dimecres, de desembre 30, 2009

[ es ] ¿Refundar lo irrefundable? Razones para el escepticismo

Versión "2.0 extended" del artículo publicado en Diagonal, nº 116, págs. 33-34 (el artículo es tan sólo el apartado final)



El movimiento y la izquierda: otra relación es posible

A mediados de los ochenta, una nueva ola de movilizaciones brindó a mi generación la oportunidad de recuperar la iniciativa política en las calles tras el “desencanto” postfranquista. Fueron los años de la campaña contra la OTAN, el movimiento estudiantil del curso 1986/1987, la huelga del 14-D, las movilizaciones contra la Guerra del Golfo, la campaña contra el V-Centenario, etc. La ola se extendió de mediados de los ochenta a la primera mitad de los noventa y a pesar de no ser comparable a la ola precedente de los años de la transición, sirvió para que toda una generación se formase políticamente y consiguiese experimentar nuevas formas de hacer política. Seguramente el movimiento antimilitarista represente mejor que ningún otro lo positivo de aquellos años. La desobediencia civil demostró que se podía articular una movilización capaz de incidir no ya sólo sobre las políticas públicas, sino sobre la propia estructura del Estado en uno de sus pilares fundamentales (la abolición del servicio militar obligatorio). A pesar de la moderación rampante que había seguido a la abrumadora victoria electoral del PSOE en 1982, hacer política desde la radicalización de la democracia era posible.

Al mismo tiempo, en el contexto de aquella ola de los ochenta, se formuló una buena idea que nunca alcanzó a desarrollarse plenamente: el “movimiento político y social”. IU eran sus siglas y no pocxs creímos en aquel proyecto con la rebeldía ingenua de la adolescencia y la convicción inquebrantable de que este mundo no es el único posible. Impulsada por la ola de movilizaciones, IU creció organizativa y electoralmente. Pero la ola no duró lo suficiente y en su fase descendente el proyecto inicial fue progresivamente abandonado.

La crisis de IU se expresó básicamente de tres maneras. (1) El oportunismo del PDNI, Esquerda de Galicia (apropiación oportunista y españolista del Esquerda de Galiza original) y muchos otros que decidieron recolocarse a la sombra el PSOE y los grandes sindicatos, donde se está, sin duda, mucho más calentito que en las calles, los centros sociales okupados y otros espacios del movimiento sin calefacción. (2) El consevadurismo identitario y autorreferencial del PCE, que se negó a afrontar su fin histórico junto al mundo soviético y prefirió iniciar la larga etapa de autoafirmación contra las demás familias de la izquierda de la que todavía no parece haber salido. Y last but not least (3), la salida en cualquiera de sus dos sentidos —de vuelta a casa o hacia la política de movimiento— de un montón de activistas que transitaron por IU en sus años buenos (y entre los que se cuenta quien esto escribe).

Para cuando llegó la siguiente ola de movilizaciones, IU ya no era un instrumento político, sino esa bizarra jaula de grillos que siempre ha conocido la generación altermundialista. La ola iniciada entre Chiapas y Seattle cogió a IU completamente fuera de juego, incapaz de dialogar con una eclosión sin precedentes de otras formas de hacer política y altos niveles de movilización social. Durante el periodo de movilización subsiguiente no habrá mejor evidencia, más real y más cruel para IU, que sus propios resultados electorales (la única herramienta con la que IU se ha querido medir hacia el exterior desde a primera mitad de los noventa). En este contexto de creciente aislamiento del movimiento real, IU irá de refundación en refundación hasta la refundación final.

El interfaz representativo

La ola altermundialista que se desplegó desde finales de los noventa a mediados de los dos mil ha sido un proceso que ha dejado tras de sí una rica experiencia a la par que ha consolidado un importante entramado institucional del movimiento: desde los centros sociales hasta los medios de comunicación alternativos, pasando por una constelación de organizaciones (sindicatos, colectivos, etc.) de distinto tamaño, temática y práctica política. En este sentido, el balance por la izquierda de la última década sin duda es mucho más positivo para la política del movimiento que para la política de partido. A día de hoy el activismo es mucho más fuerte, dispone de mucha más experiencia acumulada y está mucho mejor organizado que a mediados de los años noventa. Por más que los pesimistas de la razón no dejen sus quejas plañideras sobre la ausencia de masas en las calles, los optimistas de la voluntad saben que la multitud no se guía por las estructuraciones hegemónicas del modo de mando leninista. La multitud no se convoca con una circular del Partido, se invoca con el gesto que nace de la siempre difícil conjunción de fortuna y virtu.

No obstante, tampoco hay tanto como para ser triunfalistas. La política del movimiento apenas está dando sus primeros pasos y a pesar de su enorme potencia, la última década arroja interrogantes preocupantes sobre la capacidad de las redes de activistas para conseguir influir sobre los procesos legislativos y la estructura del propio poder soberano del que se escinden y al que se oponen. Mal vamos si la utilidad de las movilizaciones se ha de limitar a echar al PP del poder (o a impedir que vuelva) para que ocupe su lugar el PSOE. Los movimientos necesitan urgentemente un interfaz propio en el gobierno representativo o por el contrario serán víctimas de su propia incapacidad para hacer frente a la deriva neoliberal.

Llegado este punto cabe cuestionarse si el interfaz representativo puede ser construido interactivamente con las organizaciones de partido existentes o si, por el contrario, ha de surgir de las propias redes activistas. A favor de la primera idea encontramos la genealogía común que comparten las organizaciones de partido de izquierda con las redes activistas en la política del movimiento. Aunque por la modalidad de institucionalización seguida hoy pueda costar identificar que en otro momento fueron organizaciones de movimiento, los partidos políticos de la izquierda se originaron en las diferentes expresiones de la política del movimiento (del movimiento obrero surgieron los partidos socialistas y comunistas, de los nacionalismos sin Estado los partidos nacionalistas, etc.).

Históricamente fue el éxito del movimiento el que obligó al poder soberano a readaptar la forma-Estado para acomodar a las elites nacidas de las organizaciones del movimiento. Por medio de la conocida tesis sobre la “ley de hierro de la oligarquía”, Robert Michels mostró ya a principios del siglo pasado las posibilidades de acomodación de las elites obreras. Desde entonces, este mismo patrón de acomodación se ha venido observando en diferentes países de maneras diversas. Las más recientes integraciones de aquellos partidos que se decían “anti-partido” serían el último capítulo de una misma historia (el caso más notorio vendría a ser el de Die Grünen en Alemania).

La crítica a esta primera modalidad de producción del interfaz representativo podría venir de la dependencia que estas organizaciones han originado respecto a sus propias trayectorias (lo que los politólogos denominan path dependency). Al fin y al cabo, vistas las experiencias que desde el movimiento se han hecho con estas organizaciones (a menudo marcadas por fuertes niveles de conflicto resultantes del recurso al poder soberano con una finalidad disciplinaria), no resulta extraño que las redes activistas (especialmente aquellas que han conocido la política de partido de primera mano) guarden una distancia prudencial respecto a los propios partidos políticos.

En este sentido, quien desease reorientar su organización de partido hacia la función de interfaz representativo del movimiento habría de realizar una inversión nada desdeñable de esfuerzo en construir las relaciones de confianza necesarias. Y cuando decimos confianza no nos referimos a tejer redes de complicidad personal, sino a la seguridad que nace de las garantías de una procedimentalidad adecuada, transparente, debidamente institucionalizada. Desafortunadamente, en nuestro entorno inmediato no se observan indicadores significativos en este sentido.

La segunda modalidad con la que producir un interfaz representativo sigue la dirección opuesta a la anterior y parte de abajo, pero no para ir hacia arriba, sino para difundirse horizontalmente de acuerdo con el principio federal. Aunque de manera incipiente y a todas luces insuficiente, el zapatismo ha avanzado algunas ideas estratégicas importantes por medio de sus apotegmas “abajo a la izquierda”, “caminar preguntando” y otros, su ejemplo práctico resulta todavía insuficiente en los contextos de las sociedades postfordistas. En la lógica categorial del eje vertical la legitimidad indudable que se gana de partir desde abajo y en ruptura desobediente con el poder soberano se expone a un pronto agotamiento si se insiste en repetir las fórmulas del pasado (desde el partido obrero de masas a la organización ideológica de vanguardia).

Desafortunadamente, esto es algo que no parecen tener muy claro todavía los activistas de las organizaciones que aspiran a construir el interfaz representativo desde la política del movimiento. La matriz leninista de organizaciones tan variadas como la neotrotskista Izquierda Anticapitalista o los partidos independentistas que habitan algunos proyectos innovadores como las CUP constituye a día de hoy el principal impedimento para la producción del interfaz representativo. El cambio gramatical de nuestros días pasa por hacer definitivo el Good bye Lenin! y no por la explotación de la legitimidad que nace en la desobediencia con fines partidistas. La razón para ello es, si se quiere, paradójicamente leninista: el modelo consistente en transponer la organización fabril al partido de masas que tan bien funcionó durante el fordismo ya no está operativo en el mundo de hoy.

¿Refundar lo irrefundable?

Tras años de broncas, expulsiones y sectarismo, parece que IU se anima a salir por fin de su universo cainita y se dirige de nuevo a la sociedad. La propuesta sería enormemente esperanzadora de no tratarse de la enésima mutación de un mismo conjunto de problemas sin resolver. Y es que a juzgar por documentos e intervenciones, IU se encuentra lejos de configurarse como el interfaz representativo del movimiento que necesitamos. Antes bien, su “refundación” apunta más bien al agotamiento de un modelo abortado (el “movimiento político y social”) y a la necesidad oxigenar una organización exhausta por su propia ineficacia. He aquí algunas razones para el escepticismo:

1. Un discurso ajeno a los cambios del mundo de hoy. A pesar de que en la última década se ha formulado un complejo y rico programa, IU no parece acusar recibo y se sigue moviendo en los márgenes conceptuales e identitarios de la llamada “izquierda transformadora”: la defensa (y no el rechazo) del trabajo, el feminismo de género (y no de su superación), la economía del crecimiento (in)sostenible y el industrialismo productivista, la relación con las tecnologías del (impresentable) canon digital, un republicanismo historicista y desconocedor de su propia teoría, el federalismo simétrico (EUiA frente a ICV), así como un largo etcétera que demuestra que IU sigue anclada en la programática obsoleta de siglo pasado.

2. Un modelo organizativo centralista basado en la hegemonía, la unidad y las grandes estructuras profesionalizadas del gobierno representativo. Contrariamente a lo que piensa IU (y muchos otros), la fragmentación ideológica y organizativa no es un problema, sino una riqueza, el síntoma del decrecimiento político. Sin embargo, IU persiste en operar dentro de un marco monista (el mito de la “unidad de la izquierda”) aspirando (en vano) a encuadrar el pluralismo del movimiento en una organización centralizada.

