una nota sobre la matriz común de la política realmente existente
Leo con alegría en los periódicos de hoy que un par de cleptócratas se han visto obligados a dimitir. Lo han hecho tal y como lo suelen hacer: forzados únicamente por la inminente clarificación de responsabilidades penales. La noticia es positiva, qué duda cabe; pero no en su lectura liberal, siempre insuficiente.
De acuerdo con el argumentario liberal, el régimen en que vivimos funciona de manera satisfactoria. Tal vez presente algunos problemas (casos de corrupción, lentitud de la justicia, etc.), pero estos siempre tienen lugar, en cualquier caso, dentro de las garantías que confiere al régimen en vigor (la llamada democracia liberal) ser el menos malo de los regímenes realmente existentes o incluso que históricamente se hayan conocido.
No obstante, como suele suceder con el autoritarismo de toda hegemonía abocada a su propia implosión, la tendencia a confundir aquello que es con todo lo que puede ser se acaba imponiendo en la ideología liberal. Defecto éste, por cierto, que se ve reforzado por la propia epistemología liberal (de Popper en adelante) y el conocido y falaz subterfugio argumental de la imposibilidad de verificación que se deduce del falsacionismo. Y así, la democracia liberal, más acaba siendo, como es sabido, liberal que democrática; más mercantilizante que democratizadora; una noción que se evidencia como una inagotable fuente de aporías.
Al fin y al cabo, el extendido axioma liberal que asume como compatibles democracia y mercado no es más que una "mentira vital" (Lebenslüge). O si se prefiere, una patraña que el liberalismo se cuenta en democracia para poder sobrevivirse y no verse obligado a reconocer las concesiones que ha tenido que hacer a la democratización.