dimarts, de juny 30, 2009

[ es ] No pienses en…

Publicado en Diagonal, nº 105, p. 21

En las pasadas elecciones, la extrema derecha ha crecido de manera importante, pero sobre todo lo han hecho sus temas y políticas; a menudo por la mano interpuesta del centro derecha, cuando no directamente por el social-liberalismo y sus aliados. El esperpento de la Guardia Nacional Italiana no debería ser, ni de lejos, la mitad de preocupante que la impunidad con que Berlusconi o Camps han resuelto su test electoral. Podemos buscar diversas interpretaciones a los resultados, pero una cosa es evidente: el péndulo de las alternancias progresistas-conservadoras está roto y bascula hacia la derecha extrema.

El centro-derecha ha ganado sin movilizar gran cosa, pero la izquierda socialista (que no la verde) se ha hundido. ¿De dónde esta capacidad para imponerse en la agenda política? No hace mucho fue publicado un librito de lectura más que recomendable. Con el original título No pienses en un elefante, su autor, Georges Lakoff, explicaba la importancia del discurso en la política. Lakoff demuestra como el problema de los demócratas frente a Bush radicaba en su incapacidad para producir un discurso movilizador. Al pensar todo el tiempo en elefantes, esto es, al pensar en los temas que imponían los republicanos (el elefante es el animal que les representa), los demócratas habían perdido la partida antes incluso de comenzarla. Hasta la campaña de Obama, las tornas no cambiaron.

Los temas de la derecha

Pues bien, a juzgar por las últimas europeas, el discurso de la izquierda socialista sigue pensando en los temas de la derecha neoliberal. Lejos de haber escuchado las propuestas procedentes del movimiento e incorporado la consiguiente renovación programática, la izquierda socialista se aferra a las fórmulas del éxito pasado, cuando no a la simple gestión de los remanentes del presente. Esto, que sin duda resulta comprensible en el discurso del PSOE, resulta de más difícil comprensión en el caso de IU y, menos todavía, en el caso de Iniciativa Internacionalista e Izquierda Anticapitalista.

En efecto, aunque en negativo, la programática actual de las organizaciones que aspiran a beneficiarse de la movilización social dista mucho de salirse del marco prestablecido en la agenda política por la derecha, más o menos extrema, partidista o mediática. Así, por ejemplo, de poco o nada vale responder a la lógica de los despidos o la externalización dentro de los parámetros que prefigura el discurso del trabajo asalariado. La renta de ciudadanía no es, tal y como se presenta, un complemento necesario a la precarización de las figuras periféricas al trabajo fordista. Si en realidad se quiere cambiar de modelo productivo hay que empezar por producir discurso olvidando la lógica del salario y generando conflicto en torno a la renta de ciudadanía.

La extrema derecha lleva décadas produciendo discurso de manera radical. Su capacidad para permear el discurso del centro-derecha, cuando no del centro-izquierda radica precisamente en su habilidad para contraponer un discurso articulado, generador de sentido para sus audiencias. Esto es algo que la izquierda socialista hace tiempo que dejó de hacer, incapaz de superar el horizonte de su propio éxito en los años dorados de la trinidad welfarista (fordismo en la producción, taylorismo en la organización y keynesianismo en la planificación). Significativamente la sorpresa en Suecia del Partido Pirata o la resistencia de las alternativas verdes destacan que el repliegue identitario de la izquierda socialista en los últimos años sólo conduce, y cuanto más a la izquierda, más aceleradamente, a la propia liquidación.

dilluns, de juny 08, 2009

[ es ] El día después: impresiones movimentistas

[ versión 0.2 ]

Hoy es el día después. Quien más quien menos ha compartido hoy impresiones y avanzado algunas hipótesis de comprensión sobre los resultados electorales. De aquí a un tiempo comenzaremos a tener los análisis politológicos de los especialistas en elecciones. Pero entre tanto, el momento deliberativo no ha terminado y no está de más ir desarrollando algunos argumentos a la vista de la que se nos echa encima desde los grandes medios de comunicación: acusación de desafección, simplificación bipartidista, etc. Lejos de querer realizar ahora un examen exhaustivo de todos los problemas de fondo, me gustaría centrarme en algunas claves relativas a los resultados de los partidos de la izquierda más a la izquierda.

Hasta aquí, todo va bien...


Comenzando por los partidos más moderados de esta izquierda más a la izquierda, parece claro que la abstención creciente les ha pasado factura. O dicho de otro modo, mientras que la derecha, aún perdiendo votos y porcentaje, consiguió ganar las elecciones, la izquierda implicada en los gobiernos se ha desgastado todavía mucho más. Ha habido, por lo tanto, un voto crítico con la gestión de la crisis y aunque por veces pueda expresarse en términos particularmente reaccionarios (así, por ejemplo, el voto a UPyD), está claro que las expresiones de descontento con los gobiernos son un hecho difícilmente rebatible. Lo es, asimismo, el hecho de que la Socialdemocracia europea (y en buena medida bastantes de sus aliados puntuales) se ha derrumbado fuera más de lo que aquí. Pero aquí también.

