Artículo publicado en la revista Libre Pensamiento de la CGT, nº 71, págs. 26-33
Cada vez que la multitud irrumpe la vida política institucionalizada por
(y en) el régimen político, la opinión pública suele reaccionar
con una serie de tópicos. El primero y más evidente es la crítica
a la manera de hacer las cosas y la deslegitimación automática de
cualquier forma de política que no sea la prestablecida.
Sorprendidos por la inesperada aparición del convidado de piedra,
los opinadores del régimen suelen clamar al cielo ensalzando las
bondades de la democracia liberal y atribuyen a la desafección, la
falta de cultura política o alguna otra tara supuesta a la
ciudadanía, el hecho de que las demandas sociales no sean
canalizadas debidamente a través de las vías previstas
El segundo tópico con el que se suele atacar a la multitud tiene lugar una vez que no se ha podido evitar que ésta interrumpa el normal funcionamiento del régimen. En efecto, cuando plazas y calles se transforman temporalmente en zonas autónomas y el monopolio del Estado es puesto en cuestión por la desobediencia civil, estos mismos opinadores suelen aprestarse a acusar a la multitud de poco profesional o utópica, de desconocer la complejidad de mundo y de ignorar el hecho básico de que no hay más alternativa real que la que es propuesta por el mando.
Basta con echar un ojo a lo sucedido en el último año para darse cuenta que este segundo tópico no es más que otro ejercicio de incapacidad política; que tras la prepotencia y arrogancia con la que se trata a la gente no hay más que la impotencia del mando ante el poder constituyente. Este viejo esquema ideológico se repite, ciertamente, a cada ocasión y el 15M no ha escapado a sus tediosos mantras. Sin embargo, tampoco es menos cierto que esta línea argumental del despotismo tecnocrático (el pobre pueblo ignorante pide, pero está incapacitado para lograr) ha perdido toda credibilidad.
En primer lugar, por el hecho básico de que en las sociedades del capitalismo cognitivo la fuerza de trabajo es la que dispone de los conocimientos que producen la riqueza y quienes mandan sólo tienen eso: el control del mando, no del conocimiento. Y aunque el capitalismo cognitivo (un capitalismo en el que el manejo de información ocupa un lugar central en la organización de la producción y reproducción de la sociedad) es de configuración tan reciente como inacabada, esta cuestión viene siendo explicada de largo en la cultura popular por el conocido dicho: “el que sabe, sabe, y el que no, es jefe”.
Y es que si algo caracteriza al antagonismo contemporáneo es, precisamente, el desequilibrio constituyente que sitúa de una parte el control del conocimiento y de otra el control del conocedor. No es de sorprender, por tanto, que en las últimas décadas los partidos políticos ─las maquinarias de poder a las que la democracia liberal encarga la elaboración de propuestas de gobierno─ hayan sido desbordados por la capacidad del movimiento para ofrecer alternativas programáticas. Poco importa si es el software libre, la renta básica o la deconstrucción del género; el caso es que hace tiempo que los partidos van a remolque y que, en el mejor de los casos, suelen copiar ─tarde, mal y por lo general con la única intención de hacer asimilable─ la infinidad de iniciativas que nacen en el intelecto colectivo. No es de extrañar, por lo tanto, el interés intrínseco por las propuestas del movimiento, en general, y del 15M en particular.
Para poder tratar esta cuestión desde una perspectiva que ponga al servicio la invalidación oportunista de la programática del movimiento es preciso, sin embargo, resolver previamente otras dos cuestiones implícitas, a saber: ¿qué agencia política es la del 15M? y ¿dispone este agencia de algo que se pueda denominar, en rigor, “programa”? El riesgo de no responder a estas preguntas nos puede conducir a dos errores habituales en los análisis: por una parte, pensar que el 15M es “un” movimiento; por otra, que tiene un “programa” como si de un partido se tratase.
