Ya se conoce la iniciativa de Pablo Iglesias. En la rueda de prensa se han avanzado algunas de las pautas, ideas, líneas fuerza con las que se espera articular el proceso. Aquí van unos primeros apuntes.
Una propuesta procedimental: la democracia como punto de partida.
La propuesta que realiza Podemos al proponer una lista unitaria por la vía del sufragio directo de la ciudadanía desbarata los argumentos conspiranoicos acerca de contubernios trotskistas, lobbies televisivos o posesiones alienígenas con los que desde los más diversos sectores se ha acogido la iniciativa. Quienes dicen que Pablo Iglesias esto o lo otro, ahora no tienen más que plantear su alternativa y medirla por la menos mala de las vías que conocemos.
La propuesta que se ha realizado está clara: no se trata de crear un partido, no se trata de instaurar un régimen, no se trata de definir el mejor modelo de democracia. Todo esto se ha de hacer en otro tiempo y lugar. Lo que aquí está en juego es algo mucho más intrascendente, sencillo y digno de consideración en términos estrictamente pragmáticos: destaponar la política de partido, de las burocracias y sus aparatos, de una casta de gentuza que no sabe otra cosa que vivir de la política y hacerlo a favor de la movilización social, de la subsunción de la política de partido en la política de movimiento, de proyectar (solo en lo que toca, de manera insuficiente y coyuntural) el grito del 15M "no nos representan".
Podemos ...si queremos.
Leo lo siguiente en uno de esos
comentarios realizados en Facebook a mi comentario anterior. En el confortable sillón del cínico, pretende
ironizar la propuesta que se ha presentado hoy: "Podemos
(ser parte del tinglado)". Creo que el argumento apunta a las comprensibles y legítimas reacciones que el modus operandi de la operación ha suscitado. Pero, tengo igualmente la impresión de que con esta pobre crítica se encubre un horizonte impolítico, un escenario perfectamente previsible y esperado por el régimen. Ante este tipo de observación, creo que hay que responder: podemos ...y porque podemos, precisamente
podemos no serlo también. Solo no pudiendo ya somos,
inevitablemente, parte de un tinglado que, como el gobierno
representativo, se basa en el quien calla, otorga.
Para esto mismo, fue instaurado en su día, de hecho, eso que el constitucionalismo alemán de posguerra denominó el "Estado de partidos" (Parteienstaat): para que la incultura política de algunos y el autoritarismo negativo de otros, a menudo ambos disfrazados con los ropajes del anarquismo, el apoliticismo o la superioridad moral, cayeran en las trampas del perfeccionismo ideológico, de la autoexclusión del demos, del ostracismo interior... No habría sido posible sin ello domesticar el poder constituyente en que se funda la democracia, atenazarlo hasta hacer de él un caballo embridado al servicio de la gobernanza neoliberal.
Ya a principios del siglo XX, uno de
los ideólogos más destacados del autoritarismo entonces entonces venidero,
Robert Michels, adelantó al mando capitalista la clave de un diseño
institucional -el de la democracia neo/liberal- que podría ser
perfectamente funcional a una actualización de la democracia
censitaria por entonces en bancarrota, a saber: "la ley de
hierro de la oligarquía". De acuerdo con esta, la propia lógica
del poder característico de las grandes organizaciones partidistas,
en tanto que partícipes de un encierro o cercamiento del cuerpo
social (Foucault), conducía inevitablemente a generar estructuras de
poder corrompibles, cooptables y con una fenomenal capacidad de
bloqueo de la contestación, la disidencia, la apertura de cualquier
horizonte constituyente.
Nada había, pues, que temer del poder de los partidos si se encontraban debidamente institucionalizados en diseño democrático limitado por un gobierno representativo. Bien al contrario, la legitimidad que de tal diseño institucional se derivaría, haría de los regímenes democráticos así constituidos una herramienta básica para la extracción de legitimidad, allí justamente, donde hasta entonces solo se imponía el poder por la fuerza bruta.
Pensar más allá del régimen de 1978
...tal y como hace tiempo que hacen las elites
Los años de entreguerras disuadieron de
las bondades de la democracia neo/liberal a un capitalismo salvaje
que de sus excesos en 1929 cosechó la II Guerra Mundial. En esa España de la que, si no recuerdo mal, fue Miguel
Hernández quien dijo ser "siempre preterida", todo
esto llegó en 1978, de la mano del consenso forjado
entre el Franquismo y los partidos de la Platajunta (PSOE, PCE,
etc.). Fue entonces, en la Platajunta, cuando se decidió excluir de
la democracia a instaurar poco después toda modalidad de
participación directa, fundada en un cuerpo social abierto,
contingente, recombinante.
La política de partido se conjuró entonces contra la política de movimiento. La agencia del régimen democrático se homologaría a los Estados de partidos nacidos en la postguerra y la democracia directa sería tan limitada, que ni los referendums serían vinculantes. Nada se sabría de mecanismos revocatorios, de rendimientos de cuentas, de iniciativas legislativas asequibles a una participación ciudadana
Podemos y queremos poder
Acaso Podamos sea fruto de la precipitación, del personalismo excesivo, del no saber hacer que inevitablemente surge de la comparación con quien lleva décadas dedicado profesionalmente al negocio de la política. Me consta lo mucho de criticable que se ha apuntado. Pero nada de todo ello me compensa seguir esperando indefinidamente. Quienes hemos estudiado la acción colectiva sabemos de la importancia que la estructura de oportunidad política en la apertura de escenarios de movilización antagonista. Muchos parecen olvidar hoy, a pesar de mitificar en extremo el 15M, que este tuvo lugar en medio de una campaña electoral. Pocos parecen acordarse de que una manifestación semejante a la de Democracia Real Ya el 15M había sido convocada por Juventud sin futuro el 7 de abril anterior y, sin embargo, nada desbordó en aquella fenomenal convocatoria las previsiones.
Cuando desde el activismo nos queremos plantear hoy cómo devolver a la gente las condiciones de posibilidad para un proceso de movilización como el que dio comienzo aquel idus de mayo de 2011, antes deberíamos interrogarnos por las condiciones políticas que lo hicieron posible, que no quejarnos de que el día D siga sin llegar. No hay garantía alguna, claro está, de que Podemos pueda ser la llave mágica de la situación. No podría ser así con la apuesta que hoy se ha expuesto. Al fin y al cabo, Podemos parece haber comprendido que no es en la venta de un producto, sino en la apertura a una simbiosis constituyente en la que nada será sin la gente, que se podrá operar ese cambio de rumbo a la crónica de una muerte (electoral) anunciada que, de otro modo, serán las elecciones europeas.