiempos no sólo no han impedido ganar las elecciones a los partidos de los corruptos, sino que en alguna ocasión (así, por ejemplo, Millet) han recibido un trato cuando menos cuestionable de la justicia o (así Camps) han salido incluso absueltos a pesar de lo evidente.


Un cambio cualtitativo

No son ejemplos desafortunados, no son una coyuntura. Si son casos excepcionales es precisamente porque la excepción y no la norma se hace ley, porque se socavan los cimientos de las instituciones, porque se opera una lógica destituyente cuya finalidad última es instituir prácticas (primero informales, pero luego capaces de operar cambios efectivos en el diseño institucional) que terminan cambiando la naturaleza última de una democracia liberal como la pergeñada en la Transición y constitucionalizada en 1978.

Y de esta suerte, hoy vemos como la reforma constitucional del verano, las reformas socialistas de las pensiones y la edad de jubilación, la pasividad ante los deshaucios, la reforma laboral de los populares, un paro que bate récords y un sinfín de realidades que se van imponiendo imparables, van configurando un nuevo régimen: una democracia cada vez más defectuosa en la que resulta cada vez más difícil identificarse con las instituciones, creer en los procedimientos que articulan el régimen, en los valores a los que apela. Hay que ser muy ingenuo o un simple ideólogo para seguir llamando desafección a la actitud crítica con este estado de cosas. Si la calidad democrática está por los suelos, reivindicar una democracia real es sólo una prueba a favor de la democratización y no lo contrario (lo contrario es más bien el acto ilocucionario que pide fides al funcionamiento institucional que socava los propios fundamentos democráticos).

Pero el proceso destituyente en curso es sólo la primera parte de lo que está siendo ya la transición hacia un régimen postdemocrático; lo que sigue es la cleptocracia. Por tal se puede entender un régimen cuya finalidad última ya no es ni tan siquiera la de la democracia liberal. No se trata ya de la alternancia entre más influencia de la gestión privada o de la gestión pública. La cleptocracia consiste en poner directamente en manos privadas, por medio de decisiones ilegítimas, lo que otrora fueron recursos del común. O dicho de otro modo: no habrá un futuro gobierno progresista que nos devuelva lo que ahora se nos quita. El escenario de conflicto ha sido trasladado de dentro a fuera del régimen. Todo pacto social, todo pacto intergeneracional, todo pacto ecológico, ha sido roto en pos de la mayor estafa jamás orquestada.

dimarts, de març 13, 2012

[ es ] ¿Huelga general sindical o huelga metropolitana del precariado?

De entre los blogs que leo con mayor interés, el de John Brown es sin duda uno de los que más me consume las pestañas ante la pantalla del ordenador. En su último post, John Brown afirma con inusual valentía, y aún mayor autonomía intelectual, moral y política:
"Esta abierta voluntad que expresan las direcciones sindicales de plantear la cuestión de la hegemonía responde a la gravísima crisis de representación abierta por el 15M y los demás movimientos sociales concomitantes".
He ahí la clave de la presente coyuntura: la huelga general del 29M no sólo se organiza como plañidera reivindicación sindical ante el penúltimo ataque neoliberal, sino que, al tiempo, necesita articularse discursivamente contra el 15M, ejerciendo contra este los viejos tics izquierdistas de un Gramsci maldigerido y, sobre todo, de la cultura política autoritaria que en su día tan acertadamente diagnosticó la Escuela de Frankfurt.

Con los tiempos que corren últimamente, en los que las adormiladas izquierdas conservadoras parecen desperezarse (aunque sólo sea para mantener a salvo sus chiringuitos respectivos), la frase de John Brown no puede dejar de impactar a quien la lee (sobre todo, si la lectura es debidamente contextualizada y la orientación de su autor conocida). Y es que en los últimos tiempos, esa izquierda rancia y de intelecto mutilado que tanto abunda por tierras ibéricas, se desvive por las redes sociales pidiendo a Democracia Real Ya (DRY) que se posicione en favor de la Huelga General con no menor fervor militante del que Mayor Oreja y Rosa Díez --pongamos por caso-- pedían a la izquierda abertzale una condena de ETA. 

