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Diagonal, nº 145, 3 de marzo de 2011, pág. 35
Allá por 1848, en vísperas de la revolución, Tocqueville advertía a la Asamblea Nacional: «Creo que nos estamos durmiendo sobre un volcán». La advertencia de un político liberal, moderado en extremo y demócrata de convicción parecía una exageración propia de la retórica parlamentaria de la época. No lo era y los acontecimientos posteriores demostrarían lo que es un lugar común de la politología: el estallido del contencioso social siempre es imprevisible, siempre acecha a quien gobierna y no se expresa (necesariamente) por los cauces institucionales previstos. Y para ejemplos: la revuelta griega o la revolución árabe.
Sin embargo, aquí entre nosotros, la pregunta siempre implícita, aunque de más difícil respuesta, es sí la aparente paz social suscrita por los “agentes sociales” es un volcán dormido. La pregunta se desdobla según el ángulo desde el que se afronta. Arriba y a la derecha la pregunta es si existe margen de maniobra para el giro antisocial y si, en su defecto, la alternancia del centroderecha puede asegurar la implementación del proyecto neoliberal sin una “helenización” de la política (ni qué decir una “arabización”).
Esta ha sido y es la apuesta de Zapatero y este es el proyecto que cada día cobra más fuerza en el seno del PSOE bajo el liderazgo de relevo que encabeza Rubalcaba. La idea de esperar a que los indicadores socioeconómicos comiencen a apuntar el final de la crisis y de rentabilizar el éxito (ajeno) de la paz en Euskal Herria, confía el proyecto neoliberal a la capacidad del ejecutivo para construir el consenso social y ver fructificar sus resultados antes de las generales (las municipales y autonómicas dándose ya por perdidas).
El péndulo de la alternancia propio de la democracia liberal, dispone no obstante de una segunda opción, más amenazante y marcada por un escenario de mayor tensión social. La política catalana se ha convertido en este sentido en un laboratorio neoliberal para el conjunto del Estado. La fórmula es de sobra conocida: por una parte, se intensifican los recortes en servicios sociales; por la otra, se avanzan nuevas privatizaciones y se refuerzan las políticas represivas. Queda por saber si este giro es posible en el más amplio marco de una aplicación de esta estrategia al conjunto del Estado (bajo un gobierno del PP) o si la estrategia de las derechas no podría evitar, por el contrario, la guerra social (requisito imprescindible, visto desde arriba a la derecha, para atraer la inversión).
Abajo a la izquierda, la respuesta parece tan evidente como compleja: evidente ya que el volcán dormido es cosa de todos los días y, por consiguiente, nadie duda de su existencia; compleja, pues nadie sabe por dónde podría estallar y menos aún cómo hacerlo estallar. Al contrario, ya sea por la vía sindical (CCOO y UGT), ya sea por la vía parlamentaria (IU, ICV, Esquerra, BNG, etc.), los interfaces de la izquierda no parecen capaces de invertir la situación y lejos de invocar a la multitud parecen contentarse con gestos que rentabilizar electoralmente.
No de otro modo se pueden entender las políticas de gesto para la galería que se observan en el parlamento. Un ejemplo bien ilustrativo se puede ver en el afán con el que estas izquierdas se han aplicado a apropiarse de las soluciones a los deshaucios propuestas por la Plataforma de Afectados por la Hipoteca. ¿Dónde estaban cuando gobernaban? ¿Dónde el puño en la mesa cuando, además de necesario, habría sido útil? No será la primera ni la última vez que veremos a estas izquierdas, liberadas de las obligaciones pendulares de la subalternidad para con los socialistas, presentarse con iniciativas tardías, aunque necesarias.
¿Y qué decir de las convergencias por las uniones de la izquierda que se promueven desde IU? ¿Acaso no demuestran una retórica de la movilización sin antagonismo satisfecha con multiplicar sus diputados hasta una irrisoria media docena gracias al voto socialista? ¿Cómo no suscribir lo escrito en el anterior número de Diagonal por Carlos Taibo? La izquierda parlamentaria, como en tiempos de Tocqueville, parece hoy confundir el origen del calor del suelo sobre el que se está durmiendo.