Intro
Escribo estas notas en caliente, cuando las sirenas todavía suenan por las calles de Barcelona y el helicóptero intenta ensordecer la multitud para ver si con ello logra entorpecer el funcionamiento del intelecto colectivo que tantas pesadillas les dio en Plaça Catalunya. Los Mossos no paran de detener chavales que luchan por su futuro, los medios de distracción de masas siguen pergeñando mentiras, fabulaciones e improperios mientras las primeras cifras hablan ya de 60.000 manifestantes. Algo así:
La manifestación de hoy en su paso por la esquina Plaça Catalunya/Passeig de Gràcia
Van pues estas primeras líneas a vuela pluma y a la espera de cómo se puedan desenvolver los acontecimientos en las próximas horas, pero deseando que estas pronto se transformen en días, semanas, meses y lo que haga falta para cambiar el presente estado de cosas.
No pretendo con este post amargar a nadie la siempre agradecida sensación de habitar la multitud. Sabido es que el aislamiento y la soledad cotidianos a que nos aboca el trabajo muerto acaba provocando siempre los que Aristide Zolberg decía "momentos de locura". Muy al contrario, mi intención al ponerme justo ahora, en un momento en que el cuerpo le pide a uno guerra e ir a devolver a los mossos aquellos porrazos que recibí el 29S por defender un edificio reapropiado para el común, no es otra que intentar aportar desde un contrapunto muy necesario, a saber: el de la apertura de un horizonte de sentido en medio de tanto fragor, de vectores por medio de los que proyectar nuestras acciones más allá de lo inmediato, sin por ello romper con lo inmediato.
Crónica de un éxito anunciado
El 29F era la crónica de un éxito (anunciado ya incluso el 17N). Si entonces, con todo en contra, fue posible paralizar la universidad, ¿cómo no ahora? Ciertamente las cosas podrían haber ido mal. Pero que hayan ido bien era en muy buena medida previsible.
En esta ocasión, los grandes sindicatos, a la vista del éxito del 17N, del margen de legitimidad que le confiere la derecha en el poder y los ataques directos a su línea de flotación por medio de la reforma laboral, también se habían apuntado a mover el mundo de la educación, como no podía ser de otro modo. Desde el punto de vista de la movilización de masas, por lo tanto, la conclusión es fácil: éxito total.
Sin embargo, por estos lares, una movilización masiva no es necesariamente una garantía de nada. Al contrario, tal y como saben bien los especialistas en estas cosas, el caso del Estado español se caracteriza, desde una perspectiva comparada al menos, por la masividad de sus protestas... y la escasa eficacia de las mismas. O lo que es lo mismo: por estos pagos, de eficacia en sacar la gente a la calle, mucha; de eficiencia política en conseguir que sirva para algo, más bien poca.
Las explicaciones de esto pueden ser múltiples, pero sin duda la cultura política autoritaria de las elites, su cerrazón a reconocer otras formas de participación que las institucionalizadas en el marco del régimen político, su convicción de que los porrazos dan más votos que el diálogo, destacan de manera particular, y muy especialmente cuando gobierna la derecha postfranquista (o neofranquista, que ya no sabe uno muy bien).
En efecto, vivimos en un régimen político poco abierto a la participación ciudadana. Resultado del pacto de élites de la transición, los mecanismos de intervención directa de la ciudadanía sobre los procesos políticos son más bien magros, por no decir ridículos si los comparamos con países modélicos en este sentido. La ausencia de vías de intervención en la vida política se refuerza, como decimos, con el autoritarismo generalizado de las autoridades públicas, la tolerancia para con los excesos represivos de las fuerzas de orden público y un panorama mediático de una calidad deliberativa, sencillamente, inexistente.
Así las cosas, por el momento poca sorpresa en el 29F, aunque a cuentagotas vayan llegando algunas informaciones interesantes. Por ejemplo, la ocupación del rectorado de la UB, en inequívoco eco del repertorio de acción que movilizó el ciclo contra el Plan Bolonia (en estos momentos ya se ha anunciado una asamblea para las 21h).
¿Y para mañana qué?
Por más que movilizar masas sea seguramente lo que preocupe a las redes de activistas (en lo más inmediato al menos), conseguir una gran participación no va a ser demasiado difícil en los próximos tiempos. Si observamos cómo se está elevando la ola de movilizaciones actual, no resulta muy difícil ver que todo apunta a un crecimiento imparable en los próximos meses (quien sabe si no años).
De hecho, los ciclos de luchas, auténticos fractales de la acción colectiva, se siguen sumando de manera sinérgica. Rekombinan gracias a las mutaciones virtuosas de los repertorios modulares de acción colectiva en un crescendo que combina lo viejo y lo nuevo con gran éxito... pero sólo de momento.
