El pasado sábado se celebró la asamblea del personal docente e investigador (PDI) de las universidades catalanas. El éxito fue total, para bien y para mal. Hay que felicitar a lxs organizadorxs del acto, en cualquier caso, pues sin su esfuerzo no habría sido posible un momento de empoderamiento subjetivo semejante. Por más que como en todo evento de este carácter siempre se muestre lo mejor y lo peor, constituye un éxito innegable haber reunido en poco tiempo y con tanto éxito una muestra tan representativa de la comunidad universitaria docente e investigadora.
La razón de la asamblea, por demás evidente, no era otra que visibilizar públicamente la resistencia a la liquidación de la universidad que acometen con denuedo los gobiernos centrales y autonómicos (los de ahora, sí, pero también los de antes) a las órdenes de la Troika. La degradación y resistencia universitaria ni es nueva, ni tan reciente: sus últimos episodios se remontan, como poco, al informe Bricall y discurre por los distintos ciclos de luchas contra la LOU o el Plan Bolonia, llegando hasta las huelgas generales universitarias de los últimos cursos
No hace falta ser un avezado analista (basta, en realidad, con ir a la hemeroteca) para darse cuenta de que los éxitos de movilización universitaria contrastan con su incapacidad para incidir de manera decisiva sobre la lenta, pero inexorable implementación de un proyecto no sólo universitario, sino de sociedad, a saber: el neoliberal. Si queremos hablar de lo que sucede, si queremos acertar con el diagnóstico, no debemos ser cortxs de miras ni confundir la coyuntura actual con su genealogía geohistórica. Lo que está sucediendo, en efecto, es el resultado contigente de un proceso de integración del mando capitalista a nivel europeo que empieza (1) en la respuesta neoliberal al desafío de los sujetos antagonistas en los años sesenta y se extiende (2) hasta la actual acomodación de la universidad española en general, y catalana en particular, al destino de colonia turística que nos ha deparado el diseño neoliberal del espacio económico europeo.
Dos errores de análisis
Es importante, en este sentido, no incurrir en dos errores de análisis habituales. Por un lado, no se ha de insistir en esa teleología histórica de la modernidad que nos conduce a leer el desarrollo de los países ricos como etapas por venir de nuestro propio futuro. El mito neoliberal europeo, su legitimidad e implementación han venido desplegándose gracias a esta creencia supersticiosa que conduce a pensar que la integración es, inevitablemente, una integración a mejor para los más pobres ya que tal es sería nuestro designio histórico. Pura superchería, muy arraigada, con todo, entre las elites intelectuales, por activa o por pasiva, que han venido legitimando las sucesivas reformas universitarias.
Si se quiere comprender la pasividad con que la izquierda sindical y parlamentaria de toda la vida ha claudicado ante la implementación del neoliberalismo es preciso acometer la deconstrucción de uno de sus peores errores teóricos: la fe en el dessarrollo histórico lineal de las fuerzas productivas. Nada ha sido más útil a la implementación lenta, pero inexorable, de la precariedad generacional que ahora alcanza ya las cuotas de lo insufrible. Sin la superstición de raíz milenarista que ha informado las lecturas de izquierda de los sucesivos momentos universitarios, nunca la institución habría sido derrotada, expoliada y destruida hasta estos extremos. No pocos de quienes hoy por fin se quejan, antaño participaron de los ideologemas de la excelencia, de un futuro laboral hecho de becas postdoc y del "tú aguanta que en la universidad siempre acaba llegando tu momento".
Por otro lado, se ha de comprender la lógica espacial del neoliberalismo, su despliegue geopolítico. Hora es de dejar de leer el desarrollo e integración europeo y global capitalista (y con él la ofensiva neoliberal) como un desarrollo común, simétrico e igualmente beneficioso para todos los territorios. El mando capitalista jamás se ha organizado de acuerdo a una lógica de planificación estratégica homogénea. Muy al contrario, su principal rasgo es su modularidad, su capacidad de adaptación a contextos completamente diferentes. Por eso triunfa. Su capacidad para desplegar dispositivos diagramáticos que leen las diferentes resistencias territoriales, las desiguales dependencias geográficas de los propios recorridos históricos (path dependency) de los regímenes políticos; las debilidades, en fin, de cada espacio geopolítico. El devenir periferia al que las universidades catalanas han escapado, pero que las universidades gallegas, por ejemplo, conocen ya de antaño, no es una contingencia, es parte de una gobernanza neoliberal global que ha leído la debilidad estructural de quienes se oponen al desarrollo capitalista con los viejos ideologemas de la izquierda.
