Artículo escrito a cuatro manos con Carlos E. Delclós para Diagonal (nº 162)
Las movilizaciones del 17N se
encuentran en el centro del conflicto en que hoy se dirime el modelo
de sociedad: a un lado, una variante de capitalismo basado en el
conocimiento; al otro, un intelecto colectivo productor del común.
En las universidades se desplegó una gran diversidad táctica que
fue desde las más modestas acciones simbólicas hasta la huelga y
total parálisis de no pocos centros. Se trata de la primera gran
ruptura contra el mando neoliberal en la universidad desde las luchas
contra el Plan Bolonia. Nos encontramos ante dos bandos enfrentados
en pugna por definir la sociedad del conocimiento: a un lado, el
bando neoliberal; al otro, la universidad precaria.
Para comprender el 17N es preciso situarlo en perspectiva. En este sentido, podemos considerar que con la crisis se ha iniciado una tercera etapa de cambio institucional y (re)composición técnica del trabajo en la universidad desde la dictadura. En la primera etapa, desarrollada con las leyes de autonomía y reforma universitaria (LAU/LRU) desde 1979 en adelante, asistimos a una masificación que permitió el acceso del trabajador fordista (o de sus hijos) a los ciclos de formación superior. El objetivo entonces era formar la mano de obra cualificada que requería la sociedad de servicios.
La segunda, que se inicia con el
Informe Bricall y se hace ley en la LOU, subordina el modelo de
universidad al proyecto neoliberal. Por medio de la financiación,
diseños curriculares, agencias de evaluación, relación con las
empresas, etc., se sientan las bases institucionales para la
posterior implementación del Plan Bolonia, todavía en curso.
Llegamos así al momento actual en que, con el pretexto de la crisis,
se blinda el neoliberalismo y se asegura, por medio de la “gobernanza
universitaria” (elitización del acceso, depreciación del grado,
selección clasista de los másteres, etc.), su despliegue en un
contexto de tensión social creciente. Lo que hasta ahora eran
escenarios desconectados, en lo sucesivo se nos presentarán como
diferentes arenas de una misma lucha antineoliberal.
Ya desde la preparación del 17N
quedaron a la vista dos lógicas excluyentes: por un lado, la
dinámica asamblearia del 8 de octubre en Barcelona; por el otro, el
repliegue sindical sobre las tácticas obsoletas de construcción de
hegemonía en el movimiento. Tras estas lógicas se esconde un cambio
mucho más profundo, resultado de la implementación neoliberal. A
saber: el fin de las fronteras entre las figuras del trabajo
universitario (profesores e investigadores, personal de servicios y
estudiantes).
Cabría preguntarse ¿qué es, en
rigor, un becario que trabaja en una biblioteca mientras realiza su
tesina? La precariedad no es una coyuntura generacional, es el futuro
neoliberal. Sólo una ínfima parte de quienes accedan a los estudios
superiores podrá alcanzar la seguridad laboral de las figuras del
trabajo fijo. La Universitat Pompeu Fabra –la única situada entre
las 200 mejores a nivel global– nos muestra en qué realidad
sociolaboral se basa la llamada excelencia.
Con sólo un 19% de profesorado fijo
(14% funcionarios y 5% laborales permanentes), la UPF viola de manera
flagrante los límites legales prescritos por la LOU (un 51% debería
ser fijo). Por si fuera poco, el personal fijo ni carga con el mayor
peso de la docencia, ni dispone necesariamente un perfil más
adecuado. A menudo ha crecido al amparo de una trayectoria curricular
privilegiada, originada en una endogamia que dice criticar. Las
ventajas en la carrera académica le ha eximido de las exigencias
pedagógicas. Su excelencia acaba siendo más aparente que real.
Tanto más evidente resulta esto si
pensamos en los fichajes “estrella”, sean éstos catedráticos
famosos o casos como el de Carod-Rovira. Piezas centrales del
discurso de la excelencia, sus contribuciones efectivas son en
ocasiones más que cuestionables en el ámbito de la investigación e
irrisorias en la docencia. Por el contrario, parece que su función
más importante, a juzgar por las intervenciones del rector de la UPF
en televisión, sea la de pergeñar una marca global.
El 17N marca la apertura de un nuevo
escenario de conflicto. Atrás quedan la “representación sindical
no representativa” y por delante el repertorio de asambleas y redes
sociales. El 8 de octubre una asamblea universitaria se convertía en
trending topic. La desterritorialización de la red abría la
deliberación a un ágora virtual que implicaba a un demos mucho
mayor que los presentes en la asamblea. Mientras que los sindicatos
sólo veían la pugna por este sujeto, el repertorio del 15M en el
17N hacía posible que la confluencia en la precariedad de profesores
y personal de administración y servicios con el estudiantado
desbordase las viejas prácticas y abriese el horizonte que nos
aguarda.