Artículo escrito para Diagonal, nº 175, págs. 28-29
En el momento en que escribimos estas líneas, la zona autónoma temporal #12M15M dista mucho de haberse acabado: #cacerolada500, #occupymordor #blockupy y otros eventos siguen proyectando las movilizaciones en (y más allá de) las plazas. El 15M sigue sin funcionar como etiqueta con la que acotar, identificar, reificar, pero, sobre todo, sujetar la multitud de singularidades que componen hoy el precariado rebelde. Allí donde se ha querido ver el 15M como un momento para la impostación, la nostalgia o el olvido, nos ha vuelto a sorprender con toda la riqueza creativa del movimiento.
Y es que la ZAT #12m15m ha conseguido marcar un momento antagonista que vuelve a reconfigurar e impulsar estratégicamente las luchas del último año. En la perspectiva del tiempo transcurrido y en la práctica de estos días se ha concretado ya todo un repertorio de acción colectiva desobediente, disruptivo y eficaz. Tal vez los escenarios de conflicto que nos depara el ataque de la derecha sean los más duros y difíciles que hayamos conocido. Y cuanto peor, peor, qué duda cabe. Con todo, la buena noticia es que el horizonte abierto de la política no se cierra y decidir de consuno sigue siendo posible.
Un repertorio que mueve
El big bang originado en las redes y que eclosionó hace un año en las plazas, transformó los espacios urbanos en ágoras de una democracia que ha ido mucho más allá de los límites del gobierno representativo. De aquí se extendió a barrios, hospitales, universidades y otros espacios que se convirtieron en escenarios de conflicto. Doquier que el ataque presupuestario neoliberal haya golpeado al cuerpo social, ha resurgido la contestación quincemesca: acampadas, caceroladas, manifestaciones y otros útiles al uso han sido integrados, rekombinados y readaptados en la red, bajo los principios simbióticos, federales y cooperativos que gobiernan la multitud.
En sólo un año se ha organizado una maquinaria movilizadora que ni el mayor optimismo de la voluntad se atrevía a vaticinar. Su funcionamiento es extremadamente complejo y se sostiene en lo organizativo sobre una inteligencia colectiva integrada en (y gracias a) las redes sociales. De las plazas a las redes y de éstas a las plazas de nuevo: un vaivén de territorialización y desterritorialización que opera como un sístole y diástole del corazón antagonista. Más allá de su evidente labor comunicativa, las redes sociales han sido el sustento institucional de una modalidad de deliberación sin la que no habría sido posible el principal logro del 15M: alterar la composición social del protagonismo político.
Modularidad de los escenarios represivos
Ante este protagonismo emergente desde el mando se ha respondido con distintas modulaciones represivas. Si en Madrid, por ejemplo, se ha optado desde el principio por generalizar la respuesta policial a cualquier gesto desobediente, por mínimo que sea, en Barcelona parece que la cosa se decanta —tras la escalada policial del 29M al 3M— por una modalidad algo más tolerante. No es casual: ante los errores y críticas recibidas por los emprisionamientos, por el absurdo gasto policial o la invención paraonoide de contracumbres, CiU parece haberse decantado por cargar a la mayoría absoluta del PP los costes de la mano dura.
En Barcelona, de hecho, se ha buscado devolver las movilizaciones al terreno de la representación. La retirada de la provocación policial y la tolerancia con manifestación y asambleas de Pl. Catalunya han buscado recuperar cierta credibilidad liberal y permitir el desembarco de la izquierda institucionalizada en el régimen, a la par que hacer operativa la habitual distinción entre manifestantes “pacíficos” y “violentos”. El pacto de orden escenificado por mossos y Arcadi Oliveres ha permitido celebrar las asambleas de Pl. Catalunya como una suerte de Foro Social al aire libre en el que no pocas veces la atención mediática sobre las charlas de notables suplantó la radicalización deliberativa.
Las plazas no se desalojan, sólo se des/plazan
Pero la dinámica represiva madrileña y de otras ciudades —a pesar de su dureza— tampoco ha sido capaz de anular el movimiento. Al contrario, las actuaciones policiales perpetradas de madrugada con el objeto de abortar eventuales acampadas ha sido una muestra evidente de impotencia. En primer lugar, porque el antagonismo hoy no opera ya sobre el dominio del espacio territorial, sino sobre la gestión de los tiempos (el ritmo). Y en este sentido la ZAT #12m15m ha demostrado como se gana experiencia a pasos acelerados.
En segundo lugar, porque las acampadas no son más que un útil repertorial; altamente simbólico quizá, pero contingente a la movilización. Más aún: tal y como se vio el año pasado, la acampada arriesga a sedentarizar un repertorio cuya eficacia se basa en un tránsito constante de la red al espacio urbano y de éste de vuelta a la red. Este riesgo de reapropiación del espacio en el tiempo bajo el mando semiótico del capital se ha visto en la publicidad que invade Pl. Catalunya y ha sido objeto de ataques semioguerrilleros.
No es de sorprender, por tanto, que en la convocatoria de #occupymordor el mensaje de respuesta al riesgo de institucionalización de la plaza por el régimen haya sido “el 99% no cabe en la plaza”. Y es que, en definitiva, cuando la policía intenta desalojar, el enjambre se desplaza (a la red, a los aledaños, donde sea...). No es que la multitud no pueda enfrentarse al mando si es tal (lo hizo el 27M en Plaça Catalunya), es que simplemente opera con una táctica diferente en la gestión de la violencia, más próxima al aikido que a la guerrilla urbana.
Desafíos estratégicos
Pero el éxito táctico suscita hoy múltiples cuestiones estratégicoa. Apuntamos dos: ¿cómo hacer comprender a cada singularidad en su lectura fragmentaria, una visión de conjunto que no incurra en el metarrelato ideológico? Demasiado a menudo se confunde la descentralización con el falaz “cada día somos menos” y esto lo explotan sin piedad los medios buscando arrastrar a las pasiones tristes. Urge olvidar la centralización del poder y desplegar un discurso de lo federal, de lo simbiótico, del poder como “poder con” y no “poder sobre” desde un centro. Lo exige luchar en red.
¿Y cómo visibilizar, socializar y acelerar de forma generalizada la alternativa que se está fraguando? Se trata de activar una institucionalidad otra que efectúe de forma virtuosa la potencia demostrada en las calles. En esta nueva institucionalidad la democracia directa pasa a formar parte de la constitución material (así, por ejemplo, las cooperativas incorporando el control democrático del aparato productivo). El precariado no puede esperar cuatro años a que acabe la legislatura: su lucha se dirime en la arena de la vida cotidiana. El suyo es un gobierno directo, autónomo; el régimen político del común.