Por una crítica útil a las luchas de la postmodernidad
Es por todo lo anterior que la crítica, que el esfuerzo intelectual que requiere el pensamiento divergente, no es un problema "teórico" que nos inventamos algunxs supuestxs "postmodernistas", sino la exigencia urgente de dejar de seguir persistiendo en los errores de interpretación habituales que nos ha traído hasta aquí. En las intervenciones de la asamblea del pasado sábado no faltó quien apelase al dictatorial espíritu de la Ilustración, quien invocase la necesidad de recuperar el ataque biopolítico contra toda sentimentalidad en favor de una defensa de la fría racionalidad iluminista, del devenir máquina del sujeto/súbdito (sujet) característico de la modernidad. En el particular pliego de cargos esgrimido por algún partidario de la "dictadura de la virtud" (Sloterdijk), se nos conminó a volver por la senda de la modernidad otrora abandonada y que, sin embargo, a poco que se sepa en qué consiste la gramática política liberal, es la misma que nos ha conducido hasta aquí.
Huelga decir que la estulticie de ciertos argumentos puramente identitarios no requiere refutación. Sin embargo, no deja de ser todo una síntoma a señalar las limitaciones intelectuales que han resultado de la ausencia planificada (tan terriblemente moderna) de toda inteligencia emocional durante las décadas en que el espíritu que se quiere ilustrado ha regido los destinos de la comunidad universitaria. ¿O acaso no es el Plan Bolonia la implementación, de facto, de la misma racionalidad moderna que pergeñó las unidades de medida de la métrica necesaria a la creación de los mercados nacionales (el llamado sistema métrico decimal)? ¿No es acaso el sistema de créditos implementado por el Plan Bolonia (los créditos ECTS) un hijo directo de la métrica moderna que implementa el Espacio Europeo de Enseñanza Superior?
Una lectura genealógica del momento.
El lugar elegido fue el de la célebre Caputxinada de 1966. La cosa no deja de tener su interés a la hora de producir discurso. Básicamente porque nos remite al momento en que resulta posible acotar y comprender el ciclo geohistórico que ahora alcanza su crisis definitiva. No por casualidad el cartel que nos convocaba el sábado (este de aquí arriba) apunta con acierto al periodo en que, parafraseando a Condorcet, una generación ha realizado su constitución (1966-2013).
No está de más, por lo tanto, tener presente los límites generacionales con que se ha implementado el modelo actual, las diferentes exigencias con que se ha ido instituyendo un marco de explotación cada vez mayor. Sin esta reflexión difícilmente podríamos comprender la ofensiva neoliberal como el ambicioso y existoso proceso de respuesta orquestado por el mando capitalista al desafío antagonista no menos exitoso que informó la política de las décadas de lucha antifranquista. No por nada es ahora, precisamente --ahora que el régimen de 1978 empieza a mostrar sus primeras grietas serias en la cohesión social y la calidad de vida-- que empieza a comprenderse la ascendencia de las elites gobernantes y las implicaciones de su proyecto en marcha.
En la perspectiva de 1966, de la primera caputxinada, es fácil observar la lampedusiana cooptación de los arribistas y el castigo subsiguiente de los desobedientes. Pero sin costes excesivamente amargos en esta ocasión, gracias a la estrategia de los primeros y al acomodo de los segundos al contexto de ventajosa opulencia personal que se derivó del momento. Si algo caracteriza el espíritu de la contrarreforma neoliberal de los años ochenta que forjó, gracias a la LRU, las espectaculares carreras académicas de una banda de mediocres, vagos y corruptos (cuando no cleptócratas en toda regla), no es tanto el éxito inmerecido de éstos, cuanto la conformidad de la izquierda que se dejó hacer a cambio de la comodidad que no han sabido preservar para las generaciones futuras. El neoliberalismo se ha implementado con éxito gracias a la definición inteligente de una acertada estrategia intergeneracional.
En efecto, si se quiere comprender cómo se ha llegado hasta aquí, es preciso entender como el proyecto cleptocrático que ahora se instaura fue originado en la contraofensiva neoliberal que incentivó a toda una generación de jóvenes antifranquistas, hijos de la derrota bélica, despolitizados por toda una vida bajo la dictadura y apenas repolitizados en los excesivos años de la transición, a liquidar primero las bases industriales de la economía en pos del acceso al mercado común europeo y a producir acto seguido, como única salida a su propio colapso como élite extractiva, la burbuja inmobiliaria que ahora se aspira a transformar en burbuja universitaria. Ellos han sido quienes han vivido por encima de las posibilidades de las generaciones venideras, quienes han hipotecado el futuro de sus hijos (a veces incluso literalmente) y ahora se aprestan a seguir viviendo sin pérdida en los márgenes de una opulencia menguante.
