dimarts, d’octubre 01, 2013

[ es ] Debord en Barcelona

Artículo publicado en el periódico Diagonal, nº 206, 26 de septiembre de 2013, pág. 30 


Al igual que el año pasado, estos días post/diada están trayendo cola en la esfera pública. A diferencia de 2012, sin embargo, ahora se apunta con claridad la sintomatología de un problema que se agrava y se precipita en su propia vacuidad conforme pasa el tiempo. Nos referimos al espectáculo independentista que el Estado de las autonomías mantiene abierto en Catalunya.

No podría ser de otro modo. En Catalunya no hay en realidad (en la realidad material de lo político) un proceso independentista en curso mínimamente creíble y sí, por el contrario, un espectáculo de la “independencia” orquestado en los márgenes del Estado de las autonomías. El único objeto de dicho espectáculo es cuestionar, contener y evitar una escisión en efecto constituyente con base en la subjetividad catalanista. No estamos, pues, ante un resquebrajamiento real del régimen por más que este pueda llegar a darse a medio o largo plazo. Antes bien, nos encontramos ante el despliegue del dispositivo de captura de subjetividad previsto por el propio régimen mediante el diseño autonómico y la política de acomodación de élites pactada en la Transición.

El espectáculo independentista del Estado de las autonomías consiste, de hecho, en rendir productiva para la lumpenoligarquía (catalana o española) una subjetividad catalanista que, por su propio potencial movilizador, bien podría provocar a medio plazo una incómoda ruptura del orden constitucional. Gracias a este espectáculo se ha generado un simulacro para el que la independencia puede ser considerada como opción real a cambio de una única condición: que jamás se lleve a cabo. La tarea de las elites españolas aquí es el de hacer de protervo exterior constitutivo del catalanismo. Por su parte, las elites catalanas han de asegurar que jamás se efectúe la secesión (algo que se empieza a ver mejor cada día conforme se acerca la hora real de llevar a cabo lo prometido).

Un mínimo de atención al desarrollo de los acontecimientos (comenzando incluso por algo tan concreto como los textos suscritos por los partidos) demuestra aquello que estamos afirmando. El primer episodio fue el acuerdo con el que CiU y Esquerra dieron comienzo al espectáculo; pactando un texto en el que apenas se trataba de otra cosa que celebrar una mera “consulta” y no un referendum vinculante a alguna forma de desobediencia institucional que rompiese el régimen. Nótese que solo una opción así haría creíble el soberanismo, toda vez que el propio régimen ya ha sentenciado como no vinculantes y puramente espectrales consultas ilegalizadas como las de la Plataforma pel Dret a Decidir.

El último episodio de este mismo espectáculo ha sido denunciado el pasado jueves por el diputado de las CUP, Quim Arrufat. Como bien denunció el vilanoví, en la propuesta de manifiesto presentada por Joan Rigol al pacto nacional por el derecho a decidir no aparece ni una sola mención explícita o implícita a la independencia o a la soberanía nacional; apenas una imprecisa y abstracta referencia a alguna forma de “institucionalidad catalana”. Huelga decir que esto último es, no ya solo de facto, sino incluso de jure, la realidad del régimen actual.

Así las cosas, encaramos la que algún animador del espectáculo ha dado en llamar “última Diada”, esto es, la Diada en que se cumplirán tres siglos de la mitopoiética fecha catalanista que conmemora la derrota de los Austrias contra los Borbones. Ante esta perspectiva, el espectáculo está llamado a implosionar. Aventuramos que CiU intentará llegar a 2016, para cuando confía que Rajoy haya perdido la mayoría, Esquerra haya faltado a su rol de garante de la independencia y CUP pueda recoger algunos votos por la izquierda sin alterar el juego. Un Rajoy sin mayoría absoluta podría ofrecer a Mas una reintegración al régimen por medio de un pacto fiscal y la bendición de la Troika. De ser buena esta hipótesis, urgen ya giros estratégicos en ICV, CUP, Constituents y demás a fin de evitar el repliegue neoliberal tras el espectáculo independentista.