El juego representativo, sin embargo, está sólo parcialmente en crisis y ello explica a la par (1) la elevada abstención y (2) el hecho de que las candidaturas alternativas y/o contestatarias, a pesar de ganar voto, tampoco hayan sabido traducir adecuadamente en votos el descontento (quizás haya algunas honrosas excepciones en el panorama europeo como el Partido Pirata sueco). Entiendase, el descontento canalizado por las candidaturas es muy inferior al canalizado por la abstención. Algo debe fallar, pues, en sus proyectos políticos.

Entre las evidencias de esta crisis parcial del juego representativo se encuentra el hecho de que las fuerzas de izquierda y nacionalistas que apoyan al PSOE se aferran al mantenimiento de su representación como mejor evidencia de que su particular concepción de la política sigue en pie. Como decía aquel personaje de la película La Haine a punto de estamparse contra el suelo: jusqu'ici tout va bien. "Hasta aquí", piensan IU, BNG, ICV, ERC, etc., "todo va bien".

Sin embargo, al margen de todas las absurdas extrapolaciones de datos que se están haciendo desde ayer a la noche, parece evidente que el toque de atención ha sido lo suficientemente grave, sin ser lo suficientemente desastroso, como para que parezca razonable pensar que en estos momentos hay una mayoría social que no desea que la derecha gobierne la crisis, pero que tampoco se piensa implicar en las políticas que se han hecho por el momento. Ciertamente, esto es jugar en la cuerda floja (en las elecciones gallegas, de hecho, se saldó con la ajustadísima victoria del PP que ahora parece que vuelve a recuperar la iniciativa política) y la tentación de la izquierda parlamentaria , que seguramente veremos en breve, es amenazar con que viene el lobo a fin de que el ciudadano de a pie -el que realmente está pagando la crisis- se implique en los matices de los juegos parlamentarios. Dado, por lo tanto, el aumento del riesgo, no parece muy sensato esperar a que la realidad se nos eche encima.

¿Participación o aquiescencia?

Vaya por delante, antes de nada, un planteamiento de partida: lxs ciudadanxs de a pie (de izquierda, con conciencia política de los problemas sociales o como se le quiera decir) tenemos el deber cívico de implicarnos. No debería haber dudas al respecto. Pero implicarse no significa implicarse a cualquier precio. A fin de resolver, por lo tanto, la tensión que se genera entre la deserción electoral (nótese: deserción y no desafección), resulta preciso repensar cuál es el vínculo que une a candidatos y electores; el tipo de pacto o foedus que hace posible la representación parlamentaria en el momento actual (partimos, por lo tanto de que la representación no es un hecho ahistórico e inmutable, intrínseco a la lógica del poder constituido).

En este orden de cosas hemos de tener presente que la sociedad ha cambiado mucho en las últimas décadas y sigue cambiando a ritmo acelerado. Hasta no hace tanto, la sociedad estaba lo suficientemente escindida en "líneas de fractura social" (cleavages) claramente definidas, sobre cuya base los representantes podían ejercer la representación sin miedo a ser deslegitimados. Conocido es el ejemplo del Partido Comunista Francés de posguerra, que decía de sus votantes que acompañaban al Partido, de la "cuna a la tumba".

Como es sabido y ha sido demostrado hasta la saciedad por infinidad de análisis electorales, el voto se ha hecho más volátil y la fidelidad de partido es cada vez menor. Las propias maquinarias de partido han notado estos cambios y se han adaptado a ellos en el tránsito de lo que se conoce como el paso del partido "atrapalotodo" (catch-all party) al partido "negociador de intereses" (cartel party).

El PSOE ha dado buenas pruebas en los últimos años de haber acusado recibo, aunque desde que ha llegado al gobierno se ha anquilosado. Así, la democratización interna (¿alguien recuerda ya las primarias y los independientes?) y apertura externa de sus años en la oposición han dado paso al aparato de partido que busca mantenerse en el poder por medio estrictamente de los recursos institucionales que le confiere el gobierno representativo. Lógicamente esto refuerza la mal llamada "desafección" (¿qué pensar si eres de los que creyeron realmente que el PSOE se estaba abriendo a la sociedad cuando, una vez en el poder, el partido se cierra?).

No parece que esto vaya a cambiar, y este seguramente es el primer mal dato del que hemos de partir. El principal partido del gobierno no acusará recibo de las demandas sociales por más que se le presione desde las calles; no al menos más allá de (1) la apropiación obscena y terjiversadora de las exigencias del movimiento (así ha sucedido, por ejemplo, con la política de vivienda y las movilizaciones por el derecho a la vivienda) o (2) del cambio de talante sin cambio de política (así, por ejemplo, la política universitaria respecto al Plan Bolonia).

Por lo que hace a las fuerzas que sostienen al PSOE, la cosa no es menos preocupante. Sin embargo, por su mayor fragilidad e interés en incrementar respaldo social deberían (y decimos "deberían" porque no parece que se acusen recibo) replantearse por completo su actitud hacia los movimientos.

