dilluns, de maig 07, 2012

[ es ] Las movilizaciones universitarias en la encrucijada

En la tarde de ayer, la Assemblea dels Drets Socials de l’Eixample dreta tuvimos la oportunidad de debatir sobre la situación actual de la educación. A lo largo de la tarde docenas de personas participaron en lo que, una vez más, está a ser un complejo proceso deliberativo no siempre visible, no siempre expresado por las manifestaciones multitudinarias, pero si inscrito en la vida cotidiana de la multitud. 

Lo que sigue son algunas reflexiones que empecé a escribir en vistas a, pero también que han resultado finalmente de mi propia intervención. Tal es la premura de los tiempos, prueba inmejorable de la velocidad a que nos movemos.




El presente curso está batiendo récords de éxito movilizador y, sin embargo, apunta a que no va a poder evitar, una vez más, que las universidades vuelvan a padecer una nueva agresión neoliberal como las ya inflingidas con la LOU o el Plan Bolonia. Más aún, aprovechando el contexto de crisis y las mayorías absolutas de la derecha del 1%, todo apunta a que en esta ocasión asistiremos al cambio estructural del mundo universitario más importante habido desde la Transición.

La universidad difícilmente superará las legislaturas de las derechas sin verse transformada en un páramo tecnocrático neoliberal. Se nos impone, por tanto, reflexionar con el pesimismo de la razón cuál es el escenario previsible a medio plazo; y con el optimismo de la voluntad, pensar en cómo establecer una estrategia política para los años que nos quedan dictad0 legislativo de la derecha cleptocrática.

Si queremos comprender qué está sucediendo y a qué nos enfrentamos realmente es preciso que rebobinemos la película hasta los inicios del actual régimen de poder y comprendamos su propio agotamiento, la relevancia de la compleja composición técnica del 15M y las opciones estratégicas que se abren en el actual contexto de movilizaciones.

Ganar perspectiva histórica para saber qué nos depara el futuro

La primera gran reforma estructural de la universidad democrática llegó todavía en tiempos de la Transición. Por aquel entonces la aprovación de la LAU, primero, y de la LRU, después, abrieron las puertas de la universidad a la prole del trabajador fordista. Los hijos del baby boom de los sesenta tendrían, de acuerdo con el sueño del desarrollismo franquista, una formación universitaria con la que acceder a profesiones que le permitirían pagar la hipoteca, coche, prole y todo un sueño de ventajas únicamente imaginables en la delirante visión económica de un crecimiento infinito dentro de un planeta finito.

La reforma universitaria decidida entonces y cuya puesta en marcha exigía la incorporación del trabajo a la modernización de la economía dio cabida en la universidad a quien históricamente había sido excluido de ella. A resultas de ello, la universidad se masificó en apenas una década hasta niveles inimaginables. Gracias a esta legión de reserva que cada año fue aumentando las filas del paro, el trabajo cualificado pudo caer de precio de manera extraordinaria. La paradoja subsiguiente es que ahora se nos habla de un país cualificado "por encima de sus posibilidades" y que aboca toda una generación a buscarse la vida donde pueda.

En el contexto de la masificación de tránsito al postfordismo, las universidades perdieron las escasas ventajas de que disponían cuando eran un coto vedado: un trato más personalizada entre profesor y estudiante, una formación no limitada únicamente a los contenidos técnicos, etc. Pero al mismo tiempo, el mando sometió las fábricas del conocimiento a la ley de la oferta y la demanda destruyendo con ello las posibilidades de cualquier conocimiento no traducible en rendimientos acordes a la lógica mercantilista que ahora impera en el mundo universitario.

Con la aprobación de la LOU se inició el proceso de mercantilización de la derecha que la izquierda no quiso enmendar. A pesar de que en el más obsceno de los oportunismos, Zapatero encabezó aquella multitudinaria manifestación del 1 de diciembre de 2001 y prometió derogar la LOU tan pronto llegase al poder, la realidad de los hechos fue que la jerarquía académica se adaptó de buena gana a los incentivos de organizar masters, precarizar a los escalones inferiores de la carrera académica y demás males que hemos ido padeciendo desde entonces a manos de gestores que se pretenden progresistas.

Por si esto fuera poco, la LOU pronto tuvo traslación a escala europea y la mercantilización encontró en el Espacio Europeo de Enseñanza Superior (Plan Bolonia) la herramienta definitiva para sentar las bases institucionales sobre las que liquidar toda opción a un modelo productivo basado en el conocimiento. Lo que el Partido Popular había inaugurado con la LOU, Zapatero lo continuaba con el Plan Bolonia. Y a pesar de los impresionantes ciclos de movilizaciones universitarias que hubo contra una y otra reforma, LOU y Plan Bolonia salieron adelante con el consentimiento activo o pasivo de la izquierda parlamentaria.

El 15M y su composición técnica

Cuando tras las multitudinarias manifestaciones estudiantiles contra el Plan Bolonia quedó patente que el precariado no se dejaba embaucar por las vanas promesas del europeísmo neoliberal, la izquierda parlamentaria perdió la oportunidad de conservar sus últimos restos de credibilidad. Para quienes anden mal de memoria o quienes sean todavía demasiado jóvenes, en las actas del Parlament de Catalunya está que la izquierda parlamentaria votó una moción unánime a favor de la implementación del Plan Bolonia junto a la misma derecha con la que ahora intentan transaccionar, en vano, el próximo (y definitivo) golpe neoliberal a la universidad. De esta incapacidad para comprender la política de movimiento surgió el conocido grito del 15M: "¡no nos representan!"

