La semana pasada dos acontecimientos de resonancias históricas sacudieron los parlamentos español y portugués. En el caso luso, docenas de personas interrumpieron el discurso del primer ministro, Passos Coelho, entonando Grândola, Vila Morena. En Madrid, al grito de “¡expúlsenlos, coño!”, la tercera autoridad del Estado, Jesús Posada, en sus funciones de presidente de la cámara, ordenaba que se desalojase del hemiciclo a lxs activistas de la PAH. Cada uno de estos casos reabre a su manera un horizonte constituyente cerrado hace más de tres décadas.
Pero,
además, en la coyuntura actual se ha abierto también un proceso
decisivo, intrínseco a la emergencia del poder constituyente. Se
trata de una posibilidad de cambio en la agencia antagonista sin cuya
efectuación nos arriesgamos al cierre de la política a alguna
modalidad de deriva autoritaria todavía por perfilar, pero que, en
cualquier caso, bien podría acabar facilitando el reajuste del mando
a la lógica cleptocrática que informa el proyecto neoliberal. Nos
referimos, vaya por delante, a la necesaria subsunción de la
política de partido en la de movimiento. Sin ella difícilmente se
puede pensar esa democracia otra que requiere el futuro. Los
acontecimientos que hemos dejado atrás no sólo vienen a verificar
esta hipótesis, sino que ofrecen, además, una orientación hacia la
que dirigir una estrategia de éxito a medio y largo plazo sin
renunciar a intervenir en la coyuntura. La PAH es el ejemplo.