Se
acercan las europeas. Su resultado nos brindará la oportunidad de
medir el impacto político de la crisis, al tiempo que la posibilidad
de incidir sobre las condiciones que facilitan el avance del
movimiento. Esquemáticamente se dibujan hoy tres escenarios, aunque
solo una alternativa estratégica parece cobrar cuerpo.
Escenario
1 o “desgaste del régimen en el status quo”:
unas elecciones en las que la expulsión a la abstención de todo
disenso se resuelve en una caída de PP y PSOE, reforzada a su vez
por el auge de UPyD e IU; sin por ello alterar de manera
significativa el paisaje partidista. En este horizonte, las opciones
nacidas desde el #15M vendrían a reforzar —ley
electoral mediante— los
resultados esperados por el establishment, validándose así las
políticas de la Troika. Para el movimiento cabe suponer que este
escenario reforzaría a un tiempo el sentimiento de impotencia y
conservadurismo en los repertorios.
En
el escenario 2 —no
imposible, pero muy improbable— nos
sorprendería con algún sorpasso (IU por encima del PSOE,
UPyD por encima de IU...). De ser así, se dispararían las señales
de alarma y escucharíamos entonar un plañidero mea culpa al
perdedor a la par que un eufórico “¡victoria!” del ganador.
Según quienes fuesen uno y otro, se observarían cambios
sintomáticos en las orientaciones seguidas por la Troika (no sería
igual, ciertamente, que IU superase al PSOE que, pongamos por caso,
UPyD tuviese un éxito imprevisto). Para el movimiento este río
revuelto sería un escenario favorable a la intensificación de la
acción colectiva, pero dependiendo del resultado podría reforzar
las tendencias recientes (un éxito, pongamos por caso, de UPyD) u
obligar a replantear estrategias (por ejemplo, un éxito de IU).
El
escenario 3 podría ser el de un cambio en apariencia
superficial, pero sintomático del mar de fondo a más largo plazo.
La hipótesis en este caso vendría de la mano del desbordamiento de
IU entre las izquierdas más a la izquierda —no
necesariamente perdería su primer puesto. Si a mayores se diese la
entrada en la eurocámara de algún diputado de Podemos, Partido X u
otras listas nacidas del #15M, no cabe duda que la grieta en el
régimen se agrandaría en exceso para su gusto; especialmente si
ello se diese en un contexto de caída de la abstención. Desde el
punto de vista del movimiento, este escenario comportaría un
aumento de tensión general a la par que un toque de atención
importante, toda vez que cuestionaría la confianza excesiva del
discurso populista en el “asalto” al poder estatal como clave
articuladora del cambio.
Al
fin y al cabo, por más ardua que se nos antoje la labor, parece
claro que el interés electoral de los últimos tiempos no ha
desvelado atajos en el cambio de los equilibrios de fuerzas
antagonistas (no al menos a juzgar por todas las encuestas). Queda
por ver incluso que los cambios más superficiales puedan efectuarse
a medio plazo, aunque la posibilidad exista. La importancia indudable
de los resultados a la hora de configurar las condiciones de
posibilidad del avance del movimiento no debería hacernos perder de
vista, en todo caso, el calado de la derrota de la que se parte.
Lo
que está en juego el #25M no es poco. Una parte ya está ganada (la
caída del bipartidismo es casi segura), la otra está por ver. A
partir del #26M la cuestión será superar las limitaciones del #25M.
En esto, desmitificar la conquista del poder será primordial,
empezar a pensar opciones para ejercerlo a nivel local, prioritario.
Que las siguientes elecciones sean municipales, ayudará.