dijous, de juny 02, 2011

[ es ] [ NEM 4 ] La danza de Medusa

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Las últimas asambleas (y no pocas de las que todavía quedan por venir) debaten apasionadamente sobre la pervivencia de las acampadas. En las áreas metropolitanas, la extensión por los barrios puede estar llevando cierto tiempo, pero la fase de expansión parece que llega a su madurez cubriendo prácticamente todo el territorio. Parafraseando a Nietzsche: "el movimiento crece, pobre del soberano que albergue movimiento".

En algunos núcleos de población pequeños y medianos (las extremidades de las redes sociales), sin embargo, empiezan a experimentarse cambios tácticos importantes que marcarán el despliegue de movimiento. En Toledo, por ejemplo, el centro ya se ha disuelto cediendo el protagonismo a los barrios. Sin duda es una decisión más sencilla que la de Sol o Plaça de Catalunya. En los "epicentros" metropolitanos se espera una señal inequívoca para dar el paso decisivo. El fetichismo de la acampada puede resultar demasiado caro al movimiento y en estos momentos se precisan ya vectores que apunten salidas creativas, movilizadoras y oportunas.

Debatir en la incertidumbre, acertar en la decisión: la política democrática

En el debate sobre la disolución de las asambleas, el principal inconveniente radica en la incertidumbre ineludible que siempre invade a quien ha de tomar una decisión. Sólo desde los marcos interpretativos heredados del pasado se puede operar con certidumbre. Sin embargo, certidumbre no significa acierto. El acierto, de hecho, depende de la combinación del azar y la habilidad. Más aún, las viejas certidumbres ideológicas (incluso si fueron marcos interpretativos de éxito en el pasado) nunca alcanzan a ser garantía de nada cuando las situaciones han cambiado. Y menos aún en momentos de ruptura constituyente como el actual, donde la fuerza del acontecimiento lo cuestiona todo, donde la expresión multitudinaria de lo político desborda las pobres maquinarias ideológicas del pasado.

El tiempo y lugar de la decisión siempre producen un horror vacui. La explicación estriba en que la decisión es constitutiva de la política; es lo político en sí mismo. La política no trata del poder; y menos aún del poder en esa concepción funcionalista que lo entiende como la capacidad para obligar a alguien a hacer algo que no quiere. La política nos interpela sobre el decidir: quien decide qué, cómo lo decide, con quien lo decide, contra quien lo decide... Por eso la política es, también, conflicto; porque la mayoría de las veces no se puede decidir sino es contra alguien (contra el opresor, contra quien detenta el poder). Pensarse que el diálogo lo arregla todo, que puede evitar cualquier enfrentamiento es, sencillamente, falso.

El principal problema de las asambleas al decidir sobre las acampadas no es, por lo tanto, una cuestión de reproducción mecánica de viejas recetas, sino de experimentación contenciosa, de práctica teórica en el marco de una lucha contra un poder opresor (aunque este se ejerza por los métodos menos malos: la democracia liberal). En momentos como el actual hemos de intentar formular alternativas ante la ausencia de modelos organizativos de fácil (¿inmediata?) comprensión. La ausencia de referentes empíricamente conocidos puede acabar decantando las deliberaciones hacia la repetición de errores del pasado y la tentativa (fracasada de antemano) de poner en práctica experimentos organizativos ajenos por completo al cuerpo social que protagoniza y da vida a este proceso: la multitud. 

Do it yourself: un proceso sin manual de instrucciones

Carecemos, por tanto, de manual de instrucciones para decidir sobre las acampadas. Pero eso no quiere decir que no podamos ingeniárnoslas para encontrar respuestas a nuestras preguntas. Para ello disponemos de una formidable maquinaria cerebral capaz de asociar ideas, de poner en común conceptos y formular respuestas inteligentes de manera colectiva.

En este post proponemos una imagen gràfica, un poema visual de la intelecto colectivo natural que nos sirva para intervenir en el desarrollo autónomo del proceso actual. En la extrema izquierda muchos buscarán sus viejas certidumbres y preferirán predicar su obsoleto Qué hacer? leninista; o su viejo manual anarquista. A buen seguro no falta un troskista que nos hable de la revolución permanente. Las viejas redes de la izquierda más extrema, se han retratado, sin embargo, desde el primer momento. A medida que ha avanzado el movimiento las plazas se han converitdo en un perfecto dispositivo diagramático capaz de detectar la frontera entre el intelecto colectivo y el identitarismo psicopatológico.