Y yo me pregunto: ¿de dónde esta necesidad de obligar a que DRY se exprese sobre este tema? ¿de dónde este auto de fe de inspiración inequívocamente autoritaria e inquisitorial contra la plataforma que con tanto éxito invocó a la multitud el 15 de mayo pasado? ¿de dónde la necesidad de forzar la subordinación de unas redes sociales (aquellas que se articularon el 15M) a la estrategia de las grandes centrales sindicales y, más en concreto, a la de sus alas más o menos izquierdistas y más o menos lideradas desde partidos y grupúsculos más o menos sectarios?

Todo esto huele a miedo; a un tremendo, cobarde y esperpéntico miedo; al miedo a constatar que se está perdiendo inexorablemente la hegemonía sobre el trabajo y su representación; y ello, claro está, ante el miedo, más grande aún si cabe, de reconocer al fin que se lleva ya más de tres décadas perdiendo la guerra frente al capital, batalla tras batalla, reforma tras reforma, huelga general tras huelga general. 

Pero si hasta ahora daba miedo esto último, la izquierda tradicional(ista) contaba al menos con la compensación del régimen que le permitía saberse en la confortable posición de quien vive de representar la externalización del esfuerzo colectivo sobre las espaldas ajenas. El problema es que el chollo se acaba y la vieja lección del pastor anti-nazi, Martin Niemöller, se traslada hoy al mundo laboral con todo su dramático efecto. La versión actual del apotegma niemölleriano vendría a decir algo así: 
"primero fueron los migrantes y no hice nada, luego atacaron a los jóvenes, y tampoco moví un dedo; más adelante, se ensañaron con las mujeres, y seguí sin inmutarme; ahora vienen por nosotros, varones, asalariados fijos, con papeles, pensión, derechos laborales..., pero ya no hay nadie para luchar a nuestro lado".
En numerosas ocasiones antes que ahora hemos insistido, a menudo con un acierto que a más de uno pareció profético (pero que en realidad sólo era honestidad intelectual ante la propia experiencia personal), en que estamos viviendo una época de transición hacia un contexto de mucha mayor tensión. En nuestros días, lo viejo (el sindicalismo de los Pactos de la Moncloa) no acaba de morir y lo nuevo (la política de movimiento) no acaba de nacer. Por eso observamos fenómenos tan morbosos como la arremetida del izquierdismo rancio contra DRY. 

No es otra cosa que el pánico de quien teme pensar, de quien busca referentes autoritarios para sustraerse a las preguntas terribles a que aboca una derrota histórica, de quien se ha pasado las tres últimas décadas negando una realidad que ahora se le echa encima de golpe. Por suerte, en el precariado estamos mejor preparado para la que se nos viene encima. Ya conocemos la precariedad en primera persona, la reconocemos nada más levantarnos cada día; ya sabemos que es vivir sin futuro, tener demasiado mes a fin de sueldo, haber olvidado el número de empleos por los que hemos pasado.

De hecho, lo primero que más nos sorprende a quienes siempre hemos vivido padeciendo la violación impune del marco laboral legal, es que alguien pueda tomarlo en serio como un marco de referencia en la resistencia del trabajo frente a los abusos del capital. Se nos dice: hay que parar la reforma laboral o las condiciones de "los trabajadores" empeorarán (como si el precariado no trabajase o no conociese ya ese empeorar sinfín). Nada más falso.

Las y los precarixs somos perfectamente conscientes de que la reforma laboral viene a establecer de jure lo que para nosotros hace tiempo que es una realidad de facto. Se nos ha utilizado como moneda de cambio en la implementación de privatizaciones, externalizaciones y demás; se han condenado nuestras carreras profesionales a cargar con los costes de una competencia desleal, falsa, ilegal, pero que se vendía (se sigue vendiendo, de hecho) como "excelencia"; se ha hipotecado nuestro futuro a la satisfacción de indicadores macroeconómicos y balances de empresa bajo los cuales nuestras existencias eran disueltas sin considerar por un momento los costes humanos, etc., etc.