Adelantamos ya de forma sumaria nuestras respuestas: 1) el 15M no es un movimiento, sino una de expresión concreta del mismo; y 2) el 15M no tiene un programa, sino que más bien despliega lo que llamaremos una “programática”, esto es, un conjunto de diagnósticos compartidos y soluciones experimentables, así como las instituciones que los hacen posible, orientados a instaurar el régimen político del común.
¿Qué es 15M (y qué no)?
El segundo tópico con el que se suele atacar a la multitud tiene lugar una vez que no se ha podido evitar que ésta interrumpa el normal funcionamiento del régimen. En efecto, cuando plazas y calles se transforman temporalmente en zonas autónomas y el monopolio del Estado es puesto en cuestión por la desobediencia civil, estos mismos opinadores suelen aprestarse a acusar a la multitud de poco profesional o utópica, de desconocer la complejidad de mundo y de ignorar el hecho básico de que no hay más alternativa real que la que es propuesta por el mando.
Basta con echar un ojo a lo sucedido en el último año para darse cuenta que este segundo tópico no es más que otro ejercicio de incapacidad política; que tras la prepotencia y arrogancia con la que se trata a la gente no hay más que la impotencia del mando ante el poder constituyente. Este viejo esquema ideológico se repite, ciertamente, a cada ocasión y el 15M no ha escapado a sus tediosos mantras. Sin embargo, tampoco es menos cierto que esta línea argumental del despotismo tecnocrático (el pobre pueblo ignorante pide, pero está incapacitado para lograr) ha perdido toda credibilidad.
En primer lugar, por el hecho básico de que en las sociedades del capitalismo cognitivo la fuerza de trabajo es la que dispone de los conocimientos que producen la riqueza y quienes mandan sólo tienen eso: el control del mando, no del conocimiento. Y aunque el capitalismo cognitivo (un capitalismo en el que el manejo de información ocupa un lugar central en la organización de la producción y reproducción de la sociedad) es de configuración tan reciente como inacabada, esta cuestión viene siendo explicada de largo en la cultura popular por el conocido dicho: “el que sabe, sabe, y el que no, es jefe”.
Y es que si algo caracteriza al antagonismo contemporáneo es, precisamente, el desequilibrio constituyente que sitúa de una parte el control del conocimiento y de otra el control del conocedor. No es de sorprender, por tanto, que en las últimas décadas los partidos políticos ─las maquinarias de poder a las que la democracia liberal encarga la elaboración de propuestas de gobierno─ hayan sido desbordados por la capacidad del movimiento para ofrecer alternativas programáticas. Poco importa si es el software libre, la renta básica o la deconstrucción del género; el caso es que hace tiempo que los partidos van a remolque y que, en el mejor de los casos, suelen copiar ─tarde, mal y por lo general con la única intención de hacer asimilable─ la infinidad de iniciativas que nacen en el intelecto colectivo. No es de extrañar, por lo tanto, el interés intrínseco por las propuestas del movimiento, en general, y del 15M en particular.
Para poder tratar esta cuestión desde una perspectiva que ponga al servicio la invalidación oportunista de la programática del movimiento es preciso, sin embargo, resolver previamente otras dos cuestiones implícitas, a saber: ¿qué agencia política es la del 15M? y ¿dispone este agencia de algo que se pueda denominar, en rigor, “programa”? El riesgo de no responder a estas preguntas nos puede conducir a dos errores habituales en los análisis: por una parte, pensar que el 15M es “un” movimiento; por otra, que tiene un “programa” como si de un partido se tratase.
Adelantamos ya de forma sumaria nuestras respuestas: 1) el 15M no es un movimiento, sino una de expresión concreta del mismo; y 2) el 15M no tiene un programa, sino que más bien despliega lo que llamaremos una “programática”, esto es, un conjunto de diagnósticos compartidos y soluciones experimentables, así como las instituciones que los hacen posible, orientados a instaurar el régimen político del común.
¿Qué es 15M (y qué no)?
La
irrupción del 15M ha tenido tal impacto que en muy poco tiempo hemos
visto como se ha abierto un intenso debate acerca de su naturaleza.