En este mercado de las certidumbres ya han aparecido también otras sectas, las religiosas, y grupos new age para cerebros blandos y postmodernidades consevadoras. También tenemos gentes que todo lo resuelven con un Estado propio, como si la forma-Estado no fuese parte intrínseca en la configuración del mando. Y nos sobra, por descontado, mucha razón cínica y una cantidad ingente de pesimistas innatos; psiques pasivo-agresivas que ya han predicho (sí o sí) el fracaso. Lo que no nos explican, por cierto, es qué les lleva a perder el tiempo entre nosotrxs, multitud. No hay nada más fácil que tener certidumbres: basta con recurrir a la superstición, a la trascendentalidad, a la mística o a la estadística.


Y si todo tiene que cambiar, ¿qué nos queda? La estructura de la decisión


La experiencia nos lleva, sin embargo, a plantear el problema desde otro punto de vista, a saber: el punto de vista que se sitúa en la estructura de la decisión democrática. En democracia, quien decide bien (acertadamente) lo hace siempre en el mejor ejercicio de sus capacidades, pero también siempre en un margen de incertidumbre. A diferencia de los autoritarismos (y por eso el mando ha optado por la democracia limitada o liberal), la democracia institucionaliza la incertidumbre por medio de su propia procedimentalidad. La contingencia es inevitable, cierto; la contingencia de un orden político en su totalidad inherente a toda ruptura constituyente requiere una democratización completa, tiene remedio y se llama democracia absoluta. 

Nos referimos a la democracia en la que la participación es directa o bajo mandato imperativo; la que no conoce límites en la definición de sus temas de debate; aquella que decide soberanamente sin su subordinación a ningún poder coercitivo. Una democracia que, porque no es objeto de acotamientos temporales (legislaturas) ni espaciales (parlamentos, gobiernos y otros espacios de poder) se desarrolla de manera ilimitada, procesual, democratizando todo lo democratizable; a comenzar por las propias democracias demediadas, representativas o liberales. Esta es la democracia que se ha abierto paso en las plazas transformándolas en auténticas ágoras.

Politics reloaded: una nueva gramática política

Poder debatirlo todo, poder cambiarlo todo (asumir el horizonte constituyente de la democracia absoluta) comporta, inevitablemente, cuestionarse la política desde sus fundamentos más elementales y autoevidentes. Así, por ejemplo, necesitamos cuestionarnos el individuo, pero no para dejarlo estar, a la manera del psicoanálisis; sino para redefinirlo como simbionte, esquizoanalíticamente. 

Otra antropología política

El simbionte fue una alternativa al comienzo de la modernidad, cuando la vida todavía se desarrollaba en espacios muy marcados por el común y el capitalismo todavía no había constituido su propio sujeto: el individuo; ese yo-desvinculado, impersonal, sin atributos singulares derivados del común; un yo narcisista y posesivo, opuesto a un nosotros abierto al otro y solidario.

Althusius, teórico político del principio federal era perfectamente consciente de la necesidad de una antropología política fundada en otra singularidad. La encontró en el simbionte, que ejemplificó en el lento proceso de formación del cuerpo social que comienza por la relación madre-hijo. Althusius era perfectamente consciente de que no nacemos humanos, sino que lo devenimos. Obsérvese el siguiente caso:


¿Puede esta singularidad firmar libremente un contrato social? ¿Puede hacer operativo el velo de la ignorancia rawlsiano? La ficción liberal del contrato no es más que la realidad de la sumisión a un poder soberano que nos gobierna por medio del miedo. Hobbes, como teórico legitimador del absolutismo moderno y padre del contractualismo liberal, lo sabía bien.

Otra contractualidad

Toda teoría política necesita también una idea del vínculo, pacto o contrato social. Un vínculo que ha de ser libre y que nos conduce, por ello mismo, a ligar la antropología política con la constitución del orden social. El individualismo posesivo de la moderna gramática política capitalista encuentra en el contractualismo liberal su solución. Éste se funda, a su vez, sobre el convenio abrahámico, en la modalidad de vínculo que liga a Abraham con Yahvé y que le conduce a sacrificar a su hijo por obediencia a un mando trascendente.

En el mitema del sacrificio de Isaac, se rompe el vínculo simbiótico padre/hijo y se instituye la patria potestas. El poder del Dios (el Estado) es el poder del padre para matar al hijo (desde su nacimiento) y, con ello, para exigir su muerte cuando lo considere oportuno. Es en esta línea en la que Hobbes habla cuando enuncia los términos en que el contrato entre individuos se encuentra en la base del soberano moderno. Foucault lo dejó bien claro al apuntar a la estructura clásica de la soberanía: "un poder de muerte, que permite gobernar la vida" (vitae necisque potestas). He ahí el lugar desde el que nos gobiernan.

