dilluns, de juny 27, 2011

[ es ] [ NEM 6 ] Entre el liberalismo 3.0 y la autonomía 2.0

El 15M sigue adelante. Con el arrollador impulso de las multitudes movilizadas el  19J se produce un salto cuantitativo y cualitativo que, manteniendo la contienda pacífica con el mando, abarca espacios cada vez mayores, se diversifica en composición social, territorial, técnica, cultural... Un éxito sin paliativos en un contexto adverso; especialmente en Barcelona, donde a pesar del linchamiento mediático, el movimiento ha demostrado que toda la demagogia mediática vertida contra el 15M sólo es un producto de consumo interno para el electorado más reaccionario y conservador.


Lo nuevo en el 15M: un espacio para la emergencia de la autonomía 2.0 

Llevamos ya más de un mes de movilizaciones y a estas alturas parece indudable que nuestras primeras e ilusionadas hipótesis se han transformado en cambios ilusionantes, por efectivos, para la política del movimiento. El 15M está consiguiendo hacer cristalizar algo inédito en las tres décadas de historia del régimen: la emergencia de un amplio espacio político autónomo en (y más allá de) el Estado español. El 15M marcará sin duda el nacimiento de esa autonomía 2.0 que tanto tiempo llevamos buscando y en la que con tanto denuedo insistimos.

Como es lógico y evidente, ni estamos la Italia de los setenta, ni en Alemania de los ochenta. Menos aún, claro está, en momentos y lugares anteriores como la Revolución espartaquista o la Comuna de París. Todos ellos referentes geohistóricos de la autonomía 1.0 Las coordenadas geohistóricas de esta versión 2.0 que ahora emerge, sin embargo, son las nuestras, las del aquí y el ahora. Ningún agenciamiento, por hermoso que nos parezca, por legítimo que sea a los ojos de nuestra memoria colectiva es válido. Nos toca (re)inventarnos en el movimiento.

Al hablar de autonomía 2.0 no estamos hablando, por tanto, de un proceso de subjetivación limitado a reducidos grupos de activistas portadores de identidades más o menos construidas en la memoria del movimiento o en la continuidad de sus redes y experiencias activistas. Tampoco nos referimos (ya) únicamente al ejercicio de práctica teórica en el que persistimos desde hace tiempo en los diferentes espacios del movimiento (de hecho, no es tanto por medio de la práctica teórica como a través de la interacción simbólica, como se operan en estos momentos los procesos de subjetivación que mueven el 15M). 

Lo viejo en el 15M: el ciudadanismo (y su crítica)

No pocos autores han tildado de ciudadanismo la praxis discursiva del 15M. A pesar de que el concepto sea tan poco afortunado, es indudable que se da una proyección ideológica (de "falsa consciencia") en el 15M. Y no es menos cierto que esta falsedad radica en las inevitables aporías a que aboca cualquier discurso basado en reivindicar la ciudadanía que confiere un régimen al que se considera ilegítimo. Basta con escuchar con cierta atención a algunas de las voces de DRY y otras redes más o menos centrales al movimiento interviniendo en los medios para darse cuenta de esto.

Pero si el llamado ciudadanismo es una forma de falsa consciencia, también lo es buena parte de las habituales acusaciones implícitas en la crítica a sus ideas. Así, por ejemplo, se suele acusar a las redes que impulsan el 15M de falta de liderazgo y organización, cuando en rigor lo que hay es otro tipo de liderazgo (anónimo) y otro tipo de organización (en red). El peso de la experiencia y la falta de análisis crítico lastra, en este sentido, a quienes suelen enunciar la acusación de ciudadanismo: lo que nunca será el 15M es la vuelta a las viejas formas de los liderazgos individuales (narcisistas) y a las organizaciones jerárquicas (piramidales). 

No por nada, más que el discurso de DRY o de otras redes más o menos organizadas e imbuidas en su discurso por las aporías ciudadanistas (y por discurso entendemos también los repertorios de acción colectiva, las prácticas deliberativas, el grado de institucionalización o su ausencia, etc.), es el discurso de Anonymous el que mejor refleja (de cuantos conocemos) lo que es la emergencia del paradigma de la autonomía 2.0, con independencia (relativa) de la composición técnica que, inevitablemente, va pareja al fenómeno hacker. 



Y es que la metamorfosis en curso es otra bien distinta que la del relanzamiento de segundas oportunidades para matrices ideológicas en bancarrota. Ni liberalismo ni republicanismo se encuentran incardinadas en la praxis cognitiva que mueve hoy el 15M. Las suyas son visiones exógenas, ajenas, en el mejor de los casos bienpensantes; en el peor, directamente reaccionarias. La política del movimiento reclama su propia matriz. La autonomía 2.0 puede aportar respuestas.

El efímero encanto del republicanismo 2.0

No hace tanto, los autores neorrepublicanos o del republicanismo 2.0 tuvieron su efímero momento de gloria. En el contexto de la debacle financiera, cuando no pocos opinadores se aprestaban a hablar de refundar el capitalismo, o incluso a buscar alternativas a este desde una nueva socialdemocracia o nuevo welfarismo, los teóricos del llamado republicanismo cívico, republicanismo liberal (oxímoron más que sintomático), neorrepublicanismo o republicanismo 2.0 (seguramente éstas dos últimas sean las mejores maneras de denominar, y a la par reconocer, el ajuste matricial correspondiente) parecían aventajar a cualquier otra matriz teórica en la resolución de la coyuntura y el relanzamiento de una perspectiva estratégica.

Cierto es que entre quienes desarrollan la teoría republicana hoy se encuentran autores muy diversos. Así, por ejemplo, nos encontramos autores como Philip Pettit, reconocido y prestigiado asesor de Zapatero. Pettit sedujo al mundo académico y político progresista con su libro Republicanismo. En la primera legislatura de Zapatero este autor puso al presidente como auténtico ejemplo del buen gobierno republicano, aduciendo por ejemplo la ley del matrimonio homosexual, pero obviando la misma política económica que ha provocado la crisis.

De menor envergadura que Pettit, nos encontramos por estas tierras a Felix Ovejero, inspirador de Ciutadans y su españolismo negativo. En un inusual (y por ello mismo sospechoso) alarde de modestia, Ovejero ha reconocido cuando menos su despiste monumental, aunque haya tenido que ser recurriendo a la estrategia del calamar: "Así que, modestia. Que aquí andamos todos a tientas". El problema es que él anda bastante más a tientas que otros que hace tiempo que hemos hecho del caminar preguntando zapatista nuestro método de trabajo.

Más a la izquierda, por suerte, también hay algunos neorrepublicanos con su vista puesta en el 15M. Entre sus representantes de izquierda más tradicional, autores como Antoni Doménech no leen la política del movimiento de manera tan negativa; por más que compartan una común matriz para la cual la política ha de tener siempre el Estado como referente institucional del progreso social. Con todo, una lectura claramente insuficiente que no se libera de los viejos lastres y que, en el mejor de los casos, nos invita a reeditar una Socialdemocracia 2.0 de base más o menos eurocomunista (cosa de salvar los muebles a la izquierda postleninista tras el fiasco de 1989).

Así las cosas, pasado el momento en que se clamó por más Estado, aunque en realidad fuese para reclamar que las ciudadanías de cada país salvasen a sus bancos, no queda mucho de lo que echar mano entre los republicanos 2.0 como no sean fórmulas hoy ajenas por completo al movimiento, centrado en recordar al Estado su subordinación a la voluntad popular en la escisión que antecede la emergencia la multitud. Y es que el Estado dista mucho a día de hoy de ser esa gran herramienta de reconstrucción política de un proyecto emancipatorio que tienen in mente el republicanismo 2.0 No es más Estado ni más mercado lo que demanda el 15M es más rendimiento de cuentas, más obediencia de los mandatarios, más democracia.

¿Liberalismo 3.0 o autonomía 2.0?

Si algo ha desencadenado el 15M ha sido un nuevo ciclo antagonista. En el terreno de la práctica teórica esto se ha traducido en una confrontación entre dos matrices: la que guía el mando (el liberalismo) y la que guía el movimiento (la autonomía); una escisión que no es entre derecha (liberalismo) e izquierda (republicanismo), sino entre arriba (liberalismo) y abajo (autonomía).

La crisis del régimen político está servida por más que sus defensores todavía se nieguen a reconocerla o adopten una actitud condescendiente con lo que sucede en las calles. Y es que lo que está en juego el 15M (precisamente por su carácter de ruptura constituyente) no es un cambio en el sistema, sino un cambio de sistema. 

