divendres, de juny 29, 2012

[ es ] De la democracia liberal a la cleptocracia liberal

una nota sobre la matriz común de la política realmente existente


Leo con alegría en los periódicos de hoy que un par de cleptócratas se han visto obligados a dimitir. Lo han hecho tal y como lo suelen hacer: forzados únicamente por la inminente clarificación de responsabilidades penales. La noticia es positiva, qué duda cabe; pero no en su lectura liberal, siempre insuficiente. 

De acuerdo con el argumentario liberal, el régimen en que vivimos funciona de manera satisfactoria. Tal vez presente algunos problemas (casos de corrupción, lentitud de la justicia, etc.), pero estos siempre tienen lugar, en cualquier caso, dentro de las garantías que confiere al régimen en vigor (la llamada democracia liberal) ser el menos malo de los regímenes realmente existentes o incluso que históricamente se hayan conocido. 

No obstante, como suele suceder con el autoritarismo de toda hegemonía abocada a su propia implosión, la tendencia a confundir aquello que es con todo lo que puede ser se acaba imponiendo en la ideología liberal. Defecto éste, por cierto, que se ve reforzado por la propia epistemología liberal (de Popper en adelante) y el conocido y falaz subterfugio argumental de la imposibilidad de verificación que se deduce del falsacionismo. Y así, la democracia liberal, más acaba siendo, como es sabido, liberal que democrática; más mercantilizante que democratizadora; una noción que se evidencia como una inagotable fuente de aporías. 

Al fin y al cabo, el extendido axioma liberal que asume como compatibles democracia y mercado no es más que una "mentira vital" (Lebenslüge). O si se prefiere, una patraña que el liberalismo se cuenta en democracia para poder sobrevivirse y no verse obligado a reconocer las concesiones que ha tenido que hacer a la democratización.


¿Casos aislados?

Aunque así sea como nos lo presentan los grandes medios, detrás de cada cleptócrata dimitido no sólo hay un caso personal de corrupción. Y si la politología tiene alguna utilidad para la sociedad democrática, su obligación debería ser la de ir, precisamente, más allá de aceptar indicadores como la corrupción únicamente como anécdotas de más o menos grandes delincuentes que se aprovechan "puntualmente" de lo público. No es de sorprender, llegados a este punto, que el liberalismo acabe encontrando la excusa perfecta para proseguir su liquidación de lo público a manos de lo mercantil.  Aesto se le llama profecía que se autocumple (self-fullfiling prophecy) y no es más que otra modalidad más de superstición que la cienca política haría bien en erradicar. 

Si la dimisión del cleptócrata es presentada en la sociedad del espectáculo como un caso aislado de corrupción, ello es, precisamente, para que nadie pueda reflexionar acerca de qué está sucediendo realmente tras el oxímoron "democracia liberal" en que tiene lugar. La finalidad última del juego mediático apunta a que el gran público (y a menudo tampoco los más informados y reducidos públicos universitarios) carezca de la opción a comprender cómo funciona en su conjunto el régimen de poder que, paso a paso, vienen instaurando los (neo)liberales. 

Corrupción funcional

El caso de la corrupción y su carácter funcional a la democracia liberal no es, sin embargo, difícil de comprender. Se trata de algo muy similar a lo que sucede con el fascismo, del que este régimen que se viene instaurando (la cleptocracia liberal) también es arte y parte. 

En efecto, presentados mediáticamente de forma aislada, las víctimas de las organizaciones de extrema derecha son sólo casos aislados (hoy un migrante, mañana un homosexual, el día siguiente un joven activista... siempre casos para las páginas de sucesos qeu nunca traspasan la frontera profiláctica de la "gran política"). Sin embargo, considerados en su conjunto, observamos un amplio contramovimiento del que apenas hablan los medios, pero que no por ello arroja un balance menos escalofriante. Si se nos presenta cada crimen derechista de esta manera no es así por casualidad, ni por ignorancia, sino porque existe una concepción biopolítica del ejercicio del poder consustancialmente autocrática en la matriz liberal que se desvela una y otra vez incompatible con la democracia.

De igual modo sucede con la corrupción. La manera en que es tratada mediáticamente (y ello incluye a la politología liberal que participa del espectáculo con su auctoritas) no persigue acabar con ella, sino ponerla al servicio del régimen de poder que nos gobierna. El tratamiento mediático de la corrupción es, en sí mismo, corrupto. No legalmente, claro está, pero sí en los términos políticos de una lógica ajena a la democracia (aunque congruente con el liberalismo).

Proceso deconstituyente versus proceso constituyente

La cleptocracia es un régimen de poder que se viene instaurando desde hace tiempo paso a paso; a veces con mayor impunidad, otras con menos; en ocasiones traspasando los límites legales, en otras simplemente subiendo la factura de la luz, del transporte, de la educación, de los medicamentos, etc. La cleptocracia es un régimen y su agencia la configuran, de manera exclusiva y excluyente, notables y partidos. Los primeros en pugna por los recursos de poder institucional al servicio de los entramados que presionan por la privatización, esto es, por privar a unos (el 99%) de lo que se le da a otros (el 1%). Después de todo el propio significante lo indica: priva(tiza)r .

Frente a la instauración progresiva de la cleptocracia, la multitud se ha rebelado reivindicando una democracia real. No podría hacerlo de otro modo, habida cuenta de que la democracia absoluta es su régimen y desbordar el marco de la democracia liberal, a la manera del 15M, le resulta inevitable. Por eso quien piense que todavía se puede invertir esta tendencia por medio de promover unos notables por medio de un partido de izquierda de cara a conquistar el poder en el marco de una democracia liberal debería estudiar algo más seriamente la cuestión y plantearse si el problema no está más bien en su propia fidelidad a la idea de partido y al régimen cleptocrático del que este tipo de organización es hoy, entre nosotros, su principal agencia. 

El bochornoso ejemplo de IU en Andalucía (con la obscena colocación de familiares en los recursos institucionales por parte de los notables de turno) ilustra estos días cómo no se deben hacer las cosas. Craso error creerse que plebiscitar el acceso de una elite al poder es una modalidad de participación democrática. Por siempre, ésta será únicamente posible en el horizonte de la política de movimiento, en su radical exclusión de toda forma de corrupción, en su destruir la cleptocracia que ahora intentan imponer.