dilluns, de març 17, 2008

[ es ] A partir de Derrida, sobre el coraje de escribir



[ work in progress :: versión 0.4 :: nota al pie ]

Desde siempre, escribir ha sido y es un acto de valentía; pero escribir desde la crítica y la deconstrucción, introduciendo aquellos desplazamientos que abren un horizonte otro, traspasa ya el umbral de la osadía y se convierte directamente en afrenta. El escriba desafía, osa, desobedece. La palabra escrita permanece, y lo hace como trampa para la captura de subjetividades, como el pliego acusatorio del poder inquisitorial, como la interrupción reificadora de los procesos de subjetivación en que se desenvuelven nuestras existencias. Escribir es gesto, arriesgarse a perder la libertad, y ello en la misma medida en que lo escrito, lo legible, genera las condiciones de posibilidad de nuestra propia emancipación. Al fin y al cabo, leernos es construir el común.

No es de extrañar, pues, que allí donde irrumpe el acontecimiento y se es fiel a uno mismo, se terminen perdiendo los amigos; "falsos amigos" ya tras la mutación de subjetividad que el acontecimiento comporta y que los "amigos reales" atraviesan, a pesar de todo, junto a uno. Es precisamente este temor de la soledad, amenaza de privación del común, lo que prepara la hegemonía; resistírsele, el acto desobediente que nos abre a un devenir antagonista y nos sitúa de nuevo, ante la inevitabilidad de la fuga, en la senda del wobbly. De aquí que el fetichismo del acontecimiento se nos presente como política de la exclusión incluyente que instituye el poder soberano o que, en su defecto, este mismo induce bajo la forma-secta (así, por ejemplo, el trotskismo con 1917, el anarquismo con 1871 ó 1936, la nueva izquierda con 1968, la autonomía con 1977, etc).

La secta, forma política por excelencia del repliegue identitario, se funda así en el mobbing afectivo, en la externalización de las pasiones tristes necesaria a la instauración falaz de la pretendida sociedad feliz de los verdaderos. No hay tierra prometida, sólo éxodo, en el incesante proliferar de la multitud. En vano se afirma la condición óntica de la multiplicidad representable del pluralismo liberal (la sociedad del individuo-agregado: del individuo-ciudadano, del individuo-activista, del individuo-asociado, etc.) cuando el poder constituyente nos convoca a la ruptura constitucional y nos recuerda, irreversible, su estatus ontológico; ya se diga con Alain Badiou -lo contrario del uno no es lo múltiple, sino la escisión-, ya se diga con Mao Tse Tung -lo interesante no es cuando dos se reducen a uno, sino cuando uno se divide en dos.

Escribir, decimos pues con Derrida, para devenir singularidad cualquiera; no súbdito para el soberano, ni idéntico para el proto-soberano (la secta), sino para afirmar nuestro ser en el mundo ante todas las tentativas hegemonizadoras. Así Ferdinand Lassalle por voz interpuesta de Rosa Luxemburg: "... ist und bleibt die revolutionärste Tat, immer 'das laut zu sagen, was ist'" ("... es y sigue siendo el hecho más revolucionario siempre 'decir en alto, lo que es'"). La crítica, si algo significa, es, más allá de la condición negativa de su verdad, herir con la palabra a quien pretende la hegemonía. Y por ello, el acto de escribir, cuando poiético, es escribir con honestidad intelectual, desde el amor a nuestra singularidad cualquiera, que es amor de cualquier singularidad; aparcando el miedo, trazando los signos desde la escisión primera, desde la Tiamat mesopotámica, desde el Ur germánico. Sólo bajo esta perspectiva merece la pena escribir hasta el final.

Quien nos busque, nos descifre, nos lea, y no se sitúe en la apropiación del acontecimiento para proclamar su ser sobre el nuestro. No hay más abismos que los que abre el silencio.

[ nota: este texto nace en la intersección de múltiples pragmáticas y de ahí su carácter fragmentario, inacabado, recombinante... Su carácter de conato lo hace gesto en la política del movimiento; su expresión no puede ser ya la de la forma dialógica, apenas una huella. ]