dimecres, de juliol 09, 2014
[ es ] Se necesita (urgente) tratado político de la generosidad
Vivimos meses, semanas e incluso días en los que la aceleración del tempo político nos descoloca. Hace falta cintura, pero que mucha cintura para afrontar sucesiones de alineamientos y realineamientos tan seguidas; para callar cuando escuchas cosas a quienes te encantaría devolver a algún momento pasado de su facebook (¿me pregunto si borrarán cosas que dijeron o sencillamente confían en que se queden en la noche de los tiempos y nadie acuda allí?). No hace falta menos cintura para sonreír a quien sabes que hasta hace poco te ponía verde por la espalda, a quien no para de trollearte, a quien pierde horas en resentimientos...
Pero lo que peor llevo (y creo que nunca, a pesar de tantos años, me acostumbraré a este chungo de la política) no es tanto es este tipo de hipocresía, de agresividad latente, de ambiciones oportunistas, cuanto querer dar y no poder, o para el caso (poco importa) ver querer dar y no poder. No sé de nadie, como no sea -intuyo- Spinoza, que haya teorizado el problema de la generosidad en política: si acaso el patriotismo, el sacrificio, el martiriologio o la abnegación militante. Pero no la generosidad.
Creo que nos falta (y mucho) para comprender políticamente la potencia de la generosidad. Sabemos y mucho, por Hobbes, Locke y toda la tradición del individualismo posesivo hasta Rawls, Berlin o Hayek, del egoismo. Y es que teorizar la generosidad cuesta lo suyo, para empezar, con la definición del propio locus de enunciación: ¿desde donde se habla la generosidad? ¿cuál es su antropología política (apunto, como siempre, hacia Althusius y su simbionte)? ¿qué forma institucional puede adoptar?
Resulta sintomático que hasta el más ignorante sepa apuntar al individualismo, al egoismo o al particularismo el origen de tantos problemas y, sin embargo, tan pocos piensen desde la generosidad. Incluso los más brillantes (así Paolo Virno, por ejemplo) han teorizado la potencia como ambivalencia inclinada a las tonalidades negativas (en el caso de su gramática de la multitud, el filósofo italiano apuntaba al cinismo y el oportunismo, como tonalidades inevitables).
Le doy vueltas y más vueltas y pienso que lo contrario de la generosidad no es tanto el egoismo como el miedo, o más exactamente el miedo a la soledad. Es este el que traduce las acciones individuales en agregados excluyentes, que difumina los contornos de toda institucionalidad hasta convertirlos en umbrales de la corrupción, que genera las lógicas de amistad y enemistad sobre las que luego se articula el campo de la distinción, el poder de nombrar y no ser nombrado, la instanciación del poder soberano. Quizá por la intensidad de estos días febriles en que nos hemos liado, quizá por la vorágine de exposición constante al otro desconocido por conocer (y al viejo conocido por desconocer) ando últimamente particularmente sensible a los gestos que rehuyen recoger la generosidad que otros demuestran.
No creo, en fin, que sea tanto una cuestión de reconocimiento. El buen liberal, o el progresista, o el enrollado de turno son perfectamente capaces de ofrecer reconocimiento; reconocimiento a cambio de trabajo, de apoyos, de poder... Aquello de lo que intento hablar con tan poca maña y, sin embargo, tanto esfuerzo, se llama generosidad. Y por tal no se trata tan solo de un dar sin esperar nada a cambio, también se trata de un saber recibir el exceso, el regalo; de incrementar lo común en común.
Tal vez el punto positivo a todo esto lo ponga el propio contexto que tanto ha hecho que me inquiete el tema de la generosidad. Intuyo que la parte de la fortuna, de la contingencia, de la apertura constituyente, tengan mucho más que ver en esto de la generosidad. Acaso sea esta la clave de adaptarnos a tiempos de tamaña fluidez. Hoy aquí, mañana allí. Y saberse al punto de no incurrir en las viejas prédicas del cambio de chaqueta, de la fidelidad doctrinal. Saberse en la entrega, entregándose; en el amor del tiempo, en la labor del dejarse llevar a donde quien se quiera dejar le lleve a uno.
Sin duda son tiempos para los generosos. Suyo es el kairós. Que dure...