Al igual que cabe preveer que lo que sucede hoy no será ni mucho menos el fin de esta ola de movilizaciones (sin ir más lejos hay ruido de mails en las sedes de CCOO y UGT que anuncia para el 29M la huelga general), también es de esperar que si no se operan cambios en su seno, la cosa acabará por cansar y declinar; especialmente si se vuelven a repertir las pautas que conocemos de las tres olas anteriores de la democracia (la de la Transición, la de segunda mitad de los ochenta y primeros noventa, y la altermundialista).
Para
salir de la lógica que agota la potencia de la política de movimiento
es preciso escapar a la tensión que provoca el carácter cíclico de la
protesta. Y esta no es otra que la tensión que el mando logra inducir
por medio de la conjunción de sus actores políticos en el despliegue
estratégico de las redes activistas.
Así, los medios de comunicación enfatizan únicamente los aspectos más espectaculares de la acción colectiva (por ejemplo, como estamos viendo en estos momentos en relación al coche quemado por la incompetencia de los mossos y a la mujer herida, igualmente víctima de la negligencia policial). Las fuerzas del orden (de uniforme o no) provocan e inducen al caos con el único objeto de volver a hacerse con el control de la calle (sabido es quien es para las fuerzas del orden "el enemigo"). Las autoridades políticas adoptan decisiones y las publicitan sin rubor (en estos momentos parece que el rectorado de la UB está recibiendo presiones para impedir la ocupación indefinida de su sede).
Ganar perspectiva es ganar el futuro
Lo urgente, pues, no es ganar batallas campales, ni conseguir resistir a muerte parapetados en los espacios ocupados (por más que conseguirlo sean batallas de lo más importante). Lo realmente decisivo en el debate de estos momentos tiene que ser más bien incardinar las acciones por pensar en una perspectiva estratégica con sentido, capaz de invertir los términos en que se produce hoy el contencioso político.
En el terreno de lo concreto esto último significa ser conscientes del agotamiento de las formas de hacer política que han marcado la vida del actual régimen de poder y la exigencia de la autonomía. Por lo que hace a lo primero, y a la vista de las modificaciones estivales de la Constitución, parece fuera de toda duda que el bloque político que sustenta el régimen está por proseguir sus prácticas deconstituyentes (recuérdese, iniciadas ya desde mucho antes) recurriendo, a la manera de los últimos años, a la política de la emergencia (estos días por ejemplo, veíamos como, en una interpretación sui generis del derecho constitucional a la vivienda digna, el gobierno dejaba en manos de la banca el ejercicio efectivo de dicho derecho).
A tal fin, huelga decirlo, se está construyendo ya el nuevo "enemigo". En un día en que hasta la AVT reconoce que no hay nada que impida a Amaiur proseguir su camino en la normalización de Euskal Herria, los medios no cesan de hablar de las tácticas de guerrilla urbana entre los bachilleres valencianos y otras jerigonzas populistas (ya podemos imaginar que dirán mañana sobre los incidentes de hoy). Discípulos del mismísimo Carl Schmitt (a quien dio asilo político, por cierto, el régimen del que nació el actual), los tertulianos del TDT-Party saben muy bien qué están haciendo. Queda por ver, con todo, si las redes activistas saben estar a la altura y vuelven a tropezar en tan viejas zancadillas.
En respuesta a la lógica de la escalada de tensión (la que inevitablemente se producirá a medida que la ola prosiga su curso) es preciso responder con un doble análisis: por una parte, reconociéndonos en la dificultad de la situación presente, en la dura realidad de la derrota histórica de los últimos treinta años, en la ineficacia de los repertorios de lucha; por otra, aplicándonos con denuedo a la experimentación repertorial, a la búsqueda de nuevos discursos, a la incorporación de la evaluación de resultados (vale decir del principio de realidad) a nuestras prácticas políticas (que a día de hoy, por lo general, gustamos de medir sólo por la masividad de la participación en la acción colectiva).
Reconocer (de una vez) el calado de la derrota
Desde principios de los años ochenta vamos de éxito movilizador en éxito movilizador hasta la derrota total. Hora va siendo de cambiar esto ...o de atenerse a las consecuencias.
Hace algún tiempo, con motivo del debate sobre el velo en Francia, Emmanuel Terray explicaba en la New Left Review, como una forma de histeria se había adueñado de la política gala. El argumento, rápidamente resumido, venía a decir que, ante la impotencia que suponía reconocerse en el fracaso colectivo como república, el país vecino prefería buscarse un enemigo manejable contra el que volcar frustración en la convicción de que si podía, ni que fuera con un enemigo pequeño (las jóvenes con velo), sus males tendrían remedio.
