Artículo publicado hoy en el diario La Vanguardia, página 34
El movimiento del 15M está marcando el comienzo de una tercera era de la democracia. Las dos anteriores fueron la era de la democracia clásica y la era de la democracia liberal que ahora toca a su fin. La primera alcanzó su madurez en la Atenas y pervivió en los cantones suizos, burgos medievales y pueblos nómadas. Era una democracia directa y para la que no era preciso estar alfabetizado. El orador, prócer o notable, a la manera de Pericles, era la gran figura sobre la que se articulaba el régimen.
Sin embargo, la democracia clásica no era practicable a escala del Estado moderno. Para transitar a la democracia liberal sería precisa una aportación tecnológica: la imprenta. Y es que con el invento de Gutenberg nacería la esfera pública moderna, la posibilidad de organizar relaciones impersonales entre poblaciones distantes y de estructurar la democracia en unas dimensiones hasta entonces inimaginables.
Y aunque la democracia liberal era reducida en participantes (sufragio censitario) y protagonizada por notables (de Jefferson a Robespierre), la propia imprenta facilitaría a los excluidos pasar a integrar el demos de la modernidad: el pueblo. Gracias a la imprenta, movimiento obrero, los nacionalismos sin Estado, el feminismo, el movimiento por los derechos civiles y tantos otros, irrumpieron, ampliaron y consolidaron una democracia liberal que hubo de readaptarse a la fuerza y dejar de ser un lujo minoritario. Los partidos fueron las instituciones que articularon las representaciones útiles a la democracia liberal.
Con el 15M asistimos a un episodio más de una nueva era democrática. Tras décadas de desdemocratización neoliberal (de transferencia de los ámbitos decisionales a la esfera económica privada, de los deliberativos a las televisiones comerciales y de los participativos al juego plebiscitario), la revolución tecnológica de internet está facilitando el paso a la tercera era: la era de la democracia absoluta.
La democracia del futuro que se constituye hoy subsume a los mediadores de antaño (notables o partidos) en el movimiento. Deviene un proceso sin limitación temporal (legislaturas), ni delegaciones sin revocación. Al tiempo que se hace global, arraiga en lo local. Su protagonista ya no es el pueblo, sino una multitud inteligente, conectada y simbiótica, que de la red va a la plaza y de ésta vuelve a la red.