Publicado en Diagonal, nº 241, pág.25 (05-03.2015)
Desde
la irrupción de Podemos y la abdicación del rey, las alarmas del
régimen se han disparado. Mientras la formación de Pablo Iglesias
se constituía en un inacabable proceso asambleario, el desafío
soberanista catalán era hecho implosionar desde dentro por Artur Mas
y los suyos, con la inestimable contribución, desde fuera, de los
partidos del régimen y el poder judicial. Rubalcaba se retiraba de
escena al cementerio de los elefantes y Pujol volvía al Parlament, a
explicarse por sus crímenes confesos.
Entre
tanto, la descomposición de la izquierda se iba precipitando. Tanto
el PSOE como IU pierden fuerzas y efectivos a medida que las
encuestas vuelven a situar Podemos como alternativa a Rajoy.Por si
fuera poco, desde el fiasco del 9N —que
iba para referendum y no llegó ni a proceso participativo—,
el soberanismo no levanta cabeza y se obceca en no querer leer, acaso
por un miedo inconfeso al poder constituyente, la potencia
antagonista del desafío que ha planteado Podemos al régimen
asumiendo el ejercicio efectivo de derecho a decidir.
Así
las cosas no sorprende que las CUP, en lugar de apostar por una
articulación en la mayoría por la ruptura, hayan preferido rechazar
la reconfiguración de alineamientos propuesta por Ada Colau (lo que
comportaba aceptar resituar a ICV en el tablero). Esta discrepancia
estratégica contiene una reflexión que data de siglos: a un lado,
quienes creen que los procesos políticos, cual capitales, son
acumulativos; al otro, quienes optan por abordar la cuestión del
poder desde la decisión. Huelga decir que, a día de hoy, defensores
de una y otra perspectiva estratégica pueden aducir mil argumentos.
Solo el tiempo y los resultados electorales dirán la última
palabra.
Encaramos
un 2015 llamado a ser histórico. Cuatro momentos decisivos, cuatro
etapas a sortear; y ciertamente no a favor de quienes desafían al
régimen. Para comenzar la disposición de las convocatorias ha
querido poner a prueba la estrategia de la ruptura por arriba. Con
una primera parada en Andalucía, donde Podemos difumina su perfil
para adoptar las personales tonalidades que le imprime Teresa
Rodríguez, la izquierda dispondrá de una última oportunidad. Si
pierde, la siguiente parada será ya la de las mil y una
contingencias.
Las
municipales y autonómicas no podrían presentarse de otro modo ante
la eclosión municipalista. Desde el lanzamiento de Guanyem
Barcelona, la iniciativa ha replicado en un sinfín de lugares, bien
que en declinaciones por veces antitéticas. La urgencia de una
lancha de salvamento en el hundimiento del régimen ha incentivado a
no pocas fuerzas de izquierda a sumarse tarde, mal y sin mucho
escrúpulo al tsunami municipalista.
Pero
si la segunda etapa arriesga con hacer naufragar las distintas
opciones en un océano de candidaturas, más complicadas se presentan
las “primarias” catalanas. En buena lógica táctica, Mas las ha
situado en el marco simbólico que le conviene, confiando que incluso
unas malas municipales sean enmendables por una buena Diada. Sabido
es que el escenario catalán es complejo y que ni Podemos se va a
librar de la intrincada composición política de un país capaz de
albergar a un tiempo la más amplia reivindicación por la ruptura
constituyente y las más altas cuotas de abstencionismo.
Un
traspiés catalán podría costar demasiado caro a la estrategia de
ruptura por arriba. Tanto más por cuanto desde hace poco se pergeña
en los medios un artificioso competidor para Podemos: Ciutadans.
Podemos bloqueó su despegue, pero en Catalunya juegan en casa. Una
derrota de los de Albert Rivera sería el espaldarazo definitivo para
Podemos. Un error, sería fatídico.