Publicado por Diagonal, 18 de octubre de 2010. Número 135
La huelga del 29-S llegó tarde para hacer frente al giro neoliberal de ZP. Desde el anuncio de las medidas hasta la convocatoria, CC OO y UGT ofrecieron al Ejecutivo un valioso margen de acción que, sin embargo, no condujo a una apertura de negociaciones o modificación alguna de los reajustes. Al contrario, a pesar del éxito de la huelga, Zapatero ha confirmado su obediencia al mando de los mercados y las instituciones supraestatales que cercenan hoy nuestra soberanía.
Por más que el Ejecutivo insista en su talante y predisposición a seguir negociando recortes futuros, el PSOE se ha reafirmado en su línea, pactando, con la derecha nacionalista vasca, unos presupuestos antisociales, y con la española, recortar las pensiones. Mientras, con las elecciones catalanas de fondo, Zapatero parece dispuesto a fortalecer su giro facilitando, por activa o por pasiva, una alternancia en Catalunya que amplíe su margen de acción a la derecha y ponga fin a su ya escasa dependencia de la izquierda parlamentaria.
Convocada cuando las medidas legislativas ya habían sido aprobadas, la huelga general de CC OO y UGT en momento alguno buscó una ruptura del consenso que confiere el liderazgo político al Ejecutivo. Al contrario, la huelga sólo se planteó como un "toque de atención", un ejercicio de movilización crítico, pero moderado y consentidor, en la suposición de que después se obligaría al Ejecutivo a entrar en razón.
El escenario posterior a la huelga, marcado por el endurecimiento de la política de pensiones en el marco del Pacto de Toledo es la mejor prueba del error de cálculo de las grandes centrales sindicales. Caso omiso a la movilización, búsqueda de consenso con el PP.
Asimismo, la estrategia sindical tampoco quiso redefinir el marco institucional de la negociación de intereses; algo que, por otra parte, difícilmente se habría podido cuestionar desde el momento en que el Gobierno ha apostado por el unilateralismo y no ha querido servirse de la acción social concertada para elaborar su política (rompiendo así cualquier consenso).
Por si fuera poco, desde la extrema derecha política y mediática, se ha aprovechado la huelga para comenzar una campaña que socave los cimientos sobre los que se articula hoy la representación del trabajo (ataques a la figura del delegado sindical). Mientras que la derecha extrema atacaba las bases de la representación sindical, CC OO y UGT han sido incapaces de poner sobre la mesa cuestiones procedimentales tan básicas como la formalización de un marco institucional para la huelga (ley de huelga, servicios mínimos y demás).
Hegemonía del trabajador Aun así, CC OO y UGT han optado por ser más papistas que el Papa y agarrarse con uñas y dientes a la estrategia meramente resistencialista que mantienen desde hace décadas. Más inclinados a gestionar la lenta decadencia del trabajo fordista, proyectada intergeneracionalmente por el mando capitalista desde hace tres décadas, parecen haber renunciado a movilizar en positivo, en la búsqueda de alternativas y en el ánimo por empoderar a los más débiles.
La cartografía movilizadora de CC OO y UGT pone de manifiesto hasta qué punto favorecen una figura social hegemónica dentro del trabajo (el trabajador varón, adulto, con papeles, fijo, industrial, etc.) mientras sostienen su estrategia de representación en participar de la externalización de los costes de la crisis sobre las más directamente afectadas (jóvenes, mujeres, sin papeles, eventuales, de servicios, etc.).
Resulta difícil negar que la precisa asimetría que se observa hoy entre la composición social del trabajo y el grado de movilización no resulte perversamente funcional a la modalidad en vigor de representación sindical y ésta, a su vez, a la política del Gobierno. Mientras las cosas no cambien, “su” huelga (la de CC OO y UGT) no será las “otras” huelgas; las de quienes no pueden hacer huelgas por estar sometidos al mando postfordista, un mando mucho más sutil, no institucionalizado y desdemocratizador.