El 15M se nos presenta así como un significante de múltiples
significados: movimiento social, movimiento de movimientos, clima,
sistema-red, acontecimiento, repertorio de acción colectiva... Las
definiciones de lo que es o deja de ser son tantas como
singularidades intentan explicar qué se oculta tras esta fecha.
La
definición más habitual del 15M lo suele describir como un nuevo
tipo de movimiento social cuya novedad estriba en el uso de las redes
sociales de la web 2.0 En el lenguaje habitual de las ciencias
sociales de inspiración liberal, los llamados “movimientos
sociales” son considerados como un actor cuya principal función
es, básicamente, detectar y visibilizar por medio de la acción
colectiva, los problemas que tiene la sociedad y que corresponde
resolver al mando de la misma.
En esta visión, huelga decirlo, los
llamados movimientos sociales son vistos, al menos en sus visiones
más limitadas, como simples detectores de los humos que señalan el
fuego antagonista. La convicción última, no obstante, es que son
(1) incapaces de solucionar per se los problemas que plantean y (2)
en caso de ser de alguna utilidad están obligados a interactuar,
cuando menos, con otros dos actores: los técnicos y los políticos
profesionales.
A
juzgar por el 15M no parece que esta interpretación siga conservando
plena validez: en primer lugar, los llamados movimientos sociales son
originados no pocas veces por ciudadanos con un mejor conocimiento
técnico y científico del que disponen no pocos técnicos de las
administraciones; esto, claro está, si es que no son estos mismos
técnicos en su rol de ciudadanos críticos.
Sirva de ejemplo
paradigmático de esto que estamos diciendo, el caso de los hacker y
el software libre. Por más que se quiera exhibir una mayor
competencia técnocientífica, resulta evidente que grupos como
Anonymous cuestionan el tópico despótico ilustrado de que
quien manda, manda porque está más y mejor capacitado e informado.
Además, en la coyuntura actual, se han enviado al paro enormes
competencias cognitivas que se aplican a dinamizar el movimiento.
En
segundo lugar, los llamados movimientos sociales sólo dependen del
político profesional en un doble supuesto: carecer de instituciones
propias con las que desempeñar su cometido y asumir que la
complejidad de la sociedad requiere la existencia del político
profesional. La idea de que sólo son instituciones las instituciones
que el Estado ha integrado bajo su monopolio es un lugar común en el
discurso hegemónico (y para no pocos activistas) que carece de
fundamento. ¿Acaso no es una institución, pongamos por caso, un
centro social okupado?
La
defensa de la figura del político profesional, por su parte, suele
ignorar que cuando un régimen político refuerza la participación
ciudadana y la democracia directa, la profesionalización decae. Sin
salir de las democracias liberales realmente existentes, Suiza ofrece
un buen ejemplo en este sentido. O por plantearlo en términos más
tendenciales y menos sustantivos: ¿cuánta gente debe vivir de la
política y cuánto tiempo debe destinar la ciudadanía al ejercicio
de la política? Como se puede imaginar, el 15M aporta respuestas de
difícil encaje en los argumentos habituales que acompañan el
discurso sobre los llamados “movimientos sociales”.
La
lectura del 15M como movimiento social se proyecta más allá de la
literatura académica a través de dos líneas interpretativas
mutuamente complementarias. La primera incide en leer el 15M como
mutación del movimiento social en un sistema-red reflejo de una
nueva composición técnica del trabajo en la sociedad postfordista.
La segunda enfatiza la importancia que ha tenido el cambio
repertorial en el despliegue del movimiento al ir más allá de la
manifestación tradicional y buscar en las plazas la creación de un
nuevo repertorio de acción colectiva. Sendas lecturas tienen su
interés para cuestionar las condiciones deliberativas (sistema-red)
y de producción programática (repertorio de acción colectiva),
pero a falta de más desarrollos nos han dicho poco de momento sobre
los contenidos programáticos y los medios de su producción (la
programática propiamente dicha).