Una lectura de la composición
Esta segunda caputxinada, decíamos al comenzar, ha sido un éxito total. Pero el suyo ha sido un éxito paradójico, terrible, que nos conmina a reflexionar muy críticamente las limitaciones de lo que vivimos. De otro modo, el momento de empoderamiento, el instante de visibilización de una subjetividad favorable a la recomposición de las luchas, se arriesga a ser dilapidado, una vez más, por los automatismos militantes de la izquierda.
Y es que la segunda capuchinada, parafraseando al clásico, puede acabar convertida, en cierto modo en la farsa de la tragedia que fue la primera. Más allá del legítimo ejercicio de apropiación historiográfica que se ha llevado a cabo por medio del valor simbólico del lugar, es preciso comprender que si se vuelve a 1966 no ha de ser para recuperar una recta vía de la izquierda, abandonada por obra y gracia de las múltiples traiciones al espíritu de las últimas generaciones antifranquistas. Volver a 1966 por medio de una suerte de suspensión histórica nos ha de conducir a poner encima de la mesa la implementación intergeneracional del neoliberalismo, la manera en que el mando capitalista respondió en su momento a la ofensiva de los sujetos antagonistas (obreros, estudiantes, mujeres, minorías nacionalaes, etc.) por medio de una estrategia util a la recomposición social y readaptación del mando.
Regresar por un momento a 1966 es una oportunidad para ver y analizar de qué manera la universidad elitista del franquismo fue asaltada por el obrero-masa desde fuera, al tiempo que dinamitada desde dentro por el estudiantado de los cuadros subalternos del Estado. La lectura del riesgo que entonces comportaba la llamada "alianza de las fuerzas del trabajo y la cultura" se saldó con una formidable operación de readaptación del mando posible únicamente gracias a la desterritorialización del aparato productivo, la inmaterialización del trabajo y demás variables que definen hoy el tránsito al postfordismo.
El principal resultado de esta particular contrarrevolución, para el mando fue la obtención de la fuerza laboral más capacitada y, por ende, barata de la historia. Éxito total, sin duda, para el mando capitalista. Fracaso completo para las izquierdas parlamentaria y sindical configuradas por aquel entonces. Riesgo inasumible para el precariado actual, abocado a asumir la herencia envenenada de sus mayores o a reinventarse en un nuevo antagonismo.
Si alguna lección de interés nos ha dejado la asamblea del sábado pasado, esta ha de ser la del riesgo intrínseco en conferir el protagonismo y la hegemonía discursiva e ideológica a los marcos interpretativos del funcionariado. La primera hegemonía a combatir, como tuve ocasión de apuntar, no estaba fuera, entre los sino dentro; no discurría entre un mando exterior y la fuerza de trabajo que constituíamos lxs presentes, sino en el propio seno de nuestra composición.
Una lectura de la hegemonía
La hegemonía efectiva en la sala, era, de hecho, exactamente la misma sobre la que se ha implementado el presente estado de cosas, la hegemonía de la derrota: académicos de la jerarquía, funcionarios, mayores, hombres, catalanes, etc. Ciertamente, personas dignas, honestas y valiosas que asistieron con la mejor de las intenciones, en la memoria de su tiempo histórico. Nada que objetar a su legado que no sea su comprensible acomodación a los incentivos ofrecidos por los oportunistas de su propia generación: cómodas carreras académicas, libertad de cátedra, jubilaciones anticipadas, pensiones dignas y toda la larga serie de ventajas que no conoceremos la gran mayoría de la siguiente generación.
Pero más allá del reconocimiento necesario a la generación que no claudicó (más bien se apartó a un cómodo retiro), lo revelador de la hegemonía observada en la segunda capuchinada radica en el éxito paradójico de esta convocatoria: en las limitaciones que apunta para lo que ha de venir. Los marcos de interpretación hegemónicos eran, efectivamente, portadores de múltiples estructuras de dominación (clase, género, etc.), apenas apuntadas por alguna brillante intervención como la de Barbara Biglia. El cambio no vendrá jamás de la hegemonía visibilizada. El cambio ha de comenzar por su cuestionamiento. He ahí la ventaja del encuentro: la parte correspondiente de toda diagnosis que ha de comenzar siempre, necesariamente, por la heurística negativa, por la inequívoca crítica del presente estado de cosas.
