dilluns, d’abril 21, 2008

[ es ] Cuestión de estilos, estética de la docencia



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Viendo este video, procedente del álbum Songs for Drella de John Cale y Lou Reed (su particular homenaje a Andy Warhol), se me vino a la cabeza una conversación de hace unos días acerca de la manera en que cada profesor expone en público. El "estudiante-masa", socializado en la terrible disciplina del copiar apuntes, suele agradecer el profesor de verbo lento y máxima claridad expositiva; un profesor, a ser posible, que sea capaz de convertir cualquier tema en un esquema de puntos ordenados, listos para memorizar; ideal ya, si es capaz de presentarlo en un power point. Tal y como señalaba Johann Joachim Winckelmann en su determinar la estética neoclásica, hermoso es aquello que presupone al ojo el mínimo esfuerzo. El neoclasicismo es, sin lugar a dudas, el criterio estético del "estudiante-masa" y el profesor de la universidad tardo-fordista.

Cabría decir, a la manera de la canción, que este es, precisamente, el problema que uno tiene con el clasicismo: el "estudiante-masa" exige al profesor la seguridad del trazo claro, del contorno definido, del perfil inequívoco, fácil de memorizar. Apuntes perfectos, precisos, recordables; apuntes como un manual de instrucciones con el que un ingeniero podría montar una máquina. Nada de ello le prepara, empero, para su futuro profesional en la era del capitalismo cognitivo. Menos aún resuelve el problema (estético y no sólo) que ha de enfrentar la docencia. Pero es que, además, la nueva composición del profesorado, segmentado en mil fracciones de poder bajo el mando del soberano (en la UPF sólo el 13% del profesorado es funcionario; vale decir, Estado), no facilitará en modo alguno la pervivencia de este estilo clasicista.

En efecto, sometido a una precarización creciente, a la eventualidad contractual y al reajuste permanente, el profesorado del capitalismo cognitivo ha de reinventar su práctica docente, recurrir a un estilo más bien expresionista; un estilo capaz de insinuar con el trazo al no disponer de tiempo para el detalle, evocador en el ejemplo a falta de una enumeración concisa de las casuísticas, orientador mediante la controversia ante la imposibilidad de construir una comunidad ideal de diálogo, visual e icónico frente a la crisis de la letra que lleva en sí la primera generación post-alfa. De ahí que, allí donde el capitalismo cognitivo se apresta a la reificación del conocimiento por medio de la imposición de unidades de medida (así, por ejemplo, los créditos ECTS), allí donde esta misma fragmentación se constituye como estrategia de la externalización de costes (id est, los créditos de libre configuración), allí surge la escisión antagonista que se reclama concilie el profesor post-fordista cual artista de la Contrarreforma.

Henos aquí, pues, ante el particular Barroco del semiokapital, ante el nuevo siglo XVII y su estética de la contrarrevolución, al decir de Paolo Virno. El Zeitgeist del Plan Bolonia no es ya el de un tiempo neoclásico, sino barroco. El clasicismo académico es insostenible en la época de la producción just-in time del conocimiento. Enseñar hoy nos aboca a la creación rekombinante y efímera; al graffiti, a la mancha. La performance del profesor precarizado se ha de comprender en el rechazo al fordismo académico del dictado de apuntes no menos que en la huida de la disciplina reificadora de la tecnoestructura semiocapitalista. Tales son los problemas con el clasicismo de la universidad en que nos ha tocado intervenir, crear, vivir.

+ Trad. galega da Asemblea de Precarias en Formación