Artículo publicado por Diagonal, 8 de octubre de 2010. Número 134
El escenario de los últimos meses evoca el célebre título de Henry James. Tras haber parecido que el Gobierno estaba por hacernos pasar la crisis de manera agridulce –hablando de cambio de modelo productivo, anunciando leyes sociales sobre género, laicidad o eutanasia, etc.–, asistimos a un amargo giro neoliberal digno del felipismo.
Zapatero ha pasado de ser el Dr. Jekill socialdemócrata que prometía blindar los derechos sociales a ser el Mr. Hyde neoliberal que rinde pleitesía a los señores de las finanzas en Wall Street y apoya los progromos posmodernos de Sarkozy. Tras este giro, en parte impuesto por una Europa conservadora, en parte solicitado por los medios, autoridades económicas y no pocos dirigentes del PSOE, tiene uno la impresión de que se oculta la desbandada socialista ante su incapacidad manifiesta para hacer frente a la doble crisis socioeconómica e institucional en que nos encontramos.
Y es que el régimen parece que zozobra por cualquiera de sus dos grandes líneas de fractura, a saber: clase y nación. En la divisoria nacional, la incapacidad para responder al cambio de la estrategia abertzale deja al descubierto hasta qué punto el españolismo aún necesita a ETA como un exterior constitutivo, ese otro culpable que confiere razón de ser. A pesar del ridículo internacional, el estamento político español –Izquierda Unida incluida, aunque con matices– parece aferrarse a un nostálgico e inoperante “contra ETA vivíamos mejor”.
Al mismo tiempo, la sentencia involutiva sobre el Estatut ha desvelado el retraso de la judicatura respecto al gobierno multinivel instaurado a escala estatal y europea en las tres últimas décadas. A juzgar por la sentencia y los votos particulares de algunos magistrados parece como si el “enemigo interior” y el “España roja, antes que rota” siguiesen plenamente en vigor.
En la divisoria económica y social, la proclama del cambio de modelo productivo y los años de incremento en el I+D han pasado a la historia. Cuando parecía que las viejas soluciones neoliberales habían quedado aparcadas al haber sido identificadas como causantes de la crisis, resulta que han vuelto a aparecer los monstruos del ‘pasado’ voceando sus viejos mantras. Así, el FMI ha vuelto al ruedo proponiendo una surrealista flexibilización de los contratos fijos como solución para crear empleo. El Gobierno ya no se opone a las solicitudes del gobernador del Banco de España o de los mercados financieros.
Ahora abandera las reformas neoliberales aun cuando se ponga en contradicción con sus palabras de antaño. No obstante, sería aventurado leer la crisis como una situación proclive a una helenización de la política. Antes bien, a juzgar por cómo está la izquierda, más parece que todo apunte hacia una implosión o colapso que marque el fin de Zapatero. Ante esto, el régimen prepara ya coaliciones con –o mayorías de– los conservadores de CiU, PNV y PP, según se trate. A la izquierda la situación debería ser leída con más inteligencia que la paralizante dualidad entre el pragmatismo subalterno de los socios de Gobierno del PSOE en los distintos Gobiernos y el anticapitalismo ideológico anclado en una composición social obsoleta. Esta huelga llega tarde y al servicio de una hegemonía interna en el trabajo –asalariado, fijo, masculino, con papeles...– que no ha sabido frenar el neoliberalismo. O cambiamos algo o ya podemos prepararnos para otra vuelta de tuerca.