Las
elecciones catalanas han sorprendido a propios y extraños. Como no
podía ser de otro modo en el contexto actual, los resultados son de
lectura compleja. La batalla postelectoral por interpretar los
números es más dura, si cabe, que la batalla habida para
producirlos. El diagnóstico a fondo deberá elaborarse en las
próximas semanas, pero algunas líneas interpretativas se pueden ir
apuntando ya, cifras en mano:
En
primer lugar, el régimen continúa desplazándose de la crisis al
hundimiento. La convocatoria precipitada por parte de Mas ante su
incapacidad para arrancar a Rajoy un pacto fiscal se ha traducido en
una mayor tensión y fragilidad para el régimen. La inestabilidad
parlamentaria y los alineamientos cambiantes quedan asegurados para
la legislatura, con lo que las oportunidades para la movilización
aumentarán. No parece, además, que este periodo vaya a ser más
longevo que el precedente.
Visto
en perspectiva, esto no es tan nuevo como parece y hace tiempo que se
advierte. Se ha de recordar, por ejemplo, que el bloqueo del régimen
a la mejora del autogobierno catalán hace tiempo que contrapone la
constitución formal española a la constitución material de la
sociedad catalana. Así sucedió con la sentencia del Estatut y así
continúa siendo con el fracaso de CiU como instrumento de
acomodación catalanista en el seno del régimen. La tensión
centralista con la que la derecha española responde a la presión de
la Troika sólo acrecienta las grietas del mando, escindiendo las
derechas.
Las
elecciones también reflejan con claridad la crisis del régimen en
la política de partido: las principales organizaciones (PP, PSOE y
CiU) bajan de 108 a 89, dando paso a un sistema de partidos de
hegemonía catalanista (CiU/Esquerra, 71) que sustituye —como
ha sucedido en el País Vasco—
al característico bipartidismo centrípeto y de acomodación. El
PSOE se sigue hundiendo y el PP no lo capitaliza. Y lo que es aún
más indicativo: tampoco CiU; evidencias todas estas donde las haya
de que la maquinaria de la representación ha recibido un serio
varapalo en respuesta a los recortes y otras políticas neoliberales
antes implementadas —no se olvide—
por el Tripartit.
Asimismo,
el plan de la derecha catalanista por capitalizar la Diada ha
fracasado estrepitosamente. Al contrario de lo que suelen pensar las
izquierdas que se quieren y dicen “no nacionalistas” (por lo
general —no siempre—
nacionalistas españoles): el catalanismo no es sólo un vulgar
“constructo burgués”, sino un campo abierto de contienda
política que se funda en reivindicar igual dignidad de trato contra
una discriminación de nacimiento. Sin entender la cuestión nacional
en su formulación postmoderna, los topicos seguirán impidiendo un
análisis útil al antagonismo.
En
efecto, a diferencia de la hipótesis pesimista y autodestructiva de
quienes sólo quisieron leer la Diada como una exaltación
etnonacionalista, las elecciones han demostrado que es perfectamente
posible desplazar el catalanismo hacia la izquierda y derrotar a la
derecha en su propio terreno (el que unía el electoralismo de PP y
CiU). Más movilización en clave catalanista no significa hoy
hegemonía convergent, ni refuerzo del PP. El catalanismo, en
todo caso, no es el único vector, ni siquiera un vector hegemónico
o vertebrador, como suele pensar la esquerra independentista.
Pero negar su pertenencia a la matriz antagonista en el Reino
de España es, como poco, limitado.
Es
en este marco donde debe ser analizado el fenómeno CUP. A pesar de
lo precipitado de la convocatoria electoral, el ninguneo mediático y
la falta de recursos; de las inercias identitarias de la propia
organización y algunos errores de campaña graves, la candidatura
del municipalismo independentista consigue entrar con 3 escaños que
habrían podido subir hasta 6 ó 7. El valor de CUP es cualitativo,
ya que introduce en el Parlament una línea de fractura
inédita: la de la “radicalización democrática”. Y es que CUP
no es únicamente un éxito del independentismo, sino una agregación
que el municipalismo independentista y/o alternativo ha hecho
posible.
De
hecho, los resultados de CUP evidencian a un tiempo los logros de la
esquerra independentista y sus limitaciones. Aún es pronto
para evaluar su irrupción, pero sin duda pueden llegar a ser el
Caballo de Troya de la democracia directa y la base para producir un
interfaz del movimiento en el gobierno representativo. Cierto es que,
para ello, han de renunciar a los esquematismos del “frente de
masas” que se intenta organizar en torno al errado marco
identitario de la llamada Unitat Popular. Pero no es menos
cierto que se ha conseguido movilizar a unos de 72.000
abstencionistas y votantes sin representación (sobre algo más de
125.000), además de recibir de ICV unos 13.000 votos más. Desde que
el 15M hizo despegar la fase expresiva del movimento, este es uno de
los indicadores más destacados del paso a la fase institucional del
mismo. Ahora queda todo por hacer, pero se ha de celebrar un paso
decisivo.