Satanás nos hará libres

La alternativa que se deriva de la antropología política althusiana (del simbionte) se formula en una contractualidad completamente diferente; en una contractualidad que no es el pacto con dios, sino su negación materialista: el pacto con el diablo. Frente al mitema abrahámico, el mitema fáustico (desde el Fausto que le da nombre hasta Robert Johnson y el origen del blues) siempre ha estado en la raíz de la autonomía. Satán es la desobediencia al poder soberano que inaugura el movimiento histórico. Sin él no habría habido nunca, de acuerdo con la mitología bíblica, historia de la humanidad. 

A diferencia de dios, cuya libertad es siembre una libertad en la obediencia, una libertad bajo la égida y la observancia de un poder absoluto; el diablo nos ofrece una libertad fundada en la estructura de una decisión, por posible, auténtica. La desobediencia es la condena a valerse por si mismo, a afrontar el dolor y la realidad del mundo material sin promesa eterna; a abandonar, en definitiva, el dispositivo de la trascendencia para asumir el carácter inmanente de la decisión (vale decir, de lo político). Con Satán, a la manera de Fausto, nuestras decisiones tienen efecto sobre nuestro destino. Con dios, a la manera de Abraham, nuestra decisión siempre es vigilada, incompleta. 

No es casual, por tanto, que el primer Estado moderno fuese el Estado absolutista (un Estado legitimado en dios), como tampoco que hubiese que apelar a la igual dignidad de nacimiento (a la nación del artículo primero de la declaración universal de derechos del hombre y el ciudadano) para poder inagurar la democratización. En los últimos tiempos, con el devenir global de la democracia libera, llegamos, no obstante,  a un dilema distinto al de la obediencia a dios. La pregunta ya no es democracia liberal sí o democracia liberal no. La pregunta es más bien: democracia, ¿hasta dónde? La democracia absoluta nos ofrece una posibilidad de respuesta.

Pero la democracia absoluta no será un regalo de origen divino, como tampoco lo fue la democratización en su fase liberal. Resulta preciso desde la formulación de una matriz normativa autónoma, producir los conceptos que articulen y aporten el modelo organizativo que nos saquen de este impasse del decidir semana tras semana qué hacer con las  acampadas. He aquí nuestra propuesta.

Aprender de la naturaleza: devenir animal

El otro día hacíamos referencia al enjambre como principio organizativo rector de la multitud. Nos referíamos a la capacidad del intelecto colectivo para organizar resistencias y ganar el contencioso desobediente con el mando. Henos ahora, por fin, en el terreno de la praxis de estos días.

Y es que a menudo nuestras teorizaciones han sido acusadas de teoricismo innecesario, de onanismo intelectual, de idealismo abstruso y cosas peores. Conocido es el anti-intelectualismo que mora en las cabezas de una cultura política marcada por siglos de poder inquisitorial, púlpitos y prédicas autocráticas. Nada, pues, como la relación de evidencia con lo concreto para contrastar hipótesis (por descontado siempre habrá peores ciegos que no quieran ver).

Obsérvense con atención y compárense los dos videos siguientes. Este primero corresponde a la vista aérea de los enfrentamientos entre el mando y la multitud el pasado viernes en Barcelona


Este segundo es un ejemplo extraído de la naturaleza:


Los paralelismos resultan evidentes. La multitud más arriba, podría decirse, deleuzianamente, "hace rizoma" con el banco de peces de más abajo. Sin partidos de vanguardia, la multitud logra su objetivo: recuperar la plaza que ilegítimamente le disputa un soberano que ya sólo puede instituir su decisión en las contradicciones normativas que se derivan del ejercicio de la democracia como una procedimentalidad absoluta y la necesidad de su limitación para poder estructurar un régimen cuyo poder siempre se define como un poder sobre cuerpo social.
Lo que se observa en este ejemplo, frente a la dominación biopolítica, es una política anterior, que nace en el momento previo a la constitución del soberano moderno y que instaura una institucionalidad otra, bajo una estructura federal (simbiótica) de la soberanía, en la que el ser uno depende del resto de singularidades irreductibles. Nos referimos a una "zoepolítica", a una política anterior a la institución del mando biopolítico, a una política capaz del gesto en la incertidumbre total de la contingencia, a una política en la que el intelecto colectivo se impone a la racionalidad instrumental del individualismo posesivo (el gorrón o free-rider de la teoría de la acción racional).