Que nadie me entienda mal (aunque me temo que sea, para variar, inevitable). El problema de la hegemonía no está en las personas, sino como señaló Barbara Biglia en las relaciones que la hacen posible, en la composición subyacente (no por casualidad ha tenido que ser alguien con el perfil de la profesora quien pusiese el dedo sobre la llaga). El problema de la urgente definición estratégica contrahegemónica al neoliberalismo no está en las voluntades declaradas de cambio de actores como los sindicatos del profesorado (acaso con la notable excepción de CGT), ni en la entrega a las causas de sus bienintencionados cuadros, sino en la comprensión de las estructuras de las que se es portador y la composición subsiguiente de los procesos deliberativos que prefiguran las correspondientes matrices de intereses.
Y al igual que el feminismo requiere del momento escindido que hace posibile los procesos de la subjetivación antagonista antipatriarcal (nunca los procesos feministas han nacido de espacios hegemonizados por hombres), urge hoy en el PDI un momento de escisión equivalente para el precariado universitario. Es tan sencillo de entender como que la emancipación del PDI precario habrá de ser obra del propio PDI precario. El silencio del precariado que se pudo observar en la sala fue mucho más revelador, de hecho, de las exigencias estratégicas que no el discurso enunciado por el funcionariado (emérito en alguna ocasión incluso).
Incluso con la mejor de las intenciones (que nos consta) se volvieron a visitar los lugares comunes de la derrota: la "desunión" de los distintos sectores (como si la fragmentación contractual no existiese), la necesidad de imitar las luchas de otros sectores (¡como si las universidades tuviesen la estructura empresarial de TMB!), la preocupante juventud de la precariedad (como si gentes de cuarenta o cincuenta años fuésemos jóvenes), etc., etc. Resulta por todo esto mismo mucho más significativas las conversaciones paralelas, habidas en los intersticios de la deliberación en abierto (pocos entre lxs precarixs son tan insensatos como para expresarse en público y señalarse en un auditorio donde, por cierto, había más de un conocido delator del activismo a los equipos rectorales). No fue en el debate público (como siempre sólo útil a la hegemonía interna en el trabajo) donde se pudieron escuchar cosas como "esto parece el día de la marmota", "más de lo mismo", "así no vamos a ningún lado", "¿y ahora qué? ¿más huelgas y manifestaciones que no valen para nada?", etc., etc.
Ni lo fue ni lo será, jamás, en el marco de las condiciones deliberativas prefiguradas por la convocatoria (excúlpese por ello mismo a lxs organizadores, únicamente responsables de reunir --con gran éxito-- al PDI de las universidades catalanas). Si se aspira a que algo cambie en la estrategia de lucha invirtiendo la hegemonía actual en beneficio de la articulación de una subjetividad precaria capaz de organizar la fuerza de trabajo de acuerdo a las bases de la constitución material, es absolutamente imprescindible modificar las condiciones en las que se opera la deliberación. Si alguna lección nos ha enseñado esta segunda caputxinada, esa es, precisamente, la de que ha llegado la hora para el precariado universitario de liberarse del pasado de sus mayores y emprender su propia organización, su propia lucha, la naturaleza del antagonismo a que está abocado.
Un cambio urgente de repertorio
La reunión fue tan productiva en lo relativo al activismo que se habrá de seguir que en ella se decidió sumarse a la agenda en curso ya planteada por la PUDUP, con numerosos momentos de huelga, manifestación y otras expresiones repertoriales de siempre (la amenaza siempre polémica e incumplida de no firmar actas, la celebración de aulas en las calles, etc.) que, obedientemente volveremos a poner en marcha, ni que sea para seguir produciendo el debate necesario. Para gusto de los historiadores y quienes suele mirar hacia el pasado en búsqueda de herramientas simbólicas, se propuso un IV Congrés Universitari Català como futuro momento de encuentro y deliberación sobre el futuro de la institución, que no hay que ser demasiado suspicaz para preveer ya otra demostración de hegemonía.
Todo ello forma parte de lo viejo que no acaba de morir. La pregunta, no obstante, es dónde leer lo nuevo que no acaba de nacer. En el transcurso de la asamblea fue presentada, sin gran pena ni demasiada gloria, todo sea dicho, la iniciativa que desde hace un tiempo se prepara en ciertos sectores activistas fundamentalmente estudiantiles y de algunxs investigadorxs precarixs. Desafortunadamente, la propuesta inicial que algunos habíamos hecho en las reuniones preparatorias pereció en las habituales dinámicas activistas. No sería justo, empero, responsabilizar a nadie por ello, toda vez que en los momentos organizativos se hace lo mejor que se puede con lo que se tiene y no siempre se tiene tiempo para considerar a quien no puede seguir el ritmo militante.
