Artículo escrito a cuatro manos con Jorge Moruno para el periódico Público con ilustración de Marcos Montoya). La versión original se puede consultar aquí. A continuación publicamos el texto con alguna ligera modificación de estilo. El contenido sigue siendo el mismo.
En las pasadas elecciones catalanas una innovación política singular obtuvo representación en el Parlament.
Muchos descubren ahora las CUP, pero estas ya estaban ahí desde hace
algún tiempo como fenómeno de la política local catalana. Sus orígenes
pueden retrotraerse, de hecho, a las experiencias municipalistas de los
años de la Transición, si bien no ha sido hasta tiempos muy recientes,
en el marco de la actual crisis del régimen, que han comenzado a cobrar
peso.
El salto de las CUP a la política autonómica del pasado domingo les
confiere una mayor visibilidad, pero al mismo tiempo también les
interrogan sobre sus limitaciones pasadas, desarrollos actuales e
hipótesis de futuro. A diferencia de otras tentativas de la extrema
izquierda más ideológicas, centralizadas y sin un fuerte arraigo sobre
el terreno, las CUP supieron leer en su día la grieta institucional que
ofrece el régimen a nivel local para los núcleos de población de pequeño
y mediano tamaño (no así tanto en Barcelona).
En este orden de cosas, las CUP no se pueden considerar un proyecto
acabado, formulado apriori por una vanguardia cualquiera o dirección de
partido, sino que se trata más bien de un virus recombinante que muta de
acuerdo con el ambiente político general. No de otro modo se entiende,
en rigor, el salto cualitativo que acaban de dar las CUP tras la Diada
de 2012, a saber: el paso a la política autonómica que ha hecho posible
la implicación electoral de muchos más sectores que los que definen las
CUP y que conocíamos hasta ahora.
Y es que en la legislatura que ahora
comienza, las CUP han asumido un desafío del que bien podría
nacer uno de los instrumentos políticos más innovadores e interesantes
de Europa occidental desde que a comienzos de los años ochenta los
ecologistas alemanes pusieran en marcha Die Grünen. Queda por
ver que ante los retos que se plantean, las CUP sepan salir adelante
con éxito. De momento, sin embargo, pueden jactarse de haber llegado
donde nunca había llegado la extrema izquierda.
Un nuevo eje de fractura: la democratización
Sabido es que en la política catalana se cruzan dos ejes políticos
fundamentales: el social y el nacional. En ambos casos las CUP se sitúan
en uno de los extremos: el independentista y el de la izquierda. Sin
embargo, ni en lo uno ni en lo otro —donde CUP representa a nivel de
contenidos una fuerza más bien poco innovadora— es donde radica el
interés y el potencial de las CUP. En esa doble combinación las CUP
nunca habrían conseguido entrar en el Parlament (como tampoco
seguramente en buena parte de los ayuntamientos en que han obtenido 101
concejales y 4 alcaldías, con sólo presentar el 10% de las candidaturas
posibles). De hecho, a la vista de los resultados, allí donde las CUP
responden más a este perfil, como en Girona, no han alcanzado el escaño.
Y ello a pesar de obtener incluso un mayor porcentaje (la ley de
d’Hondt que asigna los escaños no se ha hecho por nada, sino para
asegurarse el control de la formación de mayorías sobre la
representación de los ejes social y nacional).
Más aún: la persistencia en los elementos identitarios más clásicos de su discurso (“Independència, Socialisme, Països Catalans”)
ha hipotecado en no poca medida, unos mejores resultados por Barcelona
que habrían podido suponer un mayor tirón en general. A lo largo de la campaña,
CUP cometió algunos errores notables, reflejo de inercias ideológicas
muy arraigadas en el mundo de l’esquerra independentista. De no haberse cometido estos errores, tal vez serían 6 ó 7 los diputados CUP que ahora se sentarían en el Parlament, habiendo conseguido entrar por Tarragona y Girona.
La novedad que impulsa las CUP no es, pues, un despertar del “pueblo”
dormido a las verdades reveladas del socialismo o el independentismo,
sino la capacidad del municipalismo alternativo para dar una salida
institucional original a la actual fase expresiva del movimiento en la
calle. En efecto, tras las intensas fases de movilización que hemos
vivido, se impone la necesidad de racionalizar los esfuerzos
movilizadores por medio de nuevos soportes institucionales no integrados
en un régimen político en quiebra.
