De las plazas el 15-M dio el salto a los barrios y, con el
impulso de los recortes impuestos por el nuevo gobierno del Partido Popular, se
coló en las facultades. Históricamente las universidades siempre han sido uno
de los focos de movilización social y hoy
parece que vuelven a serlo. La ‘Primavera Valenciana’ que llegó a las
facultades, la incorporación de los universitarios a la ‘marea verde’ en Madrid
y las multitudinarias huelgas contra los recortes de CIU en Barcelona son
prueba de ello.
Como indica el colectivo Observatorio Metropolitano de
Madrid en su libro ‘Crisis y revolución en Europa’ sobre el actual ciclo de
movilización, uno de los antecedentes del 15-M es, junto a otros, el movimiento
estudiantil contra la mercantilización de la Universidad pública que nació
durante las protestas de la LOU y alcanzó su punto álgido en las movilizaciones
contra el proceso de Bolonia
De forma general, ¿cómo se ha visto el movimiento 15-M desde la Universidad?
De manera muy diversa según el sector de la comunidad
universitaria que se tratase, la orientación política, etc. Se trata de una
amplia gama de opciones que puede ir desde, pongamos por caso, un rector
conservador a un estudiante activista. De todos modos creo que, en general, el
15M ha sido visto en la universidad con mejores ojos incluso que en el resto de
la sociedad. Al estar la gente mejor instruida y ser menos manipulable se ha
entendido mejor.
Con todo, tampoco en esto hemos de mitificar el mundo
universitario. En la universidad hay instalada desde hace décadas una cultura
hegemónica de la pasividad, cuando no de la visión reaccionaria. Algo, per se,
muy perjudicial para la institución.
¿Se han involucrado muchos profesores
en las movilizaciones?
Ni la décima parte de las y los que deberían, y cuando lo
hemos hecho, hemos sido al 99% los profesores en precario, el personal docente
e investigador que lleva décadas ya padeciendo el modelo universitario, la mayoría
silenciosa a la que no se deja participar en una democracia real.
Luego, como es evidente, no han faltado algunas pocas
figuras destacadas del profesorado que todavía recuerdan la labor de la crítica
que la universidad debe a la sociedad y que han participado en el 15M más como
aquella figura romántica del intelectual engagé que conocieron en
los sesenta y setenta, que no como la figura emergente del cognitariado
precario de masas propia del capitalismo actual. Los intelectuales universitarios
del 15M fueron gentes con ideas por lo general de izquierda o progresistas,
invitadas a hablar desde la auctoritas de su posición académica.
En contraposición, el cognitariado
precario era 15M, era multitud. Y, todo sea dicho de paso, se toma con bastante
ironía, ya que les conoce en el ejercicio cotidiano del poder, cuanto puedan
decir buena parte de estos representantes de la vieja izquierda.
Es difícil tragarse según qué sapos ideológicos izquierdistas cuando ves lo
opuesto en tu vida laboral universitaria. La divisoria entre el 1% y el 99%
también está muy presente en la universidad.
¿Se ha vista un crecimiento de la
movilización contra la crisis dentro de las facultades?
Un crecimiento enorme, de dimensiones históricas. Incluso en
aquellas universidades más elitistas e ideológicamente conservadoras como la
Pompeu Fabra vivieron jornadas de parálisis total de la actividad universitaria
por efecto de la acción colectiva. La movilización de fechas como el 17N o el
29F no han frenado el progreso de un movimiento que cabe esperar que sea más
fuerte todavía ante el anuncio de una subida de tasas del 66%
Ciertamente, está habiendo una represión política muy
fuerte, aunque sutil, orientada como sucede en todas las organizaciones
jerárquicas y económicamente dependientes, contra aquellos más débiles, con
contratos más precarios. Pero la ola de movilizaciones está demostrando un
vigor siempre sorprendente, siempre mayor. Antes que después, buena parte del
profesorado silencioso por silenciado, temeroso por amenazado, ya no podrá
seguir en sus posiciones. Nos están echando a la calle con tacto, astutamente,
pero de manera definitiva.