La cuestión ahora es saber hacia dónde se decantará la resolución de la crisis. Para resolver este problema es preciso comprender la disyuntiva que se abre entre las dos lecturas antagónicas del 15M, a dónde conduce cada una de las lecturas y, por consiguiente, sus respuestas al interrogante que suscita el poder constituyente: ¿consolidación del espacio autónomo y superación de la lógica política del movimiento en un contexto liberal o salto segundo en la matriz liberal y recuperación conservadora de las innovaciones movimentistas? 

La crisis de la matriz liberal 

La matriz teórico-política del liberalismo se encuentra en las bases del funcionamiento de las sociedades capitalistas y sus correspondientes regímenes de poder. La realización del proyecto liberal está ligada a la propia naturaleza de la sociedad capitalista. Por más que en tiempos de crisis se nos cuestione este vínculo (a menudo con la falaz distinción entre "liberalismo político" y "neoliberalismo económico"), en los tiempos de ofensiva se desvela con la mayor claridad. Así nos sucede estos días en que los acontecimientos liberan las palabras de sus viejas ataduras.

En sus sucesivas configuraciones mercantil, industrial, financiera y cognitiva, la sociedad capitalista ha ido (re)adaptando con éxito su mando a las exigencias de control y canalización institucional del antagonismo social. A resultas de ello, el liberalismo ha tenido que aprender a (re)adaptarse a los nuevos desafíos originados en el cuerpo social por las relaciones de dominación que ha ido instituyendo sucesivamente y contra las que, una y otra vez, siempre se ha rebelado la multitud. 

Una relación instrumental con la democracia

Desde las primeras formas de la democracia liberal (basadas en el sufragio censitario) hasta sus declinaciones actuales de mayor o menor calidad, la historia del liberalismo es la historia de una resistencia y readaptación elitista a la democratización. Por más que algunos grupos sociales originariamente excluidos hayan logrado ser acomodados a las nuevas elites (así, por ejemplo, ciertos estamentos profesionales de la sociedad española surgidos del Desarrollismo franquista), en líneas generales la tendencia histórica del liberalismo hacia su realización ha sido la del progreso de la exclusión social por medio de la mercantilización y privatización subsiguiente del mundo.

El liberalismo, como bien demostró en su día Alexis Keller, no siempre ha sido democrático. Y menos aún democratizador. A lo sumo constitucionalizador de los progresos democráticos ajenos. Y es que la relación del liberalismo con la democracia siempre ha sido de tipo instrumental. No es de sorprender que no hace mucho, en relación a los cambios en América Latina, algún reputado politólogo liberal, sentenciase: "a veces hay que defender al liberalismo de la democracia". A fin de cuentas, el liberalismo sólo ha reconocido la democracia cuando ha realizado el gobierno del mercado. A la que ha cuestionado su poder, el automatismo que comporta, sus efectos sociales y otros problemas, pronto se ha verificado el repliegue matricial del liberalismo.

La heteronomía mercantil o el gobierno de la mano invisible del mercado

Aunque frente al estatismo republicano, el liberalismo reconoce a la sociedad de apellido "civil" la existencia en el marco de una esfera para la no-interferencia (directa) del Estado (que no necesariamente del mando), no es menos cierto que en esta esfera la "libertad" es siempre una libertad bajo control, una libertad vigilada, determinada de manera heterónoma por el juego complementario del mando coercitivo y la mano invisible del libre mercado. De acuerdo a la construcción histórica del liberalismo (identificada por Marx como el paso de la subsunción formal a la subsunción real o por Foucault como el paso de la disciplina al control) la libertad es únicamente tal cuando se interioriza como un automatismo que evita la decisión contra el mercado.

Dicho de otro modo, es una libertad que se "compra" no que se "conquista". Al proceder de este modo, el liberalismo sólo puede realizar la "libertad" como la dominación de quienes disponen de recursos suficientes para "comprarse su libertad" sobre quienes carecen de ellos (de ahí la común etimología de "privatizar" y "privar"). Nótese el desvelado sentido genealógico, tan profundamente liberal, de la expresión "comprar la libertad" de acuerdo a la cual devenir libre es, exclusivamente, un devenir propietario de sí (a la manera del esclavo manumiso) y transfiriendo por tanto a la observancia estatal, por una parte, y al automatismo mercantil, por otra, las condiciones de posibilidad de toda decisión.

La crisis liberal del 15M y la opción (¿imposible?) a un liberalismo 3.0

Llegados a este punto no resulta difícil comprender cómo en la coyuntura actual, lo que está en juego es la propia supervivencia del liberalismo. Sería ingenuo, no obstante, considerar que el liberalismo no disponga de un margen de acción más que suficiente para responder a los desafíos del 15M. Históricamente, de hecho, el liberalismo ya ha sabido operar las mutaciones matriciales necesarias para asegurarse su supervivencia. 

La primera mutación sustantiva del liberalismo se adoptó al reconocer en el gobierno representativo una herramienta útil al cercenamiento de la democracia. John Stuart Mill fue en este sentido, el primer gran intelectual de la democracia representativa como diseño institucional del liberalismo. Pero al adoptar el marco democrático (incluso en su versión representativa) emergió la necesidad de ampliar progresivamente el demos a diferentes grupos sociales.

Tal ha sido y es, después de todo, la historia del sufragio en la democracia liberal: primero los hombres propietarios y alfabetizados, luego las mujeres, las minorías raciales y culturales, etc. Todavía hoy menores de edad, sin papeles y otras figuras sociales de la exclusión liberal siguen pendientes de conquistar la plenitud de acceso al demos. El liberalismo, por lo tanto, se ha forjado y opera en esta lógica de aristocratización económica del demos. Sólo desde el antagonismo se ha conseguido forzar a los liberales a aceptar concesiones.

La segunda mutación liberal llegó provocada por el cambio en la agencia política protagonizado por el movimiento desde los años sesenta en adelante. Desde la teoría de la justicia de John Rawls en adelante, el liberalismo fue refundado para dar acogida a los desafíos movimentistas: desde la justicia redistributiva hasta la política del reconocimiento, los teóricos liberales se aprestaron a encajar los problemas desvelados por los llamados "nuevos movimientos sociales" (NMSs). Michael Walzer denominó a esta mutación el paso del liberalismo 1 al liberalismo 2.

¿Hacia una tercera mutación? El ciberliberalismo

Con todo, la evolución del liberalismo desde los ochenta hasta hoy se ha desarrollado en una dirección completamente involutiva, replegándose sobre el liberalismo 1.0 antes que desplegando las potencialidades del liberalismo 2.0  Ahora, ante la nueva ola de movilizaciones en curso, la matriz liberal ha de hacer frente a una tercera mutación. Ya no se trata de integrar el mundo del trabajo bajo los diseños institucionales del corporativismo liberal. Tampoco es cuestión ya de incorporar, anulando, las causas feminista, ecologista, pacifista u otras de los NMSs.

El desafío liberal se presenta hoy bajo la emergencia de una nueva figura del trabajo vivo: el cognitariado, esto es, una figura social que se funda en el trabajo inmaterial, flexible, precario... A nadie puede escapar, salvo por razón de alguna ceguera ideológica preocupante, que el 15M (y más aún las redes centrales al proceso) se sostiene sobre una composición técnica de clase que en poco o nada tiene que ver con las tradicionales clientelas sindicales, los seguros electorados de la izquierda funcionarial y otras figuras que hasta ahora hegemonizaban la escena política desde la simple gestión de las rupturas históricas sedimentadas en la representación política.

Así las cosas cabe preguntarse si el liberalismo será capaz de (re)adaptarse como ciberliberalismo (como liberalismo 3.0) o si, por el contrario, la emergencia de la autonomía 2.0 es también, como se deduce de su hipótesis activista, un horizonte de derrota liberal. Para ello es preciso que la autonomía se apreste hoy a enunciar las condiciones de un proyecto fundado en el común, en el trabajo vivo del cognitariado, en su capacidad para subvertir los viejos códigos y gramáticas políticas de la modernidad e instaurar su propio gobierno, el gobierno del movimiento.

