dissabte, de juny 28, 2014

[ es ] Confluencia y subsunción

 « Guanyem Barcelona no depende de que una formación política concreta diga sí o no. Quiere ser un proceso mucho más amplio. Primero interpela a una mayoría social no organizada, a una ciudadanía que no está ni en espacios movimentistas ni en políticos. Después de eso, quiere contar con los barrios ya organizados, con los movimientos y también con las fuerzas políticas, que son varias, ICV, EUiA, las CUP, Podemos, Procés Constituent e incluso se ha hablado con personas del entorno de Esquerra porque en teoría, por sus principios, no deberían descartar entrar en esta confluencia, aunque sabemos que ahora mismo están mucho más cercanos a CiU. Pero nosotros no descartamos a nadie excepto a los partidos del régimen. »
No cabe duda, Guanyem es el reto político más difícil y de mayor potencial democratizador que he visto en mi vida: lograr articular una modalidad de agencia que integre notables, partidos y movimientos, sobre la base de un consenso de ruptura antagonista con el régimen. ¡Ahí es nada!

Las dificultades son evidentes y no dependen tanto de los nombres propios de los notables (Borja, Subirats, Portabella, etc.) o de las siglas de los partidos (ICV, EUiA, CUP, etc.) como del funcionamiento de las modalidades de agencia: tal y como se puede observar empíricamente, ya sean notables de primera o de tercera, aparatos o aparatitos. En efecto, si no somos capaces de articular modalidades que por sus lógicas se excluyen mutuamente, caeremos en falsos equilibrios que a medio plazo se volverán contra nosotros. 

La clave de todo esto radica en la significación de una sola palabra: confluencia. Va de suyo que el término no quiere decir lo mismo para todas las partes implicadas y que sobre él pivota el éxito o el fracaso del proceso. 

Por ejemplo, si confluencia es el mero acuerdo entre notables y partidos, podríamos tener un grupo municipal que fuese el resultado de la suma de ICV+CUP con Ada Colau y a lo sumo algunos nombres más. Por más que si el resultado electoral fuese bueno, esto ya sería un éxito; no resolvería el problema de fondo: la agencia política que haga posible una mayor democratización.

Afortunadamente el manifiesto de Guanyem lo deja muy claro: 
No queremos una ciudad que venda el patrimonio urbano al mejor postor. Queremos instituciones que recuperen el control democrático del agua, que impulsen medidas fiscales y urbanísticas que acaben con la especulación de suelo y fomenten políticas energéticas y de transporte ecológicamente sostenibles.
Muchas de estas iniciativas son defendidas, desde hace tiempo, por movimientos sociales, vecinales y sindicales y por diferentes espacios políticos. Pero no las podremos llevar a cabo sin la implicación de amplios sectores de la sociedad.
Rescatar la democracia de los poderes que la mantienen secuestrada es un reto difícil, ambicioso, pero al mismo tiempo apasionante. Exige la gestación de nuevos instrumentos de articulación social y de intervención política donde se encuentre la gente organizada y la que comienza a movilizarse. La que lleva tiempo luchando y la que se siente estafada pero anhela ilusionarse con un proyecto común.
Si se consigue este objetivo tendrá lugar un avance en la democratización sin precedentes y llamado a durar durante años. Si no es así, el régimen se seguirá degradando y el riesgo de involuciones antidemocráticas aparecerá con más fuerza en el horizonte. 

Por suerte, en Guanyem Barcelona hay un cúmulo de experiencia e inteligencia colectiva tal que todo anima a intentarlo. Ciertamente, en la piscina a que se lanza Guanyem no hay otras garantías que la propia capacidad de hacer política. Los riesgos de llevar a cabo un proceso como el que propone Guanyem son los riesgos mismos de intentar articular una potencia democrática desbordante.