Movilizarse de forma permanente, sin traducir en logros tangibles las
acciones colectivas, sabido es, no resulta viable a medio plazo. De ahí
el interés de articular un contrapoder arraigado a la praxis cotidiana
de la democracia directa en los ayuntamientos. Las CUP, nacidas de una
extrema izquierda catalanista que, a diferencia de la española
(excepción hecha de Marinaleda y algún caso más), nunca renunciaron a
las calles, arraigaron antes en los municipios de medianas y
pequeñas dimensiones. No cabe duda que los distintos sectores que en su
día organizaron las primeras CUP, ni que fuese de manera intuitiva,
supieron leer esa exigencia institucional de resistencia al medio y
largo plazo. Por eso hoy recogen el éxito electoral que otras
organizaciones de más elevado perfil ideológico no han sabido sembrar.
Las CUP más allá de las CUP
Las CUP, por lo tanto, no han entrado en el Parlament por
ser independentistas ni socialistas o una afortunada combinación de
ambas cosas, sino por ser parte más bien de la reivindicación que, desde
el 15M a nivel de Estado, pero también antes en Catalunya desde la
reivindicación del “derecho a decidir” (que no del clásico derecho de
autodeterminación) renueva el discurso político y lo articula sobre el
eje democratizador. Basta con analizar los resultados electorales para
percatarse que el factor que marca la diferencia y hace posible el salto
entre los ayuntamientos y el Parlament es la movilización en
Barcelona del precariado metropolitano.
Esto no significa, va de suyo,
que las CUP sean la encarnación institucional del 15M. En no pocas
ocasiones, incluso, importantes sectores de las CUP se han opuesto al
15M con argumentos tan infundados como sectarios y etnicistas. El mismo
15 de mayo, sin ir más lejos, a la hora en que miles nos manifestábamos
por las calles, la CUP de Barcelona celebraba su acto central de campaña
para las municipales. Y si bien es cierto que varios de sus militantes
han participado desde el primer momento en el 15M, ya sea en asambleas
de barrio, de facultad, de hospital u otras, no lo es menos que dicha
participación se ha realizado siempre a título individual (como no podía
ser de otro modo en el 15M).
Con todo, las redes sobre las que se sostienen las CUP se superponen,
interseccionan y combinan con las del 15M. A lo largo de la pasada
campaña algunas de las asambleas del 15M barcelonés invitaron a debatir
sobre la oportunidad de votar CUP (o no), de plantearse la opción de
contribuir a vertebrar un instrumento de intervención del movimiento en
las instituciones del gobierno representativo conservando la propia
autonomía. Y aunque CUP llevaba su proceso de movilización partidista en
paralelo al 15M por medio del más clásico repertorio de sus asambleas
abiertas, desde los espacios asamblearios nacidos al calor del 15M se
tuvo la oportunidad de contar con la presencia de CUP y de celebrar
debates propios. Si todo esto fue posible (decisivo incluso para el
resultado electoral final) sin duda se debió a que el candidato por
Barcelona, David Fernàndez inspiró una confianza imprescindible al 15M
de la que no disponía la CUP en sí misma; sobre todo a quienes desde
fuera de la esquerra independentista ven en él una persona de inequívoca
trayectoria al servicio de la política de movimiento por encima de todo
partidismo.
Así las cosas, con la obtención de sus tres escaños, las CUP han
inaugurado una etapa que sobrepasa todas las expectativas. Es por ello
mismo a la vez una oportunidad y un riesgo enorme: oportunidad de
replantear el problema democrático en un vínculo directo con la crisis
del régimen, la movilización en las calles y la urgencia de
realineamientos políticos; riesgo de caer en los repliegues
identitarios, en el narcisismo colectivo, en las teorizaciones de
vanguardia y en las tentaciones hegemonistas de toda la vida. Pero por
ahora han demostrado que no temen a los lobos y se han internado en el bosque.
Por suerte, las CUP disponen ahora de un escenario parlamentario en
el que no tendrán excesiva presión, lo que les permitirá abrir, si así
lo consideran, un proceso de reconfiguración a fondo de su proyecto. Si
optan por repetir las viejas fórmulas de la Unitat Popular los
próximos meses observarán como no pocos sectores que han visto con
ilusión su apuesta autonómica vuelven a sus posiciones. Marx decía que la revolución social del siglo XIX no puede extraer su poesía del pasado, sino solamente del porvenir; la
poesia del siglo XXI se expresa bajo la forma de la red y la
cooperación social de una multitud productiva que desborda modelos
obsoletos. Si limitan su acción parlamentaria a ser el Pepito Grillo del
Parlament, se estancarán seguramente en un breve plazo de tiempo. Si
optan, en fin, por mantener abiertas las conexiones entre redes
sociales, por pensar la articulación entre lo local y lo metropolitano,
por innovar en el terreno democrático del rendimiento de cuentas (accountability),
por iniciar un proceso de maduración político capaz de ver más allá de
las propias limitaciones identitarias, etc., etc., las CUP podrían
provocar algún pequeño seismo antes incluso de acabar la legislatura.