divendres, de març 16, 2012

[ es ] Píldoras antagonistas, 2: transición a la cleptocracia



La democracia, nos recuerda Charles Tilly en Democracy, no es un estado de cosas inmutable. No es un régimen político que, una vez instaurado y formalizado en una Constitución, permanezca invariable a lo largo de las décadas. Incluso en los contados casos en que los regímenes democráticos superan las pocas décadas de vida (en general no suelen alcanzar el siglo), experimentan profundas transformaciones que resultan de la tensión entre dos fuerzas contrapuestas: la democratización y la desdemocratización. Nada hay más falso, por tanto, que considerar que en 1978 fue restaurada la democracia en el Reino de España y que, por consiguiente, nada hemos de temer en adelante. 

Aún es más: el riesgo de la involución desdemocratizadora no sólo es una posibilidad. Entre nosotros constituye un hecho innegable; una tendencia que, además, se está reforzando peligrosamente en los últimos tiempos. De continuar así, pronto no se podrán satisfacer ni los mínimos exigidos por las definiciones menos exigentes de democracia (aquellas que bajo la etiqueta de "minimalistas", apenas piden de un régimen democrático que sea otra cosa que un régimen con elecciones libres y competitivas bajo un Estado de derecho y poco más). 

La desdemocratización de la democracia ha estado presente entre nosotrxs desde 1978. Ataques como los GAL, la Ley Corcuera, los casos de corrupción (pasados y en curso), la ley de partidos, las torturas sistemáticas de las fuerzas policiales, así como un larguísimo etcétera de despropósitos del estamento que nos malgobierna demuestran una tensión permanente contra la voluntad social mayoritaria de vivir bajo un marco democrático. Nada de esto es extraño ni nuevo; y basta con leerse el prólogo de El príncipe, para observar como la tensión entre el cuerpo social y el poder soberano se encuentran, ya desde el comienzo de la modernidad, en el centro de la definición de lo político.

El progreso de la desdemocratización

Los últimos episodios de esta tensión antagonista que cuestiona, a la vez que configura (bien que en negativo) el diseño institucional del régimen, nos son muy familiares. Recientemente, por ejemplo, el juez ha decidido archivar las legítimas denuncias ciudadanas contra la abusiva y desdemocratizadora intervención policial de Plaça Catalunya que siguió a la acampada (democratizadora) del 15M. La orientación que se marca con ello es bien clara; el fiel de la balanza apunta claramente a favor de la desdemocratización. Y no es, ni mucho menos, la primera (ni a buen seguro la última) sentencia en este sentido.

Pero tampoco es menos desdemocratizador, por ejemplo, la manera en que reformó el verano pasado la Constitución para blindar las políticas económicas neoliberales. O la forma en que el Tribunal Constitucional recortó el Estatut de Catalunya, como si ejerciese de cuarta cámara y como si fuese su tarea inmiscuirse en las funciones del legislativo quebrando la más elemental separación de poderes. Los ejemplos, en fin, podrían multiplicarse de manera preocupante.

Así las cosas, ¿dónde se encuentra el límite de la desdemocratización? Si traspasamos la frontera de la democracia ¿hacia dónde vamos? ¿qué forma adoptará el régimen que seguirá a la democracia? ¿cuál será la constitución material sobre la que se funde? No son preguntas fáciles, ni de respuesta inmediata o breve. Pero una palabra parece apuntar aquí al nudo gordiano: cleptocracia.


El régimen por venir

La primera vez que recuerdo haber escuchado esta palabra fue en un debate en la televisión alemana en alusión a la Serbia de Milosevic. Entonces me pareció terrible. Sonaba realmente grave, con una expresividad inquietante y que me evocaba al cine de Kusturica, Paskalevic y otros cineastas que por entonces nos habían mostrado el vientre pestilente del Leviatán balcánico.

Con todo, lo que nunca pensé entonces es que este significante podría adquirir un significado propio, cruel y muy real en nuestro contexto político inmediato. Cierto es que, por aquel entonces ya conocíamos los casos de Filesa, Guerra, Roldán, Naseiro, etc., etc. Sin embargo, por aquel entonces, la corrupción solía ser la antesala de la derrota electoral, del fin de una carrera política o de alguna modalidad de penalización cualquiera.

Lo sorprendente de un tiempo a esta parte, es que parece que la corrupción es prerrequisito del éxito político: Millet, Camps y demás escándalos de los últimos tiempos no sólo no han impedido ganar las elecciones a los partidos de los corruptos, sino que en alguna ocasión (así, por ejemplo, Millet) han recibido un trato cuando menos cuestionable de la justicia o (así Camps) han salido incluso absueltos a pesar de lo evidente.


Un cambio cualtitativo

No son ejemplos desafortunados, no son una coyuntura. Si son casos excepcionales es precisamente porque la excepción y no la norma se hace ley, porque se socavan los cimientos de las instituciones, porque se opera una lógica destituyente cuya finalidad última es instituir prácticas (primero informales, pero luego capaces de operar cambios efectivos en el diseño institucional) que terminan cambiando la naturaleza última de una democracia liberal como la pergeñada en la Transición y constitucionalizada en 1978.

Y de esta suerte, hoy vemos como la reforma constitucional del verano, las reformas socialistas de las pensiones y la edad de jubilación, la pasividad ante los deshaucios, la reforma laboral de los populares, un paro que bate récords y un sinfín de realidades que se van imponiendo imparables, van configurando un nuevo régimen: una democracia cada vez más defectuosa en la que resulta cada vez más difícil identificarse con las instituciones, creer en los procedimientos que articulan el régimen, en los valores a los que apela. Hay que ser muy ingenuo o un simple ideólogo para seguir llamando desafección a la actitud crítica con este estado de cosas. Si la calidad democrática está por los suelos, reivindicar una democracia real es sólo una prueba a favor de la democratización y no lo contrario (lo contrario es más bien el acto ilocucionario que pide fides al funcionamiento institucional que socava los propios fundamentos democráticos).

Pero el proceso destituyente en curso es sólo la primera parte de lo que está siendo ya la transición hacia un régimen postdemocrático; lo que sigue es la cleptocracia. Por tal se puede entender un régimen cuya finalidad última ya no es ni tan siquiera la de la democracia liberal. No se trata ya de la alternancia entre más influencia de la gestión privada o de la gestión pública. La cleptocracia consiste en poner directamente en manos privadas, por medio de decisiones ilegítimas, lo que otrora fueron recursos del común. O dicho de otro modo: no habrá un futuro gobierno progresista que nos devuelva lo que ahora se nos quita. El escenario de conflicto ha sido trasladado de dentro a fuera del régimen. Todo pacto social, todo pacto intergeneracional, todo pacto ecológico, ha sido roto en pos de la mayor estafa jamás orquestada.

dimarts, de març 13, 2012

[ es ] ¿Huelga general sindical o huelga metropolitana del precariado?

De entre los blogs que leo con mayor interés, el de John Brown es sin duda uno de los que más me consume las pestañas ante la pantalla del ordenador. En su último post, John Brown afirma con inusual valentía, y aún mayor autonomía intelectual, moral y política:
"Esta abierta voluntad que expresan las direcciones sindicales de plantear la cuestión de la hegemonía responde a la gravísima crisis de representación abierta por el 15M y los demás movimientos sociales concomitantes".
He ahí la clave de la presente coyuntura: la huelga general del 29M no sólo se organiza como plañidera reivindicación sindical ante el penúltimo ataque neoliberal, sino que, al tiempo, necesita articularse discursivamente contra el 15M, ejerciendo contra este los viejos tics izquierdistas de un Gramsci maldigerido y, sobre todo, de la cultura política autoritaria que en su día tan acertadamente diagnosticó la Escuela de Frankfurt.

Con los tiempos que corren últimamente, en los que las adormiladas izquierdas conservadoras parecen desperezarse (aunque sólo sea para mantener a salvo sus chiringuitos respectivos), la frase de John Brown no puede dejar de impactar a quien la lee (sobre todo, si la lectura es debidamente contextualizada y la orientación de su autor conocida). Y es que en los últimos tiempos, esa izquierda rancia y de intelecto mutilado que tanto abunda por tierras ibéricas, se desvive por las redes sociales pidiendo a Democracia Real Ya (DRY) que se posicione en favor de la Huelga General con no menor fervor militante del que Mayor Oreja y Rosa Díez --pongamos por caso-- pedían a la izquierda abertzale una condena de ETA. 

