diumenge, de desembre 15, 2013

[ es ] Es la lucha ...de climas!

Artículo publicado por Diagonal, nº 211




Dos climas pugnan por el control del espacio público: a un lado, un clima de contestación social, de rebeldía colectiva, de solidaridad y apoyo mutuo. Al otro, un clima de miedo, de paranoia, agresividad e intimidación. Ambos climas nos afectan a todos de un modo u otro y prefiguran nuestras acciones, aunque de forma diferente. No todos necesitamos estos estados de ánimo colectivos por igual. Mientras que el régimen precisa del segundo para llevar a cabo su proyecto de obediencia neoliberal a la troika, la sociedad necesita del primero para resistir y construir alternativas.


No es, de hecho, en las calles donde se libra la batalla más dura contra el desánimo, sino en la falta de otras instituciones que las del régimen para poder salir adelante colectivamenteHemos llegado al ecuador de la legislatura y poco escapa al guión previsible: fuera del escenario catalán, la mayoría absoluta del PP no parece contradicha por indicadores que apunten, en lo inmediato, a una inversión de la tendencia. El periodo terminal del gobierno Za­patero, tan marcado por el desafío del 15M, concluyó con un aumento de tensión deliberado por parte del régimen y una liquidación de su cara amable. Como hace unos días dejaba entender el propio Zapatero, la Troika fue quien (le) impuso el relevo y la reforma constitucional.

Con la mayoría absoluta del PP dio comienzo una etapa marcada por importantes muta­ciones en el campo de la movilización: las grandes manifestaciones, de tanto que se repiten, se diría que ya no existen, pero ahí siguen a nivel autonó­mico –Baleares, Valencia, Galiza...–. El sindicalismo oficial se ha visto sacudido, desbordado y superado, de hecho, por mareas y ciclos diversos de movilizaciones, forzado incluso a convocar, como quien dice, contra voluntad. La PAH ha promovido con éxito los escraches, la ocupación de vivienda, etc., obteniendo victorias tan notables como la de Salt, y así sucesivamente. No cabe duda que a pesar de las dificultades crecientes, la ola de movilizaciones prosigue su curso.

Sin embargo, ni todas estas mutaciones se han probado útiles, ni mucho menos han servido al empoderamiento social. El clima que han generado no siempre ha sido favorable. A menudo ha sucedido incluso que más ha sido la predisposición subjetiva que la propia movilización, lo que ha frenado el cambio. A pesar de la evidencia empírica que muestra una ola sin precedentes en décadas, la percepción colec­tiva de lo que está pasando ha ­sido en no pocas ocasiones de pesimismo, cansancio, desesperación. Por algo existen legislaturas de cuatro años y mayorías absolutas.

Y es que para resistir en el tiempo, es preciso algo más que la mera expresión de descontento. No es, de hecho, en las calles donde se libra la batalla más dura contra el desánimo, sino en la falta de otras instituciones que las del régimen para poder salir adelante colectivamente. Las acciones expresivas –concentraciones ante parlamentos, manifestaciones masivas...– han perdido eficacia en lo que podrían ser útiles: la subjetivación antagonista de amplios sectores de la ciudadanía. Quizás porque cada vez ha ido quedando menos que ganar para el descontento.

Henos aquí, pues, ante la cuestión decisiva: ¿cómo responder a la estrategia de la tensión que enrarece el ambiente, favorece la paranoia, ­estimula el debate estéril en las redes sociales? ¿cómo responder, en definitiva, al cambio de clima que se está intentando inducir? El antagonismo se resuelve hoy en la capacidad de hacer pensar en aquellos temas que generan climas diversos. Quien deje que se antepongan en su mente los “elefantes” de la derecha –represión, seguridad, terrorismo...– acaso pueda movilizar mucho durante un tiempo, pero ya ha sido derrotado