Como si todavía estuviese en vigor la fábrica fordista, IU sigue enfrascada en la idea de que es posible recomponer un centro de coordinación y decisión bajo su liderazgo (el del PCE). Lejos de haber entendido que la lógica de la representación opera desde la ley electoral (que IU no podrá cambiar) y que, por ello mismo, la unidad sólo se ha de formular en los términos tácticos de obtener los mejores resultados, IU se empecina en articularse como un proyecto homogéneo y homogeneizador sobre un territorio que no lo es.

La propuesta de IU sigue guiada por la reductio ad unum, por la erradicación de la diversidad mediante la producción del consenso hegemónico. Como se apunta en su documento sobre la “convergencia” (noción que es todo un síntoma en sí misma) el pluralismo es sólo una fase temporal previa a la asimilación de la diversidad exterior. Incluso aunque haya gente participando ingenuamente en el proceso, su único objetivo es ampliar la hegemonía del PCE a un nuevo círculo concéntrico. Significativamente, no se plantea la disolución del hegemón de la izquierda española (el PCE) a fin de crear un interfaz donde cada activista sea libre e igual.

3. La participación entendida como plebiscito, no como procedimentalidad democrática. En las ocho páginas del documento Guía para la refundación de la izquierda no se dice nada sobre los procedimientos que han de guiar los espacios de interacción con el exterior. Un solo ejemplo: se hartan de hablar de acabar con la discriminación de la mujer, pero no concretan ni la paridad más elemental. Tampoco se brinda una sola indicación sobre los mecanismos de rendimiento de cuentas y responsabilidades. En buena lógica, participar en este proceso, incluso aunque se coincida con los contenidos ideológicos, es como firmar un cheque en blanco a una organización que ha demostrado —por activa y por pasiva— una incapacidad notable para interactuar con el movimiento fuera de relaciones de dominio (la hegemonía gramsciana mal entendida).

4. El burocratismo sigue marcando por completo el funcionamiento de IU. Contrariamente a la apertura del proceso constituyente, de algo nuevo que exigen las circunstancias actuales, IU opta por un control administrativo del proceso (página 4 de su guía). En rigor, la “refundación” de IU propone los foros como espacios para detectar la realidad externa que se les ha escapado en los últimos lustros sin la menor intención de aplicarse las responsabilidades políticas derivadas de su intervención en todo este tiempo. Se trata de proyectar la organización hacia el exterior como una estrategia de diagnóstico, agenciamiento y captura de la sociedad que se mueve. Incapaz de afrontarse críticamente, IU ofrece tan sólo la mano tendida de la palabra huera, el procedimiento administrativo centralizado y la pluralidad inexistente de su interior.

5. Nacionalismo español. Acorde con la lógica de la reductio ad unum, se sigue reconociendo “España” como referente nacional de la totalidad de la ciudadanía, sin alternativa para las subjetividades que reniegan de la identidad nacional(ista) española. Esto, que de por sí ya es problemático para la ciudadanía en su conjunto, lo es tanto más para sus bases potenciales (el rechazo a eso que se llama “España” aumenta exponencialmente hacia la izquierda). En lugar de reconocer que el espacio a representar es hoy una realidad segmentada, compleja y asimétrica (para la que un modelo confederal seguramente es la única y última oportunidad de articular su territorialidad), IU persiste en salvar “España” de su fracaso histórico como Estado nacional.

6. IU sigue sin reconocer los efectos del neoliberalismo sobre la composición social del activismo (no sólo de clase, sino de género, origen, cultura, etc.). Su proyecto sigue (re)fundándose en la centralidad de la figura del trabajo asalariado estable, masculino, nacional, etc. En lugar de replantearse las estructuras de dominación que dice aspirar a combatir se decanta más bien por reproducirlas en su propia realidad organizativa. Sus planteamientos no rompen de manera explícita con las políticas conniventes de los grandes sindicatos, ni cuestionan los roles de género, el españolismo rampante, etc. Paradójicamente, aspiran a abrirse a un exterior donde esta crítica ya se ha realizado (muchas veces desde IU, contra IU y hacia fuera de IU). Tal es el acervo del movimiento.

Así las cosas, no parece que la refundación vaya a darnos muchas alegrías. Menos aún a servir para construir el interfaz representativo que urge a la política del movimiento. Mientras no se tomen en serio cuestiones como la disolución de los partidos dentro de IU, la procedimentalidad democrática, la aceptación de la disidencia, el principio federal, la autonomía social y demás factores intrínsecos a la producción del interfaz representativo, poco más cabe esperar que una pobre ampliación del círculo de la IU del PCE.

dimecres, de novembre 25, 2009

[ cat ] Xerrada-debat sobre la situació actual en Honduras



Demà dijous 26 a les 13h30 (aula 40.012, Campus Ciutadella de la Universitat Pompeu Fabra)

Xerrada-debat sobre la situació actual en Honduras

Intervenen:

Carlos Arturo Velandia, de l'Escola de Cultura de Pau de la UAB
Raimundo Viejo Viñas, professor de la facultad de Ciències Polítiques de la UPF

Organitza:
Estudiants per Amèrica Llatina

dilluns, de novembre 16, 2009

[ es ] Del medio al mando (…y ordeno)

Publicado por Diagonal, nº 113, págs. 26-27



Dicen que hubo un tiempo en el que las cosas del gobierno representativo estaban mucho más claras. Por aquel entonces, el Parlamento era el lugar donde residía la soberanía, los partidos se encargaban de articular la voluntad general por medio de elecciones (sin ilegalizaciones) y la ciudadanía votaba gracias a que se había formado una opinión a través de los medios. Éstos, por su parte, daban cuenta, lo más objetivamente que podían, de cuanto sucedía en el debate parlamentario, respetando la iniciativa del gobierno y la tarea crítica de la oposición. Y aunque el régimen no era ninguna maravilla, al menos operaba bastante de acuerdo con sus propios principios normativos.

Los nostálgicos de aquel tiempo suelen recordar lo venerables que eran las instituciones, la oratoria de los diputados o las anécdotas parlamentarias de Luis Carandell. Dos canales de televisión públicos, aunque subordinados al poder político, la radio “nacional” (nacional española, claro) y una cantidad asequible de publicaciones periódicas serias configuraban un ágora moderna en la que los opinadores eran valorados por el rigor de sus argumentos. El abanico del pluralismo era tan razonable, que incluso algunos rojos como Vázquez Montalbán o Haro Tecglen podían escribir en los grandes rotativos y ser tenidos en cuenta. El adjetivo “amarillo” se dedicaba a publicaciones como El Caso o Interviú, descalificables y descalificadas ante el público.

Ciertamente, los flujos de información sólo discurrían de arriba abajo, jerárquica y escalonadamente, hasta llegar a un pueblo que poco más podía hacer, finalmente, que limitarse a ejercer su derecho a elegir gobierno una vez cada cuatro años. Pero pocos podrían dudar hoy que aquel régimen estaba razonablemente bien institucionalizado. Era lo que era, pero la ciudadanía podía confiar en cierta congruencia institucional e incluso, desde ahí, movilizarse por una radicalización de la democracia.

Llegaron entonces la reconversión industrial, las privatizaciones de los servicios, la masificación universitaria y toda una serie de procesos inscritos en el programa neoliberal. Gracias a las nuevas tecnologías, la producción se desterritorializó, el trabajo se fue haciendo inmaterial y la sociedad que se decía postindustrial dio paso a decirse sociedad de la información. Los canales de televisión dejaron de ser dos y sólo públicos para privatizarse y multiplicarse en número (que no en pluralismo). Por si fuera poco, a este estallido mediático, vino a sumarse ese ingenio llamado internet; una suerte de tierra de nadie de la información. Y en este big bang comunicativo comenzaron a formarse agregados mediáticos cada vez más grandes, jerarquizados y poderosos a los que llamaron grupos de comunicación.

Desde entonces, los gobiernos y los partidos políticos que aprobaron los marcos legales y elaboraron las políticas que hicieron posible este cambio de facto del régimen se han visto cada vez más deslegitimados en su papel de emisores del discurso público. El Parlamento ha ido perdiendo su centralidad de antaño hasta quedar relegado al papel de un circo donde los argumentos son abucheados o ensalzados con independencia de toda validez argumental. Esta subalternización ha llegado hasta tal punto, que incluso el imaginario parlamentario ha abandonado la sala de plenarios para irse a los pasillos y salas adyacentes donde tiene lugar “la actualidad” (vale decir, la urgencia, la novedad, el escándalo y demás herramientas de la inmediatez y la descontextualización argumental). Y esto cuando no se quedan en los aledaños del Parlamento a manos de reporteros de programas satíricos, comentarios frívolos sobre las apariencias, gustos o modas de sus señorías y otros aspectos no menos morbosos de la sociedad del espectáculo.

El modo de mando del capitalismo cognitivo ha llegado así a su plena madurez. El epicentro de la política se ha desplazado de las instituciones de la soberanía popular a grupos de interés ajenos a los controles institucionales. El escándalo político sirve para instanciar las decisiones sin control de intereses particulares. Gürtel, Millet o Pretoria se suman ahora, cual versiones 2.0, de Filesa, Banca Catalana, Gescartera y el resto de una larga serie de escándalos. Y es que el escándalo, hoy, es mucho más que una ilegalidad, una sorpresa o una indignación pública. Se trata de la pieza sobre la que pivota el mando, la manera en que se deconstituye, a golpes, el régimen político, la forma en que progresa la desdemocratización.

Los grupos de comunicación y no las asambleas o congresos de los partidos eligen ahora a los candidatos. Ellos los construyen y los destruyen; los defienden o los atacan —a ellos y a sus contrincantes— dejando a las militancias la tarea plebiscitaria de refrendar caídas y auges vertiginosos (qué mejor ejemplo que el último gran congreso del PP). Los políticos electos, cada vez más libres del control institucional, buscan las cámaras con desesperación (el control mediático), pero esquivan a toda costa ser víctimas del escándalo. Sus intervenciones en los mítines han pasado a incorporar el argumentus interruptus a fin de satisfacer el único minuto que realmente cuenta: aquel que comienza cuando se enciende la luz roja y se conecta con los informativos. Y el pueblo, entre tanto, disuelto, desafecto, desinformado, zapeando y absteniéndose cada vez más. Una metamorfosis que todavía no sabemos si acabará transformándole en una plebe postmoderna con sus tribunos a lo Belén Esteban o en una multitud rebelde.

dimecres, de novembre 11, 2009

[ cat ] Les dimensions de la polis

Article publicat pel setmanari Directa, 11 de novembre de 2009, nº 160, p. 4

Tal com està el pati, la presentació de la CUP Barcelona segurament és una bona notícia. L’establishment que ens governa des de fa dècades no només no ha sabut posar fre als mals de la ciutat sinó que, de vegades, els ha afavorit. Confortablement asseguts sobre l’amenaça que puguin arribar al poder les dretes Gürtel i Millet, les esquerres no s’han vist en l’obligació de fer gran cosa (i, com a prova, la invisible presència de l’ERC local). No és d’estranyar que els escassos regidors crítics (algú n’hi ha) transmetin sempre la sensació d’estar una mica desllorigats. Si una CUP Barcelona és capaç de fer les coses d’una altra manera, queda per veure. Però que en qualsevol cas és alguna cosa que mereix el benefici del dubte.