Así, por ejemplo, el BNG parece que desde que ha perdido el poder quiere recuperar el pulso por la izquierda y en la calle. Como si durante sus cuatro años de gobierno no hubieran hecho una gestión muy mediocre, por no decir cosas peores, en los últimos meses ha creído ver en las movilizaciones en defensa del gallego o en algunas otras luchas sociales del momento, la puerta a una recuperación del espacio político perdido (todo esto, hay que precisar, en una más que modesta medida, evidencia de que la maquinaria partidista todavía está encajando en una muy lenta digestión su derrota electoral). Lógicamente, después no ya de una legislatura sino de una década operando como aparato fuera por completo de las redes de activistas, el BNG practica toda suerte de torpezas, muchas veces sin llegar a darse cuenta. Su problema más grave, sin embargo, no está en el movimiento (aunque obscenidades como el comportamiento de algunos dinosaurios en el Foro Social Galego puedan llegar a ser verdaderos problemas). El principal problema del BNG es que sigue sin entender que modelo de organización política ha de adoptar para ser un interfaz funcional a las demandas sociales que nacen en el movimiento.

Algo parecido ocurre, por cierto, con Esquerra, IU y otros, incapaces de adaptar sus estructuras más allá del reajuste interno de elites consiguiente a las derrotas electorales. Entre este tipo de fuerzas políticas, seguramente ICV se salve parcialmente en la medida en que se ha liberalizado como partido de cuadros "externalizando" el sectarismo gracias , entre otras cosas, a las torpezas de EUiA y el aventurerismo neotrotskista de algunos ex militantes, ahora en Revolta Global.

Por lo que hace a las fuerzas políticas extraparlamentarias, las cosas tampoco están mejor, como veremos más adelante. Llegue con decir por el momento que siguen operando en modelos de participación post- o neo-leninistas inoperantes en la sociedad postfordista (inadaptación esta, por cierto, muy poco leninista, a la vista de la inteligencia organizativa, que no democrática, de Vladimir Ilich Ulianov).

En cualquiera de todas las lógicas anteriores, el problema viene a tener una misma raíz, aunque expresiones diferentes. Y es que en la constitución material de las sociedades postfordistas, los partidos no pueden seguir aferrándose a los niveles de autoritarismo y mecánica transferencia de legitimidad de antaño. Sencillamente porque, aun en toda su precariedad, las figuras productivas de nuestras sociedades no operan ya en los parámetros de la verticalidad y jerarquía en que fueron disciplinados nuestros mayores gracias a instituciones como la escuela, el ejército, el hogar y, sobre todo, la fábrica.

Del 68 al 77 tuvo lugar un cambio estructural evidenciado en el cambio de valores, en las prácticas organizativas, etc., sin cuya comprensión no se puede pretender hoy que se articule una relación sinérgica entre representante y representado. Pretender que el Precariado indefenso ante los abusos patronales y sindicales (ante los abusos de los mecanismos de acción social concertada neocorporativa que se instuyeron con los Pactos de la Moncloa) siga cargando sobre sus espaldas la disciplina de Partido, la reproducción de mitos y valores, de prácticas discursivas, de jerarquías autoritarias, cuando, en su vida cotidiana es la contingencia, la negación, la ilegalidad (no la propia, sino la de quienes le sitúan en ella), los abusos de poder, etc. lo que determina su existencia, es pretender algo sencillamente contrario al principio de realidad. El neoliberalismo no es, como piensan funcionarios y contratados fijos de clase media, un sencillo problema administrativo de esta o aquella políticas públicas. El neoliberalismo para los más es la condena a vivir en la ley de la selva y aquí nadie sabe de consensos keynesianos.

La participación, por tanto, no puede seguir confundiéndose con la aquiescencia. Participar, para las figuras laborales del postfordismo no sólo es obedecer a la cadena de mando (en el paralelismo leninista de la fábrica fordista: el Politburó decidía, los cuadros transmitían las órdenes y los obreros las cumplían). Participar hoy es co-decidir, implicarse en las decisiones decidiendo, no optando únicamente (así, Hirschman) entre la "salida" o la "lealtad".

Las maquinarias de partido, sin embargo, parecen operar todavía dentro de una lógica que no entiende el disenso y/o la oposición interna como pluralismo, sino como ausencia de unidad y, por consiguiente, debilidad política. Y es que ¡cómo nos pesa el Cristianismo! Esta es, en rigor, la clave sobre la que pivota todo el problema organizativo: invertir la lógica categorial del culto a la unidad por la comprensión de la contingencia intrínseca a los juegos cambiantes de alianzas entre singularidades irreductibles que configuran el enjambre de la multitud. O dicho con otras palabras, la participación exige otros diseños institucionales que se ajusten a marcos organizativos flexibles acordes a la realidad de nuestros días.