Y yo me pregunto: ¿de dónde esta necesidad de obligar a que DRY se exprese sobre este tema? ¿de dónde este auto de fe de inspiración inequívocamente autoritaria e inquisitorial contra la plataforma que con tanto éxito invocó a la multitud el 15 de mayo pasado? ¿de dónde la necesidad de forzar la subordinación de unas redes sociales (aquellas que se articularon el 15M) a la estrategia de las grandes centrales sindicales y, más en concreto, a la de sus alas más o menos izquierdistas y más o menos lideradas desde partidos y grupúsculos más o menos sectarios?

Todo esto huele a miedo; a un tremendo, cobarde y esperpéntico miedo; al miedo a constatar que se está perdiendo inexorablemente la hegemonía sobre el trabajo y su representación; y ello, claro está, ante el miedo, más grande aún si cabe, de reconocer al fin que se lleva ya más de tres décadas perdiendo la guerra frente al capital, batalla tras batalla, reforma tras reforma, huelga general tras huelga general. 

Pero si hasta ahora daba miedo esto último, la izquierda tradicional(ista) contaba al menos con la compensación del régimen que le permitía saberse en la confortable posición de quien vive de representar la externalización del esfuerzo colectivo sobre las espaldas ajenas. El problema es que el chollo se acaba y la vieja lección del pastor anti-nazi, Martin Niemöller, se traslada hoy al mundo laboral con todo su dramático efecto. La versión actual del apotegma niemölleriano vendría a decir algo así: 
"primero fueron los migrantes y no hice nada, luego atacaron a los jóvenes, y tampoco moví un dedo; más adelante, se ensañaron con las mujeres, y seguí sin inmutarme; ahora vienen por nosotros, varones, asalariados fijos, con papeles, pensión, derechos laborales..., pero ya no hay nadie para luchar a nuestro lado".
En numerosas ocasiones antes que ahora hemos insistido, a menudo con un acierto que a más de uno pareció profético (pero que en realidad sólo era honestidad intelectual ante la propia experiencia personal), en que estamos viviendo una época de transición hacia un contexto de mucha mayor tensión. En nuestros días, lo viejo (el sindicalismo de los Pactos de la Moncloa) no acaba de morir y lo nuevo (la política de movimiento) no acaba de nacer. Por eso observamos fenómenos tan morbosos como la arremetida del izquierdismo rancio contra DRY. 

No es otra cosa que el pánico de quien teme pensar, de quien busca referentes autoritarios para sustraerse a las preguntas terribles a que aboca una derrota histórica, de quien se ha pasado las tres últimas décadas negando una realidad que ahora se le echa encima de golpe. Por suerte, en el precariado estamos mejor preparado para la que se nos viene encima. Ya conocemos la precariedad en primera persona, la reconocemos nada más levantarnos cada día; ya sabemos que es vivir sin futuro, tener demasiado mes a fin de sueldo, haber olvidado el número de empleos por los que hemos pasado.

De hecho, lo primero que más nos sorprende a quienes siempre hemos vivido padeciendo la violación impune del marco laboral legal, es que alguien pueda tomarlo en serio como un marco de referencia en la resistencia del trabajo frente a los abusos del capital. Se nos dice: hay que parar la reforma laboral o las condiciones de "los trabajadores" empeorarán (como si el precariado no trabajase o no conociese ya ese empeorar sinfín). Nada más falso.

Las y los precarixs somos perfectamente conscientes de que la reforma laboral viene a establecer de jure lo que para nosotros hace tiempo que es una realidad de facto. Se nos ha utilizado como moneda de cambio en la implementación de privatizaciones, externalizaciones y demás; se han condenado nuestras carreras profesionales a cargar con los costes de una competencia desleal, falsa, ilegal, pero que se vendía (se sigue vendiendo, de hecho) como "excelencia"; se ha hipotecado nuestro futuro a la satisfacción de indicadores macroeconómicos y balances de empresa bajo los cuales nuestras existencias eran disueltas sin considerar por un momento los costes humanos, etc., etc.

¿Y ahora hemos de participar, disciplinadamente, encuadrados bajo el mando de la izquierda sindical en otra huelga-farsa más de las grandes centrales?

Lo que está en juego el 29M no es la relación de fuerzas entre el gobierno de la patronal y los sindicatos de los Pactos de la Moncloa. Lo que nos jugamos es la creación de un nuevo repertorio de acción colectiva que haga posible la producción de instituciones autónomas, de instituciones de, por y para el movimento. Como muchas veces antes, es hora de desbordar los marcos de un diseño institucional inoperativo para la mayoría más frágil, de romper con las estructuras de dominación que organiza el régimen de poder bajo el cual vivimos y de profundizar en las fisuras que abrió el 15M.

La huelga general, entendida como el repertorio de un trabajo representado en el sindicalismo de los Pactos de la Moncloa, es sólo el último capítulo en el fracaso de las organizaciones de la izquierda. Sin embargo, el contexto que producirá esta huelga general es idóneo para la experimentación de un antagonismo nuevo. La huelga metropolitana del precariado debe ser puesta en práctica. No es una fantasía ideológica. Se viene fraguando desde movilizaciones sectoriales como las universitarias o de la sanidad, pero debe ser proyectada más allá. 

El 29F el sindicalismo pactista volvió a traicionar al precariado metropolitano renunciando a la huelga anunciada en TMB-Metro y para la cual se había solicitado previamente la solidaridad y apoyo del precariado. Ahora volveremos a encontrarnos en un escenario en que, una vez más, se nos animará a masificar la convocatoria sindical, a servir de número en la habitual guerra de cifras para el espectáculo mediático, como si de bajas en una guerra se tratase. Así es la lógica militarista que impone el trabajo muerto y de la que debemos desertar en pos de la vida. El 29F la deslealtad sindical de TMB nos cogió por sorpresa. No volverá a suceder. 

La lección hoy está más clara todavía: hay que cortocircuitar la producción, paralizar los flujos, interrumpir los procesos de valorización a escala metropolitana. La organización desde los centros de trabajo se arriesga a enclaustrarse en los propios centros de trabajo (a la manera de los universitarios en el rectorado de la UB tras el 29F). El repertorio que puede operar a nivel sectorial, no necesariamente lo ha de hacer a nivel metropolitano. Es preciso tomar buena nota de ello. 

Con la huelga general se abre ante nosotrxs una estructura de oportunidad política que es preciso aprovechar. La huelga general no es el fin, ni el medio: es sólo un trampolín, un punto de apoyo para ir más allá. Tal y como lo fue en su día la manifestación de DRY el 15M (el 15M, de hecho, empezó justo después, cuando lo previsto por el repertorio de la manifestación fue desbordado por la multitud que acampó en las plazas).

Tengámoslo muy presente: durante una huelga general el régimen político (todo él) es frágil. Sin embargo, esta fragilidad no debe ser un paso previo al reajuste coyuntural de un equilibrio de fuerzas siempre adverso al trabajo (así, todas las huelgas generales desde el 14D, como poco). Hora va siendo de que cambiemos el chip y descubramos la potencia transformadora del espacio metropolitano como proscenio de luchas; hora va siendo que indaguemos que sucede si se detiene la metrópoli paralizando infraestructuras, organizando barrios; ocupando, por siempre, la ciudad...

diumenge, de març 11, 2012

[ es ] Píldoras antagonistas, 1: ¿"nimileurismo" o precariado?

Leo en El País la siguiente noticia: "Generación nimileurista". Cuando hace unos años la prensa progresista acuñó el término "mileurista" su intención ilocucionaria era clara: evitar que se hablase en los términos en que el MayDay y otras experiencias anteriores incluso ya estaban operando procesos de subjetivación antagonista, a saber, el discurso político de la precariedad (fue entonces y no antes que el significante "precario" cobró la fuerza expresiva de que hoy dispone). Por aquella época, la realidad del fracaso del sueño felipista se había estampado ya contra el durísimo muro de los efectos de las políticas neoliberales sobre las que se había forjado. Para quienes vivíamos en primera persona la fase aznariana de aceleración involucionista (así funciona la alternancia neoliberal: momentos de promesas-zanahoria socialistas combinados con las frustraciones-palo del Partido Popular).