Y es que si se quiere comprender el 15M se tiene que comprender el cambio en la composición técnica que comporta: la emergencia de las redes sociales, la capacidad de una nueva subjetividad -la del precariado metropolitano postfordista- para alterar la composición en el seno del trabajo. Por más que la izquierda del 1% se apunte ahora a las movilizaciones en curso; por más que los grandes sindicatos hayan convocado una nueva, aunque forzada e infructuosa, huelga general; por más que la intelectualidad progre se apunte a vivir del impacto de los acontecimientos en curso, el hecho incuestionable es que tras el 15M se ha abierto un proceso de reconfiguración de la hegemonía en el interior del trabajo en la que la figura central del trabajo fordista ya no sobrevive al postfordismo.

En efecto, con el 15M entramos de lleno en el  horizonte de luchas del capitalismo cognitivo que se ha venido fraguando todos estos años. Se trata, en rigor, de una contrahegemonía, esto es, de un proceso de recomposición agonístico en el seno del trabajo que desplaza la centralidad de los procesos de tomas de decisión de las instituciones del trabajo asalariado, fijo, masculino, etc., hacia la multitud de figuras que integran el precariado. La implosión de las estructuras de dominación que se hacía posible por medio de la acción social concertada y la representación del trabajo en el marco del régimen político de 1978 es cada día más un proceso irreversible que libera el trabajo precario de la obediencia al mando. En este proceso el trabajo representado cede su centralidad al trabajo invisible, anónimo e irrepresentable de la multitud que deviene progresivamente autónomo gracias a la instauración de su propio régimen político.

Opciones estratégicas más allá del #12m15m

El riesgo asumido por el mando (incluido en tal a instituciones de la hegemonía interior del trabajo tales como los grandes sindicatos o los partidos de la izquierda subalterna) al situar al precariado ante la disyuntiva de la supervivencia por sus propios medios y el horizonte de su propia autonomía, acelera hoy los procesos que se han venido gestando durante largo tiempo. Ciertamente no estamos ante un escenario definitivo ni irreversible. Menos aún ante un éxito inminente de dimensiones generales. Pero sí ante la redefinición de las condiciones de la lucha por la emancipación que requiere la instauración de un régimen político del común.

En este proceso, resulta tan inapelable como urgente la organización del precariado en el marco de su autonomía, o lo que es lo mismo, de sus propias instituciones. En los próximos años, incluso aunque se produzca una inesperada alternancia en el gobierno hacia la izquierda, no cabe esperar que esta se comprometa con un nuevo contrato social bajo condiciones favorables al precariado. Basta, de hecho, con analizar mínimamente la manera en que se han readaptado al contexto actual (intentando hacernos amnésicos, presentándose como protagonistas de un movimiento con el que sólo se saben relacionar en clave hegemónica, etc.) para darse cuenta.

Es por esto mismo, que a mayor consciencia de la recomposición técnica, mayor aceleración de los procesos emancipatorios. Si el #12m15mse quiere concretar al medio plazo en opciones efectivas (si quiere ser capaz de superar este primera momento puramente expresivo del descontento consolidándolo en una alternativa al presente estado de cosas), no es tanto en buscar por vía de la reivindicación una reconfiguración de escenarios políticos favorables en los márgenes institucionales del gobierno representativo cuanto conseguir instaurar sus propio régimen sobre la base de sus propias instituciones de suerte tal que se hagan contingentes las actuales relaciones de dominación. En este proceso existen ya en la actual constitución material de la sociedad, las condiciones de posibilidad que hacen factible el régimen político del común: desde las cooperativas hasta el crowfunding, pasando por un larguísimo abanico de artefactos con los que se construye, de manera compleja, simbiótica y federal, un mundo otro a este que nos ha tocado.

¿Y en la universidad, qué?

En la universidad se abre un horizonte de creciente tensión antagonista. Mientras la exclusión social va en aumento (despidos -represivos o no-, subidas de tasas, etc.) la iniciativa empresarial se apresta a cubrir por vías privadas (como ha hecho hasta ahora con la enseñanza media y profesional) los déficits de la enseñanza pública. Si las redes activistas de la universidad no quieren caer en el viejo error de las últimas décadas, ha de comenzar a tomar buena nota de que no se trata de negociar para presionar.

El escenario actual se define, de hecho, por un mando que no quiere negociar. Esto no significa que no se haya de movilizar y de mantener abierto el frente reivindicativo de las movilizaciones. Significa que se debe preveer qué sucederá el curso que viene con los excluidos: ¿a dónde irán?¿qué futuro les aguarda? ¿qué posibilidades de (auto)organización tendrán en el nuevo contexto? ¿cómo se puede ofrecer un modelo competitivo a la nefasta gestión de la universidad pública que obligue, a un tiempo a redefinir la propia institución universitaria, liberándola del régimen y facilitando su incorporación al régimen político del común?

Aunque casi nadie lo recuerda, la universidad es una institución dotada de autonomía, con capacidad para marcar sus propias estrategias frente a la conjunción de Estado y mercado que hoy se concreta en el mando neoliberal. Si realmente se quiere invertir la tendencia de las tres últimas décadas, urge empezar a pensar en la clave de un horizonte otro de luchas, constituyente, antagonista, productivo.