El horror vacui que hoy produce la ausencia del uno-autoridad-decisor (vale decir, el soberano moderno) en tanto que referente para constituir cualquier proyecto es el peor enemigo de la producción de un interfaz representativo funcional a la politica del movimiento y eficiente a las luchas sociales. Mientras las organizaciones se constituyan en términos participativos desde la adaptación del "sujeto" (también de sujetar) al decisor y no a la co-decisión de las partes del "movimiento" (lo que se mueve no está "sujeto"), el modo de mando que sustenta el neoliberalismo seguirá imponiendo sus políticas, los socialdemócratas intentarán gestionarlas y las izquierdas subalternas dulcificar en la medida de lo posible sus efectos devastadores; siempre, claro está, bajo la amenaza de que la alternativa es el regreso de la derecha neocon. Pero como todos sabemos, esto hace de la democracia, turnismo, y de la alternativa, alternancia. De ahí que el PP, CiU y demás, se froten las manos ya pensando en su regreso.

Urge, pues, empezar a pensar desde la forma de soberanía postmoderna (la soberanía que se funda en una concepción del poder como acción desde el común) que se efectúe en la multitud, esto es, desde el ejercicio efectivo a decidir sobre aquello que le compete a uno. Lo contrario, justamente, de lo que ha hecho la izquierda frente a las reivindicaciones universitarias sobre el Plan Bolonia. No se puede limitar la respuesta participativa a Bolonia como lo ha hecho ICV, venir con gestos a la galería sin garantías de otra participación, como ha hecho Romeva y pretender, a pesar de todo ello, no perder votos. El tripartit debería pensarse esto muy en serio de aquí a las próximas autonómicas.

Good bye Lenin! Experimentos en la frontera post-leninista

Vayamos ahora con las dos fuerzas a las que nos referíamos en el post anterior y que, de algún modo, se quieren representativas de alguna modalidad de alternativa a los males de la socialdemocracia y sus subalternos eventuales. Tal y como apuntábamos en nuestro anterior post, ninguna de las dos alternativas más consistentes, Izquierda Alternativa-Revolta Global (IZAN-RG) e Iniciativa Internacionalista-La Solidaridad entre los Pueblos (II-SP) se han originado dentro de un paradigma organizativo realmente alternativo por más que sus retóricas discursivas insistan hasta el hastío y la obscenidad en su alteridad. Y para prueba, los propios resultados electorales, por más que en modo alguno comparables.

De hecho, la paradoja de II-SP es que a pesar de sus limitaciones ha conseguido notables rendimientos. En la Comunidad Autónoma Vasca, por ejemplo, II-SP ha dado voz no sólo a los votos anulados en las elecciones autonómicas, sino que ha conseguido empatar incluso con el PP como tercera fuerza política. Y a pesar de que Rubalcaba se apresuró a felicitarse por que Sastre no fuese eurodiputado (en un indudable ejercicio de resentimiento con la decisión del Tribunal Constitucional), el hecho es que no se puede obviar que el conflicto vasco sigue estando ahí, como dramática evidencia de la crisis del soberano moderno.

En el terreno de las sinergias y rendimientos, por más que anecdóticos, cabría apuntar la realización de la unidad electoral del independentismo gallego, a pesar de la imposible unidad organizativa y seguramente algo equivalente en el caso catalán. Con todo, tampoco nos engañemos, la mera agregación táctica de sectas postleninistas no hace la política de la multitud. Fuera del conflicto vasco, entendido como conflicto de la soberanía moderna, el gesto no ha existido, y el fracaso grupuscular no es diferente al de otras candidaturas de la extrema izquierda.

Pero las evidencias empíricas mencionadas son a la vez pruebas que demuestran hasta qué punto en la lógica de la escisión, obedeciendo estas organizaciones a las dinámicas institucionales de la reductio ad unum que instaura el soberano español, paradójicamente sólo alcanzan a producirse territorialmente desde el desplazamiento a que induce el éxodo, mientras que electoralmente no triunfan en las reglas del soberano que rechazan pero cuya estructura desearían para sí. Como anunciábamos en nuestro anterior post, el gesto político se encuentra aquí en la ironía maquiavélica que desvela la potencia de una táctica (el voto que proponíamos a II-SP) capaz de desenrocar y desplazar, al menos durante un tiempo, a los aspirantes a soberanos, poniéndolos al servicio de la política de la multitud. Más, desafortunadamente, tampoco se puede hacer.

Terminemos, en fin, apuntando algunas reflexiones sobre el experimento neotrotskista de IZAN-RG. Sin lugar a dudas se trataba, aun en toda su insuficiencia, de la alternativa más acabada que ofrecían las mesas electorales. Por más que como apunta su propio análisis postelectoral, el estreno en la arena electoral seguramente pueda llegar a ser de utilidad en el proceso de construcción organizativa (una construcción sobre falsos cimientos), sus resultados sin embargo han de ser evaluados a la luz de la política del movimiento desde otros parámetros bien distintos.

En efecto, a pesar de su moderno acabado, IZAN-RG sigue operando en el terreno político de una secta ideológica y sociológica. Como pretendida organización de masas ha fracasado, siendo el suyo un voto que fácilmente se puede demostrar como el resultado de la movilización interpersonal de una serie de redes activistas más o menos simpáticas al discurso, de apariencia alternativa, que desde hace años conforma la prédica de hegemonía neotrotskista. Pongamos un sencillo indicador empírico para que se entienda mejor de que estamos hablando.

