En este no parar de acciones que hoy anegan mi infoesfera, me llega la noticia de la valiente acampada de Mérida. Me cuentan que le han puesto de nombre Campamento Dignidad y una vez más tengo que volver a pensar la importancia de este concepto tan poco reflexionado y, sin embargo, cada vez más recurrido en las movilizaciones.
Apela dignidad a un límite primero, al momento en que se ha tocado hueso en el cuerpo social. Esto es lo que sucede y motiva, intuyo, el recurso del Campamento Dignidad al repertorio que movilizó hace ahora casi dos años, a cuantxs vivimos en este Estado de nombre Reino de España. La dignidad reaparece cuando aflora el hueso, cuando volvemos a hablar de una precariedad que rompe la propaganda que miente al decir que en este país no se pasa hambre, que no hay niños perdiendo escolarización o que no estamos en caída libre a los peores años del Franquismo.
Acampar es plantarse, decidir ofrecer una resistencia total, una resistencia a vida o muerte. Y es que en esta terrible estafa mal llamada crisis hemos visto al mando desvestirse y mostrarnos las fuentes de su poder. Por eso es especialmente valioso que la iniciativa del Campamento Dignidad haya sabido leer la coyuntura política a través de la renda básica.
No es ya, en efecto, hora de huelgas por la mejora del salario, la reorientación de la política económica o por el empleo de calidad. Las hemos hecho y las hemos agotado como un repertorio de acción colectiva eficaz. No es ese el terreno donde se gana en la sociedad de hoy. No es ahí donde se comprende la impresentable subalternidad voluntaria de IU, no ya de su habitual padrino, el PSOE, sino del PP de los sobres.
El terreno en que hoy se lucha -ese mismo del Campamento Dignidad, pero también de la PAH, de las luchas por la sanidad y la educación, etc.- ha pasado a ser otro completamente diferente al de la esfera laboral. Ahora toca defender la vida frente a la muerte que instituye el mando. Una muerte que no será la de la guerra abierta (la cleptocracia es un gobierno de cobardes, de ladrones, de miserables que solo saben operar de espaldas a la gente), sino la de la guerra larvada que conmina al suicidio, que mata por pasiva, por defecto; pues tal es la naturaleza del poder que hoy nos gobierna.
Es llegados aquí, donde todo debe empezar de nuevo, donde debemos mirar no al enemigo que mata desde fuera, sino al que hemos interiorizado durante las tres últimas décadas y ahora nos conmina a morir desde dentro. Es preciso, como enseñaron los estoicos que nos evoca esta milenaria Emerita Augusta, volver hacia el interior, buscar en uno la libertad de los antiguos, la libertad inalienable que se instancia en ese momento siempre anterior: la dignidad. Y desde ahí, no solo decir ya basta, sino empezar todo de nuevo. Volver al santo decir sí, nietzschiano que hoy es, claro como nunca, el "Sí, se puede"que clama la multitud.