Lo de el titular de hoy, sin embargo, no deja de ser sorprendente, al menos en parte, y más que nada por la sensación que transmite. En efecto, con tal enunciado se viene a dar una muestra de impotencia política más que otra cosa (¿tanto ha claudicado El País ante sus propios orígenes? ¿tan entregados están al proyecto neoliberal?). Ante la bancarrota total que agrieta las bases constitucionales del propio régimen (en vano apuntalado por la reforma constitucional del verano), los líderes de la opinión progresista impresa (sit tibi terra levis Público) apenas se les ha ocurrido nada mejor que intentar que el marco interpretativo del "mileurismo" continúe siendo el "marco interpretativo de referencia" (masterframe) de la sociedad. El problema es doble, habida cuenta de que el otro día reconocían nada menos que "el hundimiento de la clase media europea" (¡Ahí es nada!).

La cruda realidad de la vida cotidiana de millones se obstina en probar que la operación discursiva del "mileurismo" como ideología (como falsa consciencia de la precariedad y la pobreza) ha fracasado: el paro, la explotación, la corrupción, etc., desbordan la mentira de una promesa de modernidad que implementa desde hace tres décadas el proyecto común del PP y del PSOE. Ya no son los hijos de los otros, sino los propios quienes padecen los efectos de esa generación narcisista nacida con la democracia liberal; una generación a la que todo fue demasiado fácil y que por su propio egoismo sólo se quiere reconocer en el lujo de los suplementos dominicales, ese país de fantasía al que huyen cuando escapan de la pobreza en las calles.

Tal vez los hijos de la derecha todavía se crean a salvo. Pero sus padres operan hoy sobre su futuro la misma hipoteca de los socialistas: la única diferencia es que ahora les llega a ellos el turno en la hipoteca del futuro de la sociedad. Con ello no hacen otra cosa que agrandar las fisuras que resquebrajan el régimen y conferir con ello más y más sentido a la máxima condorcetiana: "a cada generación, su Constitución". El 15M fue la primera sacudida, todavía pacífica. El volcán toquevilliano, sin embargo, sigue calentándose a nuestros pies...

[ gz ] Carta aberta às gentes da Esmorga

Bemqueridxs companheirxs,

Conheço o vosso fenomenal projecto, desde os inícios da vossa intensa actividade, uns anos há. Nom cabe dúvida que neste tempo, desde A Esmorga contribuichedes a dar um grande pulo à umha sociedade galega tam necessitada de espaços autónomos, independentes dos poderes estatais e privados que levam décadas afogando o país. Sem projectos como o vosso, alguns de nós, forçados a migrar como tantxs outrxs antes de nós, rematariamos perdendo todo vencelho coa Terra. 

Seguramente, por sermos umha ausência (embora presente como tal) nas vossas vidas nom sejades conscientes da importáncia e do valor que tem o vosso trabalho para quem vivimos tam longe. É por isso mesmo que agora, após ter falado coas amizades que me tenhem ao tanto do que se passa por ai, escrevo estas linhas que gostaria de fazer públicas no maior dos respectos e agarimo.

O motivo de estas linhas nom é outro que o de manifestar-vos a minha fonda decepçom ao saber, tam só uns dias , que contades com invitar ao vosso centro a um pessoeiro como Carod-Rovira. A verdade é que ainda agora estou intentando acreditar no que leo: tam longe estamos? tam grande é a distáncia entre Galiza e Catalunya? Como pode ser possível que a estas alturas um centro social galego abra as portas a um defensor das piores atrocidades que se podem ter concebido contra o Género Humano? É que nom sabedes quales tenhem sido os posicionamentos públicos de esta pessoage contra Palestina? É que desconhecedes como tem favorecido o medre do sionismo dentro do catalanismo? 

Sei, pola recolhida de sinaturas que se tem organizado, que estades ao tanto do tema, polo que nom abondarei no que imagino está a ser um debate intenso e conflitivo. Gostaria de falar-vos embora desde a vossa própria naçom no exterior; como irmao que vive em Catalunya e que se sinte na obriga da solidariedade internacional com Palestina e todas as naçons oprimidas do mundo. E gostaria de faze-lo começando pola minha própria experiência pessoal, já que quando de este apologeta da violência de Estado (israeli) se tratar, resulta que me atopo de cheo num conflito que aliás de político é já direitamente pessoal. Ao cabo, mesmo se nom estades ao tanto, Carod-Rovira está a ser desde fai um tempo objecto da polémica no meu centro de trabalho.


Há uns meses, este político optou por convertir-se num exemplo do que se conhece como portas giratórias, isto é, políticos que no exercício do poder, aproveitam o seu status para resolver as suas carreiras pessoais com independência de todo respecto pola actividade civil que supom o exercício de um cargo público. Foi assi que, sem a menor das vergonhas, deu-nos um bon día a notícia de que se vinha para a nossa universidade numhas condiçons creadas ad hoc para ele mesminho. Suponho que umha cousa assi provoca-vos o mesmo rejeitamento que a qualesquer pessoa mínimanente demócrata e progressista (que tampouco se tem que ir para moito mais aló).

Mas puidera ser que o mesmo deconhecedes (os meios nom prestam tanta atençom à destruçom da universidade pública que à carreira de certos pessoeiros), que a universidade catalana em geral, e a UPF em particular, estam a ser objecto dos piores ataques conhecidos desde hai anos polos poderes privados. A resultas de estes ataques, 266 professores associados (entre os que me contarei) seram despedidos este ano sem maior gesto de atençom polo seu devir que umha missérrima message de correo-e de umhas poucas linhas. 

Isto nom é, porém, responsabilidade exclussiva do governo direitista que mora actualmente na Generalitat. Estes ataques, de feito, começarom já com um tripartito que permitiu, por exemplo, que as contractaçons ilegais medraram na UPF (e no resto de universidades catalanas) até porcentages espectaculares na mais absoluta das impunidades (e absolutamente ilegais de acordo com umha legilslaçom de seu direitista como é a LOU). 

Nom é difícil de comprender esta toleráncia da conselheria responsável (nas maos de Esquerra) para cos abusos ilegais da reitoria encabezada por Moreso (por demais responsável de umha gestom fortemente criticada estes dias nos meios). Vai de seu que o retiro de Carod-Rovira, tam generosamente financiado pola Caixa, apontam práticas que mesmo se nom se podem condear legalmente, deixam moito que desejar no terreo da ética mais elemental.

Com todo, o que realmente é mais difícil de comprender é que agora espaços como o vosso, que com tanto esforço forom construidos na perspectiva de fornecer à sociedade de um projecto emancipatório, regerador e democrático, poidam actuar de jeito tam ingenuo perante quem procura, co seu actuar, voltar a ganhar a confiança perdida (por certo, de jeito tam estrepitoso e rotundo como Esquerra baixo o mandato do vosso convidado). É possível que abonde um ano para esquecer o mal causado pola irresponsabilidade o vosso convidado?

Suponho que nom é precisso que vos explique a fonda decepçom que sinto nestes momentos e que estou a compartilhar nas redes sociais com tantas amizades que moramos na Galiza virtual. Desconheço que ganhades com umha actividade assi (mesmo se podo imaginar que certa sona nos meios da direita por mor da popularidade do pessoeiro como ogro fantasmagórico dos pesadelos neocons). Mas estou certo do moito que estades a perder. E nom acho que esté a falar, à vista do que se move pola rede, em termos exclussivamente pessoais. 

Enfim, nom sou quem de pedir-vos nada. Mas gostaria de pensar que a minha testemunha de migrante galego em precário, na diáspora, contribue à vossa reflexom como umha voz fraterna que vos chega de longe. Nem que dizer tem que se, aliás, modifica o que de seu é um erro descomunal, a vossa rectificaçom ainda viria a demostrar que a solidariedade das de embaixo é mais importante que o exibicionismo dos de enriba. Se ao longo dos tempos por vir somos quem de chegar a ser umha naçom livre, podedes contar que será a solidariedade nacional e internacional demostrada em momentos coma este a que remate marcando a diferência.

Graças pola vossa atençom e um grande, embora profundamente desilusionado, abraço.

Raimundo Viejo Viñas

(asinado este 11 de março de 2012, dia em que expira o meu contrato, após sete anos de trabalharem na UPF, polo efecto combinado da gestom do tripartito e os recurtes da direita)

[ es ] ¿Escribir al ritmo de un post diario?

En los últimos tiempos la infoesfera anda de lo más agitada. No puede ser de otro modo en el contexto de movilización actual. La fase alcista de la ola, largo tiempo esperada, ya está aquí. El 15M borró toda sombra de duda al respecto y ahora la cosa ya no es el qué (conseguir movilizar), sino el cómo (hacia dónde ir ahora que la multitud reivindica su papel protagonista en el proscenio público.


