Publicado por Diagonal, nº 103, p. 34
“¿Has visto ese nuevo reality show? 350 personas se reúnen en una habitación y hacen como si la crisis fuera algo que pueden arreglar ellos”. Así decía la viñeta humorística de Manel Fontdevila al Debate sobre el estado de la Nación (la nación del Estado, se entiende). Y es que el parlamentarismo actual sigue viviendo la moderna ficción de su centralidad en los asuntos públicos mientras en el desierto de lo real la gente sigue haciendo otras cosas. Pero tampoco nos engañemos sobre la mentira vital en que viven instaladas, tan cómodamente, sus señorías. A las Cortes también llega, bien que mitigado por los dobles ventanales antiterroristas, un clamor de la calle cada vez más fuerte. Y es que, sí, al Reino de España le urge un cambio de modelo productivo o pronto los parados serán cinco millones y sin cobertura.
El problema, sin embargo, es que la maquinaria del gobierno representativo tiene serios problemas con la producción del espectáculo. Esta es la parte de realidad que tiene todo chiste, empezando por el del dibujante catalán. Tras décadas de neoliberalismo, la capacidad de intervención estatal sobre los asuntos públicos se ha visto drásticamente reducida. En consecuencia, ante una crisis como la actual, el margen gubernamental tiende a reducirse a su mínima expresión. Frente a esta situación desde el modo de mando que nos gobierna no hay otra alternativa que proseguir socavando derechos fundamentales (así, la sentencia del Supremo sobre Iniciativa Internacionalista y la incriminación surrealista de Unidá Nacionalista Asturiana*) y abrir la espita de la expulsión de migrantes a fin de mantener el control social.
Y en estas el presidente del gobierno español pretende convencernos que, tras el potlach bancario-estatal, vamos a poder cambiar de modelo productivo subvencionando la compra de coches y pisos. En un ejercicio sorprendente de autismo político, ajeno por completo a consensos institucionales con los gobiernos autónomos y víctima de un oportunista pánico preelectoral, Zapatero lanza sus propuestas a la espera de que el Estado de las Autonomías se comporte como Patxi López y sus seguidores socialistas y populares vascos, prietas las filas al grito mediático del España una y no cincuenta y una. Tomándose por el Messi de la construcción de mayorías, ZP ha intentado pactar con CiU una reforma laboral a la chita callando, que luego se ha visto forzado a retirar por la presión del aplicado diputado Joan Herrera (esta vez sí, Iniciativa per Catalunya, como Esquerra, pueden jugar a las izquierdas para resarcirse del mal trago que han tenido que pasar al votar por unanimidad con CiU, PP y C’s un impresentable Sí al Plan Bolonia).
Entre tanto las derechas siguen sin abrir la boca, no vaya a ser que nos enteremos de su plan real para dar una vuelta de rosca más a quienes estamos pagando la crisis por activa y por pasiva. Confían para ello en que el popolo di destra se alzará tras el liderazgo rouquiano de la reserva espiritual de Occidente en unas elecciones europeas que prometen abstencionismo record y el regreso de un Mayor Oreja que, cual Fredie Kruger en una secuela de Pesadilla en Elm Street, se nos presentará nocturno y alevoso en el sueño elitista progre de un dominical de El País regurgitando fetos de frívolas menores entregadas a prácticas orgíasticas, recortando horas de castellano en Catalunya y vaya Usted a saber cuántas plagas más. Pero tranquilxs, que al final despertaremos e Izquierda Anticapitalista sumará sus eurodiputados a las huestes del mesías Besancenot en lo que será el principio del advenimiento final de la Revolución Permanente.
* Nota: el artículo fue escrito antes de que la sentencia del Supremo fuese echada abajo por el Constitucional. Con todo, como bien apuntan Jaume Asens y Gerardo Pisarello en el mismo número de Diagonal, el problema sigue estando ahí y se llama ley de partidos.