Leo en el facebook de Carlos Taibo la siguiente reflexión:
Solidaridades inéditas
Las resistencias ante la crisis han permitido que aflore un fenómeno interesante: una saludabílisima solidaridad entre gentes que el discurso oficial consideraba que se daban irrevocablemente la espalda.
Hemos visto a sindicalistas abertzales que se solidarizan con mineros asturianos, como hemos visto a independentistas catalanes o gallegos que van de la mano de jornaleros andaluces. Y también las viceversas correspondientes. No hay mal -dirá la sabiduría popular- que por bien no venga.
Al leer sus palabras, recuerdo a Rancière (Aux bords du politique) reflexionando sobre ese devenir minoritario que es, indefectible, la democratización (a riesgo de derivar el argumento contra el propio Rancière, añadiría : "...cuando es gobierno de la multitud").
Y es que si algo nos impide hoy en día modificar el presente estado de cosas, es la persistente ceguera que impone el crecimiento político, la participación absurda en la concentración del poder en pocos decisores. Hecho éste tanto más paradójico, por cuanto en el despliegue actual de la constitución material de la sociedad resulta inevitable afrontar la mutación federal en la estructura de la soberanía.
Al igual que sucede con el crecimiento económico, el crecimiento político nos interpela sobre la urgencia de un giro copernicano en el análisis, so pena de hacernos partícipes de la actual implosión de lo político en la pesadilla totalitaria postdemocrática del gobierno del 1%.
La reapertura del campo de la decisión y con él, el retorno de lo político no se deriva, por tanto, de la recentralización del poder bajo el emblema de la tan manida como fútil "unidad de la izquierda", "de los trabajadores", "de la patria", o de cualquier otra instancia de legitimación. Al contrario, la política se reabrirá y permanecerá como el campo abierto de la decisión si y sólo si somos capaces de pensar una política del reconocimiento útil a la compleja composición social del trabajo; sólo si somos capaces de olvidar para siempre la construcción de hegemonías en el interior del mismo para desplazar fuera del terreno agonístico, al campo del antagonismo, la propia construcción de lo hegemónico. Y ello, siempre, inevitable, en la perspectiva de un progreso de la democratización tal que haga contingente dicha hegemonía.
Y es que si algo nos impide hoy en día modificar el presente estado de cosas, es la persistente ceguera que impone el crecimiento político, la participación absurda en la concentración del poder en pocos decisores. Hecho éste tanto más paradójico, por cuanto en el despliegue actual de la constitución material de la sociedad resulta inevitable afrontar la mutación federal en la estructura de la soberanía.
Al igual que sucede con el crecimiento económico, el crecimiento político nos interpela sobre la urgencia de un giro copernicano en el análisis, so pena de hacernos partícipes de la actual implosión de lo político en la pesadilla totalitaria postdemocrática del gobierno del 1%.
La reapertura del campo de la decisión y con él, el retorno de lo político no se deriva, por tanto, de la recentralización del poder bajo el emblema de la tan manida como fútil "unidad de la izquierda", "de los trabajadores", "de la patria", o de cualquier otra instancia de legitimación. Al contrario, la política se reabrirá y permanecerá como el campo abierto de la decisión si y sólo si somos capaces de pensar una política del reconocimiento útil a la compleja composición social del trabajo; sólo si somos capaces de olvidar para siempre la construcción de hegemonías en el interior del mismo para desplazar fuera del terreno agonístico, al campo del antagonismo, la propia construcción de lo hegemónico. Y ello, siempre, inevitable, en la perspectiva de un progreso de la democratización tal que haga contingente dicha hegemonía.
Carece de sentido, pues, persistir en las narrativas unitaristas heredadas de la teología política. Urge, por contra, reformular la gramática política como proyecto estratégico de la multitud.