En esta situación parece que la disyuntiva se plantea entre dejar de conectarse a la infoesfera o acelerar el número de intervenciones. La ventaja de la primera opción, si se invierte en la movilización en la calle, sin duda es inmediata: masificación de las protestas, progreso de la ola de movilizaciones, etc. Sin embargo, sin la segunda opción, sin la escritura, la lectura, la actividad febril de blogs, redes sociales y demás, difícilmente las demostraciones de masividad podrán servir de gran cosa. La masividad ha sido prevista por el mando neoliberal desde hace tiempo (como mínimo desde aquel 14D de 1988); alimenta el giro securitario de la derecha, fortalece su agenda, pero no necesariamente cortocircuita de manera eficaz los procesos de producción de valor.




¿Cómo superar entonces esta disyuntiva paralizante desde la perspectiva de la lucha precaria? El 15M nos ha apuntado soluciones desde el terreno siempre fértil de la praxis. Contención en el esfuerzo movilizador y experimentación semiótico-repertorial. 

Por lo que hace a la primera, parece claro, con las últimas convocatorias sindicales de febrero (contra la reforma, en educación, etc.) y la huelga general por venir, que la cosa está más bien en externalizar los esfuerzos precarios sobre las estructuras de movilización que, finalmente, tras el 15M y otros ciclos menores (el 17N universitario, por ejemplo, las movilizaciones en la sanidad, etc.), se han acabado de activar. (Paradojas del universo categorial del mando: ha sido necesaria la victoria de la derecha, para la que la izquierda devenga izquierda, demostrando con ello que sólo existe un único mando, un único régimen). Carece de sentido hoy, en la perspectiva de alterar la composición social del antagonismo hacia la producción institucional autónoma e instauración subsiguiente del régimen político del común, aspirar a dar una batalla por la "hegemonía" en las estructuras de movilización que han sido creadas, están siendo creadas o se crearán, a los efectos de la nueva ola de movilizaciones. Dejemos esto a los grupúsculos de la extrema izquierda, tan autista y radical como se quiera a sí misma y confiramos prioridad a la producción de las instituciones del precariado.


Por lo que hace a la experimentación semiótico-repertorial resulta evidente que el oxígeno que confiere al movimiento su carácter multitudinario permite que las redes más activ(ist)as puedan centrarse en la innovación semiótico-repertorial. Algunas iniciativas interesantes han aparecido en escena en los últimos tiempos. Las jornadas Cómo acabar con el mal, sin duda son un buen ejemplo que animamos a co-financiar desde ya (¡quedan sólo 15 días!). Es preciso, con todo, que se enfatice y se tenga claro que la producción e innovación semiótico-repertorial no sólo depende de nuevas formas expresivas o agenciamientos antagonistas (significantes, gestos, etc.), sino también de otros lugares (loci) de enunciación o posiciones de emisor que evidencien una acertada cartografía de la ruptura constituyente a fin de evitar la captura ideológica por los dispositivos instituidos al efecto en la sociedad del espectáculo (museos de arte contemporáneo, suplementos culturales de los medios de distracción de masas, etc., etc.).


Así las cosas, cada vez parece más claro que la estrategia del precariado pasa por mantener una incesante actividad semiótico-repertorial disruptiva, ejercida sobre la base de la externalización del coste estructural de movilización en los soportes de la izquierda hegemonista, a fin de que sea posible operar el desequilibrio interno a la composición del trabao que hace viable el progreso eficaz y eficiente de las luchas antagonistas (el movimiento hacia la instauración del régimen político del común). Esto ciertamente ha de adquirir una expresión comunicativa operativa (lo que no es la función de este post, claro está). De ahí que en lo sucesivo nos urja una dedicación especial a la producción de pequeñas píldoras comunicativas o artefaktos semióticos aptos a la disrupción instituyente. Si el capital nos libera del trabajo para convertirnos en legión de reserva, aprovechemos el margen que todavía queda para favorecer los procesos de subjetivación que sienten las bases de un cambio efectivo.

dijous, de març 08, 2012

[ es ] Eficacia y repertorio



Un viejo relato obsesiona a la izquierda; es el relato de la Gran Revolución. Según este relato, una movilización social crecientemente organizada, encuadrada bajo una estrategia unitaria de conquista del poder y bajo el mando de una agencia antagonista (de preferencia un partido, aunque también valga un sindicato) logra hacerse con los recursos de poder que consiguen derrotar al neoliberalismo.

Bajo esta perspectiva, Grecia hoy se convierte en una fantasía y —como tal— en un formidable exterior constitutivo al servicio de la política identitaria. Al igual que la Italia de los operaistas, la Euskal Herria de los independentistas y otros ejemplos, Grecia deviene el terreno imaginario que nos permite escapar a la terrible sensación de impotencia a que aboca el relato de la Gran Revolución. Y es que si algo no soportan los partidarios de esta épica es el desolador salto entre las condiciones de poder efectivas bajo cuya opresión viven y la exigencia de cambiar todo de raíz.

Para entendernos: la Gran Revolución es algo así como el cuento de la buena pipa para la izquierda radical; la narrativa neurótica del éxito pretérito que —por ser tal— no se ha de verificar hoy. Su verdad se supone y de ella sólo se requiere que sea lo que es: un axioma. No obstante, para quienes ya hemos tenido que experimentar décadas de retroceso neoliberal, el problema no es, sustantivamente, epistémico ni psicológico, sino político: conseguir modificar las condiciones efectivas de poder bajo las que se implementa el neoliberalismo; y ello de tal suerte que sea posible instaurar una alternativa viable.

¿Cómo abordar entonces el exterior griego? ¿Cómo extraer lecciones útiles de su realidad-otra que no nos aboquen a proyecciones neuróticas de impotencia política? Es preciso invocar el principio de realidad frente a la fantasía; y con él —en política— la dura prueba de la eficacia. Sólo bajo un giro así podrán devenir cambio efectivo los inmensos esfuerzos que requiere hoy la acción colectiva a quienes participan en ella.

En el terreno de lo concreto esto último se ha de traducir en una evaluación realista de los logros políticos de las movilizaciones y éstos, habrá que recordar, no sólo se miden por el éxito de asistencia, sino por lo que se sigue de dichos éxitos que a veces son sólo eso (aunque no sea poco). Y es que las movilizaciones no deberían terminar el día de la manifestación o el día de la huelga. Resulta absolutamente prioritario, si se quiere empezar a cambiar las cosas, ver más allá de cada jornada de acción colectiva, más allá de cada ciclo de luchas, más allá incluso de cada ola de movilizaciones.

Llegados a este punto el debate se reabre de manera productiva: las huelgas —generales y sectoriales— se desmitifican a favor de la huelga metropolitana; el proselitismo partidista cede ante la cooperación entre singularidades irreductibles; la construcción de hegemonías internas se retira ante la confrontación agonística entre iguales, y la de hegemonías externas escapa a la disciplina de negociaciones y pactos entre élites... A resultas de todo ello, la política se redimensiona a una escala en la que la eficacia de la participación se hace asumible a medio plazo, permite producir las instituciones de la autonomía e instaurar, por ende, el régimen político del común (el del 99%). Es eso o persistir en un “contra el PP nos movilizaremos mejor” sin más sentido ni utilidad que la ya conocida: devolver el PSOE al poder con más o menos contrapeso de las izquierdas subalternas (de partido y sindicales).

dimecres, de febrer 29, 2012

[ es ] ¿Y ahora qué?

Intro

Escribo estas notas en caliente, cuando las sirenas todavía suenan por las calles de Barcelona y el helicóptero intenta ensordecer la multitud para ver si con ello logra entorpecer el funcionamiento del intelecto colectivo que tantas pesadillas les dio en Plaça Catalunya. Los Mossos no paran de detener chavales que luchan por su futuro, los medios de distracción de masas siguen pergeñando mentiras, fabulaciones e improperios mientras las primeras cifras hablan ya de 60.000 manifestantes. Algo así:

 
La manifestación de hoy en su paso por la esquina Plaça Catalunya/Passeig de Gràcia

Van pues estas primeras líneas a vuela pluma y a la espera de cómo se puedan desenvolver los acontecimientos en las próximas horas, pero deseando que estas pronto se transformen en días, semanas, meses y lo que haga falta para cambiar el presente estado de cosas. 

