Publicado en el periódico Diagonal, nº 204, pág. 29
Apenas
se han acabado las vacaciones y ya se intuye un largo y crudo
invierno político. El 20N la legislatura alcanzará su ecuador y la
deriva cleptocrática del régimen prosigue imparable ante la falta
de una oposición original en lo táctico, acertada en lo estratégico
y efectiva en lo político. Si nada altera el curso previsto, el
mando neoliberal cuenta todavía con dos años para seguir liquidando
los avances democratizadores de décadas. Mientras, una parte
decisiva del activismo, arrastrada por su propia inercia ideológica
y la derrota de la Transición, se obceca en construir castillos de
arena electorales. El tirón centrípeto del régimen se va
imponiendo paso a paso, menguando la autonomía del movimiento, y no
parece que la deliberación progrese.
Equilibrio
roto, régimen a la deriva
A
estas alturas de la “crisis” resulta claro que el equilibrio
fundacional del régimen se ha roto. Se hace difícil dudar, además,
que esta ruptura no apunte (al menos de momento) hacia un reajuste
involucionista, autoritario y marcado, ante todo, por la exacerbación
de la injusticia social en todas sus declinaciones (de género,
clase, origen, etc.). En apenas cuatro años, la implosión económica
largamente gestada en la inviabilidad del modelo productivo de la
privatización, el guiri y el ladrillo, está causando daños
irreparables. De seguir así, las elecciones de 2015 tendrán lugar
en un desolador paisaje de iniquidad, corrupción e impunidad.
Y
es que todavía a día de hoy cuesta ponderar el alcance de la deriva
cleptocrática en su justa medida. La punta del iceberg Bárcenas ha
sacado a la luz lo que hasta ahora se presentaba como limitado al
ámbito local o autonómico a lo sumo (poco importa si marbellí,
valenciano o balear). Tras el tirón de manta, ha quedado claro que
el ejecutivo no es más que una élite sobornada. En vano se intenten
camuflar mediáticamente sobornos y fraudes bajo eufemismos como
“sobresueldo” o “financiación irregular”. Esta élite
subalterna de las mafias neoliberales todavía dispone de dos años
de mayoría absoluta para perpetrar su proyecto, una jefatura del
Estado no menos afectada por la corrupción y una oposición
parlamentaria, sindical, etc., ninguneada y/o inoperante. Para el
precariado, el tiempo electoral, a sabiendas de que no se vencerá,
es más de lo soportable: su horizonte es el de la hegemonía del
trabajo privilegiado por el régimen.
Zumbido
de fondo, relato necesario
No
parece, pues, que buena parte del activismo esté sabiendo conjugar
las condiciones de posibilidad que relancen la democratización.
Lejos de comprender que (1) el mando dispone de un sobrado margen
antes de su eventual colapso; (2) que la vía electoral, con ser
importante, no debe ser el eje estratégico central; y que (3) sin la
aceptación de otras reglas de agregación que las del hegemonismo,
no hay propuesta electoral que valga.
Y
así, como si por solo pronunciar los significantes de moda (“proceso
constituyente”, “independencia”, etc.) se fuesen a materializar
sus ambiciones, se observa un zumbido creciente en el enjambre que
invisibiliza y veta, sin por ello ir más allá, un relato otro que
dote de sentido a la silenciosa pero imparable experimentación
molecular que está teniendo lugar ante los deshaucios, los despidos,
las privatizaciones, etc. Por todo ello, sería más que deseable que
quienes buscan articular un discurso público, empezasen por rebajar
sus expectativas, relativizar el electoralismo y reconocer, al fin,
el calado de la derrota histórica y la potencia de las mutaciones en
curso. No es un acierto en la continuidad, sino la lectura
contextualizada de lo nuevo lo que hará avanzar el movimiento.