En estos días, el movimiento agota una primera fase de ruptura, de expresividad, de afirmación autónoma. Tras el gesto de las plazas avanzamos hacia la reivindicación de la producción institucional, hacia la emergencia del poder constituyente de la multitud. Sólo si a esta primera fase sigue ahora un decantamiento progresivo por la autonomía, por el abandono del ciudadanismo y por la creación de nuevas instituciones, se traducirá el movimiento en progreso emancipador. De otro modo, un nuevo salto liberal, el perfeccionamiento habitual de la maquinaria semiocapitalista y la satisfacción recuperadora de los futuros gestores del eventual progreso social a que pueda abocar la ruptura actual, será lo que quede del esfuerzo realizado en este mes largo que llevamos en las calles.

dimecres, de juny 15, 2011

[ es ] De presidentes, democracias y helicópteros

En la vida nos suceden pequeños acontecimientos micropolíticos que nos explican mucho más de cómo funciona la lógica del poder bajo la que vivimos de lo que un curso entero de ciencias políticas en la universidad. La anécdota que quiero contar tuvo lugar en julio de 2002, justo al acabar el movido curso en que luchamos hasta el final contra la LOU. Entonces el PP gobernaba con mayoría absoluta y la ley de destrucción de la universidad se implementó con la aquiesciencia final de los mismos sectores progresistas que luego ratificarían el Plan Bolonia (todavía hoy esperamos la promesa de Zapatero). A mí no me quedó más alternativa que la "exilgración" (mitad exilio, mitad migración). No fue una decisión fácil, pero fue posible por la falta total de oportunidades.

Al aterrizar en Ginebra cogí el tren que baja del aeropuerto hasta la estación de tren y allí me senté a esperar a mi compañera de entonces, de nacionalidad helvética. La cafetería de la estación estaba abarrotada y de entre todas las mesas, la mía disponía de un par de sillas libres. Me senté a esperar. Al cabo de un momento entró en la cafetería una anciana que, muy amable y correcta me preguntó si se podía compartir la mesa con ella. La invité a que lo hiciera y comenzamos a hablar. Le conté que era gallego y demostró tener un conocimiento notable sobre cómo habíamos llegado en los Treinta Gloriosos y cómo habíamos contribuido tan sacrificadamente al progreso del país. Hablamos de muchas más cosas durante poco menos de una hora y en todas demostró una excelente cultura y formación.

Al llegar mi compañera, se quedó un poco sorprendida. Tímida y pálida como era le salieron los colores y saludó a mi contertulia con mucho respeto. La señora, muy discreta, se excusó diciendo que tenía que coger el tren. Se marchó con la misma tranquilidad con que había llegado. 


- ¿La conoces?, pregunté soprendido a mi compañera.
- Es Ruth Dreifuss, la Consejera Federal (y entonces presidenta de turno de la Confederación Helvética).

Hoy, al ver descender a Artur Mas de un helicóptero que en una hora de vuelo se gastó la mitad de mi sueldo del año que viene (una vez aplicados los recortes que venía a aprobar), no he podido dejar de recordar esta anécdota. Pensé en el abismo que nos separa de un régimen político que, con sus innumerables defectos, es infinitamente más democrático que el nuestro. Un país donde la presidenta, una mujer mayor, coge el tren en segunda y habla en la cafetería de la estación con un migrante recién llegado. Algo que, a buen seguro, nunca caracterizará este gobierno "aristocrático" (como ellos mismos se han definido; literalmente "el gobierno de los mejores"). Me he sentido más indignado que nunca.

diumenge, de juny 12, 2011

[ cat ] Fi del cicle independentista: les CUP i les derives després del 15M



Traducció de l'Arnau Mallol (gràcies!)

Fa uns dies, en Roger Palà va publicar en el seu bloc un Decàleg per a independentistes #indignats , molt recomanable per aquells que, des de l'independentisme, vulguin reflexionar de manera crítica i intel·ligent. En el seu post, el periodista del setmanari Directa apuntava bones raons sobre les dificultats que l'independentisme ha tingut per comprendre i desenvolupar sinergies amb el 15M. I la veritat és que la cosa no ha estat per menys.

La CUP de Barcelona i el 15M: “Què NO fer?” de Lenin

La tempestuosa relació entre les xarxes d'activisme de l'esquerra independentista i el 15M va començar tan malament com que a la candidatura de la CUP de Barcelona (espai de convergència d'independentistes, troskistes i altres famílies de l'extrema esquerra clàssica de la ciutat) la convocatòria de la manifestació del 15 de Maig els va pillar a la manteixa hora, però en diferents llocs, que el seu acte central de campanya. Mentre la política de partit portava a terme una de les pràctiques institucionalitzades més habituals (la campanya electoral), el moviment es desenvolupava de forma autònoma als carrers. Res greu si un és d'Esquerra o d'Iniciativa, partits que de moment no s'han plantejat, seriosament, construir una interfície representativa del moviment. Però si per una plataforma electoral que es considera i vol ser del municipalisme alternatiu, portaveu del moviment a les institucions del govern representatiu. Un error majúscul, sense pal·liatius, inexcusable. Però simptomàtic.

En va se'ns ha intentat disculpar via twitter algun amic i flamant candidat amb l'argument, tan prosaic com efímer, de l'esforç que suposa organitzar un acte així. Serà que organitzar el 15M no suposa esforç? Serà que la prioritat són les eleccions en el cas d'una candidatura que a priori només els més il·lusos podien veure-hi opcions d'un regidor? Tot un símptoma aquest narcisisme que es creu protagonista de la vida política en les normes de la política de partit. L'excusa no pot ser millor com exemple (encara que pitjor com argument), ja que procedeix d'una persona que, igual que en Roger Palà, està ben allunyada del clixé del militant de l'esquerra independentista (fet que prova la profunditat de la crisi estratègica independentista). Per qui vulgui entendre, aquest exemple il·lustra fins a quin punt l'esquerra independentista encara opera, i molt, però molt majoritàriament, en el paradigma organitzatiu del segle passat i, de la forma més profunda i general, en una gramàtica política de la modernitat obsoleta per complet.

Les” CUP versus “la” CUP de Barcelona: raons d'una divergència

L'absència total d'alineament discursiu (de framing) entre l'esquerra independentista i la convocatòria de Democracia Real Ya! reflexa fins a quin punt, lluny de comprendre que és allò que mou les CUP com innovació política del municipalisme alternatiu, bona part de la militància cupaire segueix aferrant-se a la seva obsoleta gramàtica política sense voler aprofitar les lliçons que els està brindant la realitat. Tot sigui dit (perquè després no se'ns acusi d'algun tipus de fixació neuròtica), la incapacitació de comprensió de la CUP de Barcelona respecte el 15M no arriba, ni de lluny, als extrems de les bandades del PCPE, com tampoc a les infiltracions oportunistes dels partits o les jugades, més patètiques encara, d'alguns ciutadans pel canvi de les seves posicions personals en el partit socialista. Si critiquem a la CUP és perquè d'alguna manera es planteja les preguntes que altres organitzacions donen per contestades (incorrectament, clar) o ni es plantegen.

Sigui com sigui, la CUP de Barcelona (ho hem repetit fins a la sacietat) no és, ni pot ser, una candidatura més de les CUP, amb tots els seus errors i limitacions que poden tenir les CUP dels nuclis de poblacions amb dimensions aptes per a la seva política participativa. La qüestió de les dimensions de la polis, segueix sent, a dia d'avui, absolutament decisiva i així ho demostra l'encertada descentralització als barris del 15M. El centre de poder és història i les xarxes ja no són el futur: són un present en el que s'està, d'acord amb les regles de la seva pròpia constitució material, o es perd. No és una opció; és la manera en que es defineixen en els nostres dies les condicions de possibilitat.

Insistíem encara una volta més: ni per les condicions sociològiques, metropolitanes i institucionals és la de Barcelona una CUP com les altres. Pretendre que es pot organitzar una CUP en una ciutat de Barcelona sense desvirtuar la naturalesa del projecte és, senzillament, negar-se a reconèixer la pròpia realitat de les CUP o estar en una altra jugada molt diferent a la que mou a les pròpies CUP (la del colpisme d'inspiració Blanquista). És el moment que la CUP de Barcelona es replantegi el seu model de construcció organitzativa per agregació grupuscular, la seva tàctica del joc de la representació de la participació i la seva estructura centrípeta. L'anàlisi post-electoral, amb el 15M de cara, no hauria d'oferir dubtes sobre el camí per on va el municipalisme alternatiu a Barcelona.