Las listas electorales están configuradas por 60 personas (50 candidatos y 10 suplentes) fácilmente identificables, por cierto, en la web de IZAN-RG (acierto indudable de su marketing electoral). En un rápido cálculo aproximado, la proporción candidato/votantes es de 1/420 frente a los 1/2.930 de II-SP (indudablemente, una organización de masas en Euskal Herria) y mucho más cercana a las proporciones microsectarias de 1/253 del PCPE y de 1/215 del POSI.

Así las cosas, una conclusión parece indudable: IZAN-RG no ha sido capaz de dar el salto a la política de masas. Esto, que resulta más que comprensible desde el bloqueo al acceso a la sociedad del espectáculo (cosa que, por cierto, no ocurre a su referente exterior, Besancenot, independientemente de que se haya quedado, también él, fuera del Europarlamento), deja ver, a quien no se aferre a posiciones absurdamente partidistas claro está, que más allá del capital de simpatía (allí donde la tengan) acumulado en algunas redes del movimiento, su influencia política no se extiende más allá de sus propias redes de relación interpersonal (de ahí lo de secta).

Esto último no es de sorprender en un partido cuya organización sigue estructurándose alrededor de la forma partido-comunidad (aunque algo más abierta, evidentemente, de lo que el POSI o el PCPE), esto es, de una organización cuya estructura depende de vínculos de confianza y jerarquías internas informales no institucionalizadas en la propia organización, sino desde la IV Internacional, sus campamentos para jóvenes y otros mecanismos proselitistas que son propios a la subcultura política neotrotskista.

Una vez más, la lógica postleninista se demuestra en toda la impotencia de una política ajena a la lógica de la democracia absoluta en que opera el movimiento. Por más simpatías que generen a su alrededor (simpatías que hay que reforzar y cuyo valor es indudable), IZAN-RG ha de recombinarse si quiere salir de la marginalidad política para entrar definitivamente en la esfera pública e interactuar con el movimiento. Dicho de manera más explícita: abandonar el cómodo mundo autorreferencial e identitario de las sectas políticas y el fetiche organizativo edípico para empezar a hacer política de verdad. Mientras tanto, tal vez seguirá muy de cerca (seguramente más que nadie) la política del movimiento, pero no alcanzará nunca a convertirse en su interfaz representativo.

divendres, de juny 05, 2009

[ es ] Dilemas pre-electorales: disyuntivas "radicales" con la vista puesta en un horizonte bien lejano

versión 3.0 (gracias a Marc Sanjaume por las observaciones :)

radical (Del lat. radix, -īcis, raíz).

1. adj. Perteneciente o relativo a la raíz.
2. adj. Fundamental, de raíz.
3. adj. Partidario de reformas extremas, especialmente en sentido democrático. U. t. c. s.
4. adj. Extremoso, tajante, intransigente.
5. adj. Bot. Dicho de cualquier parte de una planta: Que nace inmediatamente de la raíz. Hoja, tallo radical.
6. adj. Gram. Perteneciente o relativo a las raíces (‖ de las palabras).
7. adj. Gram. Se dice de cada uno de los fonemas que constituyen el radical de una palabra.
8. adj. Mat. Se dice del signo (√) con que se indica la operación de extraer raíces. U. t. c. s. m.
9. m. Gram. Conjunto de fonemas que comparten vocablos de una misma familia; p. ej., am-, en amado, amable, amigo, etc.
10. m. Quím. Agrupamiento de átomos que interviene como una unidad en un compuesto químico y pasa inalterado de unas combinaciones a otras.


Entramos en la recta final y la presión para definir el voto aumenta sobre quienes no tenemos preferencias predeterminadas. Para quienes desde la política del movimiento consideramos que resulta necesario disponer de alguna modalidad de interfaz representativo, las elecciones del próximo domingo se nos presentan como una elección bastante complicada.

En primer lugar, porque no hay visos en lo inmediato de poder asentar las bases para la construcción del mencionado interfaz. Desafortunadamente, las matrices teóricas desde las que están operando las redes activistas que se aplican a la presentación de candidaturas electorales carecen de los fundamentos necesarios (normativos, institucionales, prácticos, etc.) que harían posible un interfaz representativo del movimento (incluso las CUP, a estos efectos probablemente lo más avanzado que conocemos, siguen debatiéndose en términos de una reductio ad unum moderna). De igual modo, solo que en sentido contrario, quienes prescinden del interfaz representativo siguen actuando políticamente en el marco de una extrema debilidad ideológica frente al neoliberalismo: la de quien sólo produce ideas en el terreno normativo.

En segundo lugar, porque el riesgo de que se malgaste la potencia política acumulada por el gesto electoral de votar en estas elecciones es enorme. En esto se ha de reconocer la difícil resolución de la tensión existente entre las alternativas electorales y la proyección postrera del voto como gesto político, esto es, la complicada perspectiva de esperar que tras los resultados electorales, las maquinarias políticas que los han producido, alcancen a producir el discurso capaz de agenciar de manera efectiva el empoderamiento subsiguiente. Ventajas, empero, de la democracia (en rigor, de la democratización): no hay porque volver a votar y de la lección futura se podrían extraer conclusiones interesantes para avanzar en la producción del interfaz representativo (algo así como una versión 1.1).