Algo semejante le pasa a la izquierda. Desde hace tres décadas busca mil y una excusas para no reconocer un hecho tan sencillo como abrumador: el repertorio histórico sobre el que progresó en las décadas de postguerra ya no está operativo. Los Pactos de la Moncloa marcaron el punto de inflexión a partir del cual, en la misma medida en que el trabajo era incorporado a la Constitución, comenzaba a ser subsumido bajo un mando readaptado a las exigencias defensivas del capitalismo.
En este sentido, no necesitamos (aunque nos vendría de perlas) el extraordinario trabajo intelectual del postoperaismo italiano para reconocer que la estrategia neoliberal se ha impuesto de manera demoledora, con un éxito sin paliativos, y que, precisamente, este éxito es debido a la manera en que fue subsumido el trabajo bajo el mando neoliberal gracias a los dispositivos de la acción social concertada y la representación sindical. La reconversión naval, la liquidación de la industria bajo control público (INI, Grupo Teneo, etc.), la burbuja inmobiliaria y un larguísimo etc. de realidades económicas (y por ello de hechos políticos) no pueden seguir siendo obviadas bajo las coberturas falaces de un discurso exclusivamente resistencialista. El neoliberalismo ha conseguido implementar su proyecto con la connivencia del funcionariado progresista (basta con ver lo que sucede en los rectorados de las universidades), del sindicalismo ha participado de las puertas giratorias a nivel de élites (recuérdese el caso de Fidalgo), de no pocas ONGs y gran parte de una izquierda, que por timorata e insegura, se ha dejado acomodar en las ventajas intergeneracionales sin importarle lo más mínimo el futuro de retroceso, pusilanimidad y claudicación que legarán a sus descendencias.
Por todo ello, confiar todavía en la "regeneración" de la izquierda, en su "refundación" o en como quiera que la queramos llamar, no es más que seguir mareando la perdiz. Basta con ver estos días lo que está sucediendo en IU, en el BNG y en tantos otros antiguos instrumentos nacidos en los ochenta. Confiar el futuro de la política de movimiento, del cambio social a quienes todavía pueblan estos lugares impolíticos es poco menos que un suicidio. Es hora de una respuesta a la altura de la ruptura que son incapaces de diagnosticar. Siempre será una buena noticia que convoquen jornadas de movilización, huelgas generales y cualquier otro recurso de su repertorio (¡faltaría más!). No será, en cualquier caso, sobre sus usos políticos sobre lo que se consigan enunciar las alternativas que, por demás, ya están ahí en lo programático (decrecimiento, renta básica, comunes, etc.).
La lección del 15M
Aunque el izquierdismo amnésico vive un momento de falsa esperanza pensando en la posibilidad de la convocatoria de huelga general (esa fantasía cuasi erótica del revolucionario profesional); incluso aunque los sectores del izquierdismo crítico se apunten (más por oportunismo que por un imprescindible cambio de matriz) a intentar construir puentes entre el 15M y la huelga general bajo la obsoleta prédica de la unidad de la izquierda, la acumulación de fuerzas y demás; el hecho incontrovertible es que el 15M es, de facto, sólo la más visible, reciente e intensa de las rupturas que, en lo cotidiano (en lo molecular) se lleva operando en el antagonismo social. La persistencia en la reconciliación de la "izquierda" y el 15M bajo una propuesta ideológica sólo es eso: ideología, falsa consciencia.
Por eso, en estos momentos es absolutamente fundamental, sin incurrir en el enfrentamiento, ni en el desplazamiento de la izquierda al campo antagonista, conseguir desplegar una estrategia autónoma que sitúe los agenciamientos del 15M en el inequívoco terreno de la autonomía. Esto, que con estas líneas intentamos (si acaso con poca fortuna) expresar lo mejor que podemos, ya es, no obstante, una práctica no verbalizada del movimiento, un actuar cotidiano que prolifera de manera subterránea, en las disonancias cognitivas que toda una generación experimenta ante la política de la izquierda. O por decirlo en el lenguaje de l15M: siguen sin representarnos. Ni nos representarán ya jamás.
Con todo, en la jornada de hoy, el estudiantado (aunque también el personal universitario docente e investigador y administrativo en precario) está demostrando, como el 17N, saber diferenciarse claramente de los repertorios obsoletos, de los discursos ideológicos, de las organizaciones jerárquicas y centralizadas... A fuerza de carecer de futuro, nos están obligando a inventarnos uno. Para ello ya no son precisas las herramientas de antaño, sino innovación táctica y la visión estratégica a que nos aboca pensar desde la autonomía.