Presentació CUP de Barcelona from Cup de Barcelona on Vimeo.


No obstant això, per a qui ens preocupa la possibilitat de desenvolupar models de democràcia alternatius (directes, deliberatius, participatius...) la presentació de la CUP de dimensions metropolitanes també és una notícia inquietant en termes federals i democràtics.

En termes federals, per l’evident asimetria que pot introduir a un procés que fins ara ha estat operatiu en contextos, no per casualitat, de dimensions molt més reduïdes. I si fins ara les CUP introduïen un estímul per a pensar el decreixement (polític), no sembla molt clar de quina manera (per mitjà de quins mecanismes institucionals) s’evitarà el risc de deriva centralista. A més a més, cap a fora de les CUP això es transforma en un problema de cooperació federativa amb les forces diverses d’un municipalisme crític present a l’espai metropolità i que únicament podria trobar acomodació sota alguna forma més o menys dura d’hegemonia del programa ideològic de l’independentisme vintisecular.

En termes democràtics, però, és on la nova CUP planteja interrogants més seriosos. Malgrat que l’organització és més o menys conscient de la necessitat de fer el treball des de baix, encara no ens ha explicat per mitjà de quins mecanismes procedimentals pensa organitzar el contrapoder veïnal que Barcelona necessita. Coneixent la cultura política activista, el que es pot intuir és que els processos assemblearis s’arrisquen a convertir-se en un joc de capelletes sectàries
obsessionades amb construir hegemonies impossibles. Transparència, mandats, rendiment de comptes i responsabilitats (accountability), rotació, paritat, etc., la llista d’interrogants és massa llarga com per a no preocupar-se. Potser no anaven tan desencaminats els sofistes grecs quan discutien les dimensions en les quals era practicable la democràcia.

dimarts, de novembre 03, 2009

[ cat ] 20 anys de la caiguda del mur.



20 anys de la caiguda del mur.
Per què va passar i quines conseqüències ha tingut?

Dia: 11.11.2009
Lloc Debat matí: Auditori gran.
Lloc Cinefòrum tarda: 40.008

Fa vint anys que va passar el que molts alemanys (i no només alemanys!) consideren un miracle. El mur es va obrir i va donar pas a la unificació de les dues Alemanyes. En primer lloc, volem analitzar les causes del “miracle”: va ser una revolució o una implosió del sistema? En segon lloc, ens preguntem per les conseqüències: perdura el mur en els caps? Quins canvis en la cultura política es van produir?

Programa:

10.15-10.30 Obertura , a càrrec del degans de la Facultats de Ciències Polítiques i Socials, Jordi Guiu, i de la degana de la Facultat d’Humanitats, Mireia Trenchs

10h30-13h15 Presentacions i debats, modera: Raimundo Viejo, Professor associat del Departament de Ciències Polítiques i Socials.

10h30 La caiguda del mur, un miracle?, a càrrec de Marició Janué i Miret, Professora agregada d’història contemporània i secretaria acadèmica de l’IUHJVV.

11h15 Alemanys de l’est i alemanys de l’oest. Les conseqüències polítiques de la caiguda del mur, a càrrec de Klaus-Jürgen Nagel, Professor agregat del Departament de Ciències Polítiques i Socials.

12h00 El mur dins del cap. Les conseqüències culturals de la divisió
Michael Pfeiffer, Professor titular del Departament d’Humanitats i president de l’Associació de Germanistes de Catalunya.

12h45 Debat general

13.15-13.30 Cloenda, a càrrec del director de l’Institut Universitari d’Història Jaume Vicens i Vives, Joaquim Albareda, i de la directora del Goethe Institut Barcelona, Marion Haase.

15.30 Cinefòrum
“El silencio tras el disparo” (Die Stille nach dem Schuss), Dir. Volker Schlöndorff, aprox. 98’, seguït de debat. A continuació, es mostra i es debat el reportatge de TV 3 emès el dia 7.10.1990 “RDA: de Marx a marcs”.
Organitza i presenta: Assemblea d’Humanitats

Organitzadors:

Facultat de Ciències Polítiques i Socials
Facultat d’Humanitats
Institut Goethe de Barcelona
Institut Universitari d’Història Jaume Vicens i Vives
Assemblea d’Humanitats
Associació de Germanistes de Catalunya

diumenge, d’octubre 11, 2009

[ es ] ¿Movimientos sociales o multitud? Nota para una teoría de la agencia

[ versión 0.0 ]

El concepto multitud, rescatado recientemente de la historia de la Teoría Política por el post-operaismo de Negri, Virno y otros, guarda una sospechosa equivalencia discursiva con otro concepto anterior a él y que se puso en boga en los años ochenta, a saber: los movimientos sociales. Hágase la prueba: remplácese movimientos sociales por multitud y se comprobará sin dificultad hasta qué punto pueden llegar a operar como sinónimos. Con todo, esta equivalencia es analíticamente equívoca y teóricamente carece de validez. Y es que mientras que "multitud" es un concepto útil a la definición de un cuerpo político o demos, "movimientos sociales" es un concepto trampa en el que se traman, especialmente desde los enfoques neo- y post-marxistas, los sinsentidos de la ausencia de una teoría de la agencia. En lo que sigue intentaremos apuntar algunos argumentos para desvelar las dificultades que se siguen de este entramado. Vayamos por partes.

Los "nuevos" movimientos sociales y el tránsito al postfordismo

En el momento de la crisis final del paradigma organizativo leninista, correlato de la transición al postfordismo, los movimientos sociales se presentaron con fuerza, especialmente en la República Federal de Alemania, como innovadoras agencias del cambio social. Aunque buena parte de la intelectualidad neomarxista de los sesenta y setenta recibió esta irrupción con reticencia y desconfianza, pasada la sorpresa inicial de la irrupción de los movimientos sociales, éstos fueron rápidamente reconocidos como "nueva" agencia de cambio social, siempre a cambio, claro está, de una posición de subalternidad respecto al "verdadero" movimiento protagónico de la emancipación social: el movimiento obrero.

La novedad de los movimientos sociales, sin embargo, no era tan novedosa como se decía. Estudiantes, mujeres, minorías nacionales, etc. habían forjado movimientos sociales desde mucho antes (y no sólo desde los sesenta, como también se suele presentar). Por más que el punto de vista subjetivo de los intelectuales (masculino, nacional, provecto, etc.) "descubriese" en los ochenta y noventa el complejo entramado de singularidades constitutivas del cuerpo social más allá de su fetiche social (el obrero industrial del fordismo), resulta innegable que la centralidad de la subjetividad obrera no respondía a la realidad del conjunto de luchas sociales capaces de cuestionar el modo de mando. La paradoja obrerista, en este sentido, consiste en que sólo por medio de la derrota del leninismo (vale decir de toda estrategia basada en la reductio ad unum) se hizo posible la visibilización de una multiplicidad de subjetividades antagonistas. No es de sorprender, por ello mismo, que el concepto de multitud sólo alcanzase a ser recuperado una vez transcurrido el tiempo de reflexión teórica necesario a la evaluación heurística de los enfoques obreristas.

Del estructuralismo al postestructuralismo: el problema de la agencia

En su enunciado más extremo, el estructuralismo prescindía directamente de la posibilidad de una agencia. Así, una de las figuras más emblemáticas del estructuralismo, Louis Althusser, podía llegar a afirmar que nuestra condición no era otra que la de "meros portadores de estructuras". A finales de los años setenta, sin embargo, el estructuralismo entra en bancarrota. Como el propio Althusser reconocerá: "algo se ha roto"... y el estructuralismo formaba parte de ello. Los años siguientes serán los años de la contrarrevolución neoliberal en no menor medida que los del éxito de una teoría de la agencia fundada en el individualismo metodológico y la teoría de la elección racional. A día de hoy sigue siendo uno de los grandes pilares de la hegemonía ideológica neoliberal.

La respuesta a este desafío sólo llegará en los años noventa de la mano de los estudios culturales y las innovaciones teóricas de las singularidades excéntricas al movimiento obrero (queer, postcoloniales, etc.). De Althusser a Judith Butler, pasando por Foucault, Derrida y otros, el estructuralismo había iniciado su propia deconstrucción, por demás, todavía incompleta e insuficiente. Entre tanto, otros enfoques de inspiración estructuralista, pero ligados a las subjetividades clásicas del movimiento obrero, permanecieron indiferentes a la exigencia discursiva de enunciar una teoría de la agencia, considerando a la par que el partido político resuelve las exigencias teóricas de la agencia y la organización. El caso más notable, seguramente por ser aquel que con más rigor científico ha abordado las transformaciones de la economía política contemporánea, es el de la teoría del sistema-mundo.

El problema, empero, subsiste y a día de hoy, el postestructuralismo sigue evitando confrontarse de lleno con la teoría de la agencia, escudándose sintomáticamente en la noción de multitud a fin de no resolver los problemas teóricos intrínsecos a la procedimentalidad democrática de un demos múltiple (y de la pérdida subsiguiente de centralidad de las antiguas figuras de clase). A pesar de los esfuerzos apuntados en esta dirección por los trabajos de autores como Paolo Virno y Maurizio Lazzarato, el lastre permanece y es que el propio desarrollo de la teoría de la agencia probablemente contradice las posiciones de poder de aquellas subjetividades que se espera acometiesen la ardua tarea de su enunciado. Ello nos conduce a la urgencia de pensar la política del movimiento.

¿Movimiento o movimientos sociales?