¿Y ahora hemos de participar, disciplinadamente, encuadrados bajo el mando de la izquierda sindical en otra huelga-farsa más de las grandes centrales?

Lo que está en juego el 29M no es la relación de fuerzas entre el gobierno de la patronal y los sindicatos de los Pactos de la Moncloa. Lo que nos jugamos es la creación de un nuevo repertorio de acción colectiva que haga posible la producción de instituciones autónomas, de instituciones de, por y para el movimento. Como muchas veces antes, es hora de desbordar los marcos de un diseño institucional inoperativo para la mayoría más frágil, de romper con las estructuras de dominación que organiza el régimen de poder bajo el cual vivimos y de profundizar en las fisuras que abrió el 15M.

La huelga general, entendida como el repertorio de un trabajo representado en el sindicalismo de los Pactos de la Moncloa, es sólo el último capítulo en el fracaso de las organizaciones de la izquierda. Sin embargo, el contexto que producirá esta huelga general es idóneo para la experimentación de un antagonismo nuevo. La huelga metropolitana del precariado debe ser puesta en práctica. No es una fantasía ideológica. Se viene fraguando desde movilizaciones sectoriales como las universitarias o de la sanidad, pero debe ser proyectada más allá. 

El 29F el sindicalismo pactista volvió a traicionar al precariado metropolitano renunciando a la huelga anunciada en TMB-Metro y para la cual se había solicitado previamente la solidaridad y apoyo del precariado. Ahora volveremos a encontrarnos en un escenario en que, una vez más, se nos animará a masificar la convocatoria sindical, a servir de número en la habitual guerra de cifras para el espectáculo mediático, como si de bajas en una guerra se tratase. Así es la lógica militarista que impone el trabajo muerto y de la que debemos desertar en pos de la vida. El 29F la deslealtad sindical de TMB nos cogió por sorpresa. No volverá a suceder. 

La lección hoy está más clara todavía: hay que cortocircuitar la producción, paralizar los flujos, interrumpir los procesos de valorización a escala metropolitana. La organización desde los centros de trabajo se arriesga a enclaustrarse en los propios centros de trabajo (a la manera de los universitarios en el rectorado de la UB tras el 29F). El repertorio que puede operar a nivel sectorial, no necesariamente lo ha de hacer a nivel metropolitano. Es preciso tomar buena nota de ello. 

Con la huelga general se abre ante nosotrxs una estructura de oportunidad política que es preciso aprovechar. La huelga general no es el fin, ni el medio: es sólo un trampolín, un punto de apoyo para ir más allá. Tal y como lo fue en su día la manifestación de DRY el 15M (el 15M, de hecho, empezó justo después, cuando lo previsto por el repertorio de la manifestación fue desbordado por la multitud que acampó en las plazas).

Tengámoslo muy presente: durante una huelga general el régimen político (todo él) es frágil. Sin embargo, esta fragilidad no debe ser un paso previo al reajuste coyuntural de un equilibrio de fuerzas siempre adverso al trabajo (así, todas las huelgas generales desde el 14D, como poco). Hora va siendo de que cambiemos el chip y descubramos la potencia transformadora del espacio metropolitano como proscenio de luchas; hora va siendo que indaguemos que sucede si se detiene la metrópoli paralizando infraestructuras, organizando barrios; ocupando, por siempre, la ciudad...

diumenge, de març 11, 2012

[ es ] Píldoras antagonistas, 1: ¿"nimileurismo" o precariado?

Leo en El País la siguiente noticia: "Generación nimileurista". Cuando hace unos años la prensa progresista acuñó el término "mileurista" su intención ilocucionaria era clara: evitar que se hablase en los términos en que el MayDay y otras experiencias anteriores incluso ya estaban operando procesos de subjetivación antagonista, a saber, el discurso político de la precariedad (fue entonces y no antes que el significante "precario" cobró la fuerza expresiva de que hoy dispone). Por aquella época, la realidad del fracaso del sueño felipista se había estampado ya contra el durísimo muro de los efectos de las políticas neoliberales sobre las que se había forjado. Para quienes vivíamos en primera persona la fase aznariana de aceleración involucionista (así funciona la alternancia neoliberal: momentos de promesas-zanahoria socialistas combinados con las frustraciones-palo del Partido Popular).