Por
último, tal vez menos habituales y más filosóficas, pero no por
ello menos interesantes han sido aquellas otras lecturas del
significante 15M que lo han interpretado como un “clima” (Amador
Fernández-Savater) o un “acontecimiento” (Raúl Sánchez
Cedillo). Para estos autores, con cuyo razonamiento nos alineamos al
menos en parte, el 15M no sería tanto “un” movimiento, cuanto un
acontecimiento que produce un cambio de clima, una mutación de
subjetividad provocada por el cambio de repertorio en el paso de la
manifestación a la plaza y gracias al cual da comienzo una nueva ola
de movilizaciones. Con todo, al igual que las lecturas realizadas
desde el paradigma del sistema-red o desde el análisis repertorial,
nos dicen poco acerca de los contenidos y la programática del 15M.
Su interés, empero, consiste en aportar una lectura que deconstruye
la noción de movimiento social, su subalternidad respecto a la
política de partido y devuelve la política de movimiento de la
subalternidad al terreno de lo político.
¿Programa
o programática?
Llegados
a este punto podemos cuestionarnos si, efectivamente, tiene sentido
hablar de un programa del 15M o si no será más útil recurrir al
concepto de “programática”. La distinción entre programa y
programática nos remite a las propias diferencias existentes entre
dos agencias como son el partido y el movimiento, esto es, dos
maneras diferentes de hacer política. Mientras que en el caso del
primero el programa tiene por objeto explicitar un contrato electoral
con la ciudadanía, en el caso del segundo se trata de las medidas,
políticas y acuerdos que la propia ciudadanía, en el libre
ejercicio de su autonomía se dota a fin de alcanzar un horizonte
emancipatorio. El programa del partido responde a la exigencia de
explicitar su oferta de eventual gobierno una vez cada cuatro años,
la programática de movimiento lo impulsa día a día, adaptándose a
las condiciones que impone a cada momento el antagonismo. El programa
responde, por tanto, a la lógica del gobierno representativo, la
programática a la lógica deliberativa de la democracia directa.
De
todo lo anterior se deduce que, mientras que el programa de partido
es una herramienta estática que difícilmente puede asegurar el
rendimiento de cuentas que se espera en una democracia de calidad, la
programática es una herramienta dinámica que resulta de la
interacción antagonista entre movimiento y mando, fruto de la cual
no sólo se van articulando alternativas al presente estado de cosas,
sino que se va experimentando en una doble tensión permanente: por
una parte, con las autoridades a las que se desafía por medio de la
desobediencia (antagonismo); por otra, entre las redes sociales que
participan en la movilización (agonismo).
En
este orden de cosas, los programas de los partidos a menudo no se
encuentran disponibles más allá del calendario electoral. En no
pocas ocasiones, cuando consiguen sobrevivir a las contiendas
electorales para las que son elaborados ex profeso, resultan
difícilmente accesibles al ciudadano. La programática del
movimiento, por el contrario, al ser el conjunto de propuestas de
solución a los de vectores de crítica con el mundo realmente
existente, así como las modulaciones de las mismas o modificaciones
en el tiempo, está accesible de manera permanente en la red y se
encuentra sometida a una revisión permanente en función de la
combinación de los desarrollos antagonista y agonístico del
movimiento.
En
efecto, una programática que no sepa mantener el grado suficiente de
antagonismo hará decaer al movimiento, agotando su potencia
constituyente y facilitando la captura y apropiación por parte de
los dispositivos del gobierno representativo. Así ha sucedido con
todas las expresiones de la política de movimiento, otrora
consideradas por la política de partido como exageración,
despropósito o cosas peores y hoy presentadas como políticas de
género, medioambientales y de todo tipo. A nadie sorprenda, pues,
que en el declive de la ola de movilizaciones en curso se puedan
llegar a producir apropiaciones obscenas por parte de los partidos,
especialmente los de izquierda (de hecho ya sucede con las
iniciativas sobre las hipotecas y otras).