En una reflexión sobre el movimiento, el filósofo Giorgio Agamben exponía el problema en los siguientes términos:

Mis reflexiones vienen de un malestar y siguen una serie de preguntas que me he hecho durante un encuentro con Toni, Casarini, etc., en Venecia, hace algún tiempo. Un término retornaba continuamente en este encuentro: movimiento. Ésta es una palabra con una larga historia en nuestra tradición, y parece ser la más recurrente en las intervenciones de Toni. También en su libro esta palabra emerge estratégicamente cada vez que la multitud requiere una definición, por ejemplo cuando el concepto de multitud necesita ser separado de la falsa alternativa entre soberanía y anarquía. Mi malestar proviene del hecho de que por primera vez me he dado cuenta de que esta palabra nunca fue definida por aquellos que la usaron. Yo mismo puedo no haberla definido. En el pasado usé como una regla implícita de mi práctica de pensamiento la formula "cuando el movimiento está ahí, pretende que no está, y cuando no está allí, pretende que está"

Tal y como se nos presenta, el movimiento más parece una entelequia de la mística castellana que no un concepto político. Para acabar de complicar el debate, el concepto de movimiento en singular se relaciona de manera equívoca con su plural, los movimientos sociales. Y es que no toda la política de los denominados "movimientos sociales" (nuevos o no) es política de movimiento. Desde un punto de vista analítico, la razón de ello consiste en que no todos los llamados movimientos sociales disponen de la autonomía propia de la fenomenología del movimiento. Desde un punto de vista teórico, la explicación se encuentra en las diferentes matrices ideológicas desde las que se enuncian los conceptos "movimiento" y "movimientos sociales". Mientras que el primero puede encontrar su genealogía particular en el post-operaismo, los segundos son fruto de distintos enfoques liberales.

En efecto, cuando uno analiza la obra de los post-operaistas comprueba sin dificultad que ambos conceptos operan en dos órdenes diferentes: el primero en el del antagonismo, el segundo en el de la fenomenología de éste. No pocas veces ello induce a errores importantes. Por su parte, los enfoques liberales suelen obviar la política de movimiento como tal, negando al movimiento el estatus político de una agencia completa (en el mejor de los casos forman un complemento necesario al buen funcionamiento del gobierno representativo y la democracia liberal), a la par que tienden a confundir movimientos sociales con los procesos de movilización política y redes sociales sobre las que se sostienen.

La política del movimiento, sin embargo, se ha de formular en una tensión irresoluble entre el poder soberano en su acepción clásica (la decisión instanciada por ese Uno que es el príncipe moderno) y un demos intrínsecamente plural (y pluralizante) como es la multitud. Este problema, justamente identificado por Negri, sigue pendiente no obstante de un desarrollo en la teoría de la agencia que difícilmente podrá tener lugar en los términos políticos (teóricos y prácticos) en que opera el post-operaismo actual. Algo de ello parece intuir John Holloway en su obra Como cambiar el mundo sin tomar el poder al abordar los límites del pensamiento foucaultiano en relación a la agencia. Sin embargo, parapetado de la dialéctica negativa, el zapatista irlandés nos deja finalmente in albis. Su coherencia marxista, en este sentido, le hace heredero de un viejo problema teórico marxiano, a saber: la necesidad de concretar institucionalmente el comunismo.

El problema de la organización de la política del movimiento.

Henos aquí al fin frente al problema de fondo: articular de manera congruente las teorías de la agencia y la organización partiendo de la política del movimiento. O lo que es lo mismo: producir una ciencia de lo político capaz de enunciar los fundamentos de la autonomía democrática más allá de los diagnósticos de la crítica de la economía política y la denuncia del carácter burgués de la democracia liberal. Los tiempos de la denuncia social se han terminado (como decía el apotegma del 77: "la rivoluzione è finita, abbiamo vinto". A nadie puede escapar hoy la evidencia de la explotación ni su relación con el desarrollo del sistema capitalista.

La cuestión, sin embargo, no estriba en la denuncia de los males (evidentes) del capitalismo. Al contrario, el problema realmente relevante radica en alcanzar a articular una alternativa institucionalmente viable o, si se prefiere, en la definición del régimen político de la emancipación (la forma política del régimen del comunismo que Marx no llegó a escribir y que, por ello mismo, Lenin podría declinar tan confortablemente en la dictadura del Partido).

Por desgracia, nos encontramos lejos de encontrar soluciones practicables (a ello nos referíamos en la anterior nota de este mismo blog). A día de hoy, la "industria intelectual de la denuncia" pesa en exceso dentro de los esquemas culturales del movimiento, impidiendo con ello la resolución del problema teórico que plantea la organización de la política del movimiento. La explicación de este lastre sin duda se encuentra en la propia sociología política de lo que otrora se denominaba "intelectual orgánico" (su posición en cierto modo relativamente privilegiada en las estructuras patriarcales, de clase, nacionales, etc.) y su posible superación en la emergencia del cognitariado como figura epistémica de la multitud postfordista.

A modo de cierre conclusivo

A la espera de poder desarrollar más en detalle estas reflexiones dejamos apuntadas las siguientes consideraciones conceptuales:
  • La multitud es un concepto útil a la definición del cuerpo político. En contraposición a la idea de Pueblo (la multitud ordenada por el príncipe moderno), la multitud responde a las exigencias teóricas de formulación de un demos múltiple. Más allá del pluralismo ónticamente limitado de la democracia liberal, la multitud ofrece un horizonte válido a un demos proliferante, complejo y dinámico, constitucionalmente no reificable.
  • El movimiento es un concepto útil a la teoría de la agencia como variable independiente asociada a la emancipación. Frente al determinismo estructuralista de la crítica marxiana de la economía política y a la limitación reificadora de la politología liberal, el movimiento reabre el horizonte ontológico de lo político a la democracia absoluta. La política del movimiento se puede formular entonces como búsqueda inacabada de la fundamentación teórica del régimen político de la emancipación.
  • Los llamados "movimientos sociales", en rigor, no serían sino procesos concretos de movilización social fruto de las contradicciones sistémicas, agregados de campañas sostenidos en redes de activistas que forman parte del cuerpo social y del que no pueden ser deslindables sin abandonar por ello mismo la propia política del movimiento. Toda tentativa de "hegemonizar", "coordinar" o de algún modo instituir un modo de mando sobre la base de los movimientos sociales está por ello mismo abocada al fracaso en tanto que política del movimiento. En las antípodas de la verticalidad del Partido, la política del movimiento opera en la horizontalidad de la cooperación federativa de las singularidades. Allí donde la política del movimiento progrese, el principio federal habrá resuelto la teoría de la organización.

dissabte, d’octubre 10, 2009

[ es ] Democracia y movimientos sociales: una nota sobre el problema procedimental

[ versión 0.0 ]

Otro mundo es posible, otra forma de hacer política, una izquierda “alternativa”… Si analizamos el discurso de las redes de activistas que sostienen la política del movimiento pronto constataremos su inequívoca voluntad por hacer las cosas de otro modo; un modo, se nos dice, que será más democrático, más participativo o incluso, en las expresiones más enfáticas de este argumento, un modo “verdaderamente” democrático frente a la impostación del discurso liberal. En contraposición al gobierno representativo que se articula por medio de los partidos políticos el discurso de los movimientos sociales suele recurrir a la fórmula “democracia participativa” para identificar el tipo de régimen político ideal con el que sería posible construir ese otro mundo mejor. En la democracia participativa los “movimientos sociales” se convertirían en actores privilegiados en la elaboración, implementación, ejecución y evaluación de las políticas públicas. Un control directo de la ciudadanía se convertiría así en la mejor (cuando no única) garantía de un sistema “realmente” democrático frente a los abusos de los intereses privados sobre el bien común. En los últimos tiempos no ha faltado incluso una reflexión importante sobre el papel institucional de los movimientos, aunque por el momento, el discurso mayoritario y ampliamente hegemónico entre las redes de activistas tiende a disociar institución y movimiento como si únicamente el Estado operase mediante instituciones y el movimiento surgiese y se sostuviese en el tiempo por arte de magia. Para complicar más aún las cosas, el éxito indudable de la política del movimiento en las últimas décadas ha impactado profundamente a los partidos políticos que, en su afán por adaptarse a las nuevas circunstancias, se han aprestado a ejercer de mediadores entre los movimientos y las “instituciones” (léase el Estado o el gobierno representativo). Así, de acuerdo a la lógica de ubicación espacial característica del parlamentarismo (bien poco familiar a la política del movimiento, por cierto), cuanto más a la izquierda más recurrente se hace la apelación al diálogo con los movimientos y a la voluntad de mediación ante las instancias del poder soberano.

CRÍTICA DEL DISCURSO ACTIVISTA Y PRAGMÁTICA DEL MOMENTO

Desafortunadamente, algo falla en el anterior constructo discursivo y los activistas son bien conscientes de ello. En general, la constatación de la inoperancia del discurso se resuelve por medio de pseudosoluciones que únicamente complican más el debate. Así, para las redes autoritarias desarrolladas a partir de la matriz leninista, el problema es la ausencia de estructuras disciplinarias que, a la manera del partido de vanguardia, sean capaces de generar una “dirección” política para las masas oprimidas. Para la redes libertarias, por el contrario, el problema es la voluntad hegemonizadora de las redes autoritarias que de manera recurrente obstruye el libre desarrollo de las luchas emancipatorias. Quien más quien menos intenta agenciarse las expresiones “participativo”, “alternativo” y equivalentes en la convicción de que si el resto de redes procediesen de acuerdo con los pareceres respectivos, el movimiento progresaría sin las trabas de un “enemigo interior”; aquel que se suele identificar con demarcadores discursivos como “reformismo”, “pactismo” y otros semejantes. Lo que falla, sin embargo, nada tiene que ver con la orientación estratégica que se quiere conferir a las prácticas antagonistas constitutivas de la política del movimiento. Para cuando este debate llega las redes activistas ya han caído en su propia trampa. Y es que, en realidad, el problema radica en un momento políticamente anterior y mucho más decisivo que el de las discusiones tácticas y estratégicas, a saber: el momento democrático.

EL MOMENTO DEMOCRÁTICO

Frente al momento estratégico, el momento democrático es un momento constituyente, un momento que en sí mismo resuelve contradicciones discursivas como las apuntadas y al mismo tiempo sienta las bases institucionales del progreso de la política del movimiento. Por ello mismo, el primer problema a resolver por quienes aspiren a salir del bucle discursivo que engendra la prédica de la “democracia participativa” es el de la propia institución de prácticas políticas procedimentalmente democráticas. Por desgracia el estado del activismo actual no se acerca ni de lejos a los mínimos exigibles. De hecho, el salto que hay entre aquello que se predica y lo que después se practica es la mejor hipótesis para comprender la estabilidad de los regímenes políticos en los que vivimos a pesar de su corrupción, los abusos partitocráticos y demás males que con tanto éxito diagnostican y denuncian las redes de activistas. En otras palabras, la falta de credibilidad del discurso “alternativo” hoy estriba en la incapacidad de las redes de activistas para asegurar un conjunto de garantías no ya superior, sino al menos equivalente al de la democracia liberal. Si las redes de activistas aspiran a construir un modelo de democracia alternativo al liberal (más participativo, menos corrompible, más controlable por la ciudadanía, etc.) deberían comenzar por olvidar las disputas estratégicas propias del debate identitario e iniciar un proceso de reflexión (auto)crítico sobre sus propias prácticas políticas, vale decir, sobre los déficits procedimentales e institucionales de su propia política.

