[ es ] Las mil y una huelgas
Artículo publicado en Diagonal, nº 186, pág. 30
Que el 14N iba a ser un éxito de participación estaba cantado.
No podía ser ya de otro modo dado que hemos entrado de lleno en la
fase alcista de la ola de movilizaciones. La sucesión de ciclos de
luchas que la integran no ha perdido su carácter sinérgico, por lo
que las convocatorias se suceden éxito tras éxito. El problema de
fondo, sin embargo, permanece: ¿para qué sirven realmente estas
huelgas?, ¿acaso si aumentasen a dos días o se hiciesen
indefinidas, como pretende cierto izquierdismo pueril, lograrían
modificar la correlación de fuerzas que impulsa el neoliberalismo?,
¿es sólo una cuestión de cantidad? Y si no es así, ¿cómo
se podrían traducir estas huelgas generales en progresos efectivos
cuando el mando únicamente ofrece silencio, ninguneo y represión
policial
Punto de no retorno
Para responder a estas cuestiones es preciso asumir, de entrada y
en serio, los cambios que se están operando en el propio repertorio
de acción colectiva que es la huelga general. Dicho repertorio,
guste o no, ya ha superado un punto de no retorno, un umbral a partir
del cual se ha de reinventar o sólo abocará a una creciente
sensación de impotencia política. El problema de la huelga
general hoy es, en primer lugar, el de su significado. Antes bien, la
huelga que todavía se dice general es una huelga contra el régimen,
una huelga cuyo epicentro se ha desplazado fuera de su antiguo centro
de gravitación sindical para trasladarse al terreno, siempre
cambiante y antagonista, de la política de movimiento. Por ello
mismo, los cauces institucionales son de tan escasa eficacia. En
segundo lugar, dado que la fase expresiva de la movilización ha
alcanzado su techo –ya no podemos imaginar sacar más gente a la
calle, ya no podemos aspirar razonablemente a mayores cotas de
movilización en estas convocatorias–, la única cuestión
relevante a partir de este punto de no retorno es responder al
problema institucional que se nos plantea con un marco sindical
ineficaz. A partir de ahora, las huelgas generales sólo
podrán ser efectivas en términos institucionales y no sólo en los
términos expresivos del descontento.
Otro modelo sindical
En otras palabras: el valor de las huelgas generales por
venir no se habrá de medir ya por el número de personas que saquen
a la calle –a buen seguro enorme–, sino porque sean capaces de
instaurar un régimen alternativo al actual: el –emergente–
régimen político del común. A tal fin se ha de redefinir el papel
de los sindicatos hoy en el régimen por medio de su reorientación,
reubicación y cuantas operaciones requiera sostener el movimiento.
Al tiempo, se ha de profundizar en otros modelos sindicales
más y mejor adaptados a las condiciones del conflicto. Esto
último requiere, vaya por delante, una lectura más compleja de la
composición interna del trabajo, de la precariedad, de los sujetos
productivos y, por ende, de las prácticas instituyentes de su
emancipación, de las herramientas de que se dotan cuando desbordan
el actual marco institucional. En este sentido, se ha de apuntar, uno
de los errores más habituales del sindicalismo alternativo es su
dependencia de viejos esquemas ideológicos y/o identitarios; de
estructuras de movilización que responden a repertorios de acción
colectiva obsoletos; de una comprensión aún corporativa de
las movilizaciones sindicales que olvida que el sindicalismo
por venir es una lucha por el cambio de régimen y, con él, del
mundo de la vida en su conjunto. Con todo, no hay razones para
desesperar, pues el movimiento sigue en la calle. El 14N ha cumplido
sobradamente su función movilizadora y la reflexión se acompasa al
ritmo de la praxis. Por más que el tiempo apremie, sabido es que
también el tiempo se gana aumentando la eficacia. Esta depende, a su
vez, de un aumento en el acierto del tempo político. Así sucede
hoy, y eso anima.