No pretendo con este post amargar a nadie la siempre agradecida sensación de habitar la multitud. Sabido es que el aislamiento y la soledad cotidianos a que nos aboca el trabajo muerto acaba provocando siempre los que Aristide Zolberg decía "momentos de locura". Muy al contrario, mi intención al ponerme justo ahora, en un momento en que el cuerpo le pide a uno guerra e ir a devolver a los mossos aquellos porrazos que recibí el 29S por defender un edificio reapropiado para el común, no es otra que intentar aportar desde un contrapunto muy necesario, a saber: el de la apertura de un horizonte de sentido en medio de tanto fragor, de vectores por medio de los que proyectar nuestras acciones más allá de lo inmediato, sin por ello romper con lo inmediato.

Crónica de un éxito anunciado

El 29F era la crónica de un éxito (anunciado ya incluso el 17N). Si entonces, con todo en contra, fue posible paralizar la universidad, ¿cómo no ahora? Ciertamente las cosas podrían haber ido mal. Pero que hayan ido bien era en muy buena medida previsible. 

En esta ocasión, los grandes sindicatos, a la vista del éxito del 17N, del margen de legitimidad que le confiere la derecha en el poder y los ataques directos a su línea de flotación por medio de la reforma laboral, también se habían apuntado a mover el mundo de la educación, como no podía ser de otro modo. Desde el punto de vista de la movilización de masas, por lo tanto, la conclusión es fácil: éxito total.


Sin embargo, por estos lares, una movilización masiva no es necesariamente una garantía de nada. Al contrario, tal y como saben bien los especialistas en estas cosas, el caso del Estado español se caracteriza, desde una perspectiva comparada al menos, por la masividad de sus protestas... y la escasa eficacia de las mismas. O lo que es lo mismo: por estos pagos, de eficacia en sacar la gente a la calle, mucha; de eficiencia política en conseguir que sirva para algo, más bien poca. 

Las explicaciones de esto pueden ser múltiples, pero sin duda la cultura política autoritaria de las elites, su cerrazón a reconocer otras formas de participación que las institucionalizadas en el marco del régimen político, su convicción de que los porrazos dan más votos que el diálogo, destacan de manera particular, y muy especialmente cuando gobierna la derecha postfranquista (o neofranquista, que ya no sabe uno muy bien).

En efecto, vivimos en un régimen político poco abierto a la participación ciudadana. Resultado del pacto de élites de la transición, los mecanismos de intervención directa de la ciudadanía sobre los procesos políticos son más bien magros, por no decir ridículos si los comparamos con países modélicos en este sentido. La ausencia de vías de intervención en la vida política se refuerza, como decimos, con el autoritarismo generalizado de las autoridades públicas, la tolerancia para con los excesos represivos de las fuerzas de orden público y un panorama mediático de una calidad deliberativa, sencillamente, inexistente.

Así las cosas, por el momento poca sorpresa en el 29F, aunque a cuentagotas vayan llegando algunas informaciones interesantes. Por ejemplo, la ocupación del rectorado de la UB, en inequívoco eco del repertorio de acción que movilizó el ciclo contra el Plan Bolonia (en estos momentos ya se ha anunciado una asamblea para las 21h).

¿Y para mañana qué?

Por más que movilizar masas sea seguramente lo que preocupe a las redes de activistas (en lo más inmediato al menos), conseguir una gran participación no va a ser demasiado difícil en los próximos tiempos. Si observamos cómo se está elevando la ola de movilizaciones actual, no resulta muy difícil ver que todo apunta a un crecimiento imparable en los próximos meses (quien sabe si no años). 

De hecho, los ciclos de luchas, auténticos fractales de la acción colectiva, se siguen sumando de manera sinérgica. Rekombinan gracias a las mutaciones virtuosas de los repertorios modulares de acción colectiva en un crescendo que combina lo viejo y lo nuevo con gran éxito... pero sólo de momento. 

Al igual que cabe preveer que lo que sucede hoy no será ni mucho menos el fin de esta ola de movilizaciones (sin ir más lejos hay ruido de mails en las sedes de CCOO y UGT que anuncia para el 29M la huelga general), también es de esperar que si no se operan cambios en su seno, la cosa acabará por cansar y declinar; especialmente si se vuelven a repertir las pautas que conocemos de las tres olas anteriores de la democracia (la de la Transición, la de segunda mitad de los ochenta y primeros noventa, y la altermundialista).


Para salir de la lógica que agota la potencia de la política de movimiento es preciso escapar a la tensión que provoca el carácter cíclico de la protesta. Y esta no es otra que la tensión que el mando logra inducir por medio de la conjunción de sus actores políticos en el despliegue estratégico de las redes activistas. 

Así, los medios de comunicación enfatizan únicamente los aspectos más espectaculares de la acción colectiva (por ejemplo, como estamos viendo en estos momentos en relación al coche quemado por la incompetencia de los mossos y a la mujer herida, igualmente víctima de la negligencia policial). Las fuerzas del orden (de uniforme o no) provocan e inducen al caos con el único objeto de volver a hacerse con el control de la calle (sabido es quien es para las fuerzas del orden "el enemigo"). Las autoridades políticas adoptan decisiones y las publicitan sin rubor (en estos momentos parece que el rectorado de la UB está recibiendo presiones para impedir la ocupación indefinida de su sede).

Ganar perspectiva es ganar el futuro

Lo urgente, pues, no es ganar batallas campales, ni conseguir resistir a muerte parapetados en los espacios ocupados (por más que conseguirlo sean batallas de lo más importante). Lo realmente decisivo en el debate de estos momentos tiene que ser más bien incardinar las acciones por pensar en una perspectiva estratégica con sentido, capaz de invertir los términos en que se produce hoy el contencioso político.

En el terreno de lo concreto esto último significa ser conscientes del agotamiento de las formas de hacer política que han marcado la vida del actual régimen de poder y la exigencia de la autonomía. Por lo que hace a lo primero, y a la vista de las modificaciones estivales de la Constitución, parece fuera de toda duda que el bloque político que sustenta el régimen está por proseguir sus prácticas deconstituyentes (recuérdese, iniciadas ya desde mucho antes) recurriendo, a la manera de los últimos años, a la política de la emergencia (estos días por ejemplo, veíamos como, en una interpretación sui generis del derecho constitucional a la vivienda digna, el gobierno dejaba en manos de la banca el ejercicio efectivo de dicho derecho). 

A tal fin, huelga decirlo, se está construyendo ya el nuevo "enemigo". En un día en que hasta la AVT reconoce que no hay nada que impida a Amaiur proseguir su camino en la normalización de Euskal Herria, los medios no cesan de hablar de las tácticas de guerrilla urbana entre los bachilleres valencianos y otras jerigonzas populistas (ya podemos imaginar que dirán mañana sobre los incidentes de hoy). Discípulos del mismísimo Carl Schmitt (a quien dio asilo político, por cierto, el régimen del que nació el actual), los tertulianos del TDT-Party saben muy bien qué están haciendo. Queda por ver, con todo, si las redes activistas saben estar a la altura y vuelven a tropezar en tan viejas zancadillas.

En respuesta a la lógica de la escalada de tensión (la que inevitablemente se producirá a medida que la ola prosiga su curso) es preciso responder con un doble análisis: por una parte, reconociéndonos en la dificultad de la situación presente, en la dura realidad de la derrota histórica de los últimos treinta años, en la ineficacia de los repertorios de lucha; por otra, aplicándonos con denuedo a la experimentación repertorial, a la búsqueda de nuevos discursos, a la incorporación de la evaluación de resultados (vale decir del principio de realidad) a nuestras prácticas políticas (que a día de hoy, por lo general, gustamos de medir sólo por la masividad de la participación en la acción colectiva).

Reconocer (de una vez) el calado de la derrota

Desde principios de los años ochenta vamos de éxito movilizador en éxito movilizador hasta la derrota total. Hora va siendo de cambiar esto ...o de atenerse a las consecuencias.

Hace algún tiempo, con motivo del debate sobre el velo en Francia, Emmanuel Terray explicaba en la New Left Review, como una forma de histeria se había adueñado de la política gala. El argumento, rápidamente resumido, venía a decir que, ante la impotencia que suponía reconocerse en el fracaso colectivo como república, el país vecino prefería buscarse un enemigo manejable contra el que volcar frustración en la convicción de que si podía, ni que fuera con un enemigo pequeño (las jóvenes con velo), sus males tendrían remedio.