DOS MODELOS RIVALES

A efectos de ilustrar lo apuntado hasta aquí, quizá sea de utilidad considerar el contraste entre dos modelos alternativos, el liberal y el activista, desde la óptica de un ciudadano “neutral”. Al proponer esta hipótesis crítica no pretendemos, claro está, que tal ciudadano pueda existir, sino más bien exponer de forma clarificadora los inconvenientes con que se encuentran los activistas a la hora de hacer posible la política del movimiento. Veamos, en primer lugar, el modelo liberal en su forma más acabada: la empresa privada. Imaginemos por un momento el funcionamiento de una entidad bancaria, con su junta de accionistas, sus asambleas y órganos de dirección, sus mecanismos de rendimiento de cuentas, etc. Sin lugar a dudas se trata de una institución guiada por el interés particular, el ánimo de lucro, el beneficio privado y cuantas consideraciones de tipo moral queramos atribuirle, pero desde sus propios parámetros (el individuo, el interés particular, etc) opera sin problemas en el marco procedimental de una democracia liberal, con sus más y sus menos, sin duda, pero con un margen de garantías que hace posible que millones de ciudadanos acepten depositar cuanto tienen en sus manos. Sin estas reglas de juego, forjadas en una larga historia que comienza en el capitalismo mercantil tardomedieval, no sería posible generar la confianza de la que disfrutan instituciones como estas, incluso en momentos de crisis tan aguda como la actual.

Pensemos, ahora, en el modelo activista que pretende generar una sociedad alternativa. Tomemos como referente institucional, en este caso, un colectivo cualquiera. A poco que uno disponga de una experiencia suficiente en la política del movimiento y sea mínimamente honesto habrá de reconocer que los vínculos entre los activistas que hacen funcionar el colectivo se encuentran sobredeterminados por dinámicas afectivas que inciden definitivamente sobre el funcionamiento interno del colectivo y la percepción social que del mismo puede llegar a tener el ciudadano neutral. Frente a la impersonalidad que instituye el modelo institucional liberal (útil sin duda a la abstracción del capital), el modelo institucional activista se acerca más bien al de otras instituciones sociales como son las pandillas de adolescentes, las formas comunitaristas más exacerbadas o las sectas religiosas. No pretendemos decir con ello que la política activista deba ser indiferente a la manera de un banquero con quien le debe dinero. Nos referimos más bien al hecho básico de que la atención personalizada no debe personalizar los procedimientos si lo que se pretende es instituir formas de democracia realmente alternativas a la liberal. A fin de operar políticamente, el ciudadano “neutral” difícilmente puede considerar mejor entrar en un régimen de relaciones personales, tan a menudo marcado por formas de dominación mucho más extremas que la indiferencia del banquero. Al contrario, por más que desee la atención personalizada que el modelo liberal sólo es capaz de brindar en la medida en que resulte coincidente con una clientela, el ciudadano neutral no vacilaría en apoyar cualquier iniciativa que pudiese instituir un régimen alternativo al que le somete a las reglas del juego de la propiedad privada y el mercado.

La impersonalización del procedimiento, por lo tanto, es una de las primeras exigencias a que no se está dando respuesta desde el activismo. Pero no es la única. Junto a ella, por ejemplo, observamos sin gran dificultad como los ritmos del activismo se organizan en una lógica de competición entre singularidades por la hegemonía del movimiento y en detrimento de la atención personalizada. Decía, con razón, Paul Virilio que la velocidad es poder. Conscientes de las ventajas que se derivan de la mayor velocidad, el activismo padece hoy la tiranía de la velocidad, la presión de un permanente “vamos, vamos, vamos” que inhabilita las condiciones de una deliberación efectiva, de una participación equitativa y, por consiguiente, de una decisión plenamente democrática. Las razones de tipo “práctico” se suelen imponer a la observación de una procedimentalidad adecuada al demos o cuerpo social. No es extraño, por ello mismo, verificar en las organizaciones un mismo perfil sociológico característico del líder activista (varón, nacional, de mayor edad, instrucción, poder adquisitivo, etc.). En un ejercicio poco infrecuente de cinismo político, escuchamos a estos líderes quejarse del patriarcalismo, de la escasa participación de las mujeres o los jóvenes, etc. Por el contrario, en el caso de una organización empresarial, la transparencia es total: nadie podría acusar a los banqueros de disponer del perfil sociológico mencionado. Ciertamente, es muy criticable, pero ello no evita la dureza de un hecho institucional mucho más básico: sobre las bases de la obscena práctica empresarial resulta posible establecer vínculos de confianza que no se verán traicionados más adelante.

CONFIANZA, PROCEDIMIENTOS, INSTITUCIONALIZACIÓN

Para hacer bascular la democracia hacia formas alternativas de hacer política es preciso asegurar al ciudadano “neutral” garantías procedimentales como mínimo equivalentes, cuando no superiores, a las que ofrece el marco institucional liberal en vigor. En este sentido, la realidad del funcionamiento organizativo de los colectivos activistas dista mucho de asegurar tales garantías, facilitando con ello la hegemonía liberal. Así las cosas, pocos dudaríamos en escoger llegado el momento, entre el régimen de poder que conlleva vivir inmerso en dinámicas procedimentalmente personalizadas y aquel otro que nos asegura los mínimos impersonalizados del Estado liberal. La construcción de vínculos estables de confianza no depende, pues, de caer bien al ciudadano “neutral”, menos aún de evangelizarlo con nuestra ideología o causa particular. Antes bien, producir las bases institucionales de la política del movimiento pasa hoy por invertir la lógica liberal, personalizando el trato desde el procedimiento impersonal, reconociendo la existencia de un exterior que constituye internamente al activista. La lógica del narcisismo militante que pretende constituir en el interior del otro la propia exterioridad no es sino el fundamento inevitable de la dominación contra la que se erige la política del movimiento. Su práctica política es intrínsecamente cínica y corrompe indefectiblemente todo marco institucional que el activista pueda organizar. No es, en última instancia, más que una forma de hacer política anómica y subalterna del liberalismo, ajena por completo a la simbiosis que puede federar las singularidades. La institucionalización del movimiento no puede escapar a este fundamento normativo. Fuera de él, por desgracia, encontramos las formas anómicas que tan frecuentemente determinan las disfunciones de los colectivos activistas. La confianza de un modelo democrático alternativo al liberal no puede tener su fundamento estrictamente en el vínculo afectivo, en el intercambio de incentivos materiales o en la combinación de estos y aun otros factores que pueden estar articulando en la actualidad las prácticas activistas. Una política capaz de cambiar un mundo tan intrincado como el nuestro, en sociedades tan complejas como aquellas en que vivimos se ha de hacer con ciudadanos que no cabe esperar confieran sus precarias existencias a regímenes de poder procedimental e institucionalmente imprecisos.

dijous, de setembre 17, 2009

[ es ] La caída del Muro de Berlín 20 años después

Infos del tríptico de las jornadas organizadas por la Sociedad Cultural Gijonesa

Hace ahora 20 años caía el Muro de Berlín y con él finalizaba para muchos el siglo XX. El Muro fue el símbolo de la división de Europa y el mundo en dos bloques, que separaron estados y ciudadanos en virtud de ideologías y sistemas económicos diferentes. Transcurrido ese tiempo, finalizada la resaca de lo algunos se atrevieron a definir de manera interesada como el fin de la Historia o el triunfo final de la democracia, muchas cosas han cambiado y quizás ha llegado el momento de echar una vista atrás con mirada crítica. La Cultural Gijonesa quiere invitarles a reflexionar sobre ello, apoyándose en el cine y el debate, y partiendo de Alemania como símbolo europeo de lo que fue la Guerra Fría. Si con alguna de las actividades realizadas en este ciclo captamos su interés, habremos logrado con mucho nuestro objetivo.

Cine - Octubre

Sería una pretensión inútil intentar presentar un ciclo de cine que abarcara la historia alemana relacionada con la construcción, el mantenimiento y la caída del Muro, y menos aún con cinco películas. Sin embargo sí queremos con él mostrar algún aspecto de lo que fue la división del país tras la II Guerra Mundial, las consecuencias sobre la población, así como lo que supuso el derribo del mismo. Para ello hemos contado con la ayuda de la Cinemateca del Instituto Goethe de
Madrid, que nos ha prestado alguno de los films proyectados, inéditos en Asturias y nunca distribuidos comercialmente en nuestro país, y a quien queremos agradecer desde aquí su colaboración.

Viernes 2: “Cielo sin estrellas” (Himmel ohne Sterne) Helmut Käutner, 1955. Duración: 109 min. V.O.S.E.

Esta película, rodada en la Alemania Federal se haya alejada de todo afán propagandístico pese al contexto de plena guerra fría. El director presenta la historia de amor entre un guardia de frontera occidental y una trabajadora de la Alemania Democrática, que intentan sobrevivir en un panorama desolador de carreteras cortadas, y puentes y vías desmontados.

Viernes 9: “Berlín - Esquina Schönhauser” (Berlin – Ecke Schönhauser) Gerd Klein, 1957. Duración: 79 min. V.O.S.E

Este film fue realizado en el estudio DEFA de la Alemania Oriental y responde al momento de mayor libertad ideológica que se produjo en los países del bloque comunista tras la muerte de Stalin en el 53. Nos presenta la vida de un grupo de jóvenes del Berlín Este que viven en un viejo barrio obrero y se reúnen para bailar, escuchar música y flirtear.

Viernes 16: “El silencio tras el disparo” (Die Stille nach dem Schuss) Volker
Schlöndorff, 2000. Duración: 103 min. V.O.S.E

Desde sus comienzos en el Joven Cine Alemán, Volker Schlöndorff mostró un especial interés en el cine político y así queda patente en esta obra del año 2000, en la que describe sin maniqueísmos la vida de un grupo terrorista de la RFA y la evolución de la protagonista, Rita, desde el uso de la violencia como única vía de cambio para el
sistema capitalista, hasta su adaptación a la vida en la Alemania Oriental y el impacto que para ella supone la caída del Muro.

Viernes 23: “Die Mauer” Jurgen Böttcher, 1990. Duración: 96 min. V.O.S.E.

Esta película documental supone uno de los últimos films realizados por el estudio DEFA, de la Alemania Oriental y constituye un testimonio del desmontaje del muro que durante 25 años dividió sin fisuras las dos Alemanias, a la vez que hace un repaso de su historia, utilizando imágenes de archivo. El muro se convierte aquí en
metáfora de la guerra fría y de la historia alemana reciente.

