divendres, d’agost 31, 2012
[ es ] La nación inexistente
La concatenación de errores de Juan Carlos I parece no tener fin. Tras el episodio del elefante, los escándalos de corrupción de la familia real y su último tropezón todo parece apuntar a que la fortuna abandona a quien persiste en tener tan poca virtud. Se pueden leer así titulares que nos recuerdan, con acierto, la particular condición constitucional del monarca: Si el rey hubiera matado a su chófer habría sido declarado inmune.
dimarts, d’agost 28, 2012
[ es ] Devenir democrático y devenir minoritario
Leo en el facebook de Carlos Taibo la siguiente reflexión:
Solidaridades inéditas
Las resistencias ante la crisis han permitido que aflore un fenómeno interesante: una saludabílisima solidaridad entre gentes que el discurso oficial consideraba que se daban irrevocablemente la espalda.
Hemos visto a sindicalistas abertzales que se solidarizan con mineros asturianos, como hemos visto a independentistas catalanes o gallegos que van de la mano de jornaleros andaluces. Y también las viceversas correspondientes. No hay mal -dirá la sabiduría popular- que por bien no venga.
Al leer sus palabras, recuerdo a Rancière (Aux bords du politique) reflexionando sobre ese devenir minoritario que es, indefectible, la democratización (a riesgo de derivar el argumento contra el propio Rancière, añadiría : "...cuando es gobierno de la multitud").
Y es que si algo nos impide hoy en día modificar el presente estado de cosas, es la persistente ceguera que impone el crecimiento político, la participación absurda en la concentración del poder en pocos decisores. Hecho éste tanto más paradójico, por cuanto en el despliegue actual de la constitución material de la sociedad resulta inevitable afrontar la mutación federal en la estructura de la soberanía.
Al igual que sucede con el crecimiento económico, el crecimiento político nos interpela sobre la urgencia de un giro copernicano en el análisis, so pena de hacernos partícipes de la actual implosión de lo político en la pesadilla totalitaria postdemocrática del gobierno del 1%.
La reapertura del campo de la decisión y con él, el retorno de lo político no se deriva, por tanto, de la recentralización del poder bajo el emblema de la tan manida como fútil "unidad de la izquierda", "de los trabajadores", "de la patria", o de cualquier otra instancia de legitimación. Al contrario, la política se reabrirá y permanecerá como el campo abierto de la decisión si y sólo si somos capaces de pensar una política del reconocimiento útil a la compleja composición social del trabajo; sólo si somos capaces de olvidar para siempre la construcción de hegemonías en el interior del mismo para desplazar fuera del terreno agonístico, al campo del antagonismo, la propia construcción de lo hegemónico. Y ello, siempre, inevitable, en la perspectiva de un progreso de la democratización tal que haga contingente dicha hegemonía.
Y es que si algo nos impide hoy en día modificar el presente estado de cosas, es la persistente ceguera que impone el crecimiento político, la participación absurda en la concentración del poder en pocos decisores. Hecho éste tanto más paradójico, por cuanto en el despliegue actual de la constitución material de la sociedad resulta inevitable afrontar la mutación federal en la estructura de la soberanía.
Al igual que sucede con el crecimiento económico, el crecimiento político nos interpela sobre la urgencia de un giro copernicano en el análisis, so pena de hacernos partícipes de la actual implosión de lo político en la pesadilla totalitaria postdemocrática del gobierno del 1%.
La reapertura del campo de la decisión y con él, el retorno de lo político no se deriva, por tanto, de la recentralización del poder bajo el emblema de la tan manida como fútil "unidad de la izquierda", "de los trabajadores", "de la patria", o de cualquier otra instancia de legitimación. Al contrario, la política se reabrirá y permanecerá como el campo abierto de la decisión si y sólo si somos capaces de pensar una política del reconocimiento útil a la compleja composición social del trabajo; sólo si somos capaces de olvidar para siempre la construcción de hegemonías en el interior del mismo para desplazar fuera del terreno agonístico, al campo del antagonismo, la propia construcción de lo hegemónico. Y ello, siempre, inevitable, en la perspectiva de un progreso de la democratización tal que haga contingente dicha hegemonía.
Carece de sentido, pues, persistir en las narrativas unitaristas heredadas de la teología política. Urge, por contra, reformular la gramática política como proyecto estratégico de la multitud.
diumenge, d’agost 05, 2012
[ es ] El 25S y la hoja de ruta del movimiento
Desde que se ha convocado, para el 25S la ocupación del Congreso, se ha desencadenado una auténtica guerra de contrainformación reaccionaria en la red. Desde las filas del régimen, sus adeptos confesos u ocultos claman al cielo esgrimiendo la más obscena de las demagogias que acusa a quienes promueven esta acción de ser de extrema derecha. Llama especialmente la atención que sea de sectores pseudo-republicanos y de la izquierda más rancia, quienes más enfervorizadamente atacan esta acción por carecer de un encuadramiento adecuado; o lo que es lo mismo: bajo no tener lugar bajo su dirección en el momento en que lo creen más oportuno.