La CUP Barcelonina, diguem-ho ben clar, s'ha organitzat sobre uns fonaments completament erronis, més propers a la lògica del consensualisme fal·laç de l'agregació leninista en els marges sectaris de l'espai metropolità que a l'articulació d'un autèntic projecte participatiu. En aquest projecte es continua confonent, fonamentalment, la “representació de la participació” amb una política realment participativa. I és que no és el mateix, dir que un és vol participatiu davant del mitjans i en el marc del joc representatiu electoral(ista), que ser-ho en la realitat dels barris, modestament, enfront a la dura realitat de ser quatre gats (com a mínim abans del 15M). Fins que no s'entengui això, la resta pot ser un fantàstic grup de militants amb moltes ganes de fer coses, un programa de socialdemocràcia dura (res més) i un univers estètic de consum propi, però absolutament fora del terreny de joc polític.

El fracàs sense pal·liatius de l'estratègia independentista

Però el fracàs de la CUP de Barcelona no és només un fracàs de la CUP de Barcelona, ho és, en general, de tota l'estratègia independentista. De fet, comparativament, les CUP (de fora de Barcelona) són l'únic sector independentista que no ha sortit malparat de les eleccions. Si ens centrem en la CUP de Barcelona no és per cap fòbia o fixació, sinó perquè en la seva contradicció habita la solució del problema. Parafrasejant a Ulrike Meinhof: “la CUP de Barcelona és el problema, però també part de la seva solució”.

En efecte, durant els últims anys hem assistit a una impressionant cicle de mobilitzacions catalanistes. Des de les manifestacions de la Plataforma pel Dret a Decidir fins al 10J, passant per les consultes sobiranistes, les consultes han aconseguit un grau de mobilització mai recordat. En les enquestes d'opinió l'independentisme ha sortit de la marginalitat per a convertir-se en una opció respectable en ambients que sociològicament sempre han estat contraris a la radicalitat de l'opció secessionista. En altres temps la cosa s'hauria pogut liquidar amb un expeditiu “s'ha aburgesat”. Però avui tot és més complex. Clar que la cosa no és per a menys (o per a més), tenint en compte com els hi ha anat de bé a amplis sectors del catalanisme amb l'Estat de les Autonomies (incloses certes elits independentistes ben integrades al establishment del règim polític espanyol).

Davant d'això, pocs mesos abans de les eleccions tot apuntava a que l'independentisme estava cridat a recollir grans èxits a les urnes (només així s'entén l'espectacle donat als mitjans pels notables independentista i els seus partidets, jugant al joc impossible de la coalició com a jugada mestra). Per contra, els resultats de l'onada de mobilitzacions catalanistes no poden ser més adversos a l'estratègia independentista majoritària: en centralisme estatal es reforça amb una CiU entregada al PP després de la sentència ultra del Tribunal Constitucional, el conservadorisme neoliberal agafa una força extraordinària, l'espanyolisme neofeixista irromp en moltes ciutats (PxC deixa en un no res a Ciutadans), les xarxes activistes estan esgotades, frustrades i sense perspectives polítiques i entregades a les passions tristes. Les consultes, per la seva pregunta (ideològica, esbiaixada i inviable) que ni per l'autonomia que les va moure, deixen ben clar que l'estratègia independentista només és política de la impotència: mobilització per avui, CiU per demà. En articles anteriors vam anar advertint, encara que amb poca o nul·la fortuna, sobre el que succeiria si es persistia en una estratègia fonamentada en la gramàtica política de la modernitat. Avui ens dol haver de dir que ja ho advertíem, però més enS doldrà saber que ni tan sols es plantejava admetre l'error.

Les crítiques hem rebut (les constructives, raonades i intel·ligents; que d'insults i agressions també n'hem rebut) sempre han apuntat en una mateixa direcció: l'absència d'una praxis real que contrastar a la vella i coneguda gramàtica moderna (i més particularment a la seva pobre conjugació neoleninista utilitzada en les organitzacions de partit). Doncs bé, el 15M està brindant l'oportunitat de contrastar dues praxis alternatives en el terreny empíric. Ja no val la vella excusa de “com a mínim tenim un model que ha funcionat històricament”. Deixem la Història al seu lloc.

Per una banda, tenim la praxis fonamentada en la gramàtica moderna, que ens deixa com a resultats que: el catalanisme conservador i partidari de l'Estat autonòmic que no només aconsegueix arrossegar cap a les posicions polítiques de CiU a Esquerra, Solidaritat i altres (entre elles a alguna petita CUP, amb les subsegüents contradiccions i costos a mig termini), sinó que aconsegueix que, encara que disposant de l'estat d'opinió més favorable de la seva història, l'independentisme obtingui els pitjors resultats (potser no directament, però si correlativament respecte al punt de partida). Entregades als jocs de notables i partits, alienes per complet a la política de moviment, les xarxes independentistes van donar un trist espectacle de cobdícia, narcisisme i elitisme classista, difícilment digerible per la multitud (fins i tot des de les retòriques leninistes reciclades en programàtiques socialdemòcrates, a la manera de la CUP de Barcelona, o social-liberals lliurades a la competició neoliberal amb CiU a la manera d'Esquerra). La convicció de que amb la vella gramàtica es podrien obtenir grans redits electorals és avui un autèntic fracàs. Tot i això, coses més sorprenents hem vist (dit això també com a pronòstic del que queda per venir).


Per altra banda, ens trobem l'èxit de les CUP (excepte la CUP de Barcelona). Es tracta d'una constel·lació de candidatures entre les que hi ha de tot: molta desorientació, una gran absència de formació política, notoris errors, excessos identitaris i, malgrat tot això, encerts! El que ha multiplicat les CUP, el seu número de regidors i les seves victòries, no ha estat la gramàtica de les seves aspiracions a la direcció política d'avantguarda (sota la forma impolítica, degradada i oportunista de l'objectiu d'aconseguir un diputat autonòmic). El contrari, les CUP, com hem dit moltes vegades, són les CUP malgrat les CUP. El seu encert radica (quan encerten i quan fallen per aprendre a encertar) en la seva capacitat per a fer política de moviment, per a subordinar notables i partits en una lòtica de radicalització democràtica en la que el cos social no és sotmès a instàncies de mediació, sinó que opera per mitjà de les CUP com una interfície amb la que intervenir, transversalment, des de l'autonomia social, en les institucions de l'Estat, provocant un curtcircuit al comandament i enfortint la cooperació federativa amb aquelles singularitats antagonistes que les envolten. Per aquí està la solució!

I llavors va arribar... el 15M

Després d'haver intentat construir hegemonies en el si del catalanisme, renunciant a les més elementals mostres de decència política en allò referent als continguts ideològics d''esquerres (ens hem oblidat del PSAN pactant amb en Laporta?), els partidaris de l'estratègia modernista estaven sota estat de shock. Després d'una vaga general i les eleccions autonòmiques l'escenari era d'una desorientació difícilment superable. La temptativa d'organitzar una vaga general a la catalana, sense tenir un sindicalisme nacionalista mínimament rellevant com el gallec o el basc, la tornada a la caverna del militantisme esquerranista no era precisament fàcil de digerir.

Clar que més difícil sembla ser el canvi de xip. O això és el que ha posat sobre la taula el 15M: instal·lats en el púlpit de la història, els resultats previsibles de les municipals, amb l'èxit de les CUP, donarien als “dirigents” (és un dir, ja que per sort dirigeixen ben poc) l'oxigen necessari per (auto)convèncer de que estaven en la via de l'èxit. Però, els resultats van demostrar, un cop més, el que era d'esperar: la llei d'Hondt no està fixada per res; la CUP de Barcelona, aposta fallida de les divergències leninistes, només ha servit per aixecar a CiU, enfonsar a Esquerra (la venjança personal i el ressentiment d'alguns històrics com a únic motor de la seva política) i facilitar al PP la clau del poder (ja se sap, per al leninista: “quant pitjor, millor!”).

Certament, que l'èxit de les altres CUP és una de les poques bona (excel·lents) notícies en el desolador panorama polític post-electoral. Però, malament farien les CUP de creure's que les seves victòries es poden deslligar d'altres fenòmens municipalistes (per exemple, les CAV). Les CUP no són EL fenomen, sinó UNA expressió del fenomen: el municipalisme alternatiu.

