En los últimos tiempos la infoesfera anda de lo más agitada. No puede ser de otro modo en el contexto de movilización actual. La fase alcista de la ola, largo tiempo esperada, ya está aquí. El 15M borró toda sombra de duda al respecto y ahora la cosa ya no es el qué (conseguir movilizar), sino el cómo (hacia dónde ir ahora que la multitud reivindica su papel protagonista en el proscenio público.
En esta situación parece que la disyuntiva se plantea entre dejar de conectarse a la infoesfera o acelerar el número de intervenciones. La ventaja de la primera opción, si se invierte en la movilización en la calle, sin duda es inmediata: masificación de las protestas, progreso de la ola de movilizaciones, etc. Sin embargo, sin la segunda opción, sin la escritura, la lectura, la actividad febril de blogs, redes sociales y demás, difícilmente las demostraciones de masividad podrán servir de gran cosa. La masividad ha sido prevista por el mando neoliberal desde hace tiempo (como mínimo desde aquel 14D de 1988); alimenta el giro securitario de la derecha, fortalece su agenda, pero no necesariamente cortocircuita de manera eficaz los procesos de producción de valor.
¿Cómo superar entonces esta disyuntiva paralizante desde la perspectiva de la lucha precaria? El 15M nos ha apuntado soluciones desde el terreno siempre fértil de la praxis. Contención en el esfuerzo movilizador y experimentación semiótico-repertorial.
Por lo que hace a la primera, parece claro, con las últimas convocatorias sindicales de febrero (contra la reforma, en educación, etc.) y la huelga general por venir, que la cosa está más bien en externalizar los esfuerzos precarios sobre las estructuras de movilización que, finalmente, tras el 15M y otros ciclos menores (el 17N universitario, por ejemplo, las movilizaciones en la sanidad, etc.), se han acabado de activar. (Paradojas del universo categorial del mando: ha sido necesaria la victoria de la derecha, para la que la izquierda devenga izquierda, demostrando con ello que sólo existe un único mando, un único régimen). Carece de sentido hoy, en la perspectiva de alterar la composición social del antagonismo hacia la producción institucional autónoma e instauración subsiguiente del régimen político del común, aspirar a dar una batalla por la "hegemonía" en las estructuras de movilización que han sido creadas, están siendo creadas o se crearán, a los efectos de la nueva ola de movilizaciones. Dejemos esto a los grupúsculos de la extrema izquierda, tan autista y radical como se quiera a sí misma y confiramos prioridad a la producción de las instituciones del precariado.
Por lo que hace a la experimentación semiótico-repertorial resulta evidente que el oxígeno que confiere al movimiento su carácter multitudinario permite que las redes más activ(ist)as puedan centrarse en la innovación semiótico-repertorial. Algunas iniciativas interesantes han aparecido en escena en los últimos tiempos. Las jornadas Cómo acabar con el mal, sin duda son un buen ejemplo que animamos a co-financiar desde ya (¡quedan sólo 15 días!). Es preciso, con todo, que se enfatice y se tenga claro que la producción e innovación semiótico-repertorial no sólo depende de nuevas formas expresivas o agenciamientos antagonistas (significantes, gestos, etc.), sino también de otros lugares (loci) de enunciación o posiciones de emisor que evidencien una acertada cartografía de la ruptura constituyente a fin de evitar la captura ideológica por los dispositivos instituidos al efecto en la sociedad del espectáculo (museos de arte contemporáneo, suplementos culturales de los medios de distracción de masas, etc., etc.).
Así las cosas, cada vez parece más claro que la estrategia del precariado pasa por mantener una incesante actividad semiótico-repertorial disruptiva, ejercida sobre la base de la externalización del coste estructural de movilización en los soportes de la izquierda hegemonista, a fin de que sea posible operar el desequilibrio interno a la composición del trabao que hace viable el progreso eficaz y eficiente de las luchas antagonistas (el movimiento hacia la instauración del régimen político del común). Esto ciertamente ha de adquirir una expresión comunicativa operativa (lo que no es la función de este post, claro está). De ahí que en lo sucesivo nos urja una dedicación especial a la producción de pequeñas píldoras comunicativas o artefaktos semióticos aptos a la disrupción instituyente. Si el capital nos libera del trabajo para convertirnos en legión de reserva, aprovechemos el margen que todavía queda para favorecer los procesos de subjetivación que sienten las bases de un cambio efectivo.