Algo semejante le pasa a la izquierda. Desde hace tres décadas busca mil y una excusas para no reconocer un hecho tan sencillo como abrumador: el repertorio histórico sobre el que progresó en las décadas de postguerra ya no está operativo. Los Pactos de la Moncloa marcaron el punto de inflexión a partir del cual, en la misma medida en que el trabajo era incorporado a la Constitución, comenzaba a ser subsumido bajo un mando readaptado a las exigencias defensivas del capitalismo. 

En este sentido, no necesitamos (aunque nos vendría de perlas) el extraordinario trabajo intelectual del postoperaismo italiano para reconocer que la estrategia neoliberal se ha impuesto de manera demoledora, con un éxito sin paliativos, y que, precisamente, este éxito es debido a la manera en que fue subsumido el trabajo bajo el mando neoliberal gracias a los dispositivos de la acción social concertada y la representación sindical. La reconversión naval, la liquidación de la industria bajo control público (INI, Grupo Teneo, etc.), la burbuja inmobiliaria y un larguísimo etc. de realidades económicas (y por ello de hechos políticos) no pueden seguir siendo obviadas bajo las coberturas falaces de un discurso exclusivamente resistencialista. El neoliberalismo ha conseguido implementar su proyecto con la connivencia del funcionariado progresista (basta con ver lo que sucede en los rectorados de las universidades), del sindicalismo ha participado de las puertas giratorias a nivel de élites (recuérdese el caso de Fidalgo), de no pocas ONGs y gran parte de una izquierda, que por timorata e insegura, se ha dejado acomodar en las ventajas intergeneracionales sin importarle lo más mínimo el futuro de retroceso, pusilanimidad y claudicación que legarán a sus descendencias. 

Por todo ello, confiar todavía en la "regeneración" de la izquierda, en su "refundación" o en como quiera que la queramos llamar, no es más que seguir mareando la perdiz. Basta con ver estos días lo que está sucediendo en IU, en el BNG y en tantos otros antiguos instrumentos nacidos en los ochenta. Confiar el futuro de la política de movimiento, del cambio social a quienes todavía pueblan estos lugares impolíticos es poco menos que un suicidio. Es hora de una respuesta a la altura de la ruptura que son incapaces de diagnosticar. Siempre será una buena noticia que convoquen jornadas de movilización, huelgas generales y cualquier otro recurso de su repertorio (¡faltaría más!). No será, en cualquier caso, sobre sus usos políticos sobre lo que se consigan enunciar las alternativas que, por demás, ya están ahí en lo programático (decrecimiento, renta básica, comunes, etc.).

La lección del 15M

Aunque el izquierdismo amnésico vive un momento de falsa esperanza pensando en la posibilidad de la convocatoria de huelga general (esa fantasía cuasi erótica del revolucionario profesional); incluso aunque los sectores del izquierdismo crítico se apunten (más por oportunismo que por un imprescindible cambio de matriz) a intentar construir puentes entre el 15M y la huelga general bajo la obsoleta prédica de la unidad de la izquierda, la acumulación de fuerzas y demás; el hecho incontrovertible es que el 15M es, de facto, sólo la más visible, reciente e intensa de las rupturas que, en lo cotidiano (en lo molecular) se lleva operando en el antagonismo social. La persistencia en la reconciliación de la "izquierda" y el 15M bajo una propuesta ideológica sólo es eso: ideología, falsa consciencia.

Por eso, en estos momentos es absolutamente fundamental, sin incurrir en el enfrentamiento, ni en el desplazamiento de la izquierda al campo antagonista, conseguir desplegar una estrategia autónoma que sitúe los agenciamientos del 15M en el inequívoco terreno de la autonomía. Esto, que con estas líneas intentamos (si acaso con poca fortuna) expresar lo mejor que podemos, ya es, no obstante, una práctica no verbalizada del movimiento, un actuar cotidiano que prolifera de manera subterránea, en las disonancias cognitivas que toda una generación experimenta ante la política de la izquierda. O por decirlo en el lenguaje de l15M: siguen sin representarnos. Ni nos representarán ya jamás.

La lección del 15M es por ello mismo clara: ruptura repertorial con la acción social concertada (que los gobiernos llevan sin respetar desde el 14D !), cambio de discurso (la izquierda debe devenir 99%), giro radical en las formas organizativas (no habrá partido anticapitalista, no habrá sindicalismo revolucionario; no habrá, simple y llanamente, esas formas y lenguajes), etc. Enunciar la lista sería ahora una tarea demasiado larga.

Con todo, en la jornada de hoy, el estudiantado (aunque también el personal universitario docente e investigador y administrativo en precario) está demostrando, como el 17N, saber diferenciarse claramente de los repertorios obsoletos, de los discursos ideológicos, de las organizaciones jerárquicas y centralizadas... A fuerza de carecer de futuro, nos están obligando a inventarnos uno. Para ello ya no son precisas las herramientas de antaño, sino innovación táctica y la visión estratégica a que nos aboca pensar desde la autonomía.

diumenge, de febrer 19, 2012

[ es ] Pensar el 19F


Contra el PP nos movilizamos mejor, es un hecho, pero ¿frenamos mejor la implementación del proyecto neoliberal? ¿Lo hacíamos mejor contra el PSOE? ¿Y si las grandes manifestaciones son sólo la expresión de la impotencia de las masas? ¿Y si lo masivo, con no ser malo, tampoco es garantía de un cambio en la correlación de fuerzas contra el neoliberalismo? ¿Y si tras varias jornadas de movilización, huelgas generales, etc., lo único que tenemos es un cansancio tremendo y magros resultados (como nos ha sucedido, de hecho, desde que tengo memoria política)? ¿Y si sólo conseguimos que la izquierda vuelva al poder para seguir implementando (como, de hecho, hace desde hace tres décadas) la variante progresista de la misma barbarie? ¿No deberíamos pensar que falló en la anterior ola de movilizaciones (ciclos de la LOU, Prestige, Guerra de Iraq, etc.) que hizo que hoy estemos así? ¿No deberíamos pensar y actuar estratégicamente de manera más autónoma?

No puedo dejar de estar encantado con las movilizaciones (faltaría más!), pero tampoco puedo dejar de estar menos preocupado por la reiteración de soluciones, por los actos reflejos, por la impotencia izquierdista, por la repetición de un repertorio ineficaz. Sin duda es una fenomenal noticia que el PP no pueda presentarse (aún encima) como representación del "interés general" (si es que algo así puede existir); sin duda es una muy buena noticia que sigamos en las calles, que nos sigamos movilizando para cambiar las cosas. Nadie puede dudar de esto. Es un hecho. Pero también lo es que hacen falta todavía muchas otras cosas para que realmente empiece un cambio. No podemos vivir en la montaña rusa que pasa del 15M a la depresión, de ésta a la euforia de hoy, y de aquí a la depresión de mañana, derivando en función de los alineamientos de las élites políticas y económicas (incluidas las de izquierdas y sindicales). Es preciso mirar a través de los ciclos, producir las instituciones de la sociedad, instaurar el régimen político del común.

diumenge, de gener 29, 2012

[ es ] Eastwood, Hoover y el State-building norteamericano


[ AVISO: este post adelanta algún contenido de la película ]

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La última película de Clint Eastwood es una impresionante lección de política e Historia. Más en concreto, en este biopic sobre el celebérrimo jefe del FBI, Eastwood nos expone con su ya habitual brillantez cinematográfica, una compleja e incisiva tesis sobre el "proceso de construcción estatal" (State-building) que siguen los Estados Unidos durante buena parte del siglo XX. Una lección, sin duda, más que oportuna para estos tiempos que corren en los que las calles se vuelven a agitar a lo largo y ancho del planeta, de Tahrir a Sol, de Catalunya a Wall Street.
 
La temática, sin embargo, es menos novedosa de lo que pudiese parecer a primera vista. En otras podrían destacarse Sin perdón (la frontera exterior y la subsunción formal), El intercambio (el biopoder y la administración de la locura) o Gran Torino (el racismo y la inviabilidad del gobierno etnocrático en la sociedad multicultura), por poner sólo tres de los ejemplos más destacados. En estas obras Eastwood ya nos había demostrado una inusual habilidad para ligar los procesos políticos a las historias personales; una destreza infrecuente para comprender la lógica del poder en toda su encarnada realidad.

