dilluns, d’agost 25, 2008

[ es ] Debatiendo con Pablo Iglesias (Turrión) sobre el nacionalismo español

Pablo Iglesias Turrión es una rara avis en la politología española; algo en lo que sin duda se convierte cualquier persona que no quiera pensar la política desde los parámetros "mainstreamers" a que nos abocan las acreditaciones, la precariedad laboral y otros dispositivos disciplinarios de la institución universitaria postfordista. Por este motivo, cada vez que uno tiene oportunidad de leer alguno de sus artículos no deja de encontrar algún minuto perdido para poder saber de sus juicios.

Como siempre que pasa con la gente con la que tenemos más afinidades, muchos son los debates que tenemos pendientes (entre otros una discusión en profundidad por sus apuntes en el estupendo libro sobre Bolivia publicado por El Viejo Topo que compiló junto a Jesús Espasandín). En esta ocasión, sin embargo, Pablo ha escrito un artículo que se cruza temáticamente en mis actuales trabajos, por lo que no me he resistido a escribirle una primera respuesta. Visto que, además, se ha animado a abrir un debate respondiéndome a su vez, quizás haya quien quiera echar un ojo a este intercambio.

Su texto, en cualquier caso, viene muy al caso, vistos los usos recientes del deporte que está haciendo el nacionalismo español. Y es que por lo que se ve la rehabilitación de la idea de España está al orden del día. Esperemos que su estímulo sea de interés para los muchos que quieren seguir siendo muchos y defienden su dignidad de nacimiento.

PS: Casualidades de la vida. Añado un interesante artículo de Álvarez Junco que me acaba de enviar una estudiante.

dissabte, d’agost 16, 2008

[ es ] De una lectura estival...



Aprovechando el relajo estival, me voy leyendo a ratos Los ejércitos de la noche, de Norman Mailer. El libro, lectura interesante para quien quiera seguir las innumerables pistas genealógicas de la política del movimiento, narra la crónica de la marcha pacifista sobre el Pentágono de 1967 desde el egocéntrico, cuando ya no puramente egótico, punto de vista del autor; nada sospechoso, por demás, de ser considerado como un hombre modesto o humilde.



He aquí un par de muestras de lo que voy leyendo (edición de Anagrama, traducción de Jesús Zulaika) y que me parecen particularmente interesantes y sintomáticas de todo un cambio de paradigma:

El sectarismo de la extrema izquierda

» Al cabo de los años habían acabado hastiados de discursos, polémicas y programas políticos que invariablemente detallaban la lógica férrea del siguiente paso a dar en algún difícil programa de la Nueva Izquierda. Existencialmente, poco importaba si la lógica venía de un comunista, un trotskista, un marxista disidente, un sindicalista o un simple socialdemócrata. Aunque los ideales de tales oradores diferían tanto como el color de un full en una partida de póquer, existía seguramente una falsa pero ciega confianza en el lamento nasal del orador, que cambiaba las marchas de su laringe para mejor comunicar la eficacia cierta de su programa a los oídos del auditorio. Así, en su peor momento, los oradores comunistas utilizaron tales marchas de la laringe para defender el pacto Moscú-Berlín en 1939. Así los trotskistas habían engranado y desengranado la tesis de la degeneración del Estado obrero -tesis que a Mailer le parecía menos absurda en 1967 que a Sidney Hook en 1947-, pero los trotskistas, como los comunistas, habían estado imbuidos de la inquebrantable lógica del paso siguiente, de forma que habían conseguido aplastar los huesos de su propio movimiento hasta verlos confundidos con los cientos de astillas finales del marxismo norteamericano: minúsculas sectas radicales que contaban cada una con su propio marxistólogo genio y mártir.