En lo que sigue me gustaría apuntar algunos argumentos (aunque sólo sea para aclararse uno mismo) que intuyo implícitos en la serie de disyuntivas "radicales" (por ir a la raíz) que se nos plantean.

1. To vote or not to vote: that is not (now) the question

La primera y más elemental disyuntiva es la de votar o no votar. Su resolución me parece relativamente sencilla, especialmente tras la sentencia del Tribunal Constitucional; ya que si bien en elecciones anteriores siempre se nos planteaba el dilema de legitimar unos comicios regidos por las políticas de la excepción, en la convocatoria del domingo nos encontramos en un escenario (por más que contingente) de posibilidad efectiva de dar voz a lxs ilegalizadxs y reabrir por lo tanto una vía política y no penal a la resolución del conflicto vasco (que es también, guste o no a ciertas corrientes autoconsideradas "postnacionalistas", parte del conflicto de la multitud con la modalidad de poder soberano propia del Estado nacional). Y si bien, como es evidente, no existe un nexo directo entre la instauración de la excepción como paradigma gubernamental entre EE.UU. y el Estado español, indirecto, por ser efecto del progreso global de la modalidad imperial de soberanía, no cabe duda que lo hay.

En este sentido, no deja de ser buena noticia para quienes nos hemos opuesto a la Patriot Act tanto como a la Ley de Partidos, saber que se están produciendo los decisiones importantes (cierre de Guantánamo, sentencia del Constitucional) que podrían hacer invertir la tendencia desdemocratizadora global de los últimos años ("desdemocratizadora" en el sentido ofrecido por Charles Tilly en su Democracy, esto es, entendiendo la democracia como proceso inacabado o democratización). Aunque sólo sea por el espacio deliberativo que se puede abrir entre los partidarios de la democratización y la presión que se pueda ejercer sobre actores políticos que en los últimos años se han plegado a la estrategia neocon (la socialdemocracia europea, los demócratas americanos, etc.), ésta ya es en sí misma una buena noticia que fortalece per se las posiciones democratizadoras.

Concluyendo, en esta ocasión al menos, votar es una opción posible como fortalecimiento de la democratización. Para oponerse a este argumento no se me ocurren otros argumentos que los que se podrían esgrimir desde las posiciones más pobres del anarquismo decimonónico.

2. Más allá de la democracia parlamentaria

La segunda disyuntiva, derivada del hecho de que votar en esta ocasión sea una opción inequívocamente democratizadora, se nos presenta en el análisis de las alternativas electorales que de algún modo pueden canalizar, expresar o cuando menos plantear el progreso democratizador (nótese la importancia, a la manera del argumento de Tilly, que la clave no está en considerar la democracia como un estado de cosas, sino en pensarla como un proceso inacabado; constituyente, que diría Negri). Nos encontramos así con el problema de elegir entre opciones con representación más o menos segura (la coalición de nacionalistas de izquierda, por una parte, y de IU-ICV, por otra) y opciones más arriesgadas (Iniciativa Internacionalista, Izquierda Anticapitalista, etc.).

Las izquierdas más moderadas a la izquierda del PSOE podrían esgrimir la utilidad de sus votos respectivos y éstos definirse en función de los criterios que fundan sus escisiones: sea, por una parte, una mayor defensa de la diversidad de las minorías culturales del Estado (la coalición de ERC, Aralar, BNG, etc.); sea, por otra, una defensa más firme de los aspectos sociales (IU-ICV). No obstante, el problema de optar por estas alternativas es que equivaldría a hacerse cómplices de una deriva desdemocratizadora nada desdeñable (por no hablar del apoltronamiento generalizado de la mayoría de sus cuadros políticos y otros síntomas graves del déficit democrático).

Así, por ejemplo, votar ERC o ICV en Catalunya supone hacerse partícipe del SI unánime que han dado al Plan Bolonia junto a la derecha más rancia y neoliberal, sin que haya habido el menor gesto significativo de cara a operar cambios sustanciales en las negociaciones entre movimiento y autoridades. Ciertamente, Romeva (ICV) se ha dirigido a la galería con la frase elocuente de solicitar una moratoria en la aplicación del Plan Bolonia (lógicamente, ICV sabe por donde va a perder los votos). De manera no menos oportunista, JunqUEras (se habrá pasado Esquerra al patriotismo constitucional habermasiano?) nos ha salido con el cuento de que los estudiantes catalanes han de recibir más becas, habida cuenta de que las universidades catalanas pierden en el conjunto del reparto estatal de las mismas (¡cómo si los problemas derivados del Plan Bolonia tan sólo fuera un problema de becas!). Pero ni en un caso ni en otro se modifican las conductas desdemocratizadoras que dan por buena la actuación política "parlamentarista" (que no parlamentaria) de los últimos meses.