Sin embargo, no me gustaría concluir sin proponer, toda vez que la crítica por la crítica, con ser seguramente muy necesaria en estos momentos, tampoco genera alternativas. En este sentido me gustaría volver sobre lo que tantas veces se ha dicho en este mismo blog, sobre lo que, de hecho, ya constituye la preocupación cotidiana del precariado: urge dar el paso de lo meramente expresivo (el plan de movilizaciones suscrito por la segunda caputxinada) a lo instituyente. La redefinición estratégica no pasa hoy por una reconfiguración otra de los componentes conocidos de las movilizaciones (redes activistas, organizaciones sindicales, repertorios de acción colectiva, etc.) sino por la apertura de nuevos espacios antagonistas, la redefinición de nuevos alineamientos entre redes sociales dentro y fuera de la universidad, la puesta en marcha de otras prácticas activistas que las propias del rotllo o ghetto, etc., etc.
Quienes nos jugamos los garbanzos en esto ya nos estamos aplicando a ello por un imperativo de pura supervivencia e invitamos desde ya al cognitariado precario, a lxs desfavorecidxs de la composición de clase emergente, a organizarnos al margen de los espacios de la lucha institucional que nos ha traído hasta este fracaso en toda regla cuyas consecuencias padecemos. Por mucho que se predique la ideología cristiana de la sacrosanta unidad que informa los marcos interpretativos de la izquierda (sus expresiones más extremas incluidas), lo que urge es todo lo contrario: es el momento de la escisión precaria, de la desobediencia al mando, a sus múltiples hegemonías; de la articulación de espacios de subjetivación donde puedan acelerarse los procesos ya emergentes de organización cooperativa entre las singularidades.
Ante la crisis del régimen: ruptura constituyente
No es ya la hora de la unidad de acción con la patronal sindical del funcionariado universitario por más que no se deban entorpecer sus luchas e incluso, en la medida de lo posible, deban ser reforzadas. No es por ahí, al servicio de (o en el debate bajo la hegemonía de) quienes nos han traído hasta aquí, por donde se encontrará la salida colectiva. Así ha quedado de manifiesto, de hecho, en el marco de la segunda caputxinada. Claridad meridiana: hemos llegado a un fin de ciclo.
Por el contrario, es hora de seguir avanzando en el giro estratégico que llevamos meses apuntando (a lo escrito en este mismo blog me remito), el mismo giro de lo expresivo a lo institucional autónomo que se bosqueja ya en los espacios subalternos de la cotidianeidad precaria, en nuestra lucha diaria por la subsistencia. Es preciso empezar a liberar el tiempo activista de procesos abocados al fracaso por las propias condiciones de negociación que prefigura el actual estado de cosas. Es urgente producir esa misma alteración del estado de cosas, las condiciones de posibilidad de procesos de subjetivación precaria, de agregación antagonista bajo un paradigma institucional propio, ajeno al régimen.
No se trata de una abstracción por más abstracto que pueda sonar a quien participa del viejo paradigma de la izquierda. Es la realidad concreta de la organización del trabajo fuera del mando, de la actividad productiva que ha de desplegar quien se ha quedado en el paro, de quien apura los márgenes de la renda sobrante, de los ahorros de toda una vida en esta megaestafa llamada crisis y perpretada con el consentimiento y no en pocas ocasiones inestimable colaboración de la izquierda sindical y parlamentaria que apenas sabe hacer otra cosa que proponer su hegemonía.
Tampoco se trata ahora de una alternativa estratégica a la que estemos abocados o una opción táctica por la que optar como si de elegir en un buffet asambleario se tratase. Nos referimos a un imperativo de mera supervivencia, al redescubrimiento en la extrema necesidad de que ya nada nos ata a un mando ilegítimo que nos condena a una precariedad aún mayor. No es nada nuevo, la implementación del presente estado de cosas ha llevado décadas. Aprender a luchar contra él, también. Algunxs ya nos hemos empezado a organizar nuestras propias instituciones del conocimiento en la ruptura constituyente con la subalternidad a que nos aboca el encaje europeo del régimen español, en la escisión con el mando capitalista que instaura la cleptocracia a pasos agigantados, en la desobediencia a las hegemonías interiores al trabajo.
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