La
nación es, ante todo, una cuestión de dignidad
Margaret
Canovan
Genealogías
de la nación:
cinco horizontes geohistóricos para repensar un concepto
cinco horizontes geohistóricos para repensar un concepto
Primer
horizonte. 9 de noviembre de 1989. Caída del Muro de Berlín. Una
ola de movilizaciones nacionalista sacude Europa redibujando
fronteras y ordenando el acceso a ese espacio privilegiado de
integración capitalista que se dice, ya por entonces,
“postnacional”. Estado y nación reabren su procelosa relación
bajo la mutación de la soberanía hasta entonces institucionalizada
por el moderno Estado nacional.
Segundo
horizonte. 11 de febrero de 1968. Huelga de los basureros
afroamericanos en Memphis. En las pancartas se lee una afirmación
taxativa: “I am a Man”. El Black
Nationalism irrumpe a un tiempo en la metrópolis
reivindicando una igual dignidad de nacimiento. Malcolm X pronuncia
su discurso The Ballot or the Bullet
y la Symbionese Federation-SLA concluye en su manifiesto: “to
die a race, and be borne a nation, is to become free”.
Tercer horizonte. 14 de julio de 1789. La Toma de la Bastilla da comienzo al proceso revolucionario que culmina el 26 de agosto siguiente con la aprobación de la Déclaration des droits de l'homme et du citoyen. Su primer artículo comienza así: “Les hommes naissent et demeurent libres et égaux en droits” (la negrita es nuestra). Los llamados procesos de construcción estatal (State-building) y nacional (Nation-building) convergen en la forma Estado-nación.
Cuarto
horizonte. Algún momento indeterminado entre 1509 y 1688.
Inglaterra. Se opera un desplazamiento decisivo en el significante
“nación” (nation).
Los diccionarios recogen un abandono del campo semántico del linaje
hacia el territorio: en el decurso de la ruptura que alumbra la
modernidad, el nacer se disocia de la estirpe, la herencia o la
dinastía y comienza a ser asociado al país, al territorio o a la
frontera. Por un momento, en la apertura constituyente que hacen
posibles ciclos de movilización revolucionaria, nacer se liga a la
igual dignidad de nacimiento.
Quinto
horizonte. Antigüedad clásica. Aparece el significante natio
en latín con su primera significación: “grupo de extranjeros de
una misma procedencia y rango inferior al del ciudadano romano”.
Dicho significante no se distancia apenas de su equivalente helénico:
ta ethne. Nacer como exclusión que nos constituye. Apenas
acaba de comenzar un largo recorrido.
Reformatear la nación, recuperar el significante
Requieren
los cinco horizontes mencionados el concurso de un método
genealógico con el que repensar el significante nación más allá
de las prácticas ilocucionarias del discurso nacionalista. No se
trata tan solo de comprender la sedimentación geohistórica del
significado corriente de nación —a
la manera de la magistral obra de Liah Greenfeld, Nationalism
(Harvard University Press, 1992). Tampoco es cosa de constatar la
crisis del discurso nacionalista en el marco de las mutaciones y
efectos políticos derivados de la globalización. Se trata, antes
bien, de ir más allá de estas limitaciones y avanzar, desde el
análisis de la tendencia, hipótesis de utilidad para una
significación otra, una significación útil a la emancipación; una
política que haga posible recuperar el significante nación allí
donde hoy es inoperativo, abandonado o negado.
¡Adiós
Estado, adiós!
El
tiempo del Estado-nación no es otro que el de su propia
obsolescencia. Por una parte, las dimensiones del mando capitalista
integrado han desbordado la escala del Estado-nación como
aspiración. Tras la caída del Muro de Berlín, de hecho, el mando
ha superado el umbral en que adquiere autonomía a una escala mayor.
Puede al fin ejecutarse por medio de una gobernanza multinivel que
diagnostica resistencias e impone, de lo local a lo global, un
darwinismo normativo que selecciona a cada momento y lugar aquel
nomos que más conviene. La mutación de la soberanía está
servida. Persistir en la determinación territorializadora del
moderno Estado-nación es obviar la tendencia.
Por
otra parte, hoy sabemos que la nación no deviene Estado por efecto
de la liberación nacional (aunque la liberación se haya
identificado ex ante con la consecución del Estado): el
Estado solo se puede impostar como nación gracias a liquidar el
proceso liberación nacional y proceder a la reificación de la
nación en pueblo. El mundo postcolonial así nos lo recuerda. Pero
ello —a diferencia de lo
sostenido por Hardt y Negri en Imperio (Harvard University
Press, 2000)— tampoco invalida
el pensar una liberación nacional otra, distinta de la que hace del
Estado el objetivo de la libertad.
Al
contrario, en nuestra ubicación geohistórica (y no otra),
liberación nacional no puede sino significar emanciparse, en primer
lugar, del Estado mismo. Como decía el apotegma leninista (“mientras
haya Estado no habrá libertad; cuando haya libertad, ya no habrá
Estado”), la obsolescencia del Estado-nación solo se puede
efectuar en términos liberadores como disociación antagonista
entre Estado y libertad.