Lo de el titular de hoy, sin embargo, no deja de ser sorprendente, al menos en parte, y más que nada por la sensación que transmite. En efecto, con tal enunciado se viene a dar una muestra de impotencia política más que otra cosa (¿tanto ha claudicado El País ante sus propios orígenes? ¿tan entregados están al proyecto neoliberal?). Ante la bancarrota total que agrieta las bases constitucionales del propio régimen (en vano apuntalado por la reforma constitucional del verano), los líderes de la opinión progresista impresa (sit tibi terra levis Público) apenas se les ha ocurrido nada mejor que intentar que el marco interpretativo del "mileurismo" continúe siendo el "marco interpretativo de referencia" (masterframe) de la sociedad. El problema es doble, habida cuenta de que el otro día reconocían nada menos que "el hundimiento de la clase media europea" (¡Ahí es nada!).

La cruda realidad de la vida cotidiana de millones se obstina en probar que la operación discursiva del "mileurismo" como ideología (como falsa consciencia de la precariedad y la pobreza) ha fracasado: el paro, la explotación, la corrupción, etc., desbordan la mentira de una promesa de modernidad que implementa desde hace tres décadas el proyecto común del PP y del PSOE. Ya no son los hijos de los otros, sino los propios quienes padecen los efectos de esa generación narcisista nacida con la democracia liberal; una generación a la que todo fue demasiado fácil y que por su propio egoismo sólo se quiere reconocer en el lujo de los suplementos dominicales, ese país de fantasía al que huyen cuando escapan de la pobreza en las calles.

Tal vez los hijos de la derecha todavía se crean a salvo. Pero sus padres operan hoy sobre su futuro la misma hipoteca de los socialistas: la única diferencia es que ahora les llega a ellos el turno en la hipoteca del futuro de la sociedad. Con ello no hacen otra cosa que agrandar las fisuras que resquebrajan el régimen y conferir con ello más y más sentido a la máxima condorcetiana: "a cada generación, su Constitución". El 15M fue la primera sacudida, todavía pacífica. El volcán toquevilliano, sin embargo, sigue calentándose a nuestros pies...

[ gz ] Carta aberta às gentes da Esmorga

Bemqueridxs companheirxs,

Conheço o vosso fenomenal projecto, desde os inícios da vossa intensa actividade, uns anos há. Nom cabe dúvida que neste tempo, desde A Esmorga contribuichedes a dar um grande pulo à umha sociedade galega tam necessitada de espaços autónomos, independentes dos poderes estatais e privados que levam décadas afogando o país. Sem projectos como o vosso, alguns de nós, forçados a migrar como tantxs outrxs antes de nós, rematariamos perdendo todo vencelho coa Terra. 

Seguramente, por sermos umha ausência (embora presente como tal) nas vossas vidas nom sejades conscientes da importáncia e do valor que tem o vosso trabalho para quem vivimos tam longe. É por isso mesmo que agora, após ter falado coas amizades que me tenhem ao tanto do que se passa por ai, escrevo estas linhas que gostaria de fazer públicas no maior dos respectos e agarimo.

O motivo de estas linhas nom é outro que o de manifestar-vos a minha fonda decepçom ao saber, tam só uns dias , que contades com invitar ao vosso centro a um pessoeiro como Carod-Rovira. A verdade é que ainda agora estou intentando acreditar no que leo: tam longe estamos? tam grande é a distáncia entre Galiza e Catalunya? Como pode ser possível que a estas alturas um centro social galego abra as portas a um defensor das piores atrocidades que se podem ter concebido contra o Género Humano? É que nom sabedes quales tenhem sido os posicionamentos públicos de esta pessoage contra Palestina? É que desconhecedes como tem favorecido o medre do sionismo dentro do catalanismo? 

