dimarts, de setembre 02, 2008

[ es ] Respuesta a Pablo

Caro Pablo:

Gracias antes de nada por el estímulo del debate. Intento seguir el orden de tu argumentación, aunque ya me conoces y sabes que mi querencia por la digresión a menudo me pierde. Y comienzo, pues, por esa referencia tuya al estatus de la nación como población para interrogarme por la dimensión biopolítica del problema nacional, toda vez que, a mi modo de ver, nación en una acepción tal, se asimila a “pueblo”, a ese cuerpo social ordenado transposición del poder soberano.

Creo, y en ello trabajo últimamente, que la nación, sin embargo, no ha dejado de generar una tensión conceptual permanente con el concepto pueblo a lo largo de la Historia. Tensión, acaso haya que decirlo, en la cual siempre ha perdido (¿hasta ahora?) la batalla con el Estado (nacional). A pesar de ello, la nación tampoco se ha dejado subsumir (domesticar) por completo bajo el Estado. Más aún, mi argumento acerca de esa “nación de la multitud” de la que llevo hablando ya un tiempo, intenta invertir, precisamente, la lógica biopolítica subyacente a las categorizaciones impostadas por el Estado nacional.

La nación, por consiguiente, no es un cuerpo social unitario que “sufre” el nacionalismo, sino una condición de nacimiento (tener nación) y, por ende, la instancia de legitimación de la acción política para aquellos que sufren (aquí sí) una discriminación por el hecho de haber nacido bajo un marco de referencia cultural distinto del que es propio al Estado nacional.

A partir de la lectura biopolítica de la idea de nación, entiendo, se cuando el nacionalismo del Estado nacional puede hacerse un “nacionalismo banal”, a la manera en que lo conceptualiza Michael Billig (y que tan directamente nos remite a los repertorios del nacionalismo deportivo). Las demostraciones que del nacionalismo del Estado nacional se nos dan a diario en el deporte rozan directamente lo nauseabundo; y no ya sólo para quienes en modo alguno hemos sido, somos, ni seremos capaces de identificarnos jamás con esa idea de España, lingüísticamente castellanocéntrica, musicalmente flamenca, tradicionalmente taurina y de valores postfranquistas como el Dios, Patria, Familia; sino, sencillamente, para cualquier persona sensible e intelectualmente activa.

Te ahorro, caro Pablo, un montón de disquisiciones que se me vienen a la cabeza sobre el análisis, evocado por ti no sé si intencional, ya que no explícitamente, acerca del vínculo entre deporte y fascismo; vínculo que tan brillantemente diseccionaron en su día los más destacados integrantes de la Escuela de Frankfurt y que no se ha de perder de vista. Como ves ya casi controlo mi tendencia a la digresión ;) Y lo hago para volver a la escisión que se introduce “hoy” (con posterioridad al 68, por recurrir aquí al mítico año) en la idea de nación.

Al fin al cabo, las irreductibilidades a las que me refería; esas tensiones conceptuales a que la idea de nación ha abocado a lo largo de la historia de los movimientos emancipatorios al Estado nacional, desembocan en la globalización de las luchas y, con ellas, en la liberación de la propia idea de nación. Una vez más, como en tantos otros aspectos teóricos relevantes de nuestros días, el horizonte teórico del antagonismo global nos remite a la particular genealogía de la gramática política moderna.

Nada tengo, pues, que comentarte en este sentido de la recuperación de la idea de multitud por los brillantes trabajos de los maestros italianos. Pero quizás si toque recordar las dificultades que quienes desconocen el conflicto nacional en su declinación histórica “contra” el Estado nacional suelen tener para reconocer que aquí se radica un puntos de escisión antagonista del poder soberano y, por ello mismo, la política del movimiento. Ampararse, como hacen Hardt y Negri en Imperio, en la vana excusa de que los procesos de liberación nacional han acabado reproduciendo el mal de origen es, como poco, una visión cicatera del problema y una ceguera estratégica notable.

Pero si esto es, hasta cierto punto, comprensible en un italiano y un norteamericano, no tiene perdón en el caso de quienes, adscribiéndonos a matrices como la postoperaista o la postestructuralista, hemos de hacer frente a una praxis cognitiva “dentro” del Estado español (como “súbditos”; lástima, por cierto, de la pérdida de la riqueza semántica del francés “sujet”), pero también “fuera” (como “activistas” de la política del movimiento). Aquí, entiendo yo, es donde se plantea ese problema que expones en estas palabras:

“Nos ha jodido si me duele España. Me duele y me putea. Mucho más que a cualquier patriota gallego, vasco o catalán... precisamente porque no tiene ninguna posibilidad de ser politizada en términos liberadores, privándonos de un instrumento político valiosísimo (por no hablar del coñazo insufrible que representa aguantar la hegemonía de los españolistas, si vives en la capital del reino).”

La imposibilidad de politizar la idea de España en términos emancipadores es, como se deduce de la pragmática de tu discurso, la propia incapacidad de salir de la idea de España: de ahí el sufrimiento. Como bien dices, para quienes ya tenemos nación (sin Estado y sin querer uno, nación de y en la multitud) el problema es más fácil. O cuando menos otro.

Intento explicarme mejor: tal y como se demuestra cuando sectores de los nacionalismos sin Estado se convierten en gestores subalternos de parcelas del Estado nacional, se terminan “acomodando” al ejercicio indirecto de la soberanía estatal y, con ello, a la reproducción de sus pautas unificadoras. Mientras tanto, en este mundo de simulacros braudillardianos, en el que unos (PNV, EA, CiU, ERC y BNG) hacen como que tienen un poder soberano (aunque en rigor tienen una autonomía), los otros (Ciutadans, UPD y todos los “marginales” estos de las elites políticas e intelectuales), hacen ya como que son naciones oprimidas (aun cuando ya disponen de un Estado). ¡Qué gran ejemplo del apotegma gramsciano! No se acaba de morir el Estado nacional, no acaba de nacer la nación de la multitud y henos aquí ante los fenómenos más morbosos.

Para quienes ya tenemos nación de y en la multitud, por lo tanto, la cuestión es comprender que no tener es Estado no nos ha impedido tener nación, que esta es la línea de fuga por la que se despliega el movimiento. De ahí que me guste decir naciones sin Estado… ¡y sin ganas de tener uno! Pero para quienes nunca la habéis tenido, hora es de poner manos a la obra.

Discrepo por ello mismo de argumentos historicistas como este: “el resultado de las contradicciones que se forjaron en el siglo XIX y que terminaron de explotar en la Guerra Civil, hace históricamente imposible toda articulación identitaria decente que se identifique con España.” Pues si bien no se puede negar que la idea de España apenas sirvió a fines emancipadores, no es menos cierto que las naciones son constructos y por tanto, hijas de la política.

Deconstruir y reconstruir la idea de España (ahora ya sí como nación de la multitud) seguramente sea una tarea ímproba, pero tampoco lo es menos salvar los marcos de referencia cultural de las naciones sin Estado (tan acosados por el Estado nacional, como tentados por la posibilidad de tener uno). Acúsame de optimismo (¿de la voluntad?), pero creo que la globalización facilita la tarea. La desterritorialización de la política resuelve el problema del soberanismo decimonónico (del Estado como monopolio territorial) y aunque crea otros (el Imperio), a nosotros aprovechar las circunstancias actuales para efectuar la potencia de manera virtuosa.

Fortuna e virtu!

Fuerte abrazo,
Mundo