Romper
la secuencia del relato estatocéntrico
La
obsolescente secuencia del discurso centrado en el Estado-nación
procede así: la nación, construida como una entidad objetiva y
prístina, se considera sometida de forma injusta a un régimen
opresor; liberada por una movilización patriótica, que pone fin a
la injusticia e instaura un Estado-nación hace que este, a su vez,
convierta la nación oprimida en una nación tan libre como cualquier
otra. O tan poco. Al fin y al cabo, el
resarcimiento identitario nacionalista no busca la libertad, sino la
normalidad y esta, sabido es, no es garantía de libertad. La
liberación nacional será queer
o no será.
Esta
secuencia alcanzó, tras el fin de la Guerra Fría, su propio
límite geohistórico. De Benedict Anderson y su Imagined
communities (Londres: Verso, 1991) en adelante, los debates
resolvieron su heurística, aunque solo de forma negativa. La
emergencia del mundo postcolonial desveló el carácter falaz de la
propia secuencia como sustento argumental de un proyecto liberador.
Su cuestionamiento nos sitúa, pues, ante el dilema de reubicar la
idea de nación en una heurística positiva y efectivamente
liberadora.
La
nación de naciones, el agenciamiento imposible
Pero
si el Estado-nación se reconoce por su obsolescencia, también ha
sucedido lo propio a una escala de abstracción más elevada con el
Estado nacional (aquel que se legitimar en la idea de nación, ya sea
esta una o más). La posibilidad planteada por el federalismo liberal
al intentar reducir el demos a solo unas pocas naciones es de
un reduccionismo, con todo, que no está a la altura de las
exigencias de una política efectiva de la liberación nacional en
tiempos en que la complejidad social ya no es reductible.
La
maraña nacional del demos hoy, considerada incluso en los
limitados parámetros de la diversidad etnocultural, no se deja
aprehender en la idea de una pluralidad de naciones limitada
(óntica). Al contrario, a más que se observe la creciente
complejidad de la composición social actual, más evidente se hará
la proliferación (ontológica) de las diferencias por condición de
nacimiento. Es preciso, pues, reconfigurar el discurso político
desde la escisión apuntada en el segundo horizonte.
La
nación no es más (ni menos) que la igual dignidad de nacimiento
Con la
sencilla afirmación “I am a Man”, esto es, con la apelación a
la igual dignidad de nacimiento o, ahora ya sí, nación (en la
significación que interesa), se llevaba a cabo todo un acto
subversivo que devolvía el significante a un momento anterior a toda
constitución. No de otro modo se lee a Malcolm X: «We
were brought here against our will; we were not brought here to be
made citizens. We were not brought here to enjoy the constitutional
gifts (...)».
La
nación reaparece como discriminación debida a la propia condición
de nacimiento. Ante la fragmentación de las formas de dominación y
la complejidad de las constelaciones de sujetos productivos propia de
las sociedades postfordistas, el constitucionalismo liberal queda
incapacitado, por sus propias premisas, para realizar la liberación
nacional. Y aun cuando el lenguaje de Malcolm X todavía habla en los
términos de la secuencia nacionalista, la suya es la experiencia de
llegar al límite de este mismo relato para apuntar, a continuación,
el vector antagonista que se encarnará en el Black Nationalism.
Muerte
racial, resurrección nacional
Adquiere
aquí pleno sentido el recorrido que conducirá de Malcolm X a la
Symbionese Federation-SLA cuando esta última afirme: “to die a
race, and be borne a nation, is to become free”. Será, en
efecto, en la autonomía que confiera la irreductibilidad de la
propia condición de nacimiento a la configuración del mando donde
esa misma negritud que comporta implícita la afirmación “I am a
Man” se abra a la simbiosis y la nación, antes que nación del
“pueblo” (Volk), devenga una “nación de la multitud”.
Nación que no será ya sino una multitud de naciones, pues no es en
la diferencia diferida, sino en la diferencia que difiere donde se
presenta ese devenir libre que es la emancipación.
A
partir de aquí, aunque la derrota temporal se prestase al
agenciamiento multiculturalista, la secuencia se rompe
definitivamente: la dignidad que confiere el hecho de “haber
nacido” (be borne) requiere de morir como esa misma entidad
objetiva y prístina que se era para hacerse libre desde una nación
que se afirma ya en la plena autonomía, ajena por completo, para
devenir libre, de toda reificación estatal. Antes bien, es en esa
ruptura con el Estado, escisión constituyente que se radica en la
condición animal primera del haber nacido, que la libertad estoica
del black power se puede presentar al fin como realización de
una autonomía a la que aboca la propia condición de nacimiento.
La
nación, ahora sí, puede decirse libre al fin por haber devenido
cuerpo social de la multitud. A nosotros de comprender y efectuar la
potencia de este legado.