De
igual manera, una programática que no sepa alimentar la discrepancia
en el seno del movimiento (el agonismo), que ahogue su pluralismo
intrínseco, que aspire a reducir a una propuesta única la
diversidad de la multitud, abocará igualmente al agotamiento de la
potencia constituyente. El movimiento, tal y como en su día criticó
Luxemburgo a Lenin, se funda siempre en la libertad del que piensa
diferente. La erradicación de la disidencia bajo los preceptos del
centralismo democrático o de su variante postmoderna, el consenso
unánime, no suponen para el movimiento más que el principio del fin
de la ola de movilizaciones en que se encuentra inmerso.
Así
las cosas, a la hora de determinar los contenidos y los procedimentos
de elaboración de la programática hemos de tener en cuenta tanto
los cambios introducidos por el movimiento en su interacción con el
mando como los resultantes de sus debates internos, de la búsqueda
de amplios acuerdos movilizadores sin por ello incurrir en la
sacralización del consenso unánime. Sobre este particular es fácil
recordar múltiples ocasiones en las que el movimiento se ha visto
condicionado por el veto de minorías extremadamente reducidas y más
posicionadas en virtud de lógicas identitarias que en la validez
argumental y/o propositiva de sus aportaciones. A pesar de ello, el
movimiento ha seguido su curso, sobreponiéndose a las objeciones sin
sentido; no sin pérdida ni agotamiento activista, ciertamente, pero
siempre con un aprendizaje que apuntala los logros programáticos
comunes.
Principales
vectores en la programática del 15M
Dada
la complejidad de los procesos deliberativos desarrollados en las
plazas, redes sociales y demás espacios de movimiento, no resulta
complicado imaginar la dificultad de aprehender la programática en
toda su riqueza. Por este motivo, más que desde análisis
descriptivos o exegéticos es en la identificación de los vectores
que trazan los sucesivos momentos de movilización donde se puede
establecer una metodología válida para el manejo de la
programática. En este sentido, el movimiento en general, y su
expresión desde el 15M más en particular, puede ser visto como el
despliegue de diferentes líneas de conflicto con el mando que
encuentran en distintos momentos antagonistas más o menos intensos
puntos de reformulación estratégica de los acuerdos deliberativos.
Así,
por ejemplo, los éxitos cosechados por la Plataforma de Afectados
por la Hipoteca contra los deshaucios han incrementado el peso
específico de la vivienda como vector programático, enfatizando su
importancia y buscando las fisuras en el régimen allí donde se
aunaban a un tiempo la desobediencia civil (el antagonismo implícito
en las acciones para parar deshaucios) y la deliberación en los
espacios del movimiento (el agonismo de las plazas, redes sociales y
demás). A diferencia de otras cuestiones tratadas en las plazas de
forma puntual ─pongamos
por caso, la reforma de la ley electoral (especialmente destacada en
los procesos electorales del 22M y 20N)─,
la cuestión de la vivienda ha ido cobrando peso a medida que ha ido
pasando el tiempo y que el movimiento ha ido atravesando momentos de
antagonismo particularmente intensos (la okupación de edificios como
en el caso del 15O).
En
este sentido, el 15M arranca matricialmente con las reivindicaciones
de Democracia
Real Ya pronto ampliadas
por la incansable actividad de los grupos de trabajo, comisiones,
subcomisiones y demás espacios programáticos organizados en el
movimiento. Los vectores que se apuntaban en el primer documento de
DRY eran los siguientes: 1) eliminación
de los privilegios de la clase política; 2) contra el desempleo; 3)
derecho a la vivienda; 4) servicios públicos de calidad; 5) control
de las entidades bancarias; 6) fiscalidad; 7) libertades ciudadanas y
democracia participativa; 8) reducción del gasto militar. Sus
propuestas sirvieron de punto de partida y en el trabajo de la
Asamblea de Barcelona aparecían reelaborados bajo los epígrafes
siguientes: 1) eliminación de privilegios de políticos,
sindicalistas y representantes religiosos; 2) laboral; 3) vivienda;
4) servicios públicos; 5) fiscalidad; y 6) medioambiente. La
Asamblea de Sol, por su parte, desarrollaba una lista de 14 puntos
entre los que se reiteraban aspectos como los apuntados (por ejemplo,
la “reforma de las condiciones laborales de la clase política” o
“Democracia participativa y directa en la que la ciudadanía tome
parte activa”) y se incorporaban otros nuevos (por ejemplo, la
“reducción del gasto militar” o “recuperación de la Memoria
Histórica”).
