diumenge, de març 29, 2015

[ es ] En el Mercat de Sant Antoni


 
Al constatar que el mercado del libro de segunda mano y ocasión ya no está allí donde apenas lo disfrutábamos hace un par de años, le entra a uno no tanto la nostalgia del tiempo que ya no volverá, cuanto el pánico por la barbarie urbanística que nos amenaza a lxs bibliófilxs en esta ciudad de marca, gentrificación y polarización social

Si no somos capaces de comprender hasta qué punto el medio intelectual depende de las prácticas de la vida corriente de la gente, del sostenimiento de los medios urbanos en que se adquieren habitus como el de dejarse pasar un domingo por el mercado del libro, mal vamos a poder plantar cara al poder del dinero, la turistificación y el consumismo.

No me parece concebible una política cultural que no esté encarnada en un cuerpo social simbiótico; una política que no habite las vidas de la gente como si solo pudiese venir de fuera, que no se desarrolle sino como enriquecimiento subjetivo frente a la lógica de exclusión que nos disocia de nuestros bienes culturales, como si de la compra de meras mercancías se tratase.

Visitar el mercado cada domingo no debería ser nunca una atracción turística, ni satisfacer un suministro de libros iguales los unos a los otros, como en las pilas de bestseller que se hacinan en las grandes superficies. 

En el mercado el libro se encuentra por azar, como una pareja o un tesoro. O mejor dicho: el libro (también) te encuentra a ti que no sabías que lo buscabas, aunque supieses que buscabas un libro. A fin y al cabo es también su historia la que le ha llevado a parar a tus manos, a desprender su olor de viejo en tus fosas nasales, a dejar en tus manos la aspereza de ese tacto, que de viejo, resulta tan suyo.

Pero nada de ello habría sido posible si no hubieses tenido previamente un hábito, la costumbre de dejarte caer por el mercado, a ver que se tercia. Me refiero a ese vagar sin ir a comprar, el derivar por las calles hasta dar con el enjambre de librerxs y buscadorxs de libros.

Desafortunadamente vivimos los tiempos de la cultura urbana amenazada; tiempos en el que la praxis vital se ve cortocircuitada, interferida por la mercantilización de todo. El libro no escapa a este peligro generalizado en la Barcelona de Trias y su imperio de la horterada. Es hora de recuperar la ciudad para regenerar el medio y la sociodiversidad en la que florece la cultura. Que llegue una, diez, mil primaveras para los libros y sus lectorxs!