I que té a veure la situació de les CUP amb el 15M?, em van preguntar l'altre dia. “Tot”, vaig respondre. El més sorprenent és precisament el nivell d'autisme polític amb que les xarxes independentistes estan observant les mobilitzacions sorgides del 15M. Només aquests últims dies, quan el progrés del cicle ha aconseguit ja derrotar als mossos i plantejar-se el bloqueig del Parlament (cosa que ni en les més exaltades fantasies borrokes d'alguns s'hauria pogut arribar a succeir), apareixen algunes primeres reflexions demanant un canvi de línia. En bona hora!

El debat de l'autodeterminació a l'Assemblea de la Plaça Catalunya

Encara està per aclarir del tot que es el que va passar en el terreny del concret (entre altres coses esperpèntiques, l'al·locució a l'àgora d'un neoliberal com en López Tena: l'enemic a casa! Així de gran és la democràcia de la multitud...), però a jutjar pel que expliquen fonts ben informades, el problema del debat sobre l'autodeterminació va començar amb el mateix mal peu que el 15M. Sembla que saltant-se “a la torera” l'assemblea i generant una comissió, tan paral·lela que fins i tot es reunia durant els plenaris de l'assemblea. Els problemes de procedimentalitat, una volta més, són els problemes de l'estratègia.

Per variar els obsolets tacticismes de certes xarxes independentistes van fer el pitjor dany a la seva causa, intentant fer passar per conflictiu un debat que no ho era per a ningú tret d'ells mateixos. Massa atents a les agitacions dretanes d'alguns mitjans sobiranistes (els mateixos que tant han alimentat els narcisismes que han sabut posar a CiU i l'independentisme en l'actual situació), massa pendents dels deliris identitaris sobre els atacs sacrílegs al monument a Francesc Macià (com si aquesta, d'haver-ho viscut, s'hagués oposat al triomf democràtic del 15M) o massa cegats per la paranoia etnicista sobre els drets lingüístics. Algunes xarxes independentistes han estat un parell de setmanes donant la nota de la pitjor de les formes possibles: la més antidemocràtica, la més irreflexiva, la més identitària. Això no invalida la bona feina que, sens dubte, han realitzat molts activistes en molts fronts durant molt de temps, però tampoc això últim (molts cops l'argument contraposat a la seva absència el 15M) justifica l'espectacle dantesc exhibit.

I tot això, per una incapacitat profunda d'aprendre de les pròpies victòries (que no les alienes!). De fet, per poc que es vulgues aprendre, hi ha formidables lliçons de democratització que no s'han de deixar escapar. En primer lloc, la ja esmentada del municipalisme alternatiu. En segon lloc, més important encara per comprendre la incapacitat d'intervenció al 15M, és el canvi de paradigma teòric que comportava el pas del discurs sobre l'autodeterminació al discurs del dret a decidir.

En efecte, per a molts independentistes això del “dret a decidir” ha estat un pur gest tàctic, una manera d'aconseguir recolzaments en un moment d'aïllament; oxigen polític. No obstant això, el problema és precisament aquest: que es tracta d'un gest; això és, del que engega el moviment, just tot l'oposat al seu vell mantra de l'autodeterminació. El marc interpretatiu que es sintetitza en el dret a decidir va ser absolutament determinant per a llençar el cicle i la raó és tan senzilla com que desplaçava la gramàtica política del model etnicista wilsonià emmarcat per la prèdica autodeterminista cap a la desobediència al comandament imperial, fins a la reivindicació de la igual dignitat de naixença, fins a l'horitzó de la democratització que fa possible la política de moviment. Els de sempre, en el de sempre, no han entès res de res.

Allà on abans de la PDD havien campat notables i partits, el dret a decidir emmarcava l'èxit de la desobediència a l'espanyolisme rampant que envoltava el procés estatutari. Fins i tot les consultes, en tots els dèficits imaginables que comportava la pregunta (evidència de la resurrecció de la reacció identitària en el si de l'independentisme enfront de la innovació discursiva de la PDD), suposaven un progrés repertorial que desbordava la vella gramàtica política. Així les coses, no és de sorprendre que superat el moment àlgid de l'onada de mobilitzacions catalanista, l'independentisme s'hagi replegat a les seves velles cavernes ideològiques del ser un poble, una llengua, una història, un territori...


El deliri del debat a la plaça sobre l'autodeterminació, en el que es van dramatitzar victimismes paranoides fins a l'extrem, fruit de les passions tristes que caracteritzen les fases a la baixa de les onades de mobilitzacions (ens referim a la independentista, clar), l'única cosa que hem vist de moment ha estat incapacitat política per assumir la mutació en la matriu independentista que, paradoxalment, la societat catalana ha assumit amb la major de les celeritats. Entre els assistents a la plaça, el debat va enxampar per sorpresa, com si algú hagués demanat ressuscitar temes absolutament desfasats. Algú em va comentar en aquell context: "
només ens faltaria que ara aparegués Amnistia Internacional dient que no volem discutir l'abolició de la pena de mort".

L'exemple és fenomenal: d'on surt aquest victimisme? d'on apareix aquest comportament autocràtic per discutir allò evident? Si la plaça és el
demos (que no el poble imaginari de la nació ètnica) i el demos ha decidit que qualsevol qüestió important s'ha de votar en referèndum d'on surt aquesta obstinació perversa per voler que l'assemblea reculli fil per randa, lletra a lletra la pròpia posició (i a més quan s'ha estat operant en paral·lel a la procedimentalitat assembleària)? Que no coincideixen poble i demos? Per aquí sembla que van les claus realment importants.

Un altre activista implicat en el funcionament de les assemblees comentava al seu facebook que al 15M (per l'estructura reticular que sosté organitzativament el procés) cadascú pensa que el seu enemic és qui controla el moviment. Sembla clar que si la verticalitat del comandament modern produeix esquizofrènia, la horitzontalitat de la xarxa produeix paranoia. I aquest és precisament el problema, ja que de la paranoia de les xarxes independentistes estan naixent en les assemblees propostes que naturalitzen unes reformes electorals absolutament delirants.

Un problema de teoria política

El problema de fons, com hem assenyalat, és l'absència d'un canvi efectiu de gramàtica política en el moment òptim per a la seva realització (en la fase àlgida de l'onada de mobilitzacions). Aquest canvi passa per comprendre que el "dret d'autodeterminació" (en realitat el dret a decidir) ja era un fet en les assemblees, que el cos social que es determinava no podia nomenar-se sense falsificar-se, que la pròpia procedimentalitat de l'assemblea (en el punt 7 es cita que qualsevol decisió rellevant haurà de ser votada en referèndum) situava a l'independentisme davant les seves pròpies contradiccions (que no seria rellevant la independència?).

La pretensió de fer parlar a la multitud el llenguatge etnonacional (el del monolingüisme, el dels símbols catalanistes, el de l'autoreferencialitat, etc.) no podia, ni pot ser sinó la imaginària temptativa populista per convertir una nació de la multitud en un poble de l'Estat (Volk), això és, una instància de legitimació del demos (la igual dignitat de naixement) en un cos social subordinat a un comandament dissociat del propi cos i exercint sobre ell un poder il·legítim (el dels partits leninistes que creuen dirigir l'independentisme). En definitiva, el problema del 15M per a l'independentisme segueix sent el mateix que fa dècades: assumir una matriu normativa autònoma en la qual una nació sense Estat no té perquè aconseguir-ne un per a ser lliure, sinó lluitar per la seva pròpia emancipació; una matriu en la qual una nació de la multitud no és reductible al poble d'un Estat, en la qual allò ètnic és història i allò múltiple una realitat present.

No és casual que el programa de la CUP de Barcelona partís d'una concepció completament etnonacionalista de país. Tampoc ho és que, a hores d'ara, no s'hagi plantejat la seva dissolució i la seva suma a les forces de la democràcia municipalista que avui es construeixen autònomament als barris. Segurament hi ha qui creu que els vots aconseguits, malgrat la seva enorme distància de la possibilitat d'obtenir representació, són una dada per a l'esperança. En això es comparteix la capacitat trotskista per l'(auto)engany d'Esquerra Anticapitalista. Alguna cosa s'ha d'haver contagiat amb tanta agregació de grupuscles sectaris de comuna inspiració i gramàtica leninista.