Excursus

Permítasenos un excurso sobre la cuestión universitaria, toda vez que ejemplifica el problema de la democratización. La reacción del tripartit catalán es el acto reflejo (admitamos que tiene más de reaccionario que de gobernanza) propio de una estrategia desmovilizadora consistente, por una parte, en hacer dimitir al jefe de los Mossos por las brutales agresiones a universitarios, periodistas y ciudadanía (indistintamente, como bien recordamos quienes estuvimos en la calle el 18-M), mientras que, por otra, se vota la unanimidad a Bolonia (precio político que el conseller Saura debió considerar oportuno a fin de conseguir el cese de Rafael Olmos). De hecho, los dirigentes de ERC como los de ICV confían (más o menos secretamente) en desactivar el movimiento cerrándole la estructura de oportunidad política abierta este curso (aquí, todo hay que decirlo, las redes activistas universitarias catalanas han vuelto a meter la pata, al lanzarse a una convocatoria insensata el 28-A, como si la movilización en las calles fuese la única forma de acción colectiva posible).

Para quien todavía no lo vea claro, quizás haya que recordarle que tras un ciclo de movilizaciones tan potente como el que ha tenido lugar este curso, los partidos que ahora hacen estos gestos electoralistas no se plantean modificar una coma del objetivo final, como tampoco se han planteado otro concepto de democracia que no sea la decimonónica y obsoleta afirmación de la centralidad del parlamentarismo y el gobierno representativo como única vía realmente política. Las alternativas de ERC e ICV siguen ancladas en una concepción de lo político que sólo entiende la actividad política de la sociedad civil como aquiescencia para con las políticas gubernamentales (nótese que hablamos de aquiescencia y no de participación, pues la diferencia es bien notoria: una cosa es la aquiescencia o "participar" en legitimar lo que viene dado y otra participar realmente como ciudadanía activa en las políticas que le afectan a uno). Para prueba empírica, cabría recordar aquí la rotunda negativa a admitir la validez de los referendos del movimiento en las universidades, incluso cuando disponen de más legitimidad representativa que algunos rectorados.

En definitiva, las candidaturas de JunqUEras y Romeva son votos orientados a reforzar la subalternidad de las políticas neoliberales, inoperantes repliegues a las gramáticas políticas de la modernidad, el gobierno representativo y el parlamentarismo decimonónico; candidaturas ajenas por completo a las exigencias políticas de quienes están pagando la crisis en carne propia. Votar estas alternativas se presenta a lxs activistas como votar aquiescencia, como conferir legitimidad a la ausencia de diálogo y al paternalismo institucional con que han sido tratadas nuestras movilizaciones de la ciudadanía universitaria; como renunciar, en fin, a la exigencia de una democratización posible, efectiva y real de nuestras sociedades.

3. El gesto democratizador.

La tercera disyuntiva que se sigue se podría formular así: elegir entre las opciones que nos puedan brindar la posibilidad de un gesto democratizador. Profundicemos, aunque sólo sea rápidamente, en el concepto de gesto. El gesto siempre es singular, irrepetible, dependiente en última instancia de la ineludible combinación de fortuna y virtud que constituye lo político. El gesto se inscribe en la política de la potencia no en la política del acto; vale decir, en la política de la emancipación, del movimiento, de las luchas sociales y no en la política del control, de la gestión del orden y de la dominación. Ciertamente, la potencia que pueda acumularse con el gesto puede ser posteriormente desbaratada y éste no es, como veremos, un problema menor en la actual coyuntura política. Pero lo importante, en todo caso, es que el gesto es posible y únicamente de nuestro virtuosismo y fortuna depende que nuestra elección sea acertada.

En este orden de cosas, dos candidaturas se han perfilado con mayor claridad como instrumentos del gesto democratizador en el presente estado de cosas (no se pierda de vista en lo que sigue el carácter contingente del gesto, su inaprehensibilidad en marcos organizativos ajenos a la polítia de la potencia): Izquierda Anticapitalista e Iniciativa Internacionalista. Para decirlo de manera sintética, ambas candidaturas se formulan en paradigmas políticos con importantes déficits en materia de democratización (ambas son variantes de una misma matriz leninista), por lo que conferirles un voto nunca podría, en términos democratizadores, instituir un vínculo político estable (expresado en la jerga obrerista de la "construcción": no permite "construir" al medio plazo).

Vayamos por partes. Resulta difícil cuestionarse que Izquierda Anticapitalista no constituya un proyecto mucho más acabado que Iniciativa Internacionalista. A pesar de las importantes (cuando no fundamentales) diferencias programáticas y estratégicas que todavía separan a Izquierda Anticapitalista de los mínimos exigibles a un interfaz representativo del movimiento, la organización de hegemonía neotrotskista se encuentra mucho más próxima que la postestalinista Iniciativa Internacionalista de la posibilidad de constituirse como un proyecto alternativo. Las mayores dificultades para identificar a Izquierda Anticapitalista como mejor opción del gesto democratizador en estas elecciones no se encuentra, empero, en su mejor posición relativa respecto a Iniciativa Internacionalista (ambas, en tanto que leninistas, son remanentes puramente históricos, identitarios y autorreferenciales).