La élite universitaria está redefiniendo un modelo
universitario pensado para la más absoluta subalternidad en el encaje europeo.
El Plan Bolonia (con la unanimidad parlamentaria que no nos representa) está
haciendo bien su trabajo y el devenir
periferia de la universidad tendrá enormes costes, tanto para quienes
todavía creen que es posible salvarse individualmente, como para un país que se
verá privado de su propio potencial cognitivo, condenado a la subalternidad y
la dependencia. Estamos ante la versión postmoderna del "que inventen
ellos!". Y si así nos va, esperemos a ver como nos irá de seguir así.
¿Ha tenido influencia el 15-M en las
formas de movilización de los estudiantes?
Por supuesto. Se trata de una influencia recíproca como no podría
ser de otro modo entre redes sociales que se solapan y se contagian, por ello
mismo, con sus repertorios de acción colectiva. El 15M ha sido una auténtica
universidad de la participación democrática, de la desobediencia civil, de
resistencia al mando ilegítimo. No es posible participar del 15M, de sus
recursos cibernéticos, de sus redes sociales, de sus deliberaciones en el
espacio público, de su resuelta y pacífica oposición a fuerzas policiales no
pocas veces brutales, sin salir con la mochila llena para el siguiente curso
académico.
El 15M no muere, como proclaman en vano los medios
conservadores, el 15M sólo se transforma, se recombina en formas de acción
colectiva cada vez más potentes y disruptivas. El enjambre que lo sostiene
adopta a cada paso nuevas figuras, se reconfigura de suerte tal que siempre
acaba escapando a la represión y hace valer sus derechos. Cuando alguien
intenta reprimirlo se reorganiza en otra parte, tal y como sucedió el 27M en
Plaça Catalunya. Cuando alguien intenta capitalizarlo políticamente es
deslegitimado de inmediato, tal y como ha sucedido con la tentativa de
transformar en asociación Democracia Real Ya! En la ecuación gubernamental está
fallando la vieja lógica de a más movilización, más represión. Todavía no han comprendido
qué tienen delante.
¿Y qué influencia ha tenido el
movimiento estudiantil en el 15-M?
En aportar su larga experiencia previa. Y no me refiero sólo
a las luchas más inmediatas protagonizadas por los estudiantes contra el Plan
Bolonia, sino también las de generaciones anteriores que conocieron otros
momentos de intensa movilización: la movilización contra la LOU en el curso
2001/2002, contra la selectividad en 1986/87 y antes aún contra la LRU y la
LAU.
El movimiento estudiantil, a pesar de la dificultad de
reproducción intrínseca a un sujeto que cambia cada cinco años, mantiene una
memoria de sus propias luchas. Pero, además, precisamente por esta renovación
tan rápida, es un laboratorio privilegiado para ensayar repertorios de acción
colectiva, no genera élites fácilmente burocratizables, opera gracias a una
composición técnica muy elevada y se renueva de manera muy dinámica.
No es de sorprender, por tanto, que el repertorio de ocupar
facultades originado durante el Plan Bolonia se recombinase para hacerse
extensivo a las plazas. Tampoco debería llamar la atención que estrategias como
el tránsito de los rectorados a la producción de instituciones de movimiento
como, por ejemplo, la Rimaia, se hayan imitado en el paso de la ocupación de
las plazas a la ocupación de edificios como en el caso del 15O.
Miremos donde miremos, la alimentación entre redes es mutua:
lo que se experimenta con éxito durante un ciclo de movilizaciones es
incorporado rápidamente al ciclo siguiente, desencadenando una concatenación
virtuosa que aumenta sin parar las movilizaciones. Por eso aumenta la
represión, aunque tal aumento pueda ser muy contraproducente para el mando. De
hecho, en las circunstancias actuales el
mando está echando demasiada
leña policial al fuego de la multitud.
