Navegar por el océano de Tocqueville.
Al abordar una obra de dimensiones tan colosales como La democracia en América (y no sólo nos referimos, claro está, a la extensión nada desdeñable del texto), resulta muy difícil escapar a esa sensación de vértigo que invade a cuantos intentan apurar siquiera uno de esos escritos a los que decimos «clásicos», de tanto que resisten al paso del tiempo. De hecho, en el momento en que se escriben estas páginas, asimilar lo escrito sobre la opera magna de Alexis de Tocqueville (ni que decir sobre el conjunto de su producción) ha devenido una labor inconmensurable para el esfuerzo humano, ya sea éste individual o colectivo. Tal es la condición posthumana de nuestro tiempo y a ella resulta imposible sustraerse. Por esto mismo, a estas alturas ya no nos resulta posible realizar la investigación erudita e ilustrada, enciclopédica, de otrora con la que solía comenzar esta modalidad de escrito a la que ahora nos aplicamos.
Y a pesar de ello, nos hemos propuesto asumir el esfuerzo de escribir un estudio introductorio. Quizás porque hace tiempo que hemos asumido que la inconmensurabilidad es consustancial a ese trabajo que todavía hoy aspira a ser llamado científico, aun ya sin saber muy bien por qué; quizás porque no podía ser de otro modo tras haber compartido tantas horas con el denodado empeño del autor por explicarnos el objeto de su magistral disertación.
Una idea toma fuerza ante esta incertidumbre: hemos hecho un viaje y estamos de regreso; tenemos cosas que contar, pistas que ofrecer a quien quiera comenzar (o terminar) leyendo estas páginas, sendas que bosquejar sobre el inagotable mapa tocquevilliano con independencia del uso final que se les quiera dar (seguirlas, discutirlas, compartirlas... que cada cual elija libremente su opción).
Al redactar esta introducción a La democracia en América, no obstante, hemos procurado evitar en la medida de lo posible fabricarnos ese «buen Dios para movimientos geológicos» del que Deleuze y Guattari ya nos advirtieron en su momento . Así, lejos de las viejas tentaciones demiúrgicas platónicas y alejandrinas, hemos intentado comenzar este trabajo por abordar la figura de su principal autor, Alexis de Tocqueville, imaginando la particular configuración cognitiva individual desde la que fue redactada la obra . Nos enfrentamos al texto, por consiguiente, de manera un tanto distinta a la seguida habitualmente por la metodología de la teoría política liberal más tradicional, tan atenta a los objetos y a la individualidad de sus productores como ajena a todo lo demás.
Seguidamente, hemos pensado que no sería prudente dejar de proveer al lector de un primer croquis del argumento y estructuración general de la obra. La razón para ello es tan sencilla como facilitar una brújula y un sistema de coordenadas antes de empezar a trazar los infinitos rumbos posibles. No porque sean los únicos posibles, sino porque ello nos permitirá abordar en un momento sucesivo la ciencia de que se sirvió el joven Tocqueville para pensar, organizar y redactar su trabajo. Las trazas de éste último tienen, sin duda, múltiples antes y después. De entre todos ellos, aquel configurado por la madurez del liberalismo moderno y su correlato epistemológico, el positivismo, se nos ha antojado premisa imprescindible para una comprensión actual del texto, por lo que no hemos querido dejar de dedicar algún espacio a esa «ciencia política nueva» que, pasado el primer tercio del siglo XIX, empezaba a adquirir forma bajo plumas tan avezadas como la del propio Tocqueville.
Y hablar de esta misma ciencia política, tan nueva en su contexto histórico, nos aboca a indagar en las reglas del método tocquevilliano. Al fin y al cabo, en ellas se configura, en última instancia, la posibilidad misma de un estudio que dice afirmarse por igual sobre la destrucción momentánea de las simpatías del corazón y el singular combate contra los instintos contrarios de las controvertidas opiniones de la propia época. Así, desde el enunciado preciso de las hipótesis de partida hasta la operacionalización y verificación empírica de las mismas, el lector de nuestro tiempo descubrirá, no sin cierto asombro, las extraordinarias calidades metodológicas de un trabajo que se puede considerar, sin mayores ambages, como uno de los pilares fundamentales sobre los que todavía se erige hoy el mainstream de la Política Comparada.
El acertado empleo de la comparación, como se tendrá ocasión de leer más adelante, permite a Tocqueville producir, acumular y organizar coherentemente un impresionante volumen de informaciones que, a la vez que construyen un fértil objeto de estudio, permiten enunciar toda una serie de contenidos concretos y proposiciones teóricas cuyo valor sigue siendo ampliamente reconocido. No por otra razón se puede decir que en La Democracia en América, el que busca, haya: desde el estudio del cambio de régimen hasta la cultura política, desde el capital social hasta la reflexión sobre el método; poco importa la medida en que se despliegan, como múltiples planos de un inmenso poliedro a la par complejo y voluble, las diferentes temáticas abordadas por Tocqueville. El progreso del texto a lo largo de sus ciento sesenta y nueve años, se nos revela como una apertura inagotable de nuevos vectores interpretativos que vienen a remplazar a sus equivalentes de antaño, ya en extinción, engendrando con ello esa forma orgánica que es este libro, al que decíamos clásico, y sobre la que, a fin de cuentas, pivota el movimiento autopoiético de su propia existencia histórica como obra.
Para que este trabajo introductorio pueda realizar, en fin, su cometido, terminaremos estas páginas por donde tantos especialistas suelen empezar a ojearlas, a saber: por la bibliografía y sitografía que establecen los modestos parámetros de esta apertura a una nueva edición en castellano de La democracia en América.