Sei, pola recolhida de sinaturas que se tem organizado, que estades ao tanto do tema, polo que nom abondarei no que imagino está a ser um debate intenso e conflitivo. Gostaria de falar-vos embora desde a vossa própria naçom no exterior; como irmao que vive em Catalunya e que se sinte na obriga da solidariedade internacional com Palestina e todas as naçons oprimidas do mundo. E gostaria de faze-lo começando pola minha própria experiência pessoal, já que quando de este apologeta da violência de Estado (israeli) se tratar, resulta que me atopo de cheo num conflito que aliás de político é já direitamente pessoal. Ao cabo, mesmo se nom estades ao tanto, Carod-Rovira está a ser desde fai um tempo objecto da polémica no meu centro de trabalho.


Há uns meses, este político optou por convertir-se num exemplo do que se conhece como portas giratórias, isto é, políticos que no exercício do poder, aproveitam o seu status para resolver as suas carreiras pessoais com independência de todo respecto pola actividade civil que supom o exercício de um cargo público. Foi assi que, sem a menor das vergonhas, deu-nos um bon día a notícia de que se vinha para a nossa universidade numhas condiçons creadas ad hoc para ele mesminho. Suponho que umha cousa assi provoca-vos o mesmo rejeitamento que a qualesquer pessoa mínimanente demócrata e progressista (que tampouco se tem que ir para moito mais aló).

Mas puidera ser que o mesmo deconhecedes (os meios nom prestam tanta atençom à destruçom da universidade pública que à carreira de certos pessoeiros), que a universidade catalana em geral, e a UPF em particular, estam a ser objecto dos piores ataques conhecidos desde hai anos polos poderes privados. A resultas de estes ataques, 266 professores associados (entre os que me contarei) seram despedidos este ano sem maior gesto de atençom polo seu devir que umha missérrima message de correo-e de umhas poucas linhas. 

Isto nom é, porém, responsabilidade exclussiva do governo direitista que mora actualmente na Generalitat. Estes ataques, de feito, começarom já com um tripartito que permitiu, por exemplo, que as contractaçons ilegais medraram na UPF (e no resto de universidades catalanas) até porcentages espectaculares na mais absoluta das impunidades (e absolutamente ilegais de acordo com umha legilslaçom de seu direitista como é a LOU). 

Nom é difícil de comprender esta toleráncia da conselheria responsável (nas maos de Esquerra) para cos abusos ilegais da reitoria encabezada por Moreso (por demais responsável de umha gestom fortemente criticada estes dias nos meios). Vai de seu que o retiro de Carod-Rovira, tam generosamente financiado pola Caixa, apontam práticas que mesmo se nom se podem condear legalmente, deixam moito que desejar no terreo da ética mais elemental.

Com todo, o que realmente é mais difícil de comprender é que agora espaços como o vosso, que com tanto esforço forom construidos na perspectiva de fornecer à sociedade de um projecto emancipatório, regerador e democrático, poidam actuar de jeito tam ingenuo perante quem procura, co seu actuar, voltar a ganhar a confiança perdida (por certo, de jeito tam estrepitoso e rotundo como Esquerra baixo o mandato do vosso convidado). É possível que abonde um ano para esquecer o mal causado pola irresponsabilidade o vosso convidado?

Suponho que nom é precisso que vos explique a fonda decepçom que sinto nestes momentos e que estou a compartilhar nas redes sociais com tantas amizades que moramos na Galiza virtual. Desconheço que ganhades com umha actividade assi (mesmo se podo imaginar que certa sona nos meios da direita por mor da popularidade do pessoeiro como ogro fantasmagórico dos pesadelos neocons). Mas estou certo do moito que estades a perder. E nom acho que esté a falar, à vista do que se move pola rede, em termos exclussivamente pessoais. 

Enfim, nom sou quem de pedir-vos nada. Mas gostaria de pensar que a minha testemunha de migrante galego em precário, na diáspora, contribue à vossa reflexom como umha voz fraterna que vos chega de longe. Nem que dizer tem que se, aliás, modifica o que de seu é um erro descomunal, a vossa rectificaçom ainda viria a demostrar que a solidariedade das de embaixo é mais importante que o exibicionismo dos de enriba. Se ao longo dos tempos por vir somos quem de chegar a ser umha naçom livre, podedes contar que será a solidariedade nacional e internacional demostrada em momentos coma este a que remate marcando a diferência.