Viernes 30: “Berlin is in Germany”. Hannes Stöhr, 2001. Duración: 93 min. V.O.S.E.

El director cuenta la historia de Martin Schulz, un preso que ingresa en prisión en la Alemania Democrática y queda libre una vez que ha caído el muro. Martin encuentra
una ciudad, Berlín, que no reconoce y un modo de vida que le es ajeno.

Nota: la proyección incluye un coloquio al final de la misma. Lugar: Centro Municipal Integrado de El Llano. C/Río de Oro, 37. Hora: 19:30 h.

Debate - Noviembre

Viernes 6: “20 años después, Alemania y Europa”

Ponentes:
Jaime Pastor, profesor de Ciencia Política de la UNED
Raimundo Viejo, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Pompeu Fabra
Holm-Detlev Köhler, profesor de Sociología de la Universidad de Oviedo.

Modera:
Víctor Guillot, periodista.

El debate versará sobre las consecuencias que para Alemania y Europa tuvo la caída del muro, como símbolo del final de la guerra fría y de los regímenes comunistas

Lugar: C.M.I. de El Llano. C/Río de Oro, 37. Gijón. Hora: 19:30 h.

dimecres, de setembre 16, 2009

[ cat ] El dramàtic, el cínic i l’irònic

Publicat pel setmanari Directa, nº 152, 16.09. 2009, pàg. 6



A risc de ser excessivament esquemàtics, podem dir que existeixen tres maneres fonamentals d’enfrontar-se a la política: el drama, el cinisme i la ironia. Cadascuna d’aquestes maneres es troba en nosaltres en un grau diferent, de manera que sempre una predomina sobre les restants i ens converteix en algun dels tres personatges simbòlics que donen títol a aquest article: el dramàtic, el cínic i l’irònic. Altres maneres possibles com serien la hipocresia, l’egoisme o la covardia, per citar tan sols tres exemples més, sempre acaben subsumides en alguna de les tres anteriors.

Pel dramàtic, tota decisió és una tragèdia en la que es veu com a principal protagonista. El fet de prendre una decisió (de fer política) és considerat com irreversible, absolut i, per tant, “històric”. El dramàtic tendeix, per tant, a veure’s fent política com protagonista de la història, com un actor insubstituïble; un actor sense el qual res no és possible. Poc amic dels matisos, el dramàtic cerca posicions radicalitzades i excloents, inscrites sempre en la distinció dialèctica amic/enemic (un exemple conegut seria la seva tendència a diferenciar entre revolucionaris i reformistes). Aquest radicalitzar-se al màxim el du a pensar sempre en la mort com horitzó constitutiu de la seva decisió (a l’estil del “pàtria o mort”). Imbuït d’un inequívoc perfeccionisme moral, el seu món sempre distingeix entre el bo i el dolent, la veritat i la falsedat, el correcte i l’incorrecte. La seva lectura de la política, per tant, sempre és historicista, teleològica i maniquea. Lenin seria un bon exemple d’aquest tipus.

El cínic s’enfronta al món com si hi estigués fora. Les coses que passen, les decisions que es prenen, senzillament, esdevenen, ningú les ha produït o ha adoptat; allò que ocorre, abans succeeix als altres que a un mateix (en cas que sigui així no és estrany veure que es desplaci ràpidament cap al dramatisme). Prendre una decisió, per tant, és alguna cosa sobre la que tenim tan poca influència que, en realitat, gairebé tant hi fa el que fem. El realment important, en tot cas, és saber estar, mantenir el componiment, no perdre la posició adquirida i esperar a treure avantatge dels errors aliens. Enfront de la mort, el cínic fa com si fos immortal amb l’únic objectiu de conjurar el pànic que li produeix la sola idea de morir. Allí on el dramàtic se sent responsable davant la Història, pel cínic tota responsabilitat en política és purament contingent, estrictament allò que es deriva de la posició de poder. Quan un polític diu que assumirà les seves responsabilitats i no fa altra cosa que dir això i aposta el seu futur a les eleccions, conscient que no perdrà, adopta la posició del cínic. Al contrari que el dramàtic, pel cínic no hi ha bo o dolent, veritat o falsedat, correcte o incorrecte; tan sols posicions de poder: jo mano, tu no; el jefe mana, tu no, etc. Joschka Fischer en podria ser un exemple adequat.

Finalment, l’irònic s’enfronta al món d’una forma desdiferenciada. És conscient que allò que ocorre també li està succeint, però sap que cap decisió és absoluta; l’irònic –agnòstic i materialista com és– riu fins i tot de la mort: si maten a un, almenys haurà rigut una estona, pensarà. L’irònic sap que està implicat en processos en els quals les seves decisions són importants, però no més que les dels altres. Sap que per més que un sigui hàbil, en tota decisió hi ha una part que no pot controlar. Per això mateix, cap procés és irreversible i amb el sentit comú n’hi hauria prou per a prendre la decisió menys dolenta, menys falsa i menys incorrecta possible. No creu en el destí, com tampoc en la fatalitat. L’irònic sap dir: “en néixer em van posar Gumersindo, després van succeir altres coses”. Encara que per a concloure podria posar molts exemples, l’irònic ja ha aconseguit que no figuri aquí el seu nom i riu en secret de qui esperaven aquest moment com un punt final, perquè sap que la política no té fi.

dimecres, de setembre 09, 2009

[ es ] El teatro veraniego

Publicado en Diagonal, nº 108, p. 34



Sabido es que los alemanes tienen conceptos para todo. Conceptos que cuando uno los escucha se alegra de no tener que volver a los circunloquios de antaño. El “teatro veraniego” o Sommertheater es uno de esos conceptos. Como concepto de uso corriente en la opinión pública germánica, se refiere a las farsas con las que recurrentemente se entretiene a la ciudadanía durante los meses de poca o nula actividad política estival. Es algo así como el intento desesperado por llamar la atención con aspavientos sobre los problemas de la vida pública sin tomarse las cosas en serio, a sabiendas de que sólo se trata de una teatralización banal y efímera. Los actores privilegiados de la escena política –gobierno, oposición, partidos políticos– interprentan así sus papeles de forma desdiferenciada, como si fueran una pantomima de sí mismos. En el relajo del periodo estival, el establishment político se deja llevar.

Y así tenemos a un PSOE que hace que gobierna una crisis económica con medidas que, en rigor, lo único que procuran es intentar relanzar una nueva fase de crecimiento fundada en el mismo modelo productivo de siempre: favorecer a los bancos para que vuelvan a dar créditos para hipotecar lo inhipotecable; dar dinero a la industria del automóvil en lugar de invertir en transporte público; facilitar inversión pública en infraestructuras (para resolver los problemas de congestión que producirán los nuevos automóviles, claro); conceder ayudas a los parados, que luego resultan no ser tales; intimidar a la población con la gripe A para comprar Tamiflu a los laboratorios Roche de Donald Rumsfeld; y así el largo etcétera de medidas que se nos van anunciando y cuyos efectos positivos no se observan por ninguna parte.

Mientras, el PP hace que se opone cuando, en realidad, espera los réditos electorales de la paranoia 2.0 de una derecha sociológica española que donde antes veía comunistas y masones, ahora ve jueces y policías que les espían por orden de los socialistas, o sindicalistas piqueteros que impiden una enésima reforma laboral neoliberalizadora, o adolescentes sin autorización paterna entregadas al aborto como hobby, o un Estado de las autonomías que se sigue desmembrando por los perniciosos efectos de la financiación autonómica; etc, etc, la lista no es menor.

Por si fuera poco, las alternativas de izquierda y nacionalistas hacen como que son alternativas de izquierda y nacionalistas. Así, por ejemplo, CiU hace como que se opone a la financiación catalana y pretende presentarse como artífice de los grandes consensos centristas de la política de Estado, cuando en verdad el acuerdo actual ha conseguido un récord histórico de recursos para Catalunya. O el PNV que critica con la boca pequeña la involución de las libertades en Euskal Herria a la espera de que los “nacionales” de Patxi López rompan la coalición del gobierno de la excepción y su fracción socialista se avenga a una gran coalición con la que volver a tocar poder. O el BNG, que pretende convencernos de que ha vuelto (para quedarse) en las calles luchando por el gallego o el sector naval. O ERC e ICV que se pretenden capaces de hacer bascular al PSOE y luego votan el Plan Bolonia con PP, CiU, PSC i C’s. E Izquierda Unida, que se sigue queriendo presente y unida en la más triste de las ausencias del solitario y abandonado diputado Llamazares.

De todo para todos los gustos y colores en el teatro veraniego. Desafortunadamente, todo el mundo sabe perfectamente que se trata es una función en la que, una vez más, nos toca hacer de figurantes en el teatro veraniego.

dissabte, d’agost 01, 2009

[ gz ] A política do movimento na Galiza

Publicado na Revista Alborada do Centro Galego de Barcelona. O texto foi escrito pouco antes das eleiçons autonómicas.

0.0 A política do movimento: emergência de um novo paradigma.

Ao longo da última década tem-se acelerado na Galiza um processo de reorganizaçom da política que tem orige na década dos sesenta e que temos identificado já noutras ocassons como “política do movimento”. Falamos de tal para distingui-la claramente de duas outras políticas coas que sempre tem rivalizado, mas a respeito das quales só nas últimas décadas tem invertido a sua posiçom de subalternidade. Estas outras duas políticas som, nomeadamente, a política do notável e a política do partido. Senlhas políticas forom noutro tempo modalidades hegemónicas à hora de definir o modo de mando que vertebra a sociedade. Mas de um tempo a esta parte, as políticas do notável e do partido estam a deixar passo à política do movimento. De ela é que falamos quando nos referimos aos movimentos sociais, às multitudes, aos ciclos de loitas, etc.

De feito, de considerarmos em perspectiva histórica o que tem sido a política da modernidade, poderemos observar claramente como a primeira hegemonia entre estas tres políticas foi configurada pola política do notável. Esta última, que tivo na Galiza a sua concreçom na figura do cacique, foi o primeiro paradigma que organizou a política nas sociedades modernas. Por meio da sua institucionalizaçom (por exemplo, no caso do sistema eleitoral do encasillado durante a Restauraçom), a política do notável imperou sobre as suas rivais, subsumíndoas no seu desenho institucional do régime político. Nom é, pois, que as políticas de partido e movimento nom existiram nos inícios da modernidade. O que acontecia daquela era que ainda nom dispunham da capacidade para condicionar a configuraçom do régime no seu conjunto, cousa que si podia fazer já a política de notável.

