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La verdad es que uno no está muy acostumbrado a ser citado en los medios, y menos aún como contrapunto a autoridades académicas de la talla de Andrés de Blas. De ahí mi sorpresa al leerme en un artículo del periodista A. Martín-Aragón publicado hace un par de días por el periódico Gaceta.
Bajo el título "El nacionalismo español existe... pero está quemado" Martín-Aragón pretende responder a las dos preguntas siguientes: "¿Existe realmente el nacionalismo español en un país con 30 años de democracia? Y si existe ¿está impidiendo realmente el desarrollo de ese laberinto denominado España plural?"
No deja de sorprender la facilidad con que se pueden sacar las palabras de su contexto original a efectos de responder a estas cuestiones, esto es, presentándose como respuesta a unas preguntas para las que nunca fueron pensadas. En rigor, este proceder dice ya mucho sobre una cierta manera de hacer periodismo; ese mismo periodismo que, a mayores, se pretende escrito desde la neutralidad ante el conflicto, al margen de la confrontación agonística característica de las sociedades pluralistas.
Pero más le llama a uno la atención observar como, seguidamente, son terjiversados sus argumentos por unas anteojeras ideológicas que, para colmo, resultan ser las propias de una ideología --el nacionalismo español-- cuya existencia se pretende poner en cuestión. Supongo que estos son los riesgos de escribir cosas que cualquiera puede leer y reinterpretar a su libre voluntad (creo recordar, de hecho, palabras semejantes a las que se citan en un artículo escrito no hace mucho para Diagonal --ese periódico...--, aunque en este caso la cita no coincide: significativamente, google sólo responde a las palabras referenciadas con entradas al texto de Martín-Aragón).
Así las cosas, si por acaso a alguien le interesara saber como contestaría uno a las dos preguntas planteadas, he aquí una respuesta posible y, cuando menos, opinión auténtica y de primera mano:
Comencemos por la pragmática de la cuestión: "¿Existe realmente el nacionalismo español en un país con 30 años de democracia?". En sí misma esta pregunta evidencia toda una asociación ideológica: tres décadas de democracia habrían de presumir la desaparición del nacionalismo español. El problema de fondo, sin embargo, es justamente el contrario: ¿Qué ocurre con la democracia española que, a pesar de sus tres décadas, sigue haciendo que Martín-Aragón y tantos otros como él se pregunten (retóricamente) por la existencia del nacionalismo español? ¿De dónde la (¿sorprendente?) persistencia de lo que el periodista denomina "separatismo"? ¿No será acaso que la concepción monista que subyace bajo la idea de España como demos unitario no asegura el pluralismo cultural y, por ello mismo, ha fracasado en estos últimos treinta años?
El problema, sin embargo, no es tan sólo que el nacionalismo español exista (¡y vaya que si existe!), sino que, además, carezca mayoritariamente de una matriz respetuosa con la diversidad cultural de ese mismo Estado que se quiere español. Ello no significa, ciertamente, que no haya una minoría de nacionalistas españoles que se hayan aplicado a pensar la idea de España en términos liberales y/o democráticos. Sin embargo, nacionalismo con Estado como es, el nacionalismo español dispone de la capacidad de ejercer un poder soberano sobre quienes lo cuestionan y se sirve para ello de su capacidad para decidir sobre la excepción. Ahí están para demostrarlo casos como los de Egunkaria, el sumario 18/98 y otros.
Se entiende así el recurso a la hiperbólica y equívoca expresión "ciclópeo comisario de policía que impide la consumación de un estado plurinacional" para evitar dar respuesta a la complejidad del argumento originario:
"En rigor, a lo largo de estos años hemos asistido a un agotamiento de la constitución formal del régimen (Constitución de 1978) y al progreso de importantes reajustes estatales ante los cambios operados en la constitución material de la sociedad por efecto de la globalización. De hecho, bajo esta óptica, se observa claramente cómo la tensión nacionalista española ha preparado, por una parte, la legitimación de la suspensión de garantías constitucionales (ilegalización de candidaturas, proceso 18/98, etc.) y el cuestionamiento de toda política del reconocimiento de la diversidad cultural (negación de calificar a Catalunya como nación en el Estatut), a la par que, por la otra, ha facilitado el progreso de una descentralización administrativa reuniformizadora (el “café para todos”)."
Por más incómodo que resulte a Martín-Aragón, el hecho es que en la actualidad se contraponen entre nosotros dos concepciones antagónicas y mutuamente excluyentes de la soberanía, la primera fundada en la capacidad decisoria sobre la excepción; la segunda en la reivindicación del derecho a decidir. Ninguna de ellas es patrimonio intrínseco o exclusivo de ningún nacionalismo, pero en el terreno de lo concreto resulta evidente que la primera es ejercida por el soberano español, mientras que la segunda es negada a quienes reivindican su dignidad de nacimiento cuando esta es cuestionada por una concepción monista de esa idea que es España.