En esta ocasión, la tesis política fuerte del director nos explica la manera en que se ha configurado el mando en una democracia liberal tan particular, pero al tiempo tan paradigmática, como son los Estados Unidos. Eastwood nos muestra el Estado como una arena abierta en la que diversos poderes en pugna se enfrentan por asegurar, cada uno a su manera, un mismo mando sobre el cuerpo social, y donde los mayores grados de eficacia y eficiencia en el control de la ciudadanía son, en última instancia, los indicadores últimos y únicos válidos en la configuración del poder soberano. Recurren para ello a diferentes estrategias y entre éstas, claro está, a la guerra sucia, a la suspensión y/o erradicación de garantías constitucionales, a la violación de derechos y libertades fundamentales.

Pero a un tiempo, la base de ese mismo cuerpo social que se aspira a gobernar es, en toda su irreductibilidad al mando, la tensión en que se constituye y vive el soberano moderno. Sin ella perecería. Nadie mejor que Hoover para encarnar las aporías que se derivan de este querer gobernar al cuerpo social cuando uno mismo es, como no puede ser de otro modo, parte de ese mismo cuerpo al que se teme, se desea, se odia, se quiere domeñado. Y esto de manera tanto más sintomática y relevante por cuanto que el propio deseo del protagonista (sus orientaciones afectivo-sexuales) apuntan, precisamente, fuera de la norma, al campo sobre el que se proyecta la represión.

He aquí, pues, el terreno que DiCaprio ha interpretado como trágico, y que, en cualquier caso, es el eje sobre el que se organiza, de manera lúcida, la interpretación del proceso histórico en que se imbrica la paradójica figura de John Edgar Hoover. Un entorno familiar severo, una socialización primaria patriótica, autoritaria; la experiencia y el recuerdo de la represión homófoba que se convierten en epicentro de la maquinaria siempre contradictoria en que se constituye el mando biopolítico; más aún cuando se organiza bajo una declinación democrático liberal que recurre de manera permanente a la suspensión de garantías como única forma de salvaguardarse de los efectos a que abocan su propias aporías existenciales.

Sucede así que Hoover, en su deseo homosexual se nos presenta a un tiempo como el campo de batalla sobre el que aspira a gobernar el mismo paradigma de gobierno de excepción que él mismo instituye por medio de la creación y desarrollo del FBI. Para gobernar necesita gobernarse; desde fuera de si, en el control absoluto del otro (y de ahí su consiguiente incapacidad de amar). No tiene otra alternativa que el horizonte totalitario que lo consume hasta la muerte, de manera inexorable, mientras su vida es un ver como se suceden las mutaciones que una y otra vez adopta el cuerpo social en su imparable progreso emancipatorio y democratizador, siempre desbordante de las configuraciones reactivas y luego desbordables del mando.

Al fin y al cabo, Hoover encarna, en términos histórico-concretos, una mutación necesaria en la ciencia del control social o "ciencia policial" (Polizeiwissenschaft) que el mando reclama en su pervivencia; de entrada frente a la amenaza del movimiento obrero, migrante, libertario y feminista que encarna la figura de Emma Goldman. Más adelante, tras el ocaso del "bolchevismo", exitosamente logrado por la siniestra historia de represión que organiza el mando en los EE.UU., se suceden, primero, el crimen organizado (la paradójica reaparición del deseo en tiempos de crisis como respuesta a la tentativa de ilegalización del alcohol como droga de evasión) y, después, el movimiento por los derechos civiles que encarna el Dr. Martin Luther King.

Y es que de acuerdo con la acertada tesis de Eastwood, la configuración del mando siempre ha sido reactiva, represiva y contraria al valor de toda norma: el gobierno de emergencia que requiere permanentemente del concurso de la excepción para hacer posible el mantenimiento del orden; de un orden, como no, al servicio de su propio perfeccionamiento, de su propia reproducción, del beneficio espurio de quienes se benefician de él, por más que, en las paradojas de sus tristes existencias, no dejen de constituirse como campos mutilados del deseo, personalidades demediadas, engendros de obsesión autocrática que sucumben, por cobardía, vileza y, sobre todo, miedo, al terror que instituye el soberano moderno.

dissabte, de gener 14, 2012

[ en ] The day after: the movement beyond the protest

As our movement transforms from a protest into a new social climate, promising signs are emerging of a new cooperative form of social organization.


Carlos Delclós and Raimundo Viejo for ROARMAG

In his famous speech at Occupy Wall Street, Slavoj Žižek offered the people in attendance (and curious internet users around the world) an important warning in the form of friendly advice: “don’t fall in love with yourselves. We’re having a nice time here. But remember, carnivals come cheap. What matters is the day after, when we will have to return to normal lives. Will there be any changes then?” For the indignados of the 15-M movement in Spain, the general election results of November 20th marked the start of the metaphorical day after.

That the right-wing Partido Popular would take an absolute majority of the government with only a minor increase in votes due to the spectacular disintegration of popular support for the outgoing Partido Socialista was no surprise to anyone, especially the indignados. What may have surprised some, however, is the relatively low intensity of mobilizations since the right wing took office and, slowly but steadily, announced that they would implement the same neoliberal policies and violent austerity imposed by technocratic regimes in Greece and Italy.

As Amador Fernández-Savater recently put it, the questions on a lot of peoples’ minds seem to be: “where are all those people who occupied the plazas and neighbourhood assemblies during the spring? Have they become disenchanted with the movement? Are they incapable of making lasting compromises? Are they resigned to their fates?”

Fernández-Savater doesn’t think so. “With no study in hand and generalizing simply based on the people I know personally and my own observations of myself, I think that, in general, people have gone on with their lives … But saying that they’ve gone on with their lives is a bad expression. For once you’ve gone through the plazas, you don’t leave the same, nor do you go back to the same life. Paradoxically, you come back to a new life: touched, crossed, affected by 15-M.”

And as he so eloquently puts it, 15-M is no mere social organization, but “a new social climate.” But how does a social climate organize itself? What new possibilities have revealed themselves after months of self-management, cooperative civil disobedience and massive mobilization, and what remains to be done?
Over time, the wave of mobilizations that first hit the shores of the Mediterranean and extended outwards over the course of 2011 has overcome its initial, expressive phase. This phase managed to substitute the dominant narrative with our own. We now know that the problem is not some mysterious technical failure we call a crisis, but the intentional crimes of a cleptocracy.

This distinction is crucial: while the first suggests a management dilemma that opposes left- and right-wing approaches to the crisis, the second draws a line between the 1 percent who abuse power in order to steal from the people and those who refuse to consent and choose to resist in the name of the other 99 percent.
Having reached this point, the obvious question becomes, “Now what?” Of course we should continue to protest together, especially if we choose to do so intermittently and massively, favouring a general critique of the system over particular causes. And at the smaller scale, that those specific struggles continue to take the streets is also desirable.

However, it is fundamentally important that these struggles are not overly disconnected from one another or the more general movement; that they unfold beyond their own spaces (hospitals, schools, factories, offices and so on) and into the broader metropolitan spaces of cleptocratic dominance. These processes serve to keep the questions that guide the movement alive and, therefore, adapting to the always changing situations in which they operate. Yet the question of what alternatives we can provide remains.

The conquest of political power, particularly in liberal democracies, is not the most important task of social change. Political change tends to occur once social changes have already taken place. Thus, if what we desire is to change existing social relations and inequalities, it makes little sense to prioritize a change of political power with the hope that social change will be installed from above.

Instead, the first challenge, as John Holloway once put it, is to “change the world without taking power”, to build and strengthen the alternative institutions of the commons. By institutions, of course, we are not referring to the institutions of a political regime such as parliaments, executives and the like. Nor are we referring to those which may lie between the regime and the movement, such as political parties, unions or other organizations.

We are referring to institutions which provide a foundation for the movement and are defined by their own autonomy: social centers, activist collectives, alternative media, credit unions and co-operatives. Institutions like these constitute no more and no less than material spaces in which we can articulate the values, social practices and lifestyles underlying the social climate change taking place all over the world.

In many places, these alternative institutions are already under construction. In Catalonia, the Cooperativa Integral Catalana, which serves to integrate various work and consumption co-ops in the region through shared spaces, education, stores, legal services, and meetings, already has 850 members, thousands of users and has inspired more “integral co-ops” all over Spain.