Así de infoxicada anda estos días la infoesfera. Quizá por ello sea conveniente no perder la perspectiva y reubicarnos de manera sensata y, sobre todo, democrática, en el contexto en que estamos. Muchos llaman a esto "hoja de ruta" recurriendo a la jerga de la gobernanza. No gusto especialmente del término, pero a falta de otro mejor y dado que me lo han solicitado, aquí va mi lectura de la situación:
Desde el 15M estamos pasando por (1) el momento destituyente, esto es, un
momento expresivo, de protesta, de ruptura con el mando que no todo el
mundo, por cierto, ni todos los actores políticos relevantes, asumen en
igual grado y medida (no pocxs piensan que la cosa se quedará aquí);
pero como el movimiento, mal que pese a los conservadores, prosigue su
marcha, empezamos a ver cada vez más síntomas de (2) un momento
instituyente, o lo que es lo mismo, un momento en que se crean, difunden
y consolidan las instituciones de movimiento (centros sociales,
cooperativas, colectivos, etc.); y como no hay dos sin (3) el momento
constituyente anuncia ya la configuración del régimen político del común
o, para el caso, la articulación progresiva de todas las instituciones
de movimiento en un marco normativo, procedimental y cultural
alternativo al realmente existente.
Cada uno de estos procesos
lleva su tiempo, tiene sus ritmos y le importa una mierda que a tí o a
mí nos interese ir más rápido o más despacio; sencillamente, se
despliega de acuerdo a asimetrías enormes, en un entramado de intereses
tan complejo como la sociedad misma y nunca de acuerdo a una linealidad
teleológica o a la posibilidad de la interpretación de un interés único o
popular (sencillamente porque tras la fase destituyente el pueblo deja
de existir y se convierte en multitud). No hay atajos, ni opción
emancipatoria alternativa que permita a una agencia del tipo que sea,
recomponer un nuevo régimen por medio de una asamblea constituyente.
Fallan estrepitosamente en su lectura de la constitución material de
nuestra sociedad (en el diagnóstico concreto de la situación en que
estamos) quienes creen que la toma del poder por medio de un partido
revolucionario (o en su defecto una cosa más modesta tipo Syriza) es
posible, no importando si piensan que el momento es el 25S o un momento
futuro más maduro. No habrá tal maduración porque el tiempo de la virtu
política siempre es ahora, siempre es el kairós helénico. Carece por
completo de sentido participar en asambleas constituyentes si lo que se
quiere es hacer progresar una política que haga de la potencia de la
multitud un cambio emancipatorio efectivo (otra cosa es que queramos
montarnos nuestro régimen populista particular, claro).
Más
aún, ninguno de los procesos de movilización social que hemos visto de
momento apellidarse como "constituyentes" son, en rigor, poder
constituyente alguno. Al contrario, carentes de una lectura mínimamente
inteligente de la constitución material, carentes de los procesos de
producción institucional correspondientes, carentes de la matriz
normativa, de la procedimentalidad y de la cultura política del cambio
en sí; limitados como están a ser meras agrupaciones asamblearias en las
que algunos notables intentan promover sus experimentos expresivos y de
visibilización personal en una arena pública a la espera de traducir
sus esfuerzos movilizadores en rendimientos particulares, quienes hoy
agitan la bandera de lo constituyente constituyen más bien poco o nada
que no sea el síntoma de una notable desorientación política, de una
sintomática falta de virtu que no encontrará nunca la fortuna.
Quienes por el contrario se apliquen hoy al (1) diagnóstico de la
constitución material, (2) a la interpretación siempre cuestionable y
cambiante, necesitada de una constante deliberación agoniística en red,
de los procesos antagonistas en curso; (3) a la identificación, en fin,
de los vectores que nos sitúan en la línea de la tendencia, ellxs
dispondrán de la capacidad efectiva de cambiar el mundo sin tomar el
poder, de devenir su propio poder, de ser poder constituyente. La
"impaciencia revolucionaria", el vivir permanentemente el drama de la
historia, el creerse y practicar el relato de la política molar, ni son
prácticas virtuosas, ni confieren poder. Al contrario, nos esclavizan a
la desesperante búsqueda de constituirnos como un mando sobre el otro en
un mundo en que, por el contrario, el mando se diluye ante el otro y el
poder se hace, simbiótico, un poder con, un poder para ser en el común,
un poder efectivamente constituyente.
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