La Universidad históricamente ha sido
foco de las luchas sociales ¿Sigue siéndolo hoy en día?
¡Por supuesto! Y por más que ahora la ideología neoliberal
de la pax docente e investigadora y el productivismo acrítico pueda querer
hacer parecer la posición del 1% como la verificación empírica del fin de la
historia, en realidad esto siempre ha sido así. Quienes contamos con tres
generaciones de movimiento estudiantil a nuestras espaldas, desde la FUEH hasta
hoy pasando por el antifranquismo, somos perfectamente conscientes de que la
universidad siempre ha sido tan acomodaticia para el 1% como laboratorio de
experimentación antagonista para el 99%.
Y así seguirá siendo. Incluso aunque la selección clasista
que se está imponiendo en la actualidad consiga llevarse a cabo, no podrá
evitarse que la universidad sea lo que es si no es destruyéndola de manera más
definitiva. Cosa distinta es los escenarios de lucha que se abrirán a partir de
la recomposición del mundo universitario y sus externalizaciones. En la
actualidad ya se apuntan claras las
tendencias de gran potencial. Queda realizarlas. Es un escenario y un horizonte
abierto por venir.
Las protestas que se llevan a cabo
desde la Universidad, ¿deben centrarse en los recortes en Educación y la
mercantilización de la universidad pública, o se deben perseguir objetivos más
amplios similares a los del 15-M?
Recortes y democracia no son compatibles, por lo que
movilizarse contra los recortes es movilizarse por la democratización y contra
la cleptocracia. No hay lo uno sin lo otro. Es una disyuntiva más aparente que
real, pero en todo caso muy operativa para hacer perder la perspectiva política
de las cosas.
Los recortes en educación responden a un marco estratégico
general del mando que se viene imponiendo desde la contrarrevolución neoliberal
de los ochenta. Son los golpes que aspiran a demoler el acceso a la universidad
de las clases históricamente excluidas de la universidad. Se trata de
reformatear el país entero y de buscarle un encaje periférico y subalterno en
la Europa del capital que se ha pergeñado desde el mando en las últimas
décadas.
Por lo tanto, quien participa de las luchas contra los
recortes lo hace también contra el modelo productivo y el lugar que se nos
quiere asignar en Europa. Se lucha contra la exclusión social que se promueve
por medio de incentivar la selección de clase. La democracia real que persigue
el 15M es la de la garantía efectiva de poder acceder a la sociedad del
conocimiento, no la de reubicarse en la dependencia y subalternidad de los
grandes centros de investigación de la Europa neoliberal. A mi modo de ver, más
15M es más lucha contra los recortes, más lucha contra los recortes es más 15M.
¿Participas junto a tus alumnos en las
asambleas y movilizaciones?
Por supuesto y no con bajos costes represivos, por cierto.
Sería muy revelador que me hicieses esta misma pregunta el curso que viene y
viésemos que ha sucedido. La censura, el mobbing, e incluso cosas peores son el
pan de cada día para quienes llevamos años adentrándonos en el terreno
pedagógico de la participación democrática.
El personal docente e investigador que intenta explicar lo
que sucede, lo que aguarda al estudiantado ahí fuera, es objeto de una censura,
a menudo silenciosa, pero no por ello menos abyecta; un muro de cristal que la
jerarquía va erigiendo alrededor de uno apenas de manera imperceptible. Tan
pronto muchos jóvenes profesores lo detectan optan por el silencio, por
marchar, por rendirse. Pero siempre hay y habrá unos pocos valientes que se las
compongan para resistir, para seguir transmitiendo, ni que sea en la
complicidad de una pausa entre clase y clase, el valor de la disidencia.