Graças pola vossa atençom e um grande, embora profundamente desilusionado, abraço.

Raimundo Viejo Viñas

(asinado este 11 de março de 2012, dia em que expira o meu contrato, após sete anos de trabalharem na UPF, polo efecto combinado da gestom do tripartito e os recurtes da direita)

[ es ] ¿Escribir al ritmo de un post diario?

En los últimos tiempos la infoesfera anda de lo más agitada. No puede ser de otro modo en el contexto de movilización actual. La fase alcista de la ola, largo tiempo esperada, ya está aquí. El 15M borró toda sombra de duda al respecto y ahora la cosa ya no es el qué (conseguir movilizar), sino el cómo (hacia dónde ir ahora que la multitud reivindica su papel protagonista en el proscenio público.


En esta situación parece que la disyuntiva se plantea entre dejar de conectarse a la infoesfera o acelerar el número de intervenciones. La ventaja de la primera opción, si se invierte en la movilización en la calle, sin duda es inmediata: masificación de las protestas, progreso de la ola de movilizaciones, etc. Sin embargo, sin la segunda opción, sin la escritura, la lectura, la actividad febril de blogs, redes sociales y demás, difícilmente las demostraciones de masividad podrán servir de gran cosa. La masividad ha sido prevista por el mando neoliberal desde hace tiempo (como mínimo desde aquel 14D de 1988); alimenta el giro securitario de la derecha, fortalece su agenda, pero no necesariamente cortocircuita de manera eficaz los procesos de producción de valor.




¿Cómo superar entonces esta disyuntiva paralizante desde la perspectiva de la lucha precaria? El 15M nos ha apuntado soluciones desde el terreno siempre fértil de la praxis. Contención en el esfuerzo movilizador y experimentación semiótico-repertorial. 

Por lo que hace a la primera, parece claro, con las últimas convocatorias sindicales de febrero (contra la reforma, en educación, etc.) y la huelga general por venir, que la cosa está más bien en externalizar los esfuerzos precarios sobre las estructuras de movilización que, finalmente, tras el 15M y otros ciclos menores (el 17N universitario, por ejemplo, las movilizaciones en la sanidad, etc.), se han acabado de activar. (Paradojas del universo categorial del mando: ha sido necesaria la victoria de la derecha, para la que la izquierda devenga izquierda, demostrando con ello que sólo existe un único mando, un único régimen). Carece de sentido hoy, en la perspectiva de alterar la composición social del antagonismo hacia la producción institucional autónoma e instauración subsiguiente del régimen político del común, aspirar a dar una batalla por la "hegemonía" en las estructuras de movilización que han sido creadas, están siendo creadas o se crearán, a los efectos de la nueva ola de movilizaciones. Dejemos esto a los grupúsculos de la extrema izquierda, tan autista y radical como se quiera a sí misma y confiramos prioridad a la producción de las instituciones del precariado.


Por lo que hace a la experimentación semiótico-repertorial resulta evidente que el oxígeno que confiere al movimiento su carácter multitudinario permite que las redes más activ(ist)as puedan centrarse en la innovación semiótico-repertorial. Algunas iniciativas interesantes han aparecido en escena en los últimos tiempos. Las jornadas Cómo acabar con el mal, sin duda son un buen ejemplo que animamos a co-financiar desde ya (¡quedan sólo 15 días!). Es preciso, con todo, que se enfatice y se tenga claro que la producción e innovación semiótico-repertorial no sólo depende de nuevas formas expresivas o agenciamientos antagonistas (significantes, gestos, etc.), sino también de otros lugares (loci) de enunciación o posiciones de emisor que evidencien una acertada cartografía de la ruptura constituyente a fin de evitar la captura ideológica por los dispositivos instituidos al efecto en la sociedad del espectáculo (museos de arte contemporáneo, suplementos culturales de los medios de distracción de masas, etc., etc.).