Meanwhile, in the United States, 130 million Americans now participate in the ownership of co-operatives and credit unions, and 13 million Americans have become worker-owners of more than 11,000 employee-owned companies, six million more than belong to private-sector unions. Over the coming weeks and months, we hope to explore some of these alternative institutions and the possibilities they open up for the 99 percent.

In their seminal work Empire, political theorists Michael Hardt and Antonio Negri examine the way in which a cleptocratic empire controls people through what Michel Foucault called biopower: “a situation in which what is directly at stake in power is the production and reproduction of life itself.” In many ways, this is the force we are defeating when our experiences together in the streets, the plazas and the assemblies inform our daily lives and our decisions in the long run.

The spectacular moments we share are an exhilarating, fundamental source of energy for the movement all over the world. They are also fodder for a sensationalist mainstream media which devours events to leave us with the superficial scraps of headlines, sound-bites and riot porn.

But the revolution is not being televised precisely because it is happening inside and between us. We are moving too slowly for their sound-bites because we are going far, wide and deep. And, if we play our cards right, we will be in control of our time, our work and our lives before they know it.

divendres, de desembre 30, 2011

[ es ] 20N-1. El valor de las oportunidades

Artículo publicado por Diagonal, nº 164, 28 de diciembre de 2011


A la hora de explicar los ciclos de movilizaciones, las ciencias sociales recurren –entre otros– a un enfoque que llaman de la estructura de oportunidad política. De acuerdo con sus premisas, los ciclos responden a la ruptura de los equilibrios internos de los regímenes políticos –“oportunidades”–. Si un régimen es unitario en sus posiciones, se dice, el cuerpo social sobre el que se articula no será proclive a la movilización. 

Se trata de una vieja lección sobre la que Maquiavelo advertía en su día a Lorenzo de Médici: el cuerpo social –para el florentino, el pueblo– es irreductible al mando; si éste aspira a gobernar deberá considerar siempre la perspectiva que se le impone desde abajo, desde ese 99% siempre proclive a la insurgencia. La premisa subyacente es que todo régimen de poder sobre un cuerpo social es un régimen de dominación: cuando la unidad de su mando falla –como durante las tentativas de desalojo de las plazas–, el régimen entra en crisis y la movilización resulta posible. 

No es de sorprender, pues, que tras el 15M el mando precipitase unas elecciones que no sólo han favorecido un cambio de Gobierno, sino que lo han entregado al nuevo ejecutivo en las mejores condiciones de gobernabilidad: la mayoría absoluta. Si a ello se añade el hundimiento del PSOE y, por ende, su debilidad interna y avenencia subsiguiente a los consensos de Estado, ya podemos imaginar el resto. 

Pero ¿cuál es el valor real de la alternancia PSOE/PP? En otra coyuntura la mayoría absoluta del PP habría sido un éxito total. Poco o nada en el 20N recuerda, sin embargo, a su antecedente más obvio: la victoria socialista de 1982. Ni el ambiente de euforia colectiva, ni las promesas de un régimen recién instaurado, ni la conjura democrática contra los temidos poderes fácticos... Quien aún podía vivir en la creencia de que era posible hacer otra política dentro del régimen, tendrá que despertar en el desierto de lo real.

¿Qué es entonces lo que ha cambiado? Ha cambiado, sin duda, el estado de la opinión, la valoración democrática de las instituciones del régimen y un montón de variables más. Pero ha cambiado, sobre todo, algo mucho más decisivo para la definición de las oportunidades: la mutación del mando debida al cambio en la estructura de la soberanía. 

El poder soberano de otrora –el Estado nacional– se bastaba para dirigir la economía de un país. En su centro de poder se decidían las políticas públicas que permitían, en el marco de un contexto internacional regido por las relaciones entre Estados, organizar la sociedad en su conjunto. En las últimas décadas esto ha cambiado de forma irreversible. 

El éxito en la implementación del neoliberalismo ha llevado al Estado nacional a su límite, sustrayendo su capacidad de decisión, su soberanía en el sentido moderno de la palabra. Hoy nos encontramos con los efectos del doble desplazamiento operado, por un lado, hacia afuera, del Estado al mercado y, por otro, hacia arriba, del Estado a las instituciones supraestatales. 

La UE, entramado de acuerdos federalizantes pactados entre Estados nacionales, no supo hace unos años superar los efectos de su neoliberalismo por medio de un proceso constituyente –el referéndum sobre el Tratado por el que se establece una Constitución para Europa– y el dinosaurio eurocrático implosiona. La utopía neoliberal de la reducción al mínimo del gobierno, la privatización de lo público y la realización del mando exclusivo de los mercados avanza, así, otro paso de la mano de los Gobiernos de la derecha europea.

Las implicaciones de todos estos cambios son de la mayor importancia para la configuración de la oportunidad y el futuro del movimiento. El mando ya no se configura sólo ni principalmente a nivel estatal y, por veces, no dispone siquiera de capacidad para elegir sus propias élites dirigentes –así, Grecia e Italia–. Pero es que, además, tampoco se configura únicamente en las arenas institucionales supraestatales de la gobernanza global.

Política del antagonismo

En esto también el escenario ha cambiado respecto a la ola altermundialista. Hoy en día son los automatismos del capitalismo financiero, sus agencias de calificación de la deuda, su tecnocracia, el lugar donde se prefigura el marco de decisión, donde se organiza el mando en que se integra, obediente, el Estado nacional. Aquí es donde se conforma, en rigor, la estructura de oportunidad hoy y donde, por tanto, se ha de incidir para que avance el movimiento. 

Llegados a este punto, la política puede abandonar el terreno del régimen en vigor y desplazarse a otra arena: la del poder constituyente, vale decir, la del antagonismo entre un mando al servicio de los mercados y el cuerpo social que produce la riqueza. En el cálculo del primero se confía el futuro a la ausencia de una oposición parlamentaria que pueda llegar a cuestionar su poder. El mando asume que el marco constitucional reformado a los efectos será suficiente para gestionar la crisis de acuerdo con la conocida doctrina del shock. Bajo esta perspectiva, la autonomía deja de ser la opción de un sector radical y se convierte en un imperativo para quienes han tomado las plazas desde el 15M. Quien hasta ahora podía vivir en la creencia –institucionalmente inducida– de que era posible hacer otra política dentro del régimen tendrá que despertar en el desierto de lo real del izquierdismo fácil o bien entregarse a las pasiones tristes y regresar al mantra del manifestarse no vale de nada. 

Lujo al alcance 

Para quien disponga de medios materiales para afrontar la crisis, esto último hasta puede ser un lujo al alcance. A ello confían sus estrategias las izquierdas parlamentaria y sindical. La primera porque en su profundo autismo no ha entendido el 15M y confunde unos pocos escaños con un aval a su trabajo. La segunda porque sólo cuenta con movilizar la calle bajo su hegemonía en el medio plazo y a la espera de la vuelta al poder de un Gobierno afín. Ambas organizan sus estrategias en la impotencia de su derrota histórica confiándose a los restos del naufragio welfarista.

Para quien no dispone de tales medios, sin embargo, se abre un doble horizonte diametralmente diferente: a un lado, el riesgo de interiorizar la crisis de manera autodestructiva –depresiones, suicidios, etc.–; al otro, proyectarse en el movimiento buscando la cooperación, la solidaridad, la simbiosis. Parafraseando el apotegma del ‘77 italiano: “La fase expresiva del movimiento ha finalizado, hemos ganado”. A partir de aquí el movimiento ha de formularse, más allá del momento destituyente –“no nos representan”–, en la instauración del régimen político del común. 

A tal fin no sólo es preciso profundizar en la producción de instituciones del movimiento –colectivos, medios de contrainformación, cooperativas, etc.–, sino avanzar igualmente en su articulación dentro de un régimen de poder alternativo al existente. Cualquier otra cosa nos aboca al más de lo mismo y a cerrar la estructura de oportunidad abierta por el 15M.

dimecres, de desembre 07, 2011

[ cat ] Xerrada-debat sobre la participació ciutadana directa


[ es ] [ lab/con ] Forajidos


En uno de esos preciados ratos de lectura que uno acaba sustrayendo al mando, he dado con la obra de Jim Dodge, Stone Junction. Desde las primeras páginas, promete. Leo los pasajes iniciales sobre la historia de Annalee y me da por situarme mentalmente en la frontera interior americana; ese área liminar del soberano yankee en busca de su permanente expansión colonizadora, hacia el interior cuando ya no hacia afuera. Asociaciones de la mente, la lectura de este comienzo me evoca imágenes de Winter's Bone