No es obligatorio resistir a cualquier precio y el profesor
debe ser consciente de los límites de la resistencia personal. Demasiadas veces
se acaban produciendo depresiones o casos de burnout en gentes demasiado
valiosas para una docencia de calidad. A
menudo la mejor opción táctica puede ser el éxodo a otro país o fuera de la
universidad; pero si se puede hacer algo por evitarlo y se puede seguir
interactuando con el estudiantado de manera crítica, reflexiva y que anime a la
participación, es un deber hacerlo. No perdamos de vista que de lo que se trata
es también de lo que enseñamos con nuestras vidas, con la
manera en que nos comportamos.
Por nuestra formación y posición, los profesores deberíamos
ser para los estudiantes un modelo de vida culto, instruido, preocupado por la
vida pública, por la política. Bastante tenemos ya con los tertulianos y otras
especies que pueblan la telebasura. Si en un país donde, además de estar
malpagados y desprestigiados, nos dedicamos a despreciar al estudiante como un
mal que hay que padecer en vistas a acceder al olimpo de la investigación sin
docencia; si nos dedicamos a rendir culto al dinero de manera obscena (por
mucho que sorprenda, hoy en día las plazas se están dando más por lo que
facturas en investigación que por criterios intelectuales); si optamos por la
profilaxis ideológica neoliberal del tecnócrata frente al contagio del cuerpo
social que rebela y lucha ¿qué estamos enseñando? ¿qué modelo de sociedad
favorecemos? Lo peor no es la maldad de los malos, la protervia. Lo peor es la
indiferencia de los demás.
¿Los profesores como ciudadanos tienen
que transmitir la indignación a sus alumnos? ¿O deben limitarse a dar clase y
transmitir conocimiento?
Lo primero, evidentemente. No vivimos tiempos fáciles. En
las últimas décadas el 99% ha vivido un auténtico maccarthismo a manos de la
antigua izquierda. Toda una generación a la que fueron regalados puestos de
funcionario sin la menor exigencia durante los años ochenta, al amparo de la
gestión socialista, ahora se dedican a exigir a jóvenes infinitamente más y
mejor cualificados aquello que no pueden ofrecer. Los rectorados están llenos
de antiguos izquierdistas conversos al neoliberalismo, gentes a los que la vida
les ha resultado demasiado fácil y que cobran, en rigor, por ejercer
disciplinadamente su labor funcionarial en el marco de un proyecto neoliberal
de destrucción de la universidad pública. Transmitir indignación, dentro y
fuera de la universidad, es por lo tanto un problema ético, estético y, por
encima de todo, político.
Pero la política es lucha y esta comporta asumir la
represión consiguiente. Quiero recalcar que enseñar qué es la dignidad al
estudiantado no es una opción igual y libre a la de no hacerlo. En el primer
caso eres castigado, en el segundo no. Y esta es una pedagogía muy poco
democrática. Asumir la represión por la desobediencia civil es lo único que
puede conferir un verdadero valor a la palabra enseñar.
Por el contrario, lo que se busca con el aislamiento del
profesor crítico en la apariencia de la "normalidad democrática" (¡terrible
oxímoron del discurso político español!) es hacerle creer que la suya es una
institución del pasado, que ahora sólo somos "científicos" (en un uso
lingüístico que, en rigor, quiere decir "tecnócratas") y no
"políticos" (cuando en rigor esta neolengua se refiere a los "ciudadanos");
que opinar públicamente no forma parte de lo que los pedagogos llaman
"currculum oculto" (aquello que se enseña aun cuando no se está
enseñando) y que por el contrario el oportunismo, el pasar del estudiante para
dedicarte a tu carrera política, el tragar incluso con la destrucción de la
institución sí debe formar parte de dicho currículum. Esta es la universidad
del liberalismo en su declinación autocrática que algunos conocemos tan bien. Y
frente a un enemigo así, a los profesionales de la docencia se nos impone la
obligación deontológica de profesar, que es lo que hacen los docentes frente a
los tecnócratas.