Desde
un sumario análisis de contenidos no resulta complicado observar la
progresión de algunos temas y la caída en el olvido de otros. Así,
por ejemplo, la reforma de la ley electoral, tan importante en un
primer momento, apenas fue recordada un año más tarde con motivo
del #12m15m. En este primer aniversario, de hecho, los vectores se
habían concentrado en cinco líneas fuerza: 1) ni un euro más a los
bancos; 2) educación y sanidad, públicas y de calidad; 3) por una
vivienda digna y garantizada; 4) no a la precariedad laboral/no a la
reforma; y 5) renta básica universal.
Como
se puede observar tres de los cinco puntos se corresponden a los
vectores en que las conflictividad social ha cobrado más peso: el
educativo, con las jornadas de movilización universitarias del 17N o
el 29F; la salud, con la ocupación de hospitales y huelgas del
sector; y, last but not least,
la huelga general del 29M contra la reforma laboral. De los otros dos
puntos, el primero ha adquirido más relevancia, si cabe, a raíz del
rescate y pronto se verá el impacto de momentos como las acciones de
#occupymordor, #bankiaesnuestra, etc. Sobre este particular, sin duda
no habrá disensos destacables.
Con
el segundo, sin embargo, la cosa ha sido distinta, toda vez que en no
pocas asambleas locales la propuesta de renta básica ha suscitado la
reacción de sectores partidarios de conservar el marco
interpretativo salarial. Sin duda, el reforzamiento de los
componentes de la izquierda más conservadora tras el ciclo de la
huelga general ha dificultado el reforzamiento del vector
programático sobre el que puede pivotar hoy una relectura de la
composición social del antagonismo. Con todo, esta tendencia ha sido
contrarrestada a su vez por #rescateciudadano y otros puntos de fuga
sobre los que ha adquirido más cuerpo la reivindicación de una
renta básica.
A
modo de conclusión
Hace
poco más de un año, la política de movimiento atravesó un
acontecimiento, el 15M, que marcó un punto de inflexión en la ola
de movilizaciones que se venía desplegando a la baja a nivel estatal
desde las grandes movilizaciones contra la Guerra de Iraq de 2003.
Durante el tiempo transcurrido desde el 15M el movimiento ha ido
desplegando una programática fundada en algunos vectores destacados
que han ganado más o menos peso según la intensidad de los procesos
de movilización que ha llevado adelante las redes activistas. Allí
donde ya había una labor previa (caso de la PAH, por ejemplo, o de
las universidades, el sindicalismo, etc.) la programática del
movimiento ha conocido un notable progreso y consolidación. Donde ha
dependido más de la coyuntura y del tratamiento mediático mejor o
peor intencionado (caso, por ejemplo, de la ley electoral) las
demandas han perdido fuerza.
De
cara al futuro, parece claro que la fortaleza del movimiento radicará
en su capacidad para combinar antagonismo y agonismo de manera
virtuosa y, más en particular, no dejarse arrastrar por las
dinámicas de cooptación partidista. Para bien o para mal, no
parece, a la vista del desarrollo y empeoramiento de la crisis, que
los incentivos vayan a ser lo suficientemente poderosos como para
dividir al movimiento. Queda por ver, no obstante, el despliegue de
las políticas represivas y si estas administran el antagonismo por
igual o si, por el contrario, optan por reforzar las tendencias de
mando en la reconfiguración de la composición social. Al
movimiento, en última instancia, el determinar la estrategia con la
que invertir en su favor el equilibrio de fuerzas.