dijous, de febrer 28, 2013

[ es ] Del partido al movimiento

Publicado en Diagonal, nº 192, 21.02.2013, págs. 28-29


La semana pasada dos acontecimientos de resonancias históricas sacudieron los parlamentos español y portugués. En el caso luso, docenas de personas interrumpieron el discurso del primer ministro, Passos Coelho, entonando Grândola, Vila Morena. En Madrid, al grito de “¡expúlsenlos, coño!”, la tercera autoridad del Estado, Jesús Posada, en sus funciones de presidente de la cámara, ordenaba que se desalojase del hemiciclo a lxs activistas de la PAH. Cada uno de estos casos reabre a su manera un horizonte constituyente cerrado hace más de tres décadas.

Pero, además, en la coyuntura actual se ha abierto también un proceso decisivo, intrínseco a la emergencia del poder constituyente. Se trata de una posibilidad de cambio en la agencia antagonista sin cuya efectuación nos arriesgamos al cierre de la política a alguna modalidad de deriva autoritaria todavía por perfilar, pero que, en cualquier caso, bien podría acabar facilitando el reajuste del mando a la lógica cleptocrática que informa el proyecto neoliberal. Nos referimos, vaya por delante, a la necesaria subsunción de la política de partido en la de movimiento. Sin ella difícilmente se puede pensar esa democracia otra que requiere el futuro. Los acontecimientos que hemos dejado atrás no sólo vienen a verificar esta hipótesis, sino que ofrecen, además, una orientación hacia la que dirigir una estrategia de éxito a medio y largo plazo sin renunciar a intervenir en la coyuntura. La PAH es el ejemplo.

Una genealogía de la coyuntura política actual

Rebobinemos y contextualicemos el presente: de la Revolución de los Claveles hasta el “¡se sienten, coño!” de aquel infausto 23F, la Europa medirional vio derrumbarse las dictaduras y emerger en su lugar democracias liberales cuya principal virtud fue la de expandir hacia el sur un modelo en la organización del mando que venía operando con éxito en el norte desde el final de la II Guerra Mundial: gobierno representativo basado en la selección de elites competitivas elegibles entre burocracias de partido, incorporación subalterna del trabajo a la dirección de la economía por medio del sindicalismo de acción concertada, etc. Los setenta fueron tiempos de una mutación lampedusiana: que todo cambiase había llegado a ser imprescindible para que todo siguiese igual.

Y así fue. Para cuando llegaron los ochenta, el neoliberalismo disponía ya de regímenes hechos a medida de su propia implementación. Instaurado y consolidado el nuevo mando, sin embargo, tendrían que desarrollarse dos olas de movilizaciones (1985-1991 y 1994-2003) antes de que fuese posible que la política de movimiento desbordase al régimen. En dichas olas se fueron forjando redes de activistas, repertorios de acción colectiva, medios de contrainformación y demás componentes necesarios a esa agencia otra capaz de articular el relanzamiento del proceso democratizador: el movimiento. Surgió así un espacio para la autonomía al tiempo que se fue acumulando una silenciada masa crítica del precariado, fuerza de trabajo abocada a la exclusión, la contigencia y la total falta de perspectivas.

Al mismo tiempo, la centralidad de los partidos como agencia de la democracia fue declinando de forma inexorable. Y si en su día PSOE y PCE habían acordado en la Platajunta conferirles el protagonismo exclusivo de los pactos de la Transición, los déficits de institucionalización del régimen (visibles en la ley de partidos, en su financiación y demás) pronto abonaron el terreno para el clientelismo y la reaparición de la política de notable (las “baronías” de los partidos, las figuras mediáticas, etc.). Como contrapunto, una primera generación de desobedientes, los insumisos, protagonizó la primera fisura constituyente en el régimen.

Un punto de no retorno

Bajo el encuadramiento que venimos de perfilar, lo sucedido la semana pasada adquiere pleno sentido en el marco del cambio de agencia que comporta la subsunción de la política de partido en la de movimiento. Negro sobre blanco, esta última, impulsora desde el 15M de una tercera ola de movilizaciones, se ha demostrado la única capaz de articular hoy una oposición efectiva a la degradación desdemocratizadora del mando en cleptocracia. En vano intentó el tribuno de la plebe, Alberto Garzón, “hackear” la sesión de Draghi para conseguir un trending topic. En vano —aquí entramos ya en lo esperpéntico— creyesen Talegón y Aguilar factible la pesca de votos en el #16F, siendo expulsados finalmente de la manifestación por la multitud al conocido grito del “no nos representan”.

Y es que ni notables ni partidos se encuentran hoy en situación de organizar una agencia de la democratización a la altura de las circunstancias. El éxito de la PAH ha radicado, antes que nada, en una ejemplar muestra de política de movimiento: impulsar un repertorio de democracia directa —la ILP promovida desde la desobediencia— sin partidos como mediadores, pero con un punto de palanca suficiente en el régimen como para desbordar los cauces de este en pro de una recuperación del derecho de la gente a decidir su propio destino.

Más allá de atacar el régimen en la línea de flotación de su constitución material (el modelo productivo basado en el ladrillo), la PAH ha conseguido dar forma a toda una agencia política: apuntala la legislación más de lo que la izquierda parlamentaria, presiona al ejecutivo y a la mayoría absoluta del legislativo más de lo que sueña con llegar a hacer la oposición, organiza y moviliza la calle como hace décadas que no lo hacen los partidos, pone la opinión pública contra las cuerdas hasta hacer necesarias las más obscenas campañas de difamación, etc.

Así las cosas, la tejeriana interjección de Posada apenas ha desvelado la impotencia del régimen partitocrático ante la irrupción del movimiento y la democracia directa en su propio espacio de poder. Y es que sin mediadores corrompibles, jerarquizados y, por ende, controlables, la PAH ha conseguido lo que nunca habría podido haber conseguido la izquierda parlamentaria: obligar a un PP con mayoría absoluta a dar su brazo a torcer. Cierto que el PP mantiene en sus manos el último recurso institucional. Sin embargo, ¿acaso puede la oposición algo más que la PAH al respecto? ¿No será como en 2004 que la multitud y no el PSOE tenga que derrotar al PP?

Llegados aquí se impone pensar el paso siguiente: ¿cómo subsumir en ella la política de partido? ¿cómo generar en el gobierno representativo los interfaces que cortocircuiten la implementación de su funcionamiento haciendo implosionar el proyecto neoliberal? Hora es de tomarnos en serio la política de movimiento y no como un mero motor subalterno de las precampañas electorales de la izquierda. El 15M el régimen fue desbordado. Ya no es hora de alternativas “en”, sino “al” régimen. La agencia democrática ya no es la del movimiento subsumido en el partido, sino la del partido subsumido en el movimiento.