[ traducido ao galego por Xosé Dorrío ]
No son pocos los seguidores y defensores del bipartito que se han quedado de piedra tras los resultados electorales de ayer. Querían caldo (ganar subiendo la participación) y han tenido dos tazas. No deja uno de sorprenderse hasta que punto confunde alguna gente deseos y realidades, proyectos políticos e identidades personales.
En toda esta frustración hay sin duda mucho narcisismo, pero sobre todo, poca comprensión de los cambios políticos de la última década. Y a pesar de que uno lleva todo este tiempo insistiendo en que la política del movimiento ha transformado y continuará transformando el panorama político, quienes aspiran a ser el interfaz representativo de las luchas sociales en las instituciones del gobierno representativo (los que lo hacen honestamente, queremos decir) no parecen querer darse cuenta. Tanto peor… para cuantos padecemos las consecuencias de las políticas neoliberales (y no sólo para quienes han hecho campaña).
Intentemos explicarlo una vez más, a ver si a fuerza de fracasos consiguen extraer algo en positivo: la política del partido no se mueve por sí sola. Aunque el gobierno representativo y las maquinarias electorales generen la impresión de que el juego de los votos es un sistema autopoiético, nada más lejos de la realidad. Y lo que es más importante, cada vez más lejos de la realidad, pues la política del movimiento sigue progresando y la dependencia de la política de partido es cada vez mayor.
Dice el dicho que no hay peor ciego que el que no quiere ver. Pero si se buscan, las evidencias están ahí, a la vista de quien quiera. Un ejemplo bien sencillo (especialmente útil para los socialistas): en las anteriores elecciones su lema de campaña fue “movo-me” con variantes como “movo-me por Galiza” o “movo-me por ti” (aunque escrito en su normativa, claro). Indudablemente, los responsables de la campaña entonces intuyeron bien la potencia de la política del movimiento. Claro que tampoco era para tanto habida cuenta de que se acababa de alcanzar el momento álgido de una ola de movilizaciones (LOU, Prestige, Guerra, etc.). En estas elecciones, por el contrario, el lema fue “O Presidente”, como si Tourinho no hubiese llegado al poder por efecto del “hai que bota-los”.
En las elecciones de ayer, subió la participación y el PP ganó. No pocos comentaristas han resucitado para la ocasión el mito de la Galiza ignorante, rural y caciquil, que habría despertado para la ocasión. Pero reducir Feijoo a esto es entender bien poco o nada. Algo ya no funciona en estos comentarios para el país de Nunca Mais.
Hace un par de semanas, de hecho, desde la política del movimiento se advertía ante el comienzo de las elecciones que: “governe quem governe, Galiza nom se vende”. Al igual que el Bartleby de Melville, el escriba que gobernaba desde la potencia y no desde el acto, miles de manifestantes advirtieron al bipartito: preferiríamos no tener que… volver a soportar al PP cuatro años más. Pero si no nos dais más alternativa que los parques eólicos, reganosa y todo lo demás, al final tendremos que poneros de patitas en la calle.
Dicho y hecho. Visto que contra el PP conflictuais mejor, de vuelta a la oposición. Así dice hoy la voz de la multitud. Una multitud que hasta ahora ha tenido que valerse por sí misma, una multitud entre la que no hay pocos que han creído conveniente votar al bipartito. Pero una misma multitud dentro de la cual habitan los perjudicados de su ineficacia política, de su clientelismo, de su mismo hacer que el PP; una multitud que ha luchado, lucha y seguirá luchando, que ha tenido que emigrar, que soportar la precariedad, el sexismo, la contaminación, el feismo y la destrucción generalizada del país; una multitud que no ha creído en ningún momento –ni desde el primer día del gobierno de Tourinho y su subalterno– las promesas electorales, pues sabía que lo único que importaba era el “hai que bota-los” y que "Galiza nom se vende"; una multitud, en fin, que sabe esperar paciente a que aprendan a hacer las cosas como se han de hacer, sin corruptelas, sin cacicadas, sin autoritarismo.
Suene, pues, bien alto y claro el himno de Galiza, nación triste de la multitud: “imbéciles e escuros, nom nos entendem, nom!”.