Al contrario, las dificultades insuperables para Izquierda Anticapitalista radican en que, al plantear un voto de "construcción" de un proyecto "alternativo" (en rigor, de alternativo más bien poco y a nuestra crítica de sus ejes programáticos nos remitimos - parafraseando a Marx, Groucho: IU y dos huevos duros), confrontan al activista/elector con la disyuntiva de apoyar la reactivación de la matriz leninista (con los consabidos déficits autocráticos y el estrepitoso fracaso de los años setenta) o la impotencia de un gesto vacío.

¿Vacío? Este es el problema del gesto: su inscripción en una pragmática antagonista o, si se prefiere, la imposibilidad de sustraerse al contexto político que prefigura la escisión con el soberano. Y en esto, Izquierda Anticapitalista se demuestra en toda la rotundidad de su composición social como organización de hijos precarizados de las clases medias liderados por cuadros que han configurado su alternativa en un conflicto edípico-identitario no resuelto con la historia de la LCR (debidamente estimulados por los resentimientos supervivientes de sus mayores). En la opción electoral de Izquierda Anticapitalista la/el activista únicamente se encuentra un estiramiento crítico del continuum izquierda-derecha que organiza, desde el centro, el soberano español. Nos referimos, claro está, a la opción ilustrada, racionalista, jacobina, francófila y besancenotista que en última instancia porta en su seno el gen de la misma subalternidad que ahora, en el instrumentalismo oportunista de la coyuntura, critican con adolescente vehemencia. Poco o nada que hacer, pues, por esta vía. Antes que después, el principio de realidad acabará imponiéndose entre quienes confíen o depositen su voto, demostrándose cuan lejos está todavía Izquierda Anticapitalista de ser una alternativa.

4. ¿Puede ser Iniciativa Internacionalista la papeleta del gesto democratizador?

Llegamos así a la cuarta disyuntiva; la que nos sitúa ante la opción efectiva de votar a Iniciativa Internacionalista. Resulta evidente (incluso el Tribunal Constitucional lo ha comprendido) que Iniciativa Internacionalista (a diferencia, por cierto, de Izquierda Anticapitalista), es una candidatura coyuntural que va mucho más allá del mundo abertzale (aunque pueda llegar a comprender electoralmente buena parte de éste, igual que lo hace Aralar), cuyo proyecto político no supera el horizonte de estas elecciones y, en cualquier caso, como política de partido (esto es, en el horizonte espacio-temporal del programa), no tiene otro futuro que plantear la escisión del poder soberano que sigue pendiente de resolución en el Estado español. Iniciativa Internacionalista se formula, de hecho, en el mismo paradigma revolucionario decimonónico que el proyecto neotrotskista, a saber: la idea de que una revolución es la resolución de un dilema de múltiple soberanía a favor de la constitucionalización de un nuevo poder soberano (así Trotski en La revolución rusa). Y si bien los hijos precarizados de las clases medias se dedican al jugar al espectáculo de la revolución (así Debord), Iniciativa Internacionalista se presenta en el dramático horizonte de la agonizante lucha armada de ETA y el resistencialismo ineludible de las familias de los presos. Allí donde los primeros hacen como que, los segundos lo siguen intentando, a pesar de que nunca llegue a funcionar.

En este sentido, contrariamente a lo que piensan quienes dan por cerrada la historia de la Transición (continuum del soberano español en cuyo extremo más radical encontraríamos a UPyD, Libertas y otras candidaturas similares), el gesto de votar Iniciativa Internacionalista puede plantear un doble desplazamiento que ayude a desbloquear la foto fija del poder constituido en la que una y otra vez se (re)produce el imaginario político del autoritarismo español: (1) hacia fuera del estado de cosas (en la escisión), aprovechando el abandono del paradigma decimonónico en que agoniza ETA, víctima de su propia incapacidad para superar el horizonte de la guerrilla fordista (algo que la última generación de la RAF, Terra Lliure y el IRA, pero, sobre todo, la Weather Underground, consiguieron con éxito); (2) hacia adelante (en la inmanencia) porque no se trata de un proyecto político con solución de continuidad, sino del gesto que restituye a la praxis política el horizonte de la democracia absoluta (así el Spinoza de los postoperaistas).

Ciertamente, se podrá objetar la escasa fiabilidad de algunos de los componentes de la lista cuando ETA nos desvele (siempre postelectoralmente, como no podía ser de otra manera en una agencia de la política del acto) su "nueva" estrategia para el verano. Pero este es un riesgo limitado por el reforzamiento que un buen resultado electoral de Iniciativa Internacionalista supondría para los abertzales defensores de una resolución política y no militar, del conflicto vasco. Al menos y a falta de mayores y mejores reflexiones, así nos lo parece, de momento.

dimarts, de juny 02, 2009

[ cat/es/en ] El Pla Bolonya explicat als que ens governen

(que sembla que no se n'assabenten)



Article publicat al Nº 4 de la revista Freshpolitik

S'acosten les eleccions europees i una vegada més, els partits polítics se'n recordaran del nostre dret de vot per a repartir-se la minvant representació assignada a Estrasburg al Regne d'Espanya. El Pla Bolonya, no obstant això, demostra que va sent hora de redimensionar la importància de la política europea.

+ Pdf en català (properament)
+ Pdf en español
+ Pdf in english (forthcoming)