(pág. 103)

El giro libertario de la cultura política

» Había surgido una nueva generaciçon de jóvenes norteamericanos, una generación diferente de las cinco generaciones anteriores de la clase media. Y esta nueva generación creía en la tecnología más que cualquiera de las precedentes, pero también creía en el LSD, en las brujas, en el conocimiento tribal, en la orgía, en la revolución. Y no sentía el menor respeto por la lógica inexpugnable "del paso siguiente": su fe se reservaba para el Misterio, para la revelación del happening, en el que nunca se sabía lo que sucedería en el instante siguiente; y eso era lo bueno de su actitud. Su radicalismo estribaba en su odio a la autoridad, que para esta generación encarnaba una manifestación del mal.

(pág. 105)

El carnaval de la multitud
» Se acercaban caminando: un ejército de ciudadanos de todos los tamaños aunque sin formar por estaturas, un ejército de ciudadanos de ambos sexos representados de modo casi paritario, de todas las edades aunque jóvenes en su mayoría. Algunos vestían bien, otros eran de clase humilde; muchos tenían un aspecto convencional, otros muchos no. Había numerosos hippies; se aproximaban por la colina vestidos como las huestes de la Sgt. Pepper's Band, como jeques árabes, con largos gabanes de portero de Park Avenue, al modo de Rogers y de Clark y otros héroes del Oeste como Wyatt Earp, Kit Carson, Daniel Boone y su traje de ante, con grandes mostachos que evocaban a paladines legendarios, como feroces pieles rojas con plumas, uno de ellos disfrazado de Batman y otro de Claude Rains en El hombre invisible (con el rostro totalmente vendado y sombrero de copa)... Un buen número de ellos llevaba capa; gastadas capas de color caqui, utilizadas para dormir como mantas, toallas y macutos improvisados; o capas elegantes, con forro anaranjado o de un luminoso rosa, con los bordes desgarrados, hechos casi jirones, y las hebras al viento, pero con sombreros de mosquetero en la cabeza. Un hippie parecía ir disfrazado de Charles Chaplin; también Buster Keaton y W.C. Fields podrían haber asistido al baile. Había marcianos y selenitas, y un caballero sin caballo que avanzaba con paso majestuoso bajo el peso de la armadura. También había un centenar de hippies con el uniforme gris de los soldados confederados, y tal vez doscientos o trescientos con guerreras azules oscuro de oficiales de la Unión. Sin duda habían elegido sus disfraces en almacenes de saldos, en tiendas de artículos extravagantes, en puestos de baratillo y en cubiles psicodélicos de fruslerías hindúes. Se veían soldados de la Legión Extranjera, jóvenes con saharianas tropicales, con uniformes de sarga y de san Quintín, con camisas y pantalones a rayas de California, con imitaciones inglesas de las chaquetillas Eisenhower, disfraces de pastores turcos, de senadores romanos, de gurús, de samurais con sucios ropones. Era todo un muestrario de indumentarias híbrido entre la historia y los comics, entre la leyenda y la televisión, entre los arquetipos bíblicos y el mundo del cine.
(pág. 111 et passim)

dimarts, d’agost 05, 2008

[ es ] Mad Men: sorpresa televisiva



Después de tanta celebración del 68, saturados hasta el máximo de los topicazos de la sociedad del espectáculo, quizás la mejor manera de escapar a tanta y tan grosera mistificación no radique ya en cuestionarse la manipulación mediática sobre la que tantas veces nos hemos interrogado. Quizás sea mucho más interesante, por el contrario, aprovechar la oportunidad de mirar más atrás del año-mito y observar hasta qué punto el cambio social fue el resultado de una lucha mucho más dilatada que el momento efímero, exaltado, dramatizado y pseudoheroico de la barricada parisina. La teleserie Mad Men nos ofrece esta oportunidad y lo hace devolviendo al medio televisivo la calidad de la que se ve privado a diario.

Prueba de que si se quiere, se puede, esta serie de televisión es una obra de inusual calidad que nos sitúa magistralmente en el "antes" del cambio histórico que marcó la década de los sesenta. Ciertamente, lo sigue haciendo contando una historia protagonizada casi en exclusiva por personajes WASP, mas no por ello deja de saber tratar de manera crítica e inteligente cuestiones tangenciales a la trama (así, por ejemplo, todo lo relativo al racismo o a la homosexualidad). Sus límites son, acaso huelgue decirlo, los propiosde su estilo realista; o para ser más exactos, los de la fragmentariedad inevitable que el realismo impone como estilo narrativo al no poder representar la totalidad. Tanto más cuando logra alcanzar una cuota de indudable calidad artística. Su estrategia de acercamiento a lo real se hace inevitablemente intensiva: resulta difícil pensar en como conseguir una mayor profundidad psicológica de los personajes sin el complejo contexto psicoafectivo que demuestra la urdimbre de sus relaciones en una sociedad tan limitadamente WASP. Con todo, este mismo realismo comporta igualmente ventajas indudables, consiguiendo trasladarnos por un momento a aquel antes de todo lo que cambió. De hecho, ¿qué mejor manera de deconstruir el mitema sesentayochista que mostrando la transoformación de las relaciones sociales desde una perspectiva molecular, atenta a las microhistorias de una serie de personajes, ajena al relato mitopoiético de la manida épica movimentista de los Cohn-Bendit, Glucksmann y demás familia?



La serie nos sitúa, en fin, en la reconstrucción rigurosa de un fragmento del mundo WASP; en concreto, del mundo de la publicidad (elección ésta que nos permite, en passant, observar los albores del capitalismo cognitivo). Y lo hace recordándonos de la manera más rigurosa hasta qué punto han cambiado las sociedades postindustriales desde el inicio de su fin, en aquellos años 60. Así las cosas, la reconstrucción de las relaciones de dominación de género, raza, clase, etc., resulta toda una lección del cambio que hicieron posibles los procesos de movilización social que estaban teniendo lugar -parafraseando a John Lennon- "mientras los personajes de la serie estaban haciendo otras cosas". Incluso aunque los momentos de los conflictos antagonistas de la época no aparezcan ni de lejos en la historia que se nos cuenta, la evocación de la lucha por un mundo más justo está ahí, omnipresente en el cambio realizado o, si se prefiere y con todas las reservas respecto al historicismo, en el progreso histórico. Quizás por ello mismo se logre conjurar con éxito el trabajo de apropiación que la sociedad del espectáculo despliega en torno al 68. Y es que, invirtiendo el apotegma lampedusiano, "a veces hace falta que nada cambie para que ya nada siga igual".

Post Scriptum

Por el momento y mientras no lo impidan Ramoncín, la SGAE, el PSOE e IU (que votó Sí al canon!) y demás idolatradores de la privatización de lo imprivatizable, el mobbing mafioso y la fiscalidad del "por lo que puedas llegar a hacer", se puede seguir bajando, compartiendo, difundiendo y aprovechando el trabajo de las redes P2P sin tener que padecer así los dicterios televisivos a que nos someterían las cadenas si tuviésemos que estar pendientes del día en que programan cada capítulo.

+ Mad Men en la red P2P Tus Series

diumenge, d’agost 03, 2008

[ cat ] Blocs de amics i amigues enxarxades

Feia temps que volia afegir a la llista d'enllaços els bloc de algunes amistats. A començar pel meu infatigable amic José Luis Redón. Pels que teniu ara temps per llegir, veure i escoltar materials de lo més interessants, aqui teniu el seu colaboratorio.

No menys generós en materials per a compartir, Rosendo González ha disposat al servei del comú, un fenomenal treball de pràctica teòrica que podeu consultar en la seva ciudad tecnicolor.

Finalment, afegeixo a aquests dos cognitaris incansables, la novíssima promesa, Stefanía Luque, que podeu seguir al seu bloc amnesiacart.

Als tres el meu agraïment per la seva activitat, creativitat i dedicació.