Haveria que esperar logo à Transiçom (1975-1981) para que a rutura coa política do notável, adiantada efímeramente pola II República, coalhara finalmente num novo modo de mando; esta vez hegemonizado pola política do partido e formalizado na Constituiçom de 1978. Tal e como evidência o evoluir político da Galiza contemporánea, o sucesso induvidável da política de partido em organizar o régime triunfou definitivamente sobre a política do notável. Neste senso, a história parlamentar recente demostra a consolidaçom de um modelo tripartito em nom menor medida que umha forte partidizaçom da política. Vai de seu que isto nom quer dizer que nom existam já caciques, escisons caciquis ou tensons clientelares entre facçons, etc. Significa, porém, que a política dos notáveis vem sendo organizada baixo o modo de mando que institúe o partido.

Com todo, na última década, justo no momento mesmo da sua consolidaçom, a política de partido tem deixado entrever as primeiras fisuras perante a emergência da política do movimento. Após as duas vagas de mobilizaçons da transiçom (1972-1984) e da consolidaçom democrática (1985-1993), respeitivamente, a última vaga (1994-presente) tem significado um punto de inflexom bem claro a prol da política do movimento; um antes e um depois na sua relaçom coas políticas do notável e do partido. Assi, namentres que esta última marcou por completo as duas vagas anteriores, a vaga que se inícia tímidamente na primeira metade dos noventa colheu força na Galiza durante os anos sucessivos, desenvolvendo-se no mais amplo marco da vaga de mobilizaçons global e avançando de jeito importante até o actual momento de crise e recombinaçom.

Nom é de sorprender. O progresso extraordinário da política do movimento a nível global tem-se operado, verificado e reforçado igualmente na Galiza. Mais ainda: pola própria estrutura dos seus ciclos de loitas (greve geral do 15-J, LOU, Prestige, Guerra de Iraq, etc.) Galiza tem resultado ser um dos principais epicentros a nível estatal da última vaga. Para o ciclo do Prestige, este peso específico acadou-se mesmo a nível europeo. O caso galego vem qüestionar assi as teses da teoria da modernizaçom que ligam a política do movimento a melhores indicadores socioeconómicos; como se do feito de dispôr de um maior PIB poidera ser deducido um maior peso específico da política do movimento. Dito de um jeito outro: noutras comunidades autónomas do Estado mais modernizadas, o movimento nom progressou tanto como na Galiza. À hora de comprender este éxito na Galiza da política do movimento, semelha mais atinado, pois, apontar a outros factores explicativos. Estamos a pensar, por exemplo, no próprio decurso da vaga (com ciclos e redes que se retroalimentarom), na qüestom nacional (causa de um campo organizativo mais amplo e complexo), no cámbio sociológico na composiçom técnica das e dos activistas (capaces de fazer uso das novas tecnologias), etc.

1. A vaga global e a política do movimento na Galiza.

Os primeiros síntomas de relançamento da política do movimento após a vaga da consolidaçom democrática evidenciarom já a importáncia que haveria de ter o antagonismo global na activaçom das loitas locais. Esta mesma vaga (referendum sobre a OTAN de 1985, mobilizaçons estudantis do 86/87, movimento anti-mili, greve geral do 14-D, campanha anti-V Centenário, etc.), de feito, iniciaria o seu declive com umhas mobilizaçons contra a Guerra do Golfo (1991) que anunciavam já o cámbio da relaçom entre o global e o local que haveria de vir da mao da rebeliom zapatista (iniciada coa Declaraçom da Selva Lacandona o 1 de Janeiro de 1994); a campanha do 0,7 (coas acampadas de 1994); as marchas contra o paro, a precariedade e a exclusom (prolongaçom europea das greves francesas de 1995 –as maiores no país desde 1968); e a primeira grande contracimeira em Seattle no mes de Novembro de 1999.

1.1 A crise da política de partido.

Ao longo de estes anos de lenta gestaçom da vaga global, a dimensom global nom só ganhará em importáncia para a política do movimento, senom que, aliás, esta última começaria a despraçar de jeito progressivo à política de partido. Assi, se durante os primeiros anos da democracia os partidos desempenharom um grande papel como dinamizadores da mobilizaçom social, a partires de mediados dos noventa principiariam um processo de institucionalizaçom polo que rematariam deixando um espaço cada vez maior às expressons do conflito organizadas autonomamente desde a sociedade. Desde a análise da transformaçom organizativa dos partidos políticos e da sua institucionalizaçom nom resulta difícil comprender este processo: a posta em marcha de um sistema electoral competitivo fixo que o número efectivos de partidos se reducira nas sucessivas convocatórias eleitorais até configurar o sistema tripartito actual. Esta reduçom conlevou umha merma de competitividade interorganizativa por liderar o antagonismo no ámbito das organizaçons mais à esquerda do arco parlamentar, ficando afinal o BNG como único referente na cámara de representantes.

Graças ao seu modelo frontista, o BNG remataria sendo a organizaçom de partido que ofreceria a melhor soluçom para artelhar a esquerda parlamentar. Após as primeiras legislaturas, o BNG deixou fóra do parlamento e marginou no governo local aos seus competidores (PSG-EG, PCG/EU, etc.), logrando baixo o seu modelo frontista a integraçom das redes partidistas do nacionalismo (desde a fundadora UPG até Inzar ou UG). Nom embargante, ao longo de este processo, na medida em que o seu sucesso comportava umha institucionalizaçom cada vez maior, o próprio BNG acabou mudando a sua própria conceiçom e estrutura do frontismo, especializando-se cada vez mais como “fronte de partidos” no governo representativo e relegando a um segundo plano as loitas sociais que outrora aspirava a vertebrar por meio das “frontes de massas” (CIG, CAF, etc). Estas “frontes sociais”, a genealogia das quales se remontava a organizaçons como INTG e CXTG na “fronte sindical” ou ERGA na “fronte estudantil”, respostavam com induvidável éxito a um modelo organizativo de transiçom para o qual a centralidade do partido, embora obsolescente, ainda estava operativa. Coa intensificaçom do capitalismo cognitivo, a soluçom frontista acabaria por entrar em crise.

Neste senso, o caso do BNG evidencia-se como éxito paradigmático de umha política do partido que ainda hegemoniza a política do movimento, justo no momento em que a primeira começa a ser qüestionada por efeito do progresso da segunda. Desde princípios de século, co progresso evidente da vaga global (e com ela da política de movimento), o BNG haveria de decidir entre se institucionalizar como umha peça mais da política de partido ou se redefinir como interfaz do movimento. Os ciclos de loitas contra a LOU, primeiro, e o Prestige, pouco depois, deixariam bem claro que a orientaçom finalmente predominante seria a primacia dos interesses partidísticos por riba do antagonismo.

Mas esta realidade dos tempos nom seria um fenómeno ligado exclussivamente ao BNG. Sintomáticamente, os seus competidores (IU-EU, NÓS-UP, FPG, etc.), às vezes meros imitadores, tampouco saberiam aproveitar o valeiro deixado polo BNG ficando na mais pura marginalidade eleitoral. De jeito sintético, pode-se dizer que o cerne de este problema (comum à extrema esquerda actual e nom só para o caso galego) radica na fonda inadequaçom do frontismo às condiçons organizativas das sociedades postfordistas. Significativamente, as principais revoltas sociais do século XXI (banlieue francesa em 2005, Grecia na actualidade, etc.), assi como as estruturas de mobilizaçom nas que se sostem e medra hoje a política do movimento (os centros sociais, os foros sociais, etc.), atopam-se direitamente relacionadas com formas organizativas reticulares próprias do capitalismo cognitivo postfordista.

1.2 A emergência da política do movimento.

Qualesquera que seja a dimensom na que queiramos afondar a nossa análise dos cámbios políticos actuais, observaremos como o modelo centralizado da política do partido é substituido por formas de fazer política reticulares, dinámicas, contingentes, fluidas e acéntricas; ou, se se preferir, por um “enxame” (swarm) de singularidades irreductíveis que cooperam criando zonas autónomas temporais e estabelecendo vencelhos federativos mais ou menos duradeiros entre elas. Nom é, claro está, que o partido desapareza (como tampouco desapareceu o notável). Porém, a política de partido está a perder peso específico a maos da política do movimento no que toca à definiçom da agenda, à implementaçom das políticas públicas ou à avaliaçom de estas. Cada vez mais os partidos vem limitadas as suas funçons a um processo eleitoral que os obriga a manter umha actitude meramente reactiva perante o antagonismo que se expressa nos espaços públicos por meio da política do movimento.

No caso galego, como em tantos outros, a emergência do paradigma movimentista afiançou-se de jeito notável durante a vaga global. Assi se observa, por exemplo, no ciclo germolar contra da LOU no outono de 2001 e, sobretodo, na sua posterior maduraçom durante o ciclo do Prestige no inverno do ano seguinte. Mas desde entom, tambem foi observado este tipo de cámbios em terreos nos que o conflito social está mais fortemente institucionalizado (por exemplo, do mundo sindical após as greves do metal vigués em 2006). O ciclo da LOU, com todo, fica, visto em perspectiva, como um momento destacado de rutura. E isto devido a particularidades sem dúvida ligadas às avantages da universidade como espaço de poder e conflito no capitalismo cognitivo.

Ao berro de “Todo o poder às assembleas!”, o movimento universitário (e nom só estudantil) arrancou com umha força inesperada no começo do curso 2001-2002. Ao longo do primeiro quadrimestre a universidade ficaria paralizada e um processo assemblear sem precedentes demostrou umha potência política até entom desconhecida. A cidade de Compostela veu-se anegada polos cartazes co “Nom à LOU!” pendurados em fiestras, balcons e galerias. Manifestaçons multitudinárias todas as semanas e umha infinidade de formas de acçom colectiva (desde as aulas na rua até a ocupaçom de ETTs, passando pola greve de consumo ou a guerrilha da comunicaçom do “Partido Privado”) anovarom por completo o repertório do activismo universitário. O impacto foi tal que mesmo um jornal como El País haveria de chegar a titular a sua crónica: “Santiago, el bastión”.

Estes que vimos de destacar som apenas alguns traços do que se passou. Nom é o caso agora de entrar em detalhes, mas o que vimos de apontar ajudará a comprender aginha os síntomas do cámbio mais profundo que se estava a producir a prol do movimento. Assi, o berro invocativo do poder assemblear vinha dar expressom discursiva ao desbordamento multitudinário das canles institucionais oficiais. Contrariamente aos gestos de descontento institucional organizados pola CRUE e os grandes sindicatos, o primeiro dos dous mércores de mobilizaçom previstos com motivo do trámite parlamentar da LOU, umha multitude desbordou a convocatória e iniciou um processo assemblear à marge das instituçons oficiais.