En el moment què escrivim això, no obstant això, és la de l'horitzó post-independentista que neix en les àgores. Continuar aferrats a un paradigma etnonacional en una societat multicultural, continuar apegats al fetitxe d'un comandament fundat en un Estat propi en temps de sobirania imperial, continuar esperant un referèndum sobre la independència sense sortir-se de la UE, no només és estar fora del segle XXI, també és persistir en el victimisme, en l'obcecació autocràtica per voler ser "homes d'Estat" (amb tota la connotació patriarcal que comporta això). O s'entén i s'ajuda a catalitzar el procés iniciat pel 15M o al final seran IU, però sobretot la UPyD, els qui rendibilitzin el contramoviment: més èxits a sumar a la ja trista contribució a la victòria de CiU i la seva dependència de PP?

[ es ] Las tres eras de la democracia

Artículo publicado hoy en el diario La Vanguardia, página 34

El movimiento del 15M está marcando el comienzo de una tercera era de la democracia. Las dos anteriores fueron la era de la democracia clásica y la era de la democracia liberal que ahora toca a su fin. La primera alcanzó su madurez en la Atenas y pervivió en los cantones suizos, burgos medievales y pueblos nómadas. Era una democracia directa y para la que no era preciso estar alfabetizado. El orador, prócer o notable, a la manera de Pericles, era la gran figura sobre la que se articulaba el régimen.

Sin embargo, la democracia clásica no era practicable a escala del Estado moderno. Para transitar a la democracia liberal sería precisa una aportación tecnológica: la imprenta. Y es que con el invento de Gutenberg nacería la esfera pública moderna, la posibilidad de organizar relaciones impersonales entre poblaciones distantes y de estructurar la democracia en unas dimensiones hasta entonces inimaginables.

Y aunque la democracia liberal era reducida en participantes (sufragio censitario) y protagonizada por notables (de Jefferson a Robespierre), la propia imprenta facilitaría a los excluidos pasar a integrar el demos de la modernidad: el pueblo. Gracias a la imprenta, movimiento obrero, los nacionalismos sin Estado, el feminismo, el movimiento por los derechos civiles y tantos otros, irrumpieron, ampliaron y consolidaron una democracia liberal que hubo de readaptarse a la fuerza y dejar de ser un lujo minoritario. Los partidos fueron las instituciones que articularon las representaciones útiles a la democracia liberal.

Con el 15M asistimos a un episodio más de una nueva era democrática. Tras décadas de desdemocratización neoliberal (de transferencia de los ámbitos decisionales a la esfera económica privada, de los deliberativos a las televisiones comerciales y de los participativos al juego plebiscitario), la revolución tecnológica de internet está facilitando el paso a la tercera era: la era de la democracia absoluta.

La democracia del futuro que se constituye hoy subsume a los mediadores de antaño (notables o partidos) en el movimiento. Deviene un proceso sin limitación temporal (legislaturas), ni delegaciones sin revocación. Al tiempo que se hace global, arraiga en lo local. Su protagonista ya no es el pueblo, sino una multitud inteligente, conectada y simbiótica, que de la red va a la plaza y de ésta vuelve a la red.

[ es ] Fin del ciclo independentista: las CUP y las derivas tras el 15M


Nota: s'agraeix traducció al català

Hace un par de días, Roger Palà publicaba en su blog un Decàleg per a independentistes #indignats de más que recomendable lectura para quienes, desde el indepedentismo, quieran reflexionar de manera crítica e inteligente. En su post, el periodista del semanario Directa apuntaba buenas razones sobre las dificultades que el independentismo ha tenido para comprender y desarrollar sinergias con el 15M. Y la verdad es que la cosa no es para menos. 

La CUP de Barcelona y el 15M: el "¿Qué NO hacer?" de Lenin.

La procelosa relación entre las redes del activismo de la izquierda independentista y el 15M comenzó tan mal como que a la candidatura de la CUP de Barcelona, a la sazón el lugar de convergencia de indepedentistas, trotskistas y otras familias de la extrema izquierda clásica de la ciudad, la convocatoria de la manifestación del 15M les pilló a la misma hora, pero en distinto lugar, que su acto central de campaña. Mientras la política de partido llevaba a cabo una de sus prácticas institucionalizadas más habituales (la campaña electoral), el movimiento se desarrollaba de forma autónoma en las calles. Nada grave si uno es Esquerra o Iniciativa, partidos que por el momento no se han planteado en serio construir un interfaz representativo del movimiento. Pero sí (¡y cuánto!) para una plataforma electoral que se quiere de un municipalismo alternativo, portavoz del movimiento en las instituciones del gobierno representativo. Un error mayúsculo, sin paliativos, inexcusable. Pero sintomático.

En vano se nos haya intentado disculpar vía twitter algún amigo y flamante candidato con el argumento, tan prosaico como efímero, del esfuerzo que supone organizar un acto así. ¿Será que organizar el 15M no supuso esfuerzo? ¿Será que la prioridad son las elecciones en el caso de una candidatura que a priori sólo los más ilusos podían ver con opciones al concejal? Todo un síntoma este narcisismo que se quiere protagónico de la vida política en las reglas de la política de partido. La excusa no puede ser mejor como ejemplo (aunque peor como argumento) ya que procede de una persona que, al igual que Roger Palà, está bien alejada del cliché del militante de la izquierda independentista (algo que prueba la profundidad de la crisis estratégica indepedentista). Para quien quiera entender, este ejemplo ilustra hasta qué punto la izquierda independentista todavía opera, y muy, pero que muy mayoritariamente, en el paradigma organizativo del siglo pasado y, de forma más profunda y general, en una gramática política de la modernidad obsoleta por completo.

"Las" CUP versus "la" CUP de Barcelona: razones de una divergencia

La ausencia total de alineamiento discursivo (de framing) entre la izquierda independentista y la convocatoria de Democracia Real Ya!, viene a reflejar hasta qué punto, lejos de haber comprendido qué es lo que mueve las CUP como innovación política del municipalismo alternativo, buena parte de la militancia cupaire sigue aferrándose a su obsoleta gramática política sin querer aprovechar las lecciones que les está brindando la realidad. Todo sea dicho (para que luego no se nos acuse de algún tipo de fijación neurótica), la incapacidad de comprensión de la CUP de Barcelona respecto al 15M no ha alcanzado ni de lejos los extremos de los bandazos PCPE, como tampoco las infiltraciones oportunistas de los partidos o las jugadas, más patéticas todavía de algunos ciudadanos por el cambio de sus posiciones personales en el partido socialista. Si criticamos a la CUP es porque de algún modo se plantea las preguntas que otras organizaciones dan por respondidas (incorrectamente, claro) o ni se plantean.

Sea como sea, la CUP de Barcelona (lo hemos dicho hasta la saciedad) no es, ni puede ser, una candidatura más de las CUP, con todos los errores y limitaciones que puedan tener las CUP de los núcleos de población con dimensiones aptas para su política participativa. La cuestión de las dimensiones de la polis, sigue siendo, a día de hoy, absolutamente decisiva y así lo demuestra la más que acertada descentralización a los barrios del 15M. El centro de poder es historia y las redes ya no son el futuro: son un presente en el que se está, de acuerdo a las reglas de su propia constitución material, o se pierde. No es una opción; es la manera en que se definen en nuestros días las condiciones de posibilidad.

Insistamos todavía una vez más: ni por sus condiciones sociológicas, metropolitanas e institucionales es la de Barcelona una CUP como las demás. Pretender que se puede organizar una CUP en la ciudad de Barcelona sin desvirtuar la naturaleza del proyecto es, sencillamente, negarse a reconocer la propia realidad de las CUP o estar en otra jugada muy distinta a la que mueve a las propias CUP (la del golpismo de inspiración blanquista). Hora va siendo que la CUP de Barcelona se replanteen su modelo de cconstrucción organizativa por agregación grupuscular, su táctica del juego de la representación de la participación y su estructura centrípeta. El análisis postelectoral, con el 15M de frente, no debería ofrecer dudas respecto a por dónde va el municipalismo alternativo en Barcelona.


La CUP barcelonina, digámoslo bien claro, se ha organizado sobre unos fundamentos completamente erróneos, más cercanos a la lógica del consensualismo falaz de la agregación leninista en los márgenes sectarios del espacio metropolitano que a la articulación de un auténtico proyecto participativo. En su proyecto se sigue confundiendo, fundamentalmente, la "representación de la participación" con una política realmente participativa. Y es que no es lo mismo decir que se uno quiere participativo ante los medios y en el marco del juego representativo electoral(ista), que serlo en la realidad de los barrios, modestamente, frente a la dura realidad de ser cuatro gatos (al menos antes de l15M). Mientras no se entienda esto, todo lo demás puede ser un fantástico grupo de militantes con muchas ganas de hacer cosas, un programa de socialdemocracia dura (nada más) y un universo estético de consumo propio, pero absolutamente fuera del terreno de juego político.