La danza de Medusa

En el artículo que acabamos de mencionar, distinguíamos un doble momento estratégico que requería de nuestra inteligencia para organizar el movimiento. Por una parte, el momento del antagonismo o del enfrentamiento con el mando (por más que, desafortunadamente, la presencia de culturas políticas autocráticas, nunca permita determinar una frontera clara entre el nosotros y el ellos, a la manera de la argumentación schmittiana). Este es el momento del enjambre de la multitud, el momento (real) que se visualiza en Plaça de Catalunya.

Por la otra parte tenemos el momento agonístico o de confrontación (nótese que confrontar no es enfrentar) entre pareceres diversos; la lucha en el ágora por adoptar la decisión que no se funda en la libertad del individuo sino en la del que piensa diferente (de acuerdo al apotegma de Rosa Luxemburg). Es esta una pugna que no tiene fin, que no logra restituir hegemonía alguna, sino que se despliega siempre en un horizonte ilimitado, acrático, constituyente. Es, si se quiere, la constitución del común.

Otro día abordaremos el problema endógeno del movimiento: el problema agonístico. Ahora, sin embargo, debemos centrarnos en el debate sobre levantar las acampadas. Esta deliberación, decíamos, requiere el enunciado de un modelo estratégico que integre de manera coherente y natural (zoepolítica) la solución a la ecuación que plantean los elementos acampadas centrales, extensión a los barrios, momentos de ruptura desobediente con el poder soberano. Nuestra propuesta es observar a la medusa.

Del mitema medusiano a la medusa zoológica: la maquinaria antagonista

En la mitología griega, Medusa es un monstruo telúrico que, por su propia condición ctónica, surge de la tierra y petrifica a quien la mire. Pero Medusa es también, en el trabajo clasico de Freud la fisura mitopoiética en la configuración del psiquismo edípico. Medusa es la madre sexuada, guerrera. Medusa es la ira femenina. Su danza es antagonismo con la estructura del soberano moderno que se instaura con la patria potestas. Medusa es matriota, no patriota. Medusa es Ulrike Meinhof.

Para resolver la ecuación que plantea levantar los campamentos a las asambleas acudamos nuevamente al ejemplo natural. He aquí otro vídeo que nos muestra cómo nada la medusa-animal:


Tomemos su dinámica y situemos en el cerebro de la medusa (en su centro contráctil pero que dota de sentido a su recorrido) las plazas centrales en las que se han producido las primeras acampadas y desde las cuales se ha ido difundiendo el repertorio modular de acción colectiva. Esta decontracción centrada y con sentido (desde las asambleas centrales) hacia los extremos (las asambleas de barrio) es lo que permite el impulso sucesivo y complementario hacia adelante (las convocatorias antagonistas de acción disruptiva que escinden del poder soberano: por ejemplo, la del próximo 15J).

Por operacionalizar brevemente el modelo. La serie decisional a adoptar sería: 

1) hacer de los centros zonas autónomas temporales, espacios contingentes, no territorialmente estables (como el banco de peces que rodea al tiburón en el video anterior) y que, además, se contraigan (desaparezcan efímeramente de su ubicación espacio-temporal) a fin de ...

2) ...trasladar a los barrios (tentáculos de la medusa) la producción de movimiento (los movimientos de los tentáculos que se expanden sacudiendo todo el territorio), esto es, ...

3) ...el impulso que se dirija al momento de ruptura constituyente con el poder soberano. Así, ...

4) ...la reaparición autónoma y temporal del ágora central podrá evaluar sus propias decisiones organizando una estratégia a más medio y largo plazo.

Quienes estén al corriente de las reflexiones de Hardt y Negri sobre la jauría de lobos podrían objetar que se pretende restituir dicho modelo, basado en la centralidad del partido (armado) de vanguardia. Nada menos cierto. Las medusas nadan en bancos (enjambres):


La cuestión, por tanto, es organizar las áreas metropolitanas de acuerdo con la dinámica de la medusa y el conjunto del movimiento, transnacionalmente, en un proliferante banco global de medusas.La medusa-animal pone de manifiesto una estructura sencilla, fácilmente reproducible de manera artificial por el intelecto colectivo. Obsérvese este otro vídeo: 


La reproducción mecánica es sencilla, pero eficaz. No por nada las medusas son algunas de las formas más antiguas de vida que siguen vivas. Tal vez en su movimiento radique la respuesta táctica que estamos buscando al dilema de dejar las plazas.

Y es que si queremos hoy construir una maquinaria resistente, antagonista, capaz de enfrentarse con éxito al mando, de organizar el sentido de movimiento desde el intelecto colectivo y de coordinar las dinámicas asamblearias de manera armónica, haríamos bien en devenir medusas navegando en el océano del porvenir.