A esigência da retirada das siglas das associaçons estudantis (CAF, Agir, etc.) nom só foi um gesto táctico da multitude, embora o síntoma do esgotamento da fronte estudantil próprio do frontismo partidista. De igual jeito, entre o professorado tivo lugar un processo semelhante de despraçamento das plataformas universitárias a prol da Assemblea de Mazarelos; a qual haveria de ocupar o edifício da praça da qual tomava o nome, instituindo durante todo o ciclo um espaço de contra-poder. Esta produçom de instituçons do movimento, plenamente autónomas, permitiria anovar radicalmente o repertório de acçom colectiva sem as limitaçons dos consabidos chamados à orde. Até a manifestaçom do 1 de Decembro em Madrid a política de partido nom recuperaria a sua hegemonia.

O éxito de repertórios, mensages e demais elementos constitutivos da política do movimento voltariam a emerger com força ao ano seguinte em resposta à catástrofe do Prestige. Este saber fazer que se fora acumulando no ciclo da LOU e outros, acadaria agora umhas dimensons extraordinárias, implicando ao conjunto da cidadania e subsumindo aos partidos políticos num processo que os superaria. Como provas da pugna entre a política do partido e a do movimento som bem conhecidas as tensons internas havidas por mor dos comportamentos partidistas na principal estrutura de mobilizaçom criada durante o proceso: Nunca Mais. Tambem foi conhecida a incapacidade do PP no governo para impôr disciplinha a todos os seus cargos públicos locais e quadros políticos.

A pesar da sua induvidável importáncia e centralidade no processo, Nunca Mais nom foi a única rede presente no ciclo. De feito, desde a perspectiva da política do movimento, Nunca Mais evidenciou limitaçons notáveis, froito das suas dimensons, centralidade e condiçom de campo de batalha de loitas partidistas. Pola contra, espaços de contrapoder nascidos na lógica do movimento como a Acampada contra as Redes Negras, as Redes Escarlata e outros ofrecerom múltiples contrapontos aos límites, para entom evidentes, da política de partido. Certamente, estas experiências podem ser consideradas como algo menor; um epifenómeno em termos quantitativos. Mas o seu interesse qualitativo é inqüestionável por quanto tenhem de dinámicas inseridas plenamente na política do movimento. Ao cabo, nestes processos, mesmo com todas as suas eivas e limitaçons, acada-se a plenitude da autonomía política do antagonismo.
Mais ainda, será precissamente este segundo ciclo que se projecta após a rutura da LOU o que confirma e afirma o progresso do movimento na Galiza.

A partires de este momento abrirá-se umha crise de representaçom nom fechada a dia de hoje e sobre a que segue a progressar a política do movimento. Pense-se nas implicaçons da campanha “Há que bota-los” nas autonómicas de 2005 ou na manifestaçom “Governe quem governe, Galiza nom se vende” do passado 14 de Fevereiro. Nom resulta difícil comprender que estamos perante um discurso que demostra umha inequívoca desdiferenciaçom cidadá a respeito dos partidos políticos e que se afirma na distáncia de umha madurez política que se sabe escéptica sobre as possibilidades dos partidos para expressar e resolver as reivindicaçons sociais. Neste senso, cómpre igualmente nom perder de vista que nom se constata um progresso de forças nom democráticas. Pola contra, esta crise da representaçom nom deixa de ser umha esigência de radicalizaçom democrática num tempo em que o governo representativo demostra-se incapaz de resolver os problemas sociais.

2.0 Do grupúsculo à instituçom: o futuro incerto da política do movimento.

O feito de que a política do movimento tenha progressado tanto na última década e se tenha afirmado na Galiza nom significa nem moito menos que tenha acadado a sua plenitude. Bem ao contrário, desde que se chegara ao zénite da vaga global, o 15–F de 2003, tenhem-se manifestado limitaçons importantes. Ao igual que nas vagas precedentes, umha vez iniciada a fase à baixa da vaga o movimento conheceu umha difussom e vaciado cada vez maior da sua praxe que rematou por fazer perder senso as suas reivindicaçons; as experiências consolidarom-se na memória colectiva do activismo e se estam a re-avaliar à espera de umha nova fase alcista; as redes sociais involucradas nas actividades forom-se reducindo até coincidir praticamente coas redes de activistas; as instituçons próprias do movimento que nascerom na vaga (por exemplo, os centros sociais, os meios de contra-informaçom, etc.) re-ajustam-se hoje à realidade de umha participaçom mais reducida e às dificuldades intrínsecas da economia política da vaga (a impossibilidade de recuperar os investimentos excessivos na mobilizaçom).

Assi as cousas, o cenário político do movimento na fase actual deixa atrás a eufória dos momentos mais intensos da vaga e se abre ao conhecido dilema entre respostar com violência à tensom inducida polas agências da orde pública, por umha banda, e recombinar as práticas desde a autonomia conquerida (as redes organizadas que perduram por meio da telemática, os espaços de contrapoder institucionalizados como os centros sociais, etc), por outra. No caso galego, a primeira das respostas estratégicas deu-se no caso de alguns seitores das correntes independentistas; a segunda fixo-se visível na área difusa constituida arredor de centros sociais como A Casa Encantada, A Cova dos Ratos ou o ATreu!, meios de contra-informaçom como indymedia e outras redes e espaços. Com todo, um duplo desafio permanece pendente para a política do movimento: a superaçom da sua própria ciclicidade a prol de umha institucionalizaçom autónoma e o abandono das práticas grupusculares das redes activistas a prol de umha institucionalidade plenamente democrática.

A resposta à primeira qüestom depende em moi grande medida da resoluçom que se lhe dea à segunda. Ao cabo, a ciclicidade depende direitamente de um erro de cálculo característico, froito da generosidade activista. O passo do grupúsculo à instituçom, pola contra, depende da inteligência das redes para se organizar de acordo com umha procedimentalidade democrática. Sem esta última nom há possibilidade efectiva de afirmar às gentes que se mobilizam durante as fases alcistas no quadro das instituçons do movimento, producindo-se o consabido desencanto da política. Desafortunadamente, a produçom de discurso (mesmo no caso das redes que tenhem acumulado maior experiência e recursos intelectuais) é-che umha cousa e a instauraçom das instituçons do movimento é-che umha outra bem diferente. Os narcissismos e oportunismos de toda caste, moitas veces nom inducidos polas agências da orde pública, embora polas mais sofisticadas vias dos incentivos selectivos de instituçons públicas, ameazam de jeito permanente o progresso do movimento. Só na estratégia de umha autonomia plena, capaz de realizar a democracia absoluta da multitude poderá o movimento abrir-se caminho entre a heteronomia da protesta e a anómia do indivualismo.

dimecres, de juliol 15, 2009

[ cat ] Les CUP i el principi federal

Publicat a la Directa, nº 147, 15 de juliol de 2009, pàg. 7

En la seva última assemblea, les CUP han decidit no acudir a les pròximes autonòmiques. El debat ha estat ardu i, tot i que caldria reflexionar críticament sobre les condicions deliberatives
que han tingut lloc en la preparació de l’assemblea, el resultat final, sens dubte, ha estat afortunat. Ara, les CUP disposen d’un marge de temps fins a les pròximes eleccions municipals per pensar-se a fons, ja que el seu debat estratègic es regeix per un conjunt de paradoxes fruit d’una praxi contradictòria amb la gramàtica política de bona part de l’organització.

Per una banda, en el terreny de la praxi, és possible observar l’originalitat d’una fórmula organitzativa basada en la democràcia directa, l’agregació federativa de singularitats nacionals (l’espai social que organitza cada CUP particular), la proliferació reticular de polítiques públiques, etc. Per l’altra, en el terreny de les idees, persisteix un debat que ignora algunes exigències procedimentals de la deliberació democràtica, desatén el principi federal a favor d’una voluntat centralitzadora del poder polític, intenta concentrar la formulació de les solucions municipalistes en una programàtica llastrada ideològicament, etc.

Malgrat tot això, les CUP segueixen constituint l’expressió política més ambiciosa del nou municipalisme. A diferència d’altres candidatures alternatives d’àmbit estrictament local o
comarcal, les CUP encara aspiren a superar els límits de la política local i a construir un projecte nacional. El problema, però, és que, per créixer i fer efectiu tot el seu potencial, han de pensar una institucionalització d’acord amb el principi federal i no una enèsima declinació d’organització centralista i uniformitzadora (ja en tenim unes quantes, per cert, en el terreny partidista).

Des del recurs al principi federal, es podrien resoldre les dissonàncies discursives que avui esgoten el projecte en debats interminables i políticament molt poc productius. Aprofundir en
el principi federal dotaria de sentit una estratègia de creixement que passés pel contagi de fórmules participatives d’èxit provat i una expansió horitzontal que incorporaria noves singularitats nacionals mitjançant la cooperació federativa.

diumenge, de juliol 12, 2009

[ cat ] Curs d'estiu :: materials

Sessió 1/Presentació del curs: temes actuals de la teoria política
Àgora/Quin són els temes teòrics de l'agenda política actual?

Sessió 2/Epistemologia i gir lingüístic: el lloc del coneixement en el capitalisme cognitiu
Àgora/Estudiar, conèixer, produir, treballar: són activitats realment diferents?

+ Video sobre Wittgenstein (A. De la Iglesia, Oxford Crimes)

Sessió 3/Del homo sapiens al ciborg: els límits de l'antropologia política
Àgora/Fins on canvien les noves tecnologies les nostres formes de vida?

+ Video Kaspar Hauser (Werner Herzog)
+ Video nen salvatge

Sessió 4/Desterritorialització i origen: migracions
Àgora/Pot un món cosmopolita ser un min sense arrels?

Sessió 5/Subjecte o subjectivació: la teoria queer i la teoria política post-feminista
Àgora/La identitat de gènere: constructe o predeterminació biològica?

+ Article introductori de na Barbara Biglia

Sessió 6/Créixer o decréixer? L'ecologia política versus l'economia política
Àgora/Un món de 6.000.000.000 habitants de classe mitjana?

+ Power point Giorgio Monsangini
+ Article introductori al decreixement (Giorgio Mosangini)

Sessió 7/La política del moviment: la teoria de l'agència del canvi social
Àgora/Poden els nous moviments socials fer política de forma autònoma?

+ Pensar en la política del movimiento

Sessió 8/Nació, Imperi, Multitud
Àgora/Quin és el lloc de la nació en un món globalitzat?

+ Nació de la multitud, multitud de nacions
+ Estado, nación y soberanía: Límites de la concepción monista de la ciudadanía contemporánea

Sessió 9/Mutacions del poder sobirà i estat d'excepció
Àgora/Guantánamo com paradigma de govern?