El fracaso sin paliativos de la estrategia independentista

Pero el fracaso de la CUP de Barcelona no es sólo un fracaso de la CUP de Barcelona, lo es de toda una estrategia independentista más en general. De hecho, comparativamente, las CUP (de fuera de Barcelona) son el único sector independentista que no ha salido malparado de las elecciones. Si nos centramos en la CUP de Barcelona no es por ninguna fobia o fijación, sino porque en su contradicción habita la solución del problema. Parafraseando a Ulrike Meinhof: "la CUP de Barcelona es el problema, pero también parte de su solución". 


En efecto, durante los últimos años hemos asistido a un impresionante ciclo de movilizaciones catalanista. Desde las manifestaciones de la Plataforma por el Derecho a Decidir hasta el 10J, pasando por las consultas soberanistas, las convocatorias alcanzaron un grado de movilización como nunca se recuerda. En las encuestas de opinión el independentismo salió de la marginalidad para convertirse en una opción respetable en ambientes que sociológicamente siempre habían sido renuentes a la radicalidad de la opción secesionista. En otros tiempos la cosa se habría podido liquidar con un expeditivo "se aburguesó". Pero hoy todo es más complejo. Claro que la cosa no es para menos (o para más), habida cuenta de lo bien que le ha ido a amplios sectores del catalanismo con el Estado de las Autonomías (incluidas ciertas élites independentistas mal que bien integradas al establishment del régimen político español).


Así las cosas, pocos meses antes de las elecciones todo apuntaba a que el independentismo estaba llamado a recoger grandes éxitos en las urnas (no de otro modo se comprendería el espectáculo dado en los medios por los notables independentistas y sus partidillos, jugando al juego imposible la coalición como jugada maestra). Los resultados de la ola de movilizaciones catalanista, sin embargo, no pueden ser más adversos a la estrategia independentista mayoritaria: el centripetismo estatal se refuerza con una CiU entregada al PP tras la sentencia ultra del Tribunal Constitucional, el conservadurismo neoliberal cobra una fuerza extraordinaria, el españolismo neofascista irrumpe en muchas ciudades (PxC deja en nada a Ciutadans), las redes activistas están agotada, frustradas y sin perspectivas políticas; entregadas a las pasiones tristes. Las consultas, por su pregunta (ideológica, sesgada, inviable) que no por la autonomía que las movió, dejaron bien claro que la estrategia independentista sólo es política de la impotencia: movilización para hoy, CiU para mañana. En anteriores artículos fuimos advirtiendo, aunque con poca o nula fortuna, sobre lo que sucedería si se persistía en una estrategia fundada en la gramática política de la modernidad. Hoy nos duele decir que lo habíamos advertido, pero más nos dolerá saber que ni siquiera se plateó admitir el error.


Las críticas que hemos recibido (las constructivas, razonadas e inteligentes, se entiende; que de insultos y agresiones también hemos sabido) siempre han apuntado en una misma dirección: a la carencia de una praxis real que contrastar a la vieja y conocida gramática moderna (y más particularmente a su pobre conjugación neoleninista al uso en las organizaciones de partido). Pues bien, el 15M está brindando la oportunidad de contrastar dos praxis alternativas en el terreno empírico. Ya no vale la vieja excusa de "al menos tenemos un modelo que ha funcionado históricamente". Dejemos la Historia en su sitio. 

A un lado, la praxis fundada en la gramática política moderna, cuya lectura no deja lugar a dudas: el catalanismo conservador y partidario del Estado autonómico consigue no sólo arrastrar hacia las posiciones políticas de CiU a Esquerra, Solidaritat y otros (entre ellos a algunas pequeñas CUP, con las contradicciones subsiguientes y costes a medio plazo), sino que consigue que, a pesar de disponer del estado de opinión más favorable en su historia, el independentismo coseche sus peores resultados (cuando no directamente, si correlativamente respecto al punto de partida). Entregadas a los juegos de notables y partidos, ajenas por completo a la política de movimiento, las redes independentistas dieron un triste espectáculo de codicia, narcisismo y elitismo clasista, difícilmente digerible por la multitud (incluso desde las retóricas leninistas recicladas en programáticas socialdemócratas, a la manera de la CUP de Barcelona, o social-liberales entregadas a la competición neoliberal con CiU a la manera de Esquerra). La convicción de que con la vieja gramática sería posible obtener grandes réditos electorales es hoy un fracaso sin paliativos. Persistir en ella, un error digno del doctrinarismo más absurdo. Y aún así, cosas más sorprendentes se han visto (vaya esto ya como pronóstico de lo que queda por venir).


Al otro lado, nos encontramos el éxito de las CUP (excepto la CUP de Barcelona). Se trata de una constelación de candidaturas entre las que hay de todo: mucha desorientación, una tremenda carencia de formación política, notorísimos errores, excesos identitarios y, a pesar de todo ello, ¡aciertos! Lo que ha multiplicado las CUP, su número de concejales y sus logros no ha sido la gramática de sus aspirantes a dirección política de vanguardia (bajo la forma impolítica, degradada y oportunista del objetivo de conseguir un diputado autonómico). Al contrario, las CUP, como hemos dicho en muchas ocasiones, son las CUP a pesar de las CUP. Su acierto radica (cuando aciertan y cuando fallan para aprender a acertar) en su capacidad para hacer política de movimiento, para subordinar notables y partidos a una lógica de radicalización democrática en la que el cuerpo social no es sometido a instancias de mediación, sino que opera por medio de la CUP como un interfaz con el que intervenir, transversalmente, desde la autonomía social, en las instituciones del Estado, cortocircuitando el mando y fortaleciendo la cooperación federativa con aquellas singularidades antagonistas que les rodean. ¡Por aquí va la solución!


Y en esto llegó... el 15M


Tras haber intentado construir hegemonías en el seno del catalanismo renunciando a las más elementales muestras de decencia política en lo que a contenidos ideológicos de izquierda se refiere (¿nos hemos olvidado del MdT pactando con Laporta?), los partidarios de la estrategia modernista estaban bajo estado de shock. Tras la huelga general y las autonómicas el escenario era de una desorientación difícilmente superable. La tentativa de organizar una huelga general a la catalana, sin un sindicalismo nacionalista mínimamente relevante como el gallego o el vasco, la vuelta a la caverna del militantismo izquierdista no era precisamente un plato fácil. 

Claro que más difícil parece ser el cambiar de chip. O al menos esto es lo que ha venido a poner sobre la mesa el 15M: instalados en el púlpito de la historia, los resultados esperables de las municipales, con el previsible éxito de las CUP, darían a los "dirigentes" (es un decir, ya que por suerte dirigen más bien poco) el respiro necesario para convencer(se) de que estaban en la vía del éxito. Los resultados, sin embargo, demostraron una vez más lo que era de esperar: la ley de d'Hondt no está ahí por nada; la CUP de Barcelona, apuesta fallida de las dirigencias leninistas, sólo sirvió para aupar a CiU, hundir a Esquerra (la venganza personal y el resentimiento de algunos históricos como único motor de su política) y facilitar al PP la clave del poder (ya se sabe, para el leninista: "cuanto peor, mejor"). 

Cierto es que el éxito de las otras CUP es una de las pocas buenas (excelentes) noticias en el desolador panorama político postelectoral. Sin embargo, mal harían las CUP si creyeran que sus logros son desligables de otros fenomenos municipalistas (así las CAV, por ejemplo). Las CUP no son EL fenómeno, sino UNA expresión del fenómeno: el municipalismo alternativo.


"¿Y qué tiene que ver la situación de las CUP con el 15M?", me preguntaron el otro día. "Todo", respondí. Lo sorprendente precisamente es el nivel de autismo político con que las redes independentistas están observando las movilizaciones nacidas al calor del 15M. Sólo en estos últimos días, cuando el progreso del ciclo ha conseguido ya derrotar a los mossos y plantearse el bloqueo del Parlament (cosa que ni en las más aguerrida de las fantasías borrokas de algunos podría llegar a suceder), sólo ahora aparecen las primeras reflexiones pidiendo un cambio de línea. ¡A buenas horas!