Así las cosas, cada vez parece más claro que la estrategia del precariado pasa por mantener una incesante actividad semiótico-repertorial disruptiva, ejercida sobre la base de la externalización del coste estructural de movilización en los soportes de la izquierda hegemonista, a fin de que sea posible operar el desequilibrio interno a la composición del trabao que hace viable el progreso eficaz y eficiente de las luchas antagonistas (el movimiento hacia la instauración del régimen político del común). Esto ciertamente ha de adquirir una expresión comunicativa operativa (lo que no es la función de este post, claro está). De ahí que en lo sucesivo nos urja una dedicación especial a la producción de pequeñas píldoras comunicativas o artefaktos semióticos aptos a la disrupción instituyente. Si el capital nos libera del trabajo para convertirnos en legión de reserva, aprovechemos el margen que todavía queda para favorecer los procesos de subjetivación que sienten las bases de un cambio efectivo.

dijous, de març 08, 2012

[ es ] Eficacia y repertorio



Un viejo relato obsesiona a la izquierda; es el relato de la Gran Revolución. Según este relato, una movilización social crecientemente organizada, encuadrada bajo una estrategia unitaria de conquista del poder y bajo el mando de una agencia antagonista (de preferencia un partido, aunque también valga un sindicato) logra hacerse con los recursos de poder que consiguen derrotar al neoliberalismo.

Bajo esta perspectiva, Grecia hoy se convierte en una fantasía y —como tal— en un formidable exterior constitutivo al servicio de la política identitaria. Al igual que la Italia de los operaistas, la Euskal Herria de los independentistas y otros ejemplos, Grecia deviene el terreno imaginario que nos permite escapar a la terrible sensación de impotencia a que aboca el relato de la Gran Revolución. Y es que si algo no soportan los partidarios de esta épica es el desolador salto entre las condiciones de poder efectivas bajo cuya opresión viven y la exigencia de cambiar todo de raíz.

Para entendernos: la Gran Revolución es algo así como el cuento de la buena pipa para la izquierda radical; la narrativa neurótica del éxito pretérito que —por ser tal— no se ha de verificar hoy. Su verdad se supone y de ella sólo se requiere que sea lo que es: un axioma. No obstante, para quienes ya hemos tenido que experimentar décadas de retroceso neoliberal, el problema no es, sustantivamente, epistémico ni psicológico, sino político: conseguir modificar las condiciones efectivas de poder bajo las que se implementa el neoliberalismo; y ello de tal suerte que sea posible instaurar una alternativa viable.

¿Cómo abordar entonces el exterior griego? ¿Cómo extraer lecciones útiles de su realidad-otra que no nos aboquen a proyecciones neuróticas de impotencia política? Es preciso invocar el principio de realidad frente a la fantasía; y con él —en política— la dura prueba de la eficacia. Sólo bajo un giro así podrán devenir cambio efectivo los inmensos esfuerzos que requiere hoy la acción colectiva a quienes participan en ella.

En el terreno de lo concreto esto último se ha de traducir en una evaluación realista de los logros políticos de las movilizaciones y éstos, habrá que recordar, no sólo se miden por el éxito de asistencia, sino por lo que se sigue de dichos éxitos que a veces son sólo eso (aunque no sea poco). Y es que las movilizaciones no deberían terminar el día de la manifestación o el día de la huelga. Resulta absolutamente prioritario, si se quiere empezar a cambiar las cosas, ver más allá de cada jornada de acción colectiva, más allá de cada ciclo de luchas, más allá incluso de cada ola de movilizaciones.

Llegados a este punto el debate se reabre de manera productiva: las huelgas —generales y sectoriales— se desmitifican a favor de la huelga metropolitana; el proselitismo partidista cede ante la cooperación entre singularidades irreductibles; la construcción de hegemonías internas se retira ante la confrontación agonística entre iguales, y la de hegemonías externas escapa a la disciplina de negociaciones y pactos entre élites... A resultas de todo ello, la política se redimensiona a una escala en la que la eficacia de la participación se hace asumible a medio plazo, permite producir las instituciones de la autonomía e instaurar, por ende, el régimen político del común (el del 99%). Es eso o persistir en un “contra el PP nos movilizaremos mejor” sin más sentido ni utilidad que la ya conocida: devolver el PSOE al poder con más o menos contrapeso de las izquierdas subalternas (de partido y sindicales).