El debate sobre la autodeterminación en la Asamblea de Plaça de Catalunya


Todavía está por aclarar del todo qué es lo que ha sucedido en el terreno de lo concreto (entre otras cosas esperpentos como la alocución en el ágora de un neoliberal como López Tena: ¡el enemigo en casa! Así de grande es la democracia de la multitud...), pero a juzgar por lo que explican fuentes bien informadas, el problema del debate sobre la autodeterminación comenzó con el mismo mal pie que el 15M. Al parecer saltándose a la torera la asamblea y generando una comisión tan en paralelo que hasta se reunía durante los plenarios de la asamblea. Los problemas de procedimentalidad, una vez más, son los problemas de la estrategia.

Para variar los obsoletos tacticismos de ciertas redes independentistas hicieron el peor daño a su causa, intentando hacer pasar por conflictivo un debate que no lo era para nadie más que para ellos. Demasiado atentos a las agitaciones derechistas de algunos medios soberanistas (los mismos que tanto han alimentado los narcisismos que han sabido poner a CiU y al independentismo en sus lugares actuales), demasiado pendientes de los delirios identitarios sobre los ataques sacrílegos al monumento a Macià (como si éste, de haber vivido para verlo, se hubiese opuesto al triunfo democrático del 15M) o demasiado cegados por la paranoia etnicista sobre los derechos lingüísticos (seguro que no falta quien esté leyendo estas líneas acusando a su autor de escribirlas en castellano para la mejor evidencia de lo que aquí se argumenta), las redes independentistas han estado un par de semanas dando la nota de la peor de las maneras: la más antidemocrática, la más irreflexiva, la más identitaria. Ello no invalida el buen trabajo que sin duda han realizado muchos activistas en muchos frentes durante mucho tiempo, pero tampoco ésto último (a menudo el argumento contrapuesto a su ausencia en el 15M) justifica el esperpento exhibido.


Y todo ello, para colmo de males, por una incapacidad profunda de aprender de los propios logros (¡que no los ajenos!). De hecho, a poco que se quiera aprender, hay formidables lecciones de democratización para no dejar pasar. En primer lugar, la ya mencionada del municipalismo alternativo. En segundo lugar, más importante si cabe para comprender la incapacidad de intervención en el 15M, es el cambio de paradigma teórico que comportaba el paso del discurso sobre la autodeterminación al discurso sobre el derecho a decidir.


En efecto, para muchos independentistas esto del "derecho a decidir" ha sido un puro gesto táctico, una manera de conseguir apoyos en un momento de aislamiento; oxígeno político. El problema, sin embargo, es precisamente ése: que se trata de un gesto; esto es, de lo que pone en marcha el movimiento, justo todo lo opuesto a su viejo mantra de la autodeterminación. El marco interpretativo que se sintetiza en el derecho a decidir fue absolutamente determinante para lanzar el ciclo y la razón de ello es tan sencilla como que desplazaba la gramática política de modelo etnicista wilsoniano enmarcado por la prédica autodeterminista hacia la desobediencia al mando imperial, hacia la vindicación de la igual dignidad de nacimiento, hacia el horizonte de la democratización que hace posible la política de movimiento. Los desiempre, en lo de siempre, no han entendido nada.

Allí donde antes de la PDD habían campado por sus respetos notables y partidos, el derecho a decidir enmarcaba el éxito de la desobediencia al españolismo rampante que rodeaba el proceso estatutario. Incluso las consultas, en todos los déficits imaginables que comportaba la pregunta (evidencia de la resurrección de la reacción identitaria en el seno del independentismo frente a la innovación discursiva de la PDD), suponían un progreso repertorial que desbordaba la vieja gramática política. Así las cosas, no es de sorprender que superado el cénit de la ola de movilizaciones catalanista, el independentismo se haya replegado a sus viejas cavernas ideológicas del ser un pueblo, una lengua, una historia, un territorio...


El delirio del debate en la plaza sobre la autodeterminación, en el que se dramatizaron victimismos paranoides hasta el extremo, fruto de las pasiones tristes que caracterizan las fases a la baja de las olas de movilizaciones (nos referimos a la independentista, claro), lo único que hemos visto de momento ha sido incapacidad política para asumir la mutación en la matriz independentista que, para colmo de paradojas, la sociedad catalana ha asumido con la mayor de las celeridades. Entre los asistentes a la plaza, el debate pilló por sorpresa, como si alguien hubiese pedido resucitar temas absolutamente desfasados. Alguien me comentó en aquel contexto: "sólo nos faltaría que ahora apareciese Amnistía Internacional diciendo que no queremos discutir la abolición de la pena de muerte". 

El ejemplo es fenomenal: ¿de dónde ese victimismo? ¿de donde ese comportamiento autocrático por discutir lo evidente? Si la plaza es el demos (que no el pueblo imaginario de la nación étnica) y el demos ha decidido que cualquier cuestión importante se ha de votar en referendum ¿de dónde esa obstinación proterva por querer que la asamblea recoja punto por punto, letra por letra la propia posición (cuando además se ha estado operando en paralelo a la procedimentalidad asamblearia)? ¿Acaso no coinciden pueblo y demos? Por aquí parece que van las claves realmente importantes.


Otro activista implicado en el funcionamiento de las asambleas comentaba en su facebook que en el 15M (por la estructura reticular que sostiene organizativamente el proceso) cada cual piensa que su enemigo es quien controla el movimiento. Parece claro que si la verticalidad del mando moderno produce esquizofrenia, la horitzontalidad de la red produce paranoia. Y este es precisamente el problema, ya que de la paranoia de las redes independentistas están naciendo en las asambleas propuestas que naturalizan unas reformas electorales absolutamente delirantes.


Un problema de teoría política


El problema de fondo, como hemos señalado, es la ausencia de un cambio efectivo de gramática política en el momento óptimo para su realización (en la fase álgida de la ola de movilizaciones). Este cambio pasa por comprender que el "derecho de autodeterminación" (en realidad el derecho a decidir) ya era un hecho en las asambleas, que el cuerpo social que se determinaba no podía nombrarse sin falsificarse, que la propia procedimentalidad de la asamblea (punto 7 citando que cualquier decisión relevante deberá ser votada en referendum) situaba al independentismo ante sus propias aporías (¿acaso no sería relevante la independencia?). 

La pretensión de hacer hablar a la multitud el lenguaje etnonacional (el del monolingüismo, el de los símbolos catalanistas, el de la autorreferencialidad...) no podía, ni puede ser sino la vana tentativa populista por convertir una nación de la multitud en un pueblo del Estado (Volk), esto es, una instancia de legitimación del demos (la igual dignidad de nacimiento) en un cuerpo social subordinado a un mando disociado del propio cuerpo y ejerciendo sobre él un poder ilegítimo (el de los partidos leninistas que creen dirigir el independentismo). En definitiva, el problema del 15M para el independentismo sigue siendo el mismo que hace décadas: asumir una matriz normativa autónoma en la que una nación sin Estado no tiene porque conseguir uno para ser libre, sino luchar por su propia emancipación; una matriz en la que una nación de la multitud no es reductible al pueblo de un Estado, en la que lo étnico es historia y lo múltiple una realidad presente.


No es casual que el programa de la CUP de Barcelona partiese de una concepción completamente etnonacionalista del país. Tampoco lo es que todavía no se haya planteado su disolución y su suma a las fuerzas de la democracia municipalista que hoy se construyen autónomamente en los barrios. A buen seguro hay quien cree que los votos conseguidos, a pesar de su enorme distancia de la posibilidad de obtener representación, son un dato para la esperanza. En esto se comparte la capacidad trotskista para el autoengaño de Izquierda Anticapitalista. Algo se debe haber contagiado con tanta agregación de grupúsculos sectarios de común inspiración y gramática leninista. 

La hora en que escribimos, sin embargo, es la del horizonte post-independentista que nace en las ágoras. Seguir aferrados a un paradigma etnonacional en una sociedad multicultural, seguir apegados al fetiche de un mando fundado en un Estado propio en tiempos de soberanía imperial, seguir esperando un referendum sobre la independencia sin salirse de la UE, no sólo es estar fuera del siglo XXI, también es persistir en el victimismo, en la obcecación autocrática por querer ser "hombres de Estado" (con toda la connotación patriarcal que comporta). O se entiende y se ayuda a catalizar el proceso iniciado por el 15M o al final serán IU, pero sobre todo la UPyD, quienes rentabilicen el contramovimiento: ¿más éxitos que sumar